17 de gen. 2008

Con las botas puestas




This is England El nuevo filme del británico Shane Meadows relata la historia de un gang de skinheads en la gris Inglaterra de los 80

Cómo molaban los ochenta. Cuando íbamos con aquellas hombreras, y llevábamos coleta, y bailábamos Mecano y el Like a Virgin y fuimos al estreno de Nueve semanas y media y todos queríamos ser yuppies o diseñadores o Don Johnson. Oh, sí, cómo molaban “los ochenta más esplendorosos”, como los describieron en el programa aquel de TV3, Els 80’s. Pero, un momento: ¿Íbamos? ¿Llevábamos? ¿De quién narices son estos ochenta? Míos no, se lo aseguro. Esto es un secuestro, señores, y ahora la memoria de la década está en manos de unos cuantos seres que sí hacían todas las necedades descritas un poco más arriba. Esa generalización me sulfura, igual que a Nanni Moretti en Caro Diario, ¿recuerdan? Cuando cuatro yuppies en una película exorcizan la desilusión con su pasado (“Gritábamos eslóganes horribles y violentos. Y mira ahora lo viejos y feos que nos hemos vuelto”) y Moretti les escupe desde su butaca: “¡Vosotros gritabais eslóganes horribles y violentos! ¡Vosