25 de gen. 2008

Hecho en México


Cinco escritores mexicanos no contagiados del entusiasmo general, outsiders con un pie en lo subterráneo y el otro en lo mayoritario, novelistas esquizofrénicos con ADN de México pero lecturas gringas.

Esto no es un manual de literatura mexicana, porque manual no hay más que uno, y ya lo ha escrito la novelista catalana Lolita Bosch, y se llama Hecho en México (Mondadori, 2007). En él se mezclan vivos y muertos, simpáticos y cabrones, chilangos y satelucos, ancianos clásicos y jóvenes punks, se mezclan muchos escritores mexicanos, pero no todos. Pues la Bosch –que, por mucho que lo niegue, es la embajadora de lo mexicano en nuestro país- ya lo anuncia en la contraportada: “Este libro no es un panorama ni un intento por reunir lo mejor de México. Este libro no lo incluye todo porque-las-antologías-son-inevitablemente-subjetivas. Este libro no quiere ofender a los que no están –e incluso a muchos los echa de menos (...) Este libro, si yo fuera mayor, se llamaría biblioteca personal”. En el presente artículo, pues, celebramos la biblioteca personal de la recopiladora. Incluso nos tomamos la libertad de añadir algún nombre más.
Esto tampoco es un panegírico de la mexicanidad, aunque haya ganas. México es, sin duda, el lugar más extraño y fascinante del planeta. El pedazo de tierra donde se unen de una manera más celebrable la tradición, lo kitsch, la modernidad, la alta cultura, la baja, lo bizarro, la belleza más alta, la feura más extrema. México es una novela; el país más literario que existe, no tanto por la cantidad de escritores que hay sino porque su realidad e historia parecen extraídos de las fantasías de un novelista con delirium tremens. Como sucede a veces con la narrativa, las partes de México que parecen inventadas son las más reales. Como el toloache, la hierba de la sumisión, una raíz que provoca en el que la toma un enamoramiento salvaje en que toda voluntad queda aniquilada. O el pulque, esa bebida alcohólica y casi hipnótica que se fabrica a base de fermentar el jugo del Magüey, y que por la dificultad que entraña su preservación y embotellamiento no se conoce en ningún otro lugar de La Tierra. Y la música. Y la comida. Joroba, incluso los perros son extraños en México. ¿Han visto alguna vez un xoloescuintle? Parece un roedor loco del espacio exterior. Y eso sin hablar del Distrito Federal, la mayor ciudad del planeta, un lugar tan caótico y abrumador que uno sólo puede preguntarse cómo no se desencadena el Apocalipsis urbano día tras día. Pero no. Milagrosamente, extrañamente, el DF sigue funcionando, de una manera surrealista, inconcebible en otros lares, inconfundiblemente mexicana.

Uno, por estas cosas y por otras, se enamora de México de inmediato. ¿Recuerdan lo que dicen los irlandeses? ¿Que en el mundo hay dos clases de personas, los que son irlandeses y los que desearían serlo?
Pues no es cierto. Son mexicanos. Lo mejor que uno puede ser en esta vida es mexicano. Y si se tiene la mala suerte de no haber nacido allí, hay que convertirse en fan fatal de la mexicanidad.
Así pues, esto son cinco tiros, cinco tragos, cinco puntos que aparecen al aplicar una lupa al mapa literario de México, como la primera página de un Astérix. En este artículo seleccionamos a cinco escritores mexicanos actuales que no pertenecen a una generación, pero quizás deberían. Los hemos unido en un grupo por callejeros, por subterráneos, por su deje pop y por su mueca de asco en la cara de la tradición literaria. Será, al igual que sucede en el libro Hecho en México, una selección subjetiva. Dos de ellos (Julián Herbert y José Eugenio Sánchez) compartieron páginas de Hecho en México con el insurrecto Manuel Maples Arce o el grupo norteño Los Tigres del Norte. Los tres restantes -Guillermo Fadanelli, Juan Manuel Servín y Rafa Saavedra- escaparon a aquella selección para caer en ésta. Los cinco se autodenominan islas, dicen estar separados entre ellos, niegan pertenencias y caminan solos. No son un movimiento literario como lo fueron los estridentistas de los años 20, con sus melenas, su “pasión ilógica” (Bosch dixit) y su revuelta poética. No, estos cinco son un puñado de autodidactas sin nombre, una Banda Sin Futuro, y a ver quién se atreve a ponerles uno, marcarlos como reses. Y sin embargo, es inevitable fundar un Supergrupo, aún sin su consentimiento. Ninguno de ellos se siente ligado a la literatura anterior, sea la de Juan Rulfo o Carlos Monsiváis, ninguno transita por los cauces de lo convencional. Tal vez estos cinco sean estridentistas celulares de hoy. Microbios que corroen por libre la tradición mexicana, sin hacer corro, eficaces francotiradores, saboteadores discretos, anónimos, finalmente inmunizados contra vacunas.

COMUNIDADES DE MADRIGUERA

Como en un juego de encontrar las diferencias, pero al revés, hemos buscado los rasgos comunes de los cinco autores mexicanos seleccionados. Tras sus diferencias externas hemos encontrado, como preveíamos, un parecido orden molecular. Similitudes razonables.

Ni canon ni tradición.
Ni perro que les ladre. Se han saltado el canon como si fuese un plinton. Estos son mexicanos sin folklore, ramas podadas del gran arbol de la literatura nacional, colas de lagartija que bailan un pogo tras su cercenación. Vivos sin permiso.
JM Servín: “No me siento parte de ninguna tradición, ni siquiera me interesa pensar en ello porque no identifico dónde podría estar su aporte en mi formación como escritor. Mis guías parten de una búsqueda personal completamente anárquica y desinteresada en la glorificación del canon.”.
Rafa Saavedra: “Soy tijuanense -por definición, un bárbaro del norte-, y eso es ya estar en contra de la tradición cultural mexicana. Aunque quiera escapar hay ciertos elementos que son omnipresentes e inevitables, así que simplemente he aprendido a seleccionar los que más me apetece explorar y hago un mix con los referentes ajenos a ella.”
Guillermo Fadanelli: “Formar parte de una tradición es como ingresar en el ejército, y eso no lo haré por mi propio pie”.
Julián Herbert: “No me siento parte de una tradición representada por Carlos Fuentes, Juan Rulfo u Octavio Paz (...) Me siento parte de una tradición que mira hacia otro lado, hacia cualquier lado que no sea su propio ombligo o el ombligo de Occidente”.

