29 de maig 2008

Pop y circo (o La era de los festivales)

Yo sólo quería ir a bailar un rocanrol a la plaza del pueblo. ¿Era eso tanto pedir? Qué tristeza cuando me dijeron que eso ya no existía, y la plaza se llamaba Entorno Movistar. Me dijeron que ahora era la época del Festival. ¿Festival?, les dije yo. Suena divertido, les dije. Sólo que al poco me di cuenta de que no lo era.
El Festival Musical es la corporativización definitiva de la antigua Fiesta Mayor. Es la sublimación máxima de la idea de la música como máquina productora de dinero, en su manifestación física más nuremberguiana. Es el triunfo de la voluntad, sólo que es exclusivamente la voluntad de unos cuantos empresarios. Y, como tal, da miedo.
Miren ustedes qué excentricidad maoísta la mía, creo que los ayuntamientos están obligados a invertir en oferta cultural sin buscar réditos. En lugar de ello, y continuando con la tendencia a la privatización de la vida que lleva el país, han pasado la patata de los festejos a las corporaciones. La consigna es: Nada Gratis; y, desde luego, la música tampoco. Lo de bailar sin pagar es una cosa de anarquista loco de la Edad Media, algo totalmente passé. Sant Pere no volverá a cantar si usted no paga.

Eso sí, para que usted amortice el draconiano ticket, la organización del festival apretujará en una velada a la mayor cantidad posible de bandas. Es la concepción del Buffet Libre, aplicada al pop: el supersize me, la gratificación sin mesura, el atracón. Pero la ecuación “Si ver a 1 grupo mola, ver a 750 seguidos molará 750 veces más” no computa. En un Festival uno ve mucho pero no ve nada, y sale de allí con una amarga sensación de bulimia sonora.

Hay otros factores discutibles. Los obscenos cachés que se pagan a los artistas extranjeros (150.000 euros, por ejemplo, piden Arcade Fire), algo únicamente español, herencia clara de la cultura del pelotazo. Como admiten los propios directores de festivales, esta tendencia puede terminar con los conciertos en salas; nadie se planteará tocar en seis ciudades si cantando hora y media en un festival cobra ese pastón. Para los que sí lo harían, hay una sorpresa reservada: Los contratos de exclusividad. El grupo tiene que comprometerse a no tocar en tres meses en el área urbana del festival; es decir, en un radio de unos 100 km.

Se impone plantearse si otras formas de presenciar la fabricación de música pop son factibles. Formas más baratas, menos centralizadas, menos masificadas, más cercanas y más humanas. Festivales que, por su aforo reducido, escaso o nulo protagonismo del spónsor, cercanía física de los grupos (y organizadores), y reducido precio de entrada se conviertan en una experiencia distinta. Hasta que sea así, no me quedará más remedio que seguir dudando del modelo actual. Si me dejan, se entiende.

Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 28 de mayo de 2008)

Se cierra el club: Jonathan Coe

Novela Vuelven veinticinco años más tarde los personajes de El club de los canallas de Jonathan Coe, en plena era de globalización y neolaborismo inglés.

El discreto encanto de la tercera persona es que hace que los escritores se sientan como Dios. Y cuando digo “como Dios” no quiero decir “de perlas”, sino como Dios-Dios, el Supremo Hacedor. Por eso algunos novelistas se mantienen alejados del Él; porque les hace sentir como niños poderosísimos moviendo sus juguetes. Ese poder -el de manejar a los personajes con la pértiga de la 3ª Persona- es precisamente lo que hace que algunas novelas sean menos creíbles que un platillo volante de Ed Wood. Para colmo, la distancia crea a menudo una ruidosa ausencia de pasión, como si al autor le importara un pimiento si sus personajes se caen a una zanja o se tiran a una pornstar o les sale un dolorosísimo furúnculo en la ingle.

Leyendo El círculo cerrado, uno ve que Jonathan Coe no es así. Sus novelas, tan inglesas, son despampanantes ejemplos de arquitectura narrativa en 3ª persona. De la que funciona. Aunque como lector uno pueda imaginar a Coe colocando sus piezas de Risk aquí y allá, se nota a la vez cómo empatiza con ellos. Cómo hace suyos sus problemas, y se divierte cuando bromean -incluso si las bromas son esos puns de palabras que enamoran a los británicos y dejan perplejo al resto del mundo. Coe escribe mucho y muy bien, y sus novelas son menos de desintegrar el lápiz subrayando frases inspiradoras y más de admirarse con la adictiva narración y trama, más con lo que sucede que con lo que se dice.

El círculo cerrado es la segunda parte de El club de los canallas. Por tanto, continúa con las aventuras de Benjamin Trotter, Paul Trotter, Doug Anderton, Philip Chase y Claire Newman. Si la primera parte estaba ambientada en la Inglaterra de 1973 a 1979, con todo lo que ello conlleva (el prog de Hatfield & The North, el advenimiento del punk, el Thatcherismo, el sindicalismo, la campaña del IRA en suelo inglés...), El círculo cerrado nos presenta a los personajes veinticinco años más tarde. Es decir, de 1999 a 2003, en plena época Tony Blair. Independientemente de la acción, hay que adelantar que el Nuevo Laborismo se lleva del puño de Coe una magnífica paliza. Por mucho que el autor ponga palabras como “los neoliberales buscan la pureza en la misma medida que los fundamentalistas o los neonazis” en la boca del ahora periodista Philip Chase, resulta obvio que es el novelista quien habla. Eso otorga a El círculo cerrado un cierto sabor a venganza personal, aunque Coe continúe cogido empáticamente de la mano de sus amados canallas (por imbéciles que sean algunos). Incluso se las arregla para que Paul Trotter –quien de precoz Tory infantil ha pasado a MP Blairita- no sea un completo Belcebú amoral, añadiendo un corazoncito a su gilipollez. ¿Y su hermano Benjamin Trotter, ese Holden Caulfield en cenizo? ¿Qué ha sido de él? Me temo que continúa igual, encadenado a los patetismos de hace dos décadas, mirándose los zapatos lleno de terror. Benjamin es un personaje que le pone a uno histérico (y alguien a quien esquivaríamos en bares en la vida real) pero, como en el gore más escalofriante, uno no puede evitar mirar.

Alrededor de Benjamin y los otros, Coe ha vuelto a dibujar un retrato perfecto de la Inglaterra de finales del siglo XX, lleno de sátira, crítica social (se habla también de las privatizaciones, del grupo nazi Combat 18 y del cierre de fábricas) y una adictiva acción llena de giros. Las incógnitas que quedaron colgando del aire en El club de los canallas quedan resueltas, una a una, en ésta su continuación. Y aunque leerse ambos libros en el orden en el que fueron escritos no es una prerrogativa, sí ayuda. Un libro altamente devorable.

El círculo cerrado
Jonathan Coe
Anagrama
499 pág.

Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 21 de mayo de 2008)

The Fleshtones: El secreto de las fiestas


Los herederos naturales de los indios Manhattan, bailando como tales. Señores que celebraban todo lo que vale la pena celebrar cuando el planeta entero posaba y se hacía el depre. Los Fleshtones eran negrura, twist, parties caseras, discos de 45 rpm, punk de sótano y conga, mucha conga. Nacieron antes de tiempo y luego nunca han querido morir. El auténtico beat americano es suyo.

Momentos grandes #1: Es el 2 de mayo de 1991, y estoy poniendo cara de bobo en la escalera de caracol de la sala KGB. Hace un minuto bailaba el twist con los Fleshtones, que aporreaban su Farfisa y sus trompetas con vigor. Dentro de cuatro estaré sin camiseta subido a los hombros de alguien, haciendo el ridículo y sin que me importe ná. En ese lapso de tiempo busco perplejo al grupo, que se ha esfumado tamborileando en fila india del escenario. Y de repente alguien me hace tup-tup-tup en el hombro, me vuelvo y es Peter Zaremba, el cantante, que baja por las escaleras con todo el grupo a su cola, como un dragón chino, a ritmo de bum-bum-bum. Los focos se vuelven hacia el sexteto, ahora septeto porque me he añadido a la culebra descendiente gritando ¡C-o-o-o-o-on-gA! como en un fragmento de El secreto de las fiestas de Francisco Casavella. Un pequeño paso para la humanidad, pero una noche extática para aquel niñato de 19 años.
Porque el secreto de las fiestas es este: The Fleshtones. El grupo más divertido del mundo, y no de ja-ja, no de disfrazarse de lagarterana, sino de baile de San Vito, baile furioso para mantener a raya la marea de la tristeza. Con treinta años a sus espaldas, nacidos en el NY del punk pero fermentados con el espíritu del frat rock, la emoción del soul y la música disco más religiosa y la rabia simple del garaje, The Fleshtones han conseguido mantenerse en un estado de desarrollo interrumpido. Siempre así, siempre sí, doce discos más tarde y recién editado su Take a good look (Yep Roc 2008) The Fleshtones continuan igual. Ahí viene, arreando, su conga.

