Novela Anagrama completa con Llenos de vida la totalidad de la obra del americano John Fante traducida al castellano.
‘Sólo el uso del Yo, hermosa y aterrorizadora palabra, podía llevarme hasta el lugar donde quería llegar” dijo Harry Crews en A Childhood. El Yo. Yo. Yoyoyoyoyoyo. Repítan la palabra conmigo, no teman; no va a morderles. El Yo, como sabiamente advertía Crews y supo siempre John Fante, es el único vehículo dialéctico capaz de llevarnos a determinados puertos emocionales. Algunas verdades no pueden ser formuladas hasta que uno sale al patio trasero y cuelga en el tendedero los intestinos de su vida. Por sucios y podridos que estén.
El crítico Northrop Frye bautizó este desnudarse a través de la narrativa como Confesión, una palabra que, por su conexión con el catolicismo, le sienta a Fante mejor que a nadie. “Mitad autobiografía ficcionalizada y mitad ficción autobiográfica”, diría Frye, “la confesión tiende a enfatizar la vida interior y desarrollo de un personaje central, dando menor importancia a la realidad social que le rodea y la naturaleza externa”. Fante, el italoamericano orgulloso y refunfuñón de raigambre cristiana, siempre se confesó en sus novelas, un acto de verdad hecha literatura que se convertiría en uno de los dos mayores rasgos distintivos de su estilo. El propio autor llamaba a esto “decir La Verdad”, y lo explicaba así: “No me refiero a hechos autobiográficos. Es otra cosa. Distinta de la autobiografía, pero a la vez muy similar a ella”. Fante, simplemente, buscaba producir algo verdadero mediante la invención. Para poder entenderse (a él y al mundo) necesitaba el Yo. Pero para poder hablar con honestidad y pureza de ese Yo necesitaba la distancia que da encarnarse en un personaje de ficción. De tal necesidad emergería su alter-ego Arturo Bandini, protagonista de la llamada Tetralogía Bandini (Espera a la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo, Camino de Los Ángeles y Sueños de Bunker Hill), aunque en otros trabajos Fante llegaría incluso a bautizar sin máscaras a su protagonista: John Fante.
Ése es el caso de Llenos de vida (1952), la octava de las obras de John Fante publicadas por Anagrama en nuestro país, y con la que concluye la totalidad de la obra (novelas y novellas) del autor americano. Llenos de vida nos habla de un John Fante protagonista que es y no es el propio autor. Como dijo él mismo, “es otra cosa”. Los hechos que cercan al Fante de la novela no son los mismos que los reales (del mismo modo que Arturo Bandini vivía en una cronología no concordante y se le restaban y sumaban familiares de uno a otro libro) pero sí lo son las reacciones emocionales de éste, así como parte de las situaciones. Tanto el Fante de papel como el real son escritores con un padre italiano de impresionante testarudez y fortaleza física -que les marcó indeleblemente- y una mujer con espectacular facilidad para quedarse en cinta que, además, acaba de descubrir a Dios. Los grandes temas del libro (religión, familia, integración y paternidad) vienen enmarcados en un inmenso Yo: Fante, el gruñón misantrópico y sarcástico, emotivo como sólo los italianos que le dan al vaso pueden ser, abriendo autodidácticamente su carcasa para ver quién rayos es y qué quiere de la vida.
Fante hace todo esto -en Llenos de vida, y en sus demás libros- sin afectación, sin licencia poética, sin complejidad textual, usando una gramática sencilla, respetando una estricta linealidad temporal -ni hablar de flashbacks- y situando siempre sus historias en el tiempo en el que están escritas, con personajes que habitan el mundo que Fante conoce. Todo lo enumerado es lo que hace que la escritura de Fante sea tan inmediata, tan adictiva, tan ahora. Cincuenta años después, los New Puritans ingleses del 2000 (Geoff Dyer, Ben Richards...) fundarían un grupo literario con un manifesto que -conscientemente o no- parecía redactado extrayendo punto a punto las características estilísticas de las novelas de Fante.
Pero: emoción. Esa, la más bella de las palabras -aunque meretrizada en nuestros tiempos como reclamo para la venta de máquinas automóviles- es la otra piedra angular de Fante. El autor parecía aplicar la máxima de John Osborne (“No le tengas miedo a la emoción; nadie se muere de eso”), y el propio Charles Bukowski, fan número uno de Fante (“Fante era mi Dios”) y legítimo continuador de su espíritu, apuntaba en el prólogo a la reedición de Pregúntale al polvo: “He aquí, al fin, un hombre que no le teme a la emoción”. Pues Llenos de vida está lleno de ella. “Percibí el olor de mi padre,”, nos dice, “el sudor de mi padre, el origen de mi vida. Sentí sus lágrimas ardientes, la soledad del hombre, la ternura de todos los hombres y la dolorosa belleza de la vida”. O, cuando huele un pañuelo impregnado del olor de su madre: “Y yo me eché a llorar, porque no quería ser padre, ni marido, ni siquiera hombre. Quería volver a tener seis o siete años, dormir en brazos de mi madre, y entonces me dormí y soñé con ella”. Emoción pura. Atizada por la culpa, la pena, la alegría o la confusión. Pero emoción, humana y dulce y verdadera como sólo Fante podía escribirla. Si lo que buscan en una novela es eso, en lugar de prestidigitación léxica o académica grandiosidad, en ningún lugar serán más felices que abrazados a John. Qué digo, a Dios.
Una sugerencia
Aunque Fante era incapaz de emitir polución literaria y todas sus novelas merecen ser leídas, los neófitos deberían empezar con la Tetralogía Bandini (o Cuarteto Bandini: suena más a banda, y menos a geometría). Uno se enamora del protagonista Arturo Bandini como se enamoró de Holden Caulfield, con la misma ternura y preocupación. ¡Oh, Arturo! Bocazas misantrópico, gran freak social, con tus bombásticos monólogos interiores y sanísima locura. Arturo, un joven que actúa a veces como un septuagenario gruñón (a lo Robert Crumb), a veces como un niño triste. Arturo Bandini, outsider muerto de hambre, angry young man desencajado por el deseo y el ansia de triunfar como escritor; una de las grandes creaciones literarias del siglo XX.
Una influencia
Por mucho que algunas eminencias gaga insistan en lo sacro de la originalidad, lo cierto es que todos los escritores reciben influencias de otros y que, como dice Jonathan Lethem, la invención no consiste en crear algo de la nada sino a partir del caos. Y Pregúntale al polvo se parece mucho a Hambre, la novela de 1890 del escritor noruego Knut Hamsun. Ambas tienen una sensibilidad parecida, un marco similar (escritor tísico stalkea a señorita) y ambos protagonistas una misma tendencia al autoengrandecimiento ridículo y la metedura de pata (con consiguiente tortura mental). Esta influencia no era para Fante algo a esconder sino todo lo contrario, y Bukowski -honorablemente- continuaría la tradición citando a Fante cada vez que abría la boca.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 10 de septiembre de 2008)