Libros sí, pop también
Sus influencias son literarias y extraliterarias. Ésta es una generación nacida al amparo de las canciones pop de tres minutos, el punk rock, el cine americano, los videos, el hip hop, las revistas musicales, los fanzines y las series de TV. Ese universo les ha dado de mamar.
José Eugenio Sánchez: “Mi formación básicamente proviene de la música, el cine, la pintura, la danza, las revistas, las matemáticas, el álgebra, los viajes y las listas de supermercado. Soy fan del concepto musical del r´n´r y de los géneros subsecuentes y antagónicos que suceden en el mismo momento (jazz, soul, disco, rap, etc). Creo en la obra literaria como canción pop de cuatro estribillos y un coro”.
Rafa Saavedra: “Llegué tarde a la “Literatura” como para que me influyera gran cosa. ¿Influencias extraliterarias? Tijuana y su vida nocturna, la cultura pop, la Movida Madrileña (Aviador Dro, Décima Víctima, Derribos Arias), los cómics de Fantomás, internet life, Viva Familia, el punk 77, la prensa musical, la música electrónica y la cultura de club, Morrisey, el noise pop, The Simpsons, el cine juvenil de los ‘70...”
Por su parte, Herbert menciona tanto a la actriz porno Lanny Barbie, The Smiths y Tarantino como a Coleridge o Steiner. Lo mismo con Servín, que va de Melville, Celine, Steinbeck y Jack London a “los situacionistas, la nota roja y el amarillismo, el funk, el punk y el hip hop”. Fadanelli, místico, aduce que “las influencias no pueden precisarse ni mucho menos dominarse, las piernas de la vecina o la carta de un amigo pueden influirte de manera tan intensa como la lectura de un libro”.

¿Quién le teme al inglés feroz?
Nadie. Los cinco escritores aquí expuestos no tienen complejos respecto al universo anglófono. Algunos viven geográficamente más cercanos a Los Angeles que al DF. Todos han devorado literatura gringa.
JM Servín: “Me abandono a la literatura gringa gustoso, sin mapa ni ruta. Estoy convencido de que es la más importante y vital del siglo XX y creo que para muchos escritores mexicanos de mi generación su influencia es decisiva”.
José Eugenio Sánchez: “He vivido la mayor parte de mi vida a una hora por carretera de Estados Unidos, pronuncio palabras en inglés desde niño, la televisión que he visto es americana con lenguaje doblado (...) Siento que mi poesía tiene más afinidad con la de Sam Sheppard que con la de Jaime Sabines, quizá porque Sheppard vive a 150 kilómetros de mi casa y Sabines a 3000”
Guillermo Fadanelli: “Lo mejor de los Estados Unidos son sus artistas y escritores. Ellos sí que han creado una tradición, empresa difícil en el país de la sonrisa perfecta y la barbarie civil y tecnológica. Desde Fitzgerald hasta Mailer, desde John dos Passos hasta Roth y la literatura sureña incluyendo a Carver y a los impresentables como Fante o Bukowski, todos ellos me han hecho la vida menos difícil”.
Rafa Saavedra: “Tuve una adolescencia hiperamericanizada y al vivir a tope la condición fronteriza comparto más referentes con alguien de California que con una persona del interior de México”.
Julián Herbert: “Un escritor mexicano abandonado a la literatura gringa es como un esquizofrénico que toma puntualmente sus medicamentos: tenemos una academia sofocante, un respeto pueril a la tradición nacional y, por el tercer flanco, un insistente tic de imitar a Robert Musil o Ernst Jünger. No está de más un poquito de Woodstock para contrarrestar tantos campos Elíseos”.

Hijos de la contracultura, primos del underground
Los virus que les infectaron eran contraculturales, pero sin hippismo. Padres putativos fueron los beats, pero sin reverencias. Estos cinco viven con un pie en el subsuelo y el otro en la superficie. Todos ven la marginalidad como un subproducto, nunca como un fin. Pero a la vez, como afirma Fadanelli, los cinco son “auténticos, es decir honrados. No corren tras el reconocimiento ni están en las jodidas cenas de los escritores de mundo”.
José Eugenio Sánchez: “Aunque he sido contestatario, irreverente, inadaptado, utilizo formas no tradicionales para interpretar mis poemas, y mis libros no se venden en racimos, no me siento underground. It´s hard to be hard. Creo que me encasillaría como un underclown”.
Guillermo Fadanelli: “Como los espías en las novelas de Vonnegut, sufro de esquizofrenia. Se me conoce en la cultura subterránea mexicana por libros como Terlenka, Barracuda, Para ella todo suena a Frank Pourcel, por mis videos y también por la editorial y revista Moho. En contraparte he publicado mis libros recientes en Anagrama, por lo que soy ligeramente conocido más allá de la madriguera”.
Rafa Saavedra: “La literatura underground es, desde hace mucho tiempo, más una etiqueta en el mercado editorial que una propuesta de contenido y forma. Lo mainstream es también otro nicho cómodo y conformista que dura lo que debe durar el sabor del mes. Ni uno ni otro me atrae.”.
Julián Herbert: “No, no soy underground (tampoco lo contrario: en un país donde los escritores emigran a los grandes centros culturales en busca de reconocimiento, yo decidí quedarme en mi pueblo). Me interesa, eso sí, producir una literatura que no sea complaciente; ni conmigo ni con el lector. Dicho de otro modo, creo que no estoy completamente separado del mainstream, pero tampoco estoy buscando aceptación o popularidad: mi chica me trata como a un ídolo pop, y eso me basta”.