Quiero hablar con el jefe: Peter Zaremba.
Soy yo. El dictador de los Fleshtones. El rey de los Fleshtones (en español en el original).
Quiero hablar contigo desde 1987, aquella época extraña en que tu grupo era famoso aquí. Tocásteis en una Mercè para miles de personas. ¿O fue un sueño?
No, pasó de verdad. Recuerdo que tocábamos con Chuck Berry. El tío normalmente es un hijo de puta de primera categoría, pero aquella noche le hacía falta un afinador, así que tuvo que venir todo manso a pedírnoslo a nosotros. A parte de esto, aquello fue una maravilla a atesorar, en el sentido más clásico de la expresión. Algo absurdo e increíble.
Desde vuestra fundación en 1976 siempre os ha costado encajar: erais demasiado rock’n’roll para la No Wave, demasiado farreros y soul para la escena garajera...
Siempre hemos sido los grandes herejes. Especialmente de cara al garaje 80’s, o Paisley Underground. No éramos lo suficientemente “puros” para ellos, escuchábamos funk y disco, nos gustaba la fiesta y el perder el control...
A vuestra condición de heréticos ayudaba la mezcla de 60’s punk, soul, funk, power pop, surf, r’n’r...
En los últimos discos estamos focalizando el sonido. No pretendemos ser puros, pero sí estamos más concentrados que antes en el garaje. No para ser iguales que los Seeds o los Standells, quiero creer, sino aprendiendo de su lección y su energía. No somos nostálgicos. No nos gusta ese rollo tan específico, “me gusta la música de abril de 1966 y todo lo demás es una mierda”.
En vuestro primer álbum (Blast off!, Red Star 1978) ya se intuía cómo érais: una versión de Suicide y una de The Strangeloves, bubblegum y punk y funk; algo que entonces se consideraba poco cool.
Es una tragedia que ese disco no saliese cuando se grabó, en 1978. Fue un revés que nos echó atrás. Habíamos descubierto la luna, pero no pudimos declararla nuestra, porque para cuando se reeditó otros se nos habían adelantado. Es justo y dulce que la historia nos haya dado la razón.
No estabais hechos para aquel mundo. Ahora otros grupos triunfan con esa mezcla bailonga de punk sincopado y funk blanco y estribillos gritados en grupo.
Es una pena, sí. No me estoy lamentando, pero quizás debería (Se ríe) La parte II de esta tragedia es que nuestros dos siguientes álbumes (Roman gods y Hexbreaker, IRS 1982 y 83) están descatalogados. Eso me apena, porque no somos shakespearianos; no buscamos la oscuridad porque sí.
Es una contradicción en la que vivimos algunos fans: queremos lo mejor para nuestras bandas favoritas, pero a la vez nos regodeamos en su rareza y mala pata comercial.
¡A mí me pasaba lo mismo! Mucho antes de tener un grupo, la excentricidad y el fracaso comercial de otros me atraían. Imagino que sin desearlo acabamos recreando algo de esto; copiábamos a los grupos secretos, a los raros. No hay que olvidar que empezamos a tocar en el absoluto auge del rockstar de los 70, que -no hace falta decirlo- considerábamos ridículo.
Los Fleshtones siempre han dado la impresión de estar en esto por las razones correctas. Por amor puro, no por ego o dinero.
Es la gloria de la causa perdida. Somos quijotescos, y no digo esto de forma pretenciosa. Además, que no se nos olvide: Esto es divertido. No nos gusta el sufrimiento, y no queremos que nuestros fans sufran.
El mito/cliché del artista torturado es algo cada vez más risible, sin duda.
La pena no es algo que deseemos inflingirle al mundo. Ya hay demasiada gente a la que le gusta revolcarse en su propia miseria.
Dentro de la escena garajera había otra cosa en los Fleshtones que daba el cante: Tu flequillazo ladeado de soul boy.
Te lo creas o no, de una manera o de otra siempre he llevado ese peinado. Desde los últimos años 50, como mínimo. Cuando aparecieron los Beatles me lo intenté dejar más largo, pero me miré en el espejo y me di asco. Así que volví a mi flequillo inicial, el que ya se ve en Blast Off! ¡Ah! Durante dos meses en 1969 llevé lo mismo pero más cardado, como un flequillo Hitleriano a lo Vidal Sasson. Horrible. Pero en cualquier caso, nunca he querido llevar pinta sixties.
Vuestro show en directo es mítico, y con razón. Eso si es música como celebración del estar vivo.
Siempre nos lo hemos querido pasar bien con esto, aunque no sé muy bien de dónde surge la forma concreta que adopta nuestro show. Al principio éramos más destructivos, yo me cargaba un Farfisa cada noche, pero abandonamos esa etapa. Queremos que la cosa siga siendo interesante. No nos interesa el concepto de escenario como altar sagrado. Queremos utilizar todo el espacio de una sala, y de paso hacer que la gente participe.
Esa cercanía es algo que le debemos al punk. La destrucción del espectador pasivo de la era hippie.
Has dado en el clavo. Muchos grupos son pasivos y convencionales, y fomentan un respeto y una no-violación del espacio que resultan muy aburridos. El punk fue muy necesario; hizo a los grupos accesibles. Y todo el speed que tomaban les daba el impulso y las ideas grandiosas. A veces fracasaban, como fracasamos nosotros. Pero es un fracaso hermoso.
Esperemos que el nuevo, Take a good look, no lo sea. Creo que es vuestro mejor álbum en años.
Yo también lo pienso. El productor es grande, y entiende lo que significa la música cruda, divertida e inmediata.
Ahora que te tengo aquí: ¿Se puede saber qué significa Hexbreaker? Me ha intrigado toda la vida.
Viene de una época en que nos fascinaba el tema vudú de Nueva Orleans. La magia, y las energias que pueden ser utilizadas para el bien o para el mal. No magia para volatilizar un palomo o contactar a los espíritus, ojo. Gordon (Spaeth, saxo y órgano del 78 al 88) estaba obsesionado con esto. Hex quiere decir “maleficio”, pero también es la raíz de Hexágono, una figura de seis lados. Hex era una maldición en el sexteto, que nosotros estábamos rompiendo con nuestra música.
Una cosa más: Como fanático de discos antiguos, ¿Hay algo en la nueva música pop que te interese?
No soy un revivalista, pero lo cierto es que no paro de regresar a la música jamaicana, especialmente el rock steady y el ska. Es un mundo en sí mismo, como escuchar un universo nuevo. Por supuesto que hoy hay grandes grupos, y gente con la que me encanta tocar. Y las audiencias son cada vez menos pasivas. Eso es algo a celebrar.

