Valero
Bar Bodega Salvat

“¿De donde demonios habrán salido estos tipos?”. No lo digo yo, yo ya lo sé, pero seguro que a muchos de vosotros os acudirá la pregunta como un rayo cuando tengais la oportunidad de escuchar el primer disco (ojo, autoeditado) de esa banda llamada Valero. También sé seguro quienes lo direis: los que le tengais algún respeto al Pop en mayúsculas, ése que no pasa de moda y el cual, no importa lo que digan las letras o los instrumentos que suenen, tiene la capacidad, quizás no de “hacernos libres”, pero sí de emocionarnos y hacer que un domingo soleado sea incluso mejor tan sólo por el hecho de empezarlo con una melodía pegajosa que nos va a acompañar durante todo el día.
Porque parece mentira que nadie hable de Valero en público, ni hayan salido en los medios, ni tengan una legión de fans, con ESAS canciones. Valero tienen esa extraordinaria capacidad, la de crear melodías de la nada, que esta vez y para alegría de los fetichistas de la mercancía y demás pequeñoburgueses pililas de gnocchi, han metido en un flamante artefacto: un EP de 12”, de vinilo tan negro como Fred Hampton, que se llama Bar Bodega Salvat y que contiene 6 canciones como 6 soles.
Sin necesidad de ser parapsicólogos, ni de hacer sonar el disco al revés, los fans más redomados de Eugenius/Captain America, Big Star, Beatles, Velvet Crush, Teenage Fanclub, Posies o tantos otros, podrán apreciar rápidamente que en los surcos de Bar Bodega Salvat se han colado (intuyo que premeditadamente) psicofonías de todos ellos.
Seguro que todos encontrarán algo de su gusto, ya sea en “Happy song”, ese pequeño hit subterraneo, con su organillo de iglesia, sus beatlescos coros y ese final tan emocionante, en el dignísimo outtake de Frosting on the beater que podría ser “Final flight”, o en cualquiera de las tres canciones de la cara B, todas ellas con un evidente deje a lo TFC.
No tengo ni una queja de Bar Bodega Salvat, quizás la única pega que podría verle (que a veces aflore demasiado el sonido de los grupos que ellos veneran) queda reducida casi a cero por la esperanza de pensar las canciones que harán cuando, como pasa con las sobras de estofado el día después, empiecen a amalgamar los distintos sonidos y hacerlos totalmente suyos. ¡Bravo, Valero!