EL FICHERO DE LOS CINCO

Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963) es el fundador del fanzine y la editorial Moho, además de novelista y cuentista y fabulador del underground. Anagrama le ha publicado en nuestro país las novelas La otra cara de Rock Hudson (2004), Educar a los topos (2006), Malacara (2007) y la colección de cuentos Compraré un rifle (2004). Se define como “un solitario, una isla, un escritor sin patria que no está limitado a fronteras precisas. Soy consciente de que se trata de una utopía, pero la orfandad es el único proyecto digno al que uno puede entregarse en estos días”. Fadanelli es un tipo muy alto y tiene manos de guante de béisbol y es ex-boxeador, o sea que cuidado con él.
José Eugenio Sánchez (Guadalajara, 1965) es poeta, performancero y recitador con bailarinas. Autor de dos libros de poemas, Physical graffiti (Visor 1998) y La felicidad es una pistola caliente (Visor 2004). Lleva el cabello largo y le gusta David Sylvian más de lo recomendable. Una frase memorable suya es: “Algunos escritores escriben como si nunca se la hubiesen chupado”. De su estilo, dice: “He adquirido algo de habilidad de la tergiversación, el chantaje, el vericueto linguístico y otras características del mexicano como el malinchismo, y los he usado para conformar el lenguaje que uso”. Su próximo libro en Lumen se llamará Galaxy Limited Café.
Julián Herbert (Tijuana, 1967) es novelista y poeta, además de cantante en el grupo de funk-rock Madrastras y aficionado al nudismo espontáneo. En su haber están la novela Un mundo infiel (Joaquín Mortiz, 2004) y la colección de cuentos Cocaína (manual de usuario) (Almuzara, 2006), ganadora del V Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola. De su amigo José Eugenio Sánchez, dice que “ambos somos norteños, vivimos en ciudades vecinas, nos conocemos desde hace unos 18 años y, a pesar de su peinado y el hecho de que últimamente gruñe más de lo que platica, lo considero mi bróder”.
Juan Manuel Servín (Ciudad de México, 1962) es periodista gonzo, cronista del hombre común y novelista bukowskiano. Ha escrito, entre otras cosas, Cuartos para gente sola (Planeta, 2004), definida por algunos como predecesora del filme Amores perros y que daba comienzo con la insuperable cita del Doctor húngaro Felipe Ignacio Semmelweiss: “Todavía me faltan algunos odios. Tengo la certeza que existen”. También son suyos Por amor al dólar (Planeta, 2006), crónica de su estancia en los Estados Unidos como trabajador ilegal, y Al final del vacío (Random House Mondadori, 2007).
Rafa Saavedra (Tijuana, 1967) alias Rafa Dro es escritor, fanzinero, bloguero empedernido, conductor de programas radiofónicos, enciclopedia andante de pop, catedrático y periodista musical. Se conoce al dedillo cualquier grupo español del periodo 81-89. Ha visto a The Smiths en directo unas tres veces, y ha escrito tres libros de relatos: Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio (La Espina Dorsal, 1996), Buten Smileys (Yoremito, 1997) y Lejos del Noise (Moho, 2003).


Kiko Amat


(Artículo publicado originalmente en el suplemento EP3 de El País del 11 de enero de 2008)

17 de gen. 2008

Wes Anderson es Dios


Viaje a Darjeeling La nueva película de Wes Anderson vuelve a explorar magníficamente los vínculos de sangre y el peso del pasado.

Y tras ver Viaje a Darjeeling les vamos a decir por qué es Dios:

1) Su estilo es inmortal: Y los temas también. En efecto, Wes Anderson es repetitivo, pero de una manera buena. Que siempre haga “la misma película” -el Arma Arrojadiza #1 de sus detractores- es, en nuestro mundo, una virtud. Anderson ama el contexto, una de las cosas más altas que alguien puede amar. Afirma que le gusta seguir “una línea de razonamiento” y que los personajes de Academia Rushmore (1998) podrían aparecer en medio de Vida acuática (2004) y no sentirse desplazados. Pues hay dos tipos de escritores/directores/artistas: aquellos para los que todo debe encajar en una visión inclusiva, y aquellos para los que no; Wes Anderson es un cineasta de los primeros. Viaje a Darjeeling habla otra vez de círculos familiares quebrados, de hombres dañados intentando arreglar los tropiezos del pasado, de adultos sensibles buscando la aprobación de una figura paterna. Y está hecha con tics y ritmo in-con-fun-di-ble-men-te Anderson. Y, encima, empieza con un corto. Las películas con corto son buenas; es la ley.

2) Es cool: De esa manera en que se es cool cuando uno no busca serlo. Cool de nacimiento, de ADN, que no se consigue ni con asesores de imagen ni hurgando en directrices prefabricadas. Wes Anderson es cool porque les gustan las cosas adecuadas y es aplaudido por la gente adecuada, que diría Tibor Fischer. Porque pudiendo escoger la papilla y lo soez, escogió lo chulo. Anderson es cool como lo eran Serge Gainsbourg, Coltrane o John Osborne. Casi sin querer.

3) Ésta es su vida: Anderson habla mucho de él mismo, y extrae gran parte de su material de la realidad. “La mayoría de cosas que suceden ante la cámara las descubrimos allí mismo”, ha declarado de Darjeeling. Esto es cine-como-vida a lo Warner Herzog. Esto es entregarse a la aventura de filmar con el ansia lúdica de un niño. Esto es grande.

4) El Guionazo: Viaje a Darjeeling es la historia de tres hermanos -Francis, Peter y Jack Whitman: Owen Wilson, Adrien Brody y Jason Schwartzman- que, tras la muerte de su padre, se lanzan a un viaje de autoconocimiento por la India. En tren. Magullados emocionalmente, cargados de maletas metafóricas y reales, trufados de greuges y recuerdos, los hermanos se enfrentan a lo que se pone en su camino con el alma coja y los estómagos llenos de calmantes sin receta. Los diálogos son para repetir ad eternum, como gags de Bill Hicks; si ven suficientes películas de Wes Anderson no tendrán que utilizar frases propias nunca más. Están todas allí, en serio.

5) La risa, la emoción: Y ni la primera es chusca, ni la segunda es cursi. Viaje a Darjeeeling logra ser emotiva y dulce sin revolvernos el estómago con truquitos de Sam Mendes. Y, a la vez, hace reír.

6) El paraíso del nerd: Se les van a caer las pupilas de tanto buscar bromas privadas. Si antes pillaron lo de la anguila Hermès (por los fulares), el barco Belafonte (por el Calypso de Cousteau), las mil referencias a Charlie Brown en Academia Rushmore, etc., en Viaje a Darjeeling les espera otro festín de autoreferencias, nombres evocadores, cameos y guiños. Feliz caza, geeks.

7) Amigos-enemigos: ¿Recuerdan el “Si no te gusta esta película no me quieres; porque esta película soy yo, yo soy esta película” del The disappointment artist, de Jonathan lethem? Pues con Wes Anderson es así. Si a alguno de sus amigos no le gusta Viaje a Darjeeling, no es amigo suyo. Si su novio no entiende por qué es usted fan, corte con él. Es así de simple. Porque el Apocalipsis será una escatológica lucha fraticida entre aquellos a los que nos gusta Wes Anderson y aquellos a los que no. Dos formas irreconciliables de ver el arte. Tomen partido AHORA.