DISCOGRAFÍA SELECCIONADA

El disco punk
Blast off! (Red Star / ROIR, 1978)
Los estirados de los artie-punks les llamaban “un grupo de twist”, pero su debut inédito (ROIR lo sacó en cinta años después) es punk de garaje chicletoso a ratos, amenazador a otros, fiestero siempre. Hay armónicas al trote, punk electrónico, bubblegum raro (el “Soul Strutin’” de Jamie Lyons, de los Music Explosion), soul maníaco... Una enciclopedia de lo cool grabada cuando el resto del mundo oía campanas.

El disco glorioso
Roman Gods! (IRS, 1982)
Todas las tretas de la good time music de los 50’s-60’s enlazadas en un Non Stop Cabaret de conga y ponche, y modernizadas para eliminar toda ranciedad o archivismo. Hay algo de garaje lisérgico y psicótico (“The dreg”), pero en su mayoría es surf-soul-pop-punk, siempre melódico, siempre bailable. Estribillos deletreados (“R-I-G-H-T-S”), versiones de negros (“Ride your pony” de Lee Dorsey) y emocionantes himnos adolescentes (“I’ve got to change my life”). Un gran disco para escuchar a los 17.

El disco comercial
Powerstance (Ichiban / Big Beat 1991)
No, claro. De comercial no tiene nada. Pero sí es el mejor grabado y el que suena más contundente. Produce Dave Faukner de los Hoodoo Gurus y toca con ellos Andy Shernoff de los Dictators. Está lleno de hitazos memorables de Super Rock Sound (“Irresistible”, “Armed and dangerous”, “Let it rip”), instrumentales para bailar en calzoncillos (“Mod teepee”) y ambiente general de despedida de soltero.

