Novela Vuelven veinticinco años más tarde los personajes de El club de los canallas de Jonathan Coe, en plena era de globalización y neolaborismo inglés.
El discreto encanto de la tercera persona es que hace que los escritores se sientan como Dios. Y cuando digo “como Dios” no quiero decir “de perlas”, sino como Dios-Dios, el Supremo Hacedor. Por eso algunos novelistas se mantienen alejados del Él; porque les hace sentir como niños poderosísimos moviendo sus juguetes. Ese poder -el de manejar a los personajes con la pértiga de la 3ª Persona- es precisamente lo que hace que algunas novelas sean menos creíbles que un platillo volante de Ed Wood. Para colmo, la distancia crea a menudo una ruidosa ausencia de pasión, como si al autor le importara un pimiento si sus personajes se caen a una zanja o se tiran a una pornstar o les sale un dolorosísimo furúnculo en la ingle.
Leyendo El círculo cerrado, uno ve que Jonathan Coe no es así. Sus novelas, tan inglesas, son despampanantes ejemplos de arquitectura narrativa en 3ª persona. De la que funciona. Aunque como lector uno pueda imaginar a Coe colocando sus piezas de Risk aquí y allá, se nota a la vez cómo empatiza con ellos. Cómo hace suyos sus problemas, y se divierte cuando bromean -incluso si las bromas son esos puns de palabras que enamoran a los británicos y dejan perplejo al resto del mundo. Coe escribe mucho y muy bien, y sus novelas son menos de desintegrar el lápiz subrayando frases inspiradoras y más de admirarse con la adictiva narración y trama, más con lo que sucede que con lo que se dice.
El círculo cerrado es la segunda parte de El club de los canallas. Por tanto, continúa con las aventuras de Benjamin Trotter, Paul Trotter, Doug Anderton, Philip Chase y Claire Newman. Si la primera parte estaba ambientada en la Inglaterra de 1973 a 1979, con todo lo que ello conlleva (el prog de Hatfield & The North, el advenimiento del punk, el Thatcherismo, el sindicalismo, la campaña del IRA en suelo inglés...), El círculo cerrado nos presenta a los personajes veinticinco años más tarde. Es decir, de 1999 a 2003, en plena época Tony Blair. Independientemente de la acción, hay que adelantar que el Nuevo Laborismo se lleva del puño de Coe una magnífica paliza. Por mucho que el autor ponga palabras como “los neoliberales buscan la pureza en la misma medida que los fundamentalistas o los neonazis” en la boca del ahora periodista Philip Chase, resulta obvio que es el novelista quien habla. Eso otorga a El círculo cerrado un cierto sabor a venganza personal, aunque Coe continúe cogido empáticamente de la mano de sus amados canallas (por imbéciles que sean algunos). Incluso se las arregla para que Paul Trotter –quien de precoz Tory infantil ha pasado a MP Blairita- no sea un completo Belcebú amoral, añadiendo un corazoncito a su gilipollez. ¿Y su hermano Benjamin Trotter, ese Holden Caulfield en cenizo? ¿Qué ha sido de él? Me temo que continúa igual, encadenado a los patetismos de hace dos décadas, mirándose los zapatos lleno de terror. Benjamin es un personaje que le pone a uno histérico (y alguien a quien esquivaríamos en bares en la vida real) pero, como en el gore más escalofriante, uno no puede evitar mirar.
Alrededor de Benjamin y los otros, Coe ha vuelto a dibujar un retrato perfecto de la Inglaterra de finales del siglo XX, lleno de sátira, crítica social (se habla también de las privatizaciones, del grupo nazi Combat 18 y del cierre de fábricas) y una adictiva acción llena de giros. Las incógnitas que quedaron colgando del aire en El club de los canallas quedan resueltas, una a una, en ésta su continuación. Y aunque leerse ambos libros en el orden en el que fueron escritos no es una prerrogativa, sí ayuda. Un libro altamente devorable.
El círculo cerrado
Jonathan Coe
Anagrama
499 pág.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 21 de mayo de 2008)