8) Casting: En los filmes de Anderson sólo salen actores buenos e idiosincrásicos. O sea, Bill Murray. Gene Hackman. Los Wilson-Brody-Schwartzman de ésta. Y siempre hay sorpresas. En Darjeeling es la debutante angloindia Amara Karan. Amara: Acepta nuestro amor, te lo suplico.

9) Kumar Pallana: Sí, “Pagoda” vuelve a salir aquí. Los fans ya saben de qué hablo.

10) La banda sonora: He dejado esto para el 10, pero es vital. Wes Anderson, ya lo habrán leído por ahí, es un esnop, un conocedor de discos gloriosos. Si en Academia Rushmore vieron los créditos de inicio a ritmo de los modsters The Creation (“Kang-kang-ka-ka-kang: ¡Making tiiiiiime!”), secaron lagrimilla con Nico en Los Tenembaums (2001), escucharon el “Rebel rebel” de Bowie en brasileño en Vida Acuática, aquí tienen más material: el “Where do you go my lovely” del angloindio Peter Sarsted, Satyajit Ray, Debussy, The Kinks y el “Play with fire” de los Stones, entre otros. Van a disfrutar Viaje a Darjeeling incluso privados de visión. Y eso no puede decirse de cualquier película.
Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 16 de enero de 2008)

Con las botas puestas




This is England El nuevo filme del británico Shane Meadows relata la historia de un gang de skinheads en la gris Inglaterra de los 80

Cómo molaban los ochenta. Cuando íbamos con aquellas hombreras, y llevábamos coleta, y bailábamos Mecano y el Like a Virgin y fuimos al estreno de Nueve semanas y media y todos queríamos ser yuppies o diseñadores o Don Johnson. Oh, sí, cómo molaban “los ochenta más esplendorosos”, como los describieron en el programa aquel de TV3, Els 80’s. Pero, un momento: ¿Íbamos? ¿Llevábamos? ¿De quién narices son estos ochenta? Míos no, se lo aseguro. Esto es un secuestro, señores, y ahora la memoria de la década está en manos de unos cuantos seres que sí hacían todas las necedades descritas un poco más arriba. Esa generalización me sulfura, igual que a Nanni Moretti en Caro Diario, ¿recuerdan? Cuando cuatro yuppies en una película exorcizan la desilusión con su pasado (“Gritábamos eslóganes horribles y violentos. Y mira ahora lo viejos y feos que nos hemos vuelto”) y Moretti les escupe desde su butaca: “¡Vosotros gritabais eslóganes horribles y violentos! ¡Vosotros os habéis vuelto feos! Yo gritaba los eslóganes correctos, y ahora soy un cuarentón espléndido”. La historia se la suelen llevar al zurrón los necios, y por eso conviene que de vez en cuando aparezca un liberador-con-bemoles que devuelva los recuerdos a su justo lugar. Porque en algunos ochenta no había Madonna ni Sau ni Relax, pero sí Return of Django, You’re Wondering now, The Specials y un montón de skins.


El liberador del que les hablaba se llama Shane Meadows, y su última película es This is England (2007). El director de cine inglés sufre de una sulfurosidad exacta a la que les contaba: “La mayoría de gente basa sus recuerdos”, declara en el libreto que acompaña al DVD pack de sus películas (This is Shane Meadows), “en las cosas que ve en esos programas de I love the 80’s. Pero para mí, un niño que creció en Uttoxeter, Staffordshire, fue una época de gran música, ropa increíble y una cultura juvenil vibrante que hace que todos los adolescentes de hoy parezcan poco imaginativos y aburridos en comparación”. Con This is England, Meadows está arrancando sus 80’s, su pasado, la historia de su pandilla, del secuestro innoble de los cursis.


Así, This is England va de skinheads. Oh, sí, los terribles skinheads. El coco malo, que vendrá por la noche a patearle la cara al Ratoncito Pérez. Los supuestos responsables de todo lo malo que pasa en el mundo, incluyendo huracanes y hambrunas. Antes de que se inventaran los pitbulls y el éxtasis, el cabeza de turco de todo lo que pasaba eran los skins. Para la prensa y el gobierno ingleses, siempre ávidos de cualquier demonio popular y pánico moral que utilizar de efectiva cortina de humo en momentos tensos, los skins eran el pagador-de-pato ideal: chulos, de clase obrera y propensos a soltar el ocasional guantazo. Pero, en realidad, los skins son como usted y yo cuando teníamos 17 años: Niños arrogantes, niños que no quieren ser como nadie más, niños que ansían marcar territorio e impresionar a las nenas. Un culto juvenil territorial y orgulloso derivado de los mods –digamos que eran el hermano pequeño brutote de éstos- enamorado de la música jamaicana y esa maravillosa ropa de inspiración Ivy League, masculina y regimentada y pulcra. Por supuesto, todo Cristo sabe que una parte limítrofe del culto fue captado por la ultraderecha, perdiendo de este modo la conexión con el estilo original. Como ocurre con los Jedis, hay un lado oscuro de la fuerza; pero eso no invalida a Obi-Wan y Yoda y la peña buena, ¿verdad?