Kiko Amat

(Entrevista publicada originalmente en la revista Rockdelux#262, Junio de 2008)

27 de maig 2008

Las limitaciones de la política electoral (por Ken Knabb)


Podemos distinguir de forma aproximativa cinco grados de "gobierno":
  • (1) Libertad sin restricción
  • (2) Democracia directa
  • (3) Democracia delegativa
  • (4) Democracia representativa
  • (5) Dictadura abierta de una minoría

La sociedad actual oscila entre (4) y (5), es decir entre el dominio abierto de la minoría y el dominio encubierto de la minoría camuflado por una fachada de democracia simbólica. Una sociedad liberada debe eliminar (4) y (5) y reducir progresivamente la necesidad de (2) y (3)...

En la democracia representativa la gente abdica de su poder en beneficio de candidatos elegidos. Los principios proclamados por los candidatos se limitan a unas cuantas generalidades vagas, y una vez que han sido elegidos hay poco control sobre sus decisiones reales acerca de cientos de problemas, aparte de la débil amenaza de cambiar el voto, unos años más tarde, a cualquier rival político igualmente incontrolable. Los representantes dependen de los ricos mediante sobornos y aportaciones a la campaña; están subordinados a los propietarios de los medios de comunicación, que deciden qué temas consiguen publicidad; y son casi tan ignorantes y débiles como el público general en lo que respecta a muchos asuntos importantes que están determinados por burócratas y agencias secretas independientes. Los dictadores abiertos son a veces derrocados, pero los verdaderos dominadores en los regímenes "democráticos", la pequeña minoría que posee o controla virtualmente todo, nunca ganan ni pierden el voto. La mayoría de la gente no sabe siquiera quiénes son...

En sí mismo, votar o no tiene poca importancia (quienes hacen una cuestión importante de su rechazo a votar están revelando simplemente su propio fetichismo). El problema es que el votar tiende a adormecer a la gente confiando a otros que actúen por ellos, desviándolos de posibilidades más significativas. Unas cuantas personas que toman alguna iniciativa creativa (pensemos en las ocupaciones por los derechos civiles) pueden en última instancia tener un efecto mucho más amplio que si hubieran puesto su energía en hacer campañas en favor de políticos "menos malos" que sus oponentes. En el mejor de los casos, los legisladores raramente hacen más de lo que son forzados a hacer por los movimientos populares. Un régimen conservador bajo presión de movimientos radicales independientes con frecuencia hace más concesiones que un régimen liberal que sabe que puede contar con el apoyo radical. Si la gente se repliega invariablemente en los males menores, todo lo que los gobernantes tienen que hacer en cualquier situación en que su poder se vea amenazado es conjurarlo con la amenaza de algún mal mayor.

Incluso en el caso raro en que un político "radical" tiene una oportunidad realista de ganar unas elecciones, todos los tediosos esfuerzos de campaña de miles de personas pueden ir a la alcantarilla un día por algún escándalo trivial descubierto en su vida privada, o porque dice algo inteligente sin darse cuenta. Si logra evitar estos escollos y parece que puede ganar, tiende a evadir temas controvertidos por miedo a enemistarse con los votantes indecisos. Si finalmente logra ser elegido, casi nunca se halla en posición de llevar a cabo las reformas que ha prometido, excepto tal vez tras años de sucias negociaciones con sus nuevos colegas; lo cual le da una buena excusa para ver como prioritario hacer todos los compromisos necesarios para mantenerse indefinidamente en el cargo. Alternando con los ricos y los poderosos, desarrolla nuevos intereses y nuevos gustos, que justifica diciéndose a sí mismo que merece algunos beneficios en compensación por todos sus años de trabajo por las buenas causas. Lo peor de todo es que, si consigue finalmente que se aprueben algunas leyes "progresistas", este éxito excepcional y normalmente trivial se muestra como una evidencia del valor de confiar en la política electoral, convenciendo a mucha gente para que invierta su energía en campañas similares por venir.

Como decía un graffiti de mayo del 68, "Es doloroso soportar a nuestros jefes; pero es más estúpido elegirlos."

Ken Knabb
[Extracto del texto EL PLACER DE LA REVOLUCION]
BUREAU OF PUBLIC SECRETS