El realismo de Meadows es aplaudible en grado sumo (compárenles con las fotos originales del libro de Gavin Watson, Skins), y sus skinheads son tal y como los que yo vi de joven. No son ángeles –en sus barrios uno se endurece rápido- pero tienen buen corazón, y sólo quieren reírse, defender a sus amigos, escuchar discos chulos, emborracharse, ver a su equipo ganar. Y punto. Como dice el director: “Esto va de dar la cara por colegas y creencias”. El filme relata la historia de Shaun (Thomas Gurgoose), un chaval de 12 años acercándose a la pubertad en el norte de Inglaterra en 1983: un sitio feo para hacerlo, ciertamente. Las guerra de las Malvinas está en su apogeo, hay medio millón de parados, la huelga de los mineros ha paralizado el país, Thatcher La Empaladora está en el poder y, lo que es peor, Shaun lleva pantalones de campana. El colegio entero le toma el pelo hasta que conoce a un gang de skinheads liderados por el afable Woody (Joseph Gilgun); éstos le incluyen en la panda y le regalan la confortable sensación de pertenecer, mientras Shaun desarrolla –a través de discos de ska y botas Martens- una autoestima e identidad propia abonada por el pandilleo. Las cosas se tuercen cuando aparece Combo (Stephen Graham), un antiguo miembro del grupo que ha estado en la cárcel. Tantos años recogiendo pastillas de jabón en las duchas han provocado deterioros irreversibles en la submente de Combo, que ha pasado a engrosar las filas del National Front en el papel habitual de sanguinario tarugo racista. Su erupción gangrenosa en el seno de la panda divide las filas, y Combo se convierte una suerte de figura paterna para el inocente Shaun, que ha perdido a su padre en las Falklands. Violencia, experiencia y final revelación marcarán la madurez de Shaun en esa tesitura. No les cuento más. Ah: La banda sonora es altamente molante. Pressure drop. 54-46 was my number. Do the dog.
A Shane Meadows se le compara a Ken Loach y Mike Leigh, los dos pilares del realismo social británico 70’s, y por supuesto entronca con el 60’s kitchen sink inglés de Karel Reisz y Tony Richardson, pero Meadows es mucho más brutal, y su visión es más la del insider que la del observador simpatético. La comparación adecuada, así, sería Alan Clarke (próximamente en un Reciclajes). El director dirigió The Firm (1988) -la historia de una banda de hooligans liderada por Gary Oldman- Scum (1977), un drama de revuelta carcelaria y enorme crudeza (Ray Winstone hace de líder del submundo presidiario con gran perjuicio físico ajeno) y, especialmente, Made in Britain (1982), la historia de un antisocial skinhead nazi –interpretado magistralmente por Tim Roth- que no escucha ni a funcionarios de Ayuda Social ni a su santo padre, y sólo quiere una cosa: c-a-o-s. Clarke es la inspiración reconocida de Meadows, y sólo han de añadirle algo del rocanroleo-con-hostias de Scorsese –Clarke nunca utilizaba bandas sonoras en sus filmes- para dar con la fórmula del autor de This is England. Una fórmula, se me olvidaba decirles, que el director ha utilizado con parecida fortuna en trabajos previos. Pues el avanzado Meadows, con sus 35 años, tiene ya en su haber cinco largometrajes. El más desafortunado es Once upon a time in the midlands (2002), una parodia de spaghetti western ambientado en el Nottingham actual, pero los tres restantes sí incluidos en el DVD son agudas y fidedignas miradas internas a la realidad de la working class inglesa. En algún caso son salvajes y sangrientas, como el ajuste de cuentas que es Dead Man’s Shoes (2004), en otras entrañables y tiernas, como la historia de amistad infantil que se cuenta en A room for Romeo Brass (1999), algunas relatan fielmente los sueños rotos y la esperanza truncada de esa clase obrera, como el fallido club de boxeo de Twentyfourseven (1997). Pero todas son duras, reales y en-tu-cara-te-guste-o-no: como, mismamente, los skinheads que protagonizan ahora This is England.
Kiko Amat


This is England (2007)
Shane Meadows
Film Four / Warp Films

Skins
Gavin Watson
Independent Music Press
12.99 libras

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 2 de enero de 2008)

16 de gen. 2008

Avui, Maximum Clatellot a Radio Pica


Avui a Radio Pica a les 15 33 i a les 19 43 al 98 sis de la efa ema o per les ones de fibra de vidre a www.radiopica.net podrem escoltar el programa Maximun Clatellot, segurament una cosa de molt mal gust perpetrada pel nostre amic i colaborador Roger Pelaes i no se si algú més.
Per més informació, veure flyer adjunt.

8 de gen. 2008

Un prólogo para El Cadillac

Por una G casi no acabo conociendo a Jim Dodge. Por una maldita G. Una letra puede cambiar muchas cosas y embalado, embalado, embalado como iba, casi me la paso de largo. Si se fijan, tampoco es tan grande como para verla de lejos: G.
Fue, como tantas otras referencias-flecha que uno ha acabado siguiendo y llevando a su lógica conclusión (ergo, al fagocitamiento e inclusión en el panteón privado de héroes y obsesiones), en un artículo del periodista y escritor inglés Kevin Pearce. Por desgracia he olvidado de qué hablaba originalmente aquel artículo, pero sí recuerdo que en un punto del escrito se hacía referencia al autor “Jim Dode, hijo espiritual de Richard Brautigan”. Cito de memoria, podría ser también “primo lejano de” o “mellizo separado en el parto de”; eso no es importante. Lo es –ya se habrán fijado- ese error tipográfico, sin duda culpa de las prisas y la mala edición, por el cual desapareció una G del apellido de Jim. Obviamente, siendo Richard Brautigan uno de mis autores favoritos –y por añadidura, uno al que no es fácil encontrarle familia o primos o mellizos- me precipité como un ñu en busca de los libros de Dode. Al poco tiempo me di cuenta de que Dode debía ser el autor más secretivo y out of print del mundo, pues su nombre no aparecía en ninguna parte. Intenté camuflar mi decepción con una falsa alegría por haber conocido al autor más underground de la historia (había sido borrado de ella; ¿Qué puede ser más underground?), pero no funcionó. Dode, como el Dodo, se había esfumado bartlebyanamente, ripvanwinkleanamente, del universo literario.
Hasta que un día apareció la G. Una G de estar en medio de Dodge, no de Gansta ni de Hombres G. No recuerdo como la encontré, o quizás lo he querido olvidar por la cara de burro que debí poner. Con la G llegó el primer libro de Jim Dodge y el primero que leí yo, Fup (1987), y estuvimos encantados de habernos conocido. Dodge iba a convertirse en uno de mis autores favoritos, y sus libros en perpetuos acompañantes de mi periplo en busca de pasión, alma, gozo y sabiduría (he hecho una frase Dodgeana a propósito, no crean) y sus libros también en constante regalo proselitista para amigos que a día de hoy están tan encadenados al autor como yo mismo. Y un día seremos muchos y ese día se gritará viva la revolución. Pero más de revoluciones más adelante; hay algunas, se lo aviso.

Primero, presentaciones: Jim Dodge es un autor californiano nacido en 1945. No les voy a contar su peripecia vital, ni su ristra de empleos extraños, ni su situación familiar, pero ya puedo adelantarles que Dodge va a caerles bien. Con su cara de pionero del Mayflower, su barba Amish y sus vivos ojos de jilguero, Dodge es uno de esos autores que –como sucede con Kurt Vonnegut- uno desearía conocer personalmente. Eso es algo menos habitual de lo que imaginan; personalmente puedo afirmar que no tengo (o hubiese tenido) el menor deseo de conocer a algunos de mis escritores favoritos. Como si lo viera: BS Johnson, borracho e insultándome; Bukowski intentando pegarme o tirarse a mi mujer; Brautigan en un rincón, llorando, aferrado a una botella de Whisky barato y jugueteando con un Winchester. Con Dodge es distinto. Dodge, como Vonnegut, es un hombre bueno, que no un “buen hombre” ni un pobre idiota. Una cosa es ser bueno, y la otra un maldito hippie. Dodge, como el cantante Mose Allison, es un artista que admitidamente busca comunión espiritual con su audiencia. Sus libros, como los discos del segundo, no son un sermón, ni una demostración de malabarismo, sino un intento de intercambiar emociones. El propio Dodge admitía en una entrevista reciente que “siempre he visto el escribir como un acto de colaboración con el lector, donde la imaginación se toma como el nexo del intelecto, la emoción, el cuerpo y el espíritu (o la intuición, si lo preferís). [Kenneth) Rexroth llamaba a la imaginación “el órgano de comunión”, y yo obviamente estoy de acuerdo, por tanto me siento agradecido cuando los lectores sienten algún tipo de conexión con mis esfuerzos (...) Mi papel es intentar hacer que esa transmisión se desarrolle lo más lúcida y graciosamente posible”. Les ruego se tomen estas palabras de manera literal; como sucede con el jazz, la prosa de Jim Dodge desea ansiosamente que se produzca un intercambio de almas, que se forje un vínculo íntimo entre autor (o protagonista) y lector. Esto es pasión proyectada directamente, como un show de Dexy’s Midnight Runners, y al final del foco está usted. O usted. O, mismamente, yo. Ya que estamos todos aquí, pues, cojámonos de las manos y bailemos, hombres y mujeres, alrededor de la hoguera infinita de nuestras vidas. ¡Yii-ja!
El primer libro de Jim Dodge, como les decía al principio, es Fup. Fup es una enternecedora historia de cariz rural-montañesco cuyos protagonistas son el abuelo Jake Santee –que se cree inmortal- su nieto Tiny –cuya pasión es construir cercas- y un pato con un prodigioso apetito y total incapacidad para volar, Fup (el nombre es una abreviación de Fucked-Up). Las comparaciones con Richard Brautigan vienen, como imaginan por los referentes a lo A Confederate General from Big Sur, de aquí. Fup es además un libro sobre la pasión (“They also shared their passions, which were different in kind but not in intensity”), sobre los vínculos de sangre, sobre el afecto y la pérdida, y sobre el no-ser-normal-y-que-te-dé-igual; en éste último sentido su obra también podría compararse al universo de inadaptados de Tom Spanbauer. Fup, además, habla de la obsesión, y lo hace de maneras tan insuperables como ésta: “La obsesión en cualquiera de sus formas era, por la experiencia del abuelo, totalmente traicionera; no podías nacer si no te dejabas ir primero, y muy poca gente podía desembarazarse de la obsesión”. Fup, por cierto, no está traducido a nuestro idioma (y sin embargo Martin Amis se tira una ventosidad y sale en 14 lenguas y en tapa dura, así va el mundo), o sea que ya pueden irse apuntando al First Certificate.
El segundo libro de Jim Dodge es Not fade away (1987), el que tienen en las manos, El Cadillac de Big Bopper. Pero éste luego, y con detalle. Voy a dar un salto Fossbury y me voy a plantar en el tercero, Stone Junction (1990), aquí editado como Introitus Lapidis por Alpha Decay. En él se confirman varias cosas que le llenan a uno de alborozo. La primera es, obviamente, que nos encontramos delante de uno de los mejores narradores angloamericanos de las últimas décadas. Stone Junction es divertido y rítmico a matar, sí, pero hay algo incluso mejor: Es el libro que les enlazará políticamente con el que pronto va a ser su autor favorito. Pues Jim Dodge es, como Thomas Pynchon, anarquista de los buenos y Stone Junction un panegírico de la revuelta, de la resistencia al control gubernamental, de la pasión no regulada y de las explosiones de vitalidad sin sello oficial. El protagonista es Daniel Pearse, un niño huérfano que, tras la muerte-asesinato de su madre se une a la AMO (Alianza de Magos y Forajidos); ésta es una sociedad secreta que lleva luchando contra El Poder desde el principio de la humanidad, la mano oculta que está detrás de todos los levantamientos inspiradores de la historia, hogar subterráneo de gitanos, científicos locos, místicos, cuentistas y revolucionarios. La historia es una de búsqueda y aprendizaje: Daniel irá pasando de mentor en mentor, y cada uno de ellos le educará y enseñará trucos para conseguir su meta: Ser invencible jugando a cartas, dominar todas las drogas y alucinógenos, volverse invisible, viajar en el tiempo, transformarse físicamente en quien deseen... Stone Junction tiene todo aquello que siempre han querido encontrar en una novela mágica los que, sin embargo, detestan el género de espada y brujería. En ella Jim Dodge se nos muestra como un Pynchon que no da dolor de cabeza, que sabe controlar el número de páginas y personajes. De hecho, el propio Pynchon es un gran fan de nuestro Dodge y firma el prólogo a la edición inglesa. Y dice: “Leer Stone Junction es como estar en una fiesta sin fín donde se celebra todo lo que importa de veras”. Fiesta y baile; dos símiles que siempre se utilizan al hablar de Dodge. La literatura como fiestorro exultante de gozo y amor y demencia, en lugar de mausoleo sin alma de rancios charlatanes desapasionados.
Stone Junction tampoco está traducido en la península ibérica. No me digan ahora que esto les sorprende.

Todo esto nos lleva al fin a Not fade away. Uno de mis libros favoritos, y uno de los mejores libros de la historia, y la mejor película no filmada de la galaxia. Not fade away es, de hecho, tantas cosas a la vez, que uno no sabe cómo empezar. Realmente, todo lo importante del espíritu humano está allí: Música, amor, redención, culpa, peregrinaje y alta velocidad. La novela se centra, como se nos repite constantemente a lo largo de la narración, en un regalo, “un regalo no entregado, un regalo sentido y absurdo destinado a celebrar la música y las posibilidades del amor humano”. Un viaje –una peregrinación, para ser exactos- en Cadillac cuyo fin es entregar un regalo nunca entregado. El libro, por ello, tiene algo de espiritualidad y sentido de “el trayecto es más importante que el final” propio de la generación Beat, pero también comparte el humor dulce de los mencionados Brautigan o Vonnegut. Algunos incluso, tomando su estructura carreteresca y la querencia del protagonista por los estimulantes potentes, la han comparado a Miedo y asco en Las Vegas. Dodge, sin embargo, disiente; afirma que los protagonistas de la obra de Hunter S. Thompson tienden a descargar su ira sobre la gente más desprotegida que encuentran (porteros, sirvientas, camareras...), y que ese chuleo psíquico desmerece una gran novela. En efecto, Miedo y asco... es una novela moralmente mala. Mala para el hombre, quiero decir. Not fade away, al contrario, y pese a utilizar algunos parecidos parámetros estilísticos y de trama, está llena de vida, bondad, temores, dulzura y romanticismo. Dodge, ya lo he dicho, es un hombre bueno. Cree en la redención y en la posibilidad de limpiarse fundamentalmente, sin moralismo ni santurronismo hipócrita, sino a través del exceso, la pasión desencadenada, el baile y el amor más furibundo y sincero.
Otro tema esencial del libro es el romanticismo, la causa perdida, el acto magníficamente inútil. “Me inclino ante lo romántico del gesto”, dice un personaje al conocer el propósito del viaje de George Gastin. “Yo era un caso grave de romanticismo”, confiesa el protagonista al presentarse. Otro personaje añade más adelante: “El romanticismo es un impulso peligroso, que se confunde fácilmente con el sentimentalismo más patético, y que sin embargo es maravillosamente capaz de una magnificencia soportada e iluminada no sólo por la simple resistencia, sino por una alegría tan elemental que de buena gana se arriesga a la monumental estupidez de su probable fracaso” (las cursivas son mías). Alegría elemental. Eso es Not fade away. La alegría del corazón romántico que se niega a ser derrotado por el gris, la realidad, la pobreza de espíritu y la corrupción moral, la bancarrota espiritual, de la sociedad capitalista. Como sucede en la mitología temática del country blues y el soul (y más tarde, del hip hop), Not fade away es un canto a la resistencia del alma humana. Es un NO a la derrota y un SÍ a la compasión y la testarudez del amor, incluso no correspondido. “Me reía lleno de simpatía”, dice el protagonista tras una visión lisérgica, “por encontrarnos los dos, pequeños, desnudos y casi indefensos, atrapados en aquel torbellino de fuerzas que no éramos capaces de controlar. Era la risa de la compasión sincera, de la auténtica celebración de la espléndida y absurda tenacidad que nos mantiene en pie, a pesar de los golpes”. Not fade away brinda por el cuerpo, el sexo, la empatía y la amistad eterna. Es, y quítenle aquí el cliché semi-cristiano que arrastra la expresión, un canto al estar vivo. No de “Viva la gente”, pero sí de “Viva la madre que nos parió”.
Eso me recuerda que no les he presentado al bueno de George, ni tampoco les he hablado del argumento de Not fade away, y -¿saben?- creo que no voy a hacerlo. Uno de los placeres de la lectura está en la sorpresa, y me jorobaría adoptar el papel de esos trailers irritantes de hoy en día en que se nos cuenta (convenientemente abreviada) toda la maldita trama. Todos los sustos. Todos los besos. Solo les diré que con la epopeya de George Gastin, El Fantasma, camionero gratuito y –tal vez- señor loco, se lo van a pasar tan bien, van a gozar de una forma tan vivida y extrema, que les envidio con cada célula de mi cuerpecito. Jamás olvidaré mi primera lectura de Not fade away; ahora llevo cinco de ellas y, aunque la calidad de la obra se mantiene intacta, ya no es lo mismo. El misterio de la primera vez, como en el sexo o las drogas o el pop, es irrecuperable.

Así, quedan tan solo por recalcar dos elementos esenciales de Not fade away que aún no les he apuntado, y que creo que deben tener bien en cuenta.
Uno es el rock’n’roll o, mejor, la música. Ésta hace la función de hilo conductor de la trama: Desde el amor inicial al jazz, hasta la decisión de la ofrenda a los tres músicos fallecidos en aquel famoso accidente de aviación (el Big Bopper, Buddy Holly y Ritchie Valens), pasando por el constante pinchaje de singles de R’n’R a 45 rpm con el que George ameniza y acelera su periplo. “Era triste, pero en la música había una alegría invencible que demostraba que la tristeza se puede compensar, si no derrotar”, nos dice El Fantasma en un punto del libro. Y la que es mi cita favorita del libro, desde el primer día: “Sería una tontería decir que la música me salvó o curó, pero en mi rutina diaria de baños calientes, abrir latas de cerveza y comida, lo que más me sostenía era la música: no porque me ofreciese salvación (eso no hay nadie que te lo solucione) sino por el consuelo que me daban sus promesas, su chispa de vida, su salvaje y poderoso arco sináptico que enlazaba espíritu, mente y carne”. Toda la historia de George Gastin está puntuada, contada, con canciones, atizada con la gasolina de su melodía y frenesí: “Chantilly Lace” del Big Bopper, “Tutti Frutti” de Little Richard, “Great balls of fire” de Jerry Lee Lewis, “Donna” de Ritchie Valens, incluso “Like a rolling stone” de Dylan. Y, claro, “Not fade away” de Buddy Holly. Pueden imaginarse porqué pues es tan importante esta obra para el lector en castellano: educado en una tradición literaria donde el R’n’R no entra ni a puñetazos, hambriento de ritmo y bop y duduá y fiero baile, dicho lector debería acoger a Jim Dodge como El Salvador. El verdadero portavoz místico de La Iglesia Luminosa del Rock y el Gospel de la Sagrada Liberación, como diría el personaje Arrebatos Johnson. Y Amen, caramba, de una vez por todas.
El segundo elemento esencial son las drogas. Los abogados de El Aleph me recomiendan que no sea demasiado explícito al hablar del tema, así que solo querría mencionar que si este libro va a un ritmo, es al ritmo de la anfetamina. 1000 tabletas de ritmo, de hecho, que unos dealers le pasan a nuestro George justo antes de iniciar la peregrinación. Ese ritmo maníaco, imparable, lúcido y cortante como patines sobre hielo, focalizado y obsesivo como las mejores locuras, un impulso, un orgasmo perpetuamente aplazado, un empujón que le saca punta a la mente y hace que ardan los zapatos y las lenguas, ese contrato de velocidad que puede a la vez inspirar y destruir. Kacy declara en un momento de la novela que el speed hace “agujeros en el alma”, pero podría decirse también que primero te recuerda –a empellones- que tienes una. Y que tu deuda con ella es ir a toda leche, beberlo todo, hablar de todo y entenderlo todo, el tiempo pasa, pasa, pero de speed vas más rápido que él, y le haces muecas y butifarras al mundo y al paso de los días mientras bailas-hablas-bailas y luego hablas-piensas-bailas y pulverizas chicle y comprendes el sentido de todo, y los cobardes teorizan desde sus despachos, y otros timoratos miran desde la barrera, y mientras tanto nosotros bailando, bailando, bailando acelerados como si el mundo fuese a terminar mañana.

Not fade away es, en suma y por todo lo anteriormente mencionado, una locura, y en cierta forma otro de los temas centrales serían las grandes demencias que se desatan por pasión y amor, por honor, por dignidad. O sea, que tenemos una locura, pero no es una locura cualquiera:

“Yo tenía los documentos y la carta. John estaba impresionado.
- Pero George, parece que te estás volviendo sensato en medio de tu locura.
- Me lo tomaré como un cumplido.
John se encogió de hombros.
- Bueno, al menos es una locura grandiosa”.

Una locura grandiosa, en efecto.
Ahora debo y quiero dejarles con Not fade away. Que alguien saque el vino y la cerveza. Que alguien conecte el tocadiscos y empiece a pinchar discos con alma y estómago y dolor y gozo. Que dé inicio el incendio de nuestro enamoramiento. Jim Dodge les está invitando a que celebren el puto milagro de respirar y tener ojos que ven las cosas hermosas y grandes que hemos visto, y tener piernas que responden al ritmo glorioso de la música, al golpear divino del rock’n’roll y el soul y el gospel. Les han invitado a una fiesta que nunca va a terminar, y entran en ella por primera vez, regalos en las manos y sed y ganas de besarse y ver amanecer. La envidia que les tengo, no la quieran saber.
Kiko Amat, junio de 2007

(Prólogo para la edición española de Not Fade Away, aquí traducido como El Cadillac de Big Bopper (El Aleph, 2007).

4 de gen. 2008

Amnèsia i set Hungry Beat 21/XII/07

Els discos punxats per Hungry Beat a la despedida de l'Espai Jove de l'Eixample del 21 de desembre del 2007. Ha estat el cop que més mails s'han creuat intentant esbrinar quines últimes cançons va punxar cadascú: Els Birds els vas punxar tu o jo? Aquella no la vas acabar posant. El disco aquest et va caure a terra molt abans d'arribar sa i estalvi al plat. Tu, directament, no vas punxar; ho has somiat.
El malson del punxadiscos dipsòman.
Els dos últims temes de cada punxador son deduïts, vagament recordats, xivats. Ningú recorda la última hora. Tots ballavem. Falling and laughing.
Pero creiem que devia ser més o menys així.

Jose
ESQUELETOS: SOLO NECESITO UN POCO DE DIVERSION
PANTANO BOAS: DERRAMA TU AMOR
POLECATS: MAKE A CIRCUIT WITH ME
CRAMPS: BIKINI GIRLS WITH MACHINE GUNS
ERAZERHEAD: ROCK'N'ROLL ZOMBIE
BLACKTOP: HERE I AM
DICTATORS: WHO WILL SAVE ROCK'N'ROLL?
GUANA BATZ: THE CAVE
LOS BICHOS: ANITA LATIGAZO
LEGENDARY STARDUST COWBOY: RELAXATION
DEAD KENNEDYS: TOO DRUNK TO FUCK
REAL KIDS: ALL KINDSA GIRLS
STING-RAYS: COME ON KID
'68 COMEBACK: WHISTLE BAIT
GIRL TROUBLE: SISTER MARY MOTORCYCLE
HOLLYWOOD BRATS: SICK ON YOU

Uri
THE CREATION How does it feel to feel
MICHEL POLNAREFF La mouche (que se me acaba de caer al suelo, por cierto)
THE GAME It's shocking what they call me
TOMORROW Revolution (my white bicycle?)
ARCWELDER Remember to forget
THE PLIMSOULS I'll get lucky
SALVATION ARMY Happen happened
R.E.M. Gardening at night
THE HAUNTED 1-2-5
THE SQUIRES Going all the way
THE DB's Living a lie
SNUFF Look mum there's vikings on the tundra again
BIFF BANG POW She's got diamonds in her hair
The ACTION I'll keep on holding on
The BIRDS Leaving here

Jordi "DJ Castañazo" Geli
P.I.L. - Public Image
Blues Magoos - Pipe dream
Zombies - What more can I do
Drifters - You gotta pay your dues
Crabby Appleton - Try

Miguel
TERRY CUATRO – Chiripitifragiliboom
RUBETTES – I can do it
LITTLE NELL – Do the swim
DOLLY MIXTURE – Everything and more
STRAWBERRY STORY – Freight train
FAT TULIPS – Rainbow Sky
COMET GAIN – The Kids at the Club
PARAISO – Makoki
PARÁLISIS PERMANENTE – Un día en Texas
CÓDIGO NEURÓTICO – Las Malvinas
THE GODFATHERS - I want everything
RAZORCUTS – Sorry to embarrass you
THE THREE O’CLOCK – With a Cantaloupe girlfriend
THE LONG RYDERS – 10-5-60
LOS INTERROGANTES – Extraña sensación
DINOSAUR JR – The Wagon
THE SOUP DRAGONS – Hang-Ten!
SHANGRI-LAS – Remember (Walking in the sand)

Kiko Amat
BUZZ & THE FLYERS Go cat wild
IRMA THOMAS Breakaway
DEE WALKER Jump back!
THE GO-GO'S How much more
BETTY EVERETT I can't hear you
THE FLESHTONES Hexbreaker
EVIE SANDS Take me for a little while
THE CICHLIDS Did you ever
THE SHANGRI-LAS Give him a great big kiss
THE GO-BETWEENS Little Joe
THE WHO See my way
THE DEVIL DOGS Get in line
THESE ANIMAL MEN This is the sound of youth (7" version)
BOBBY PATTERSON Everything good to you (don't have to be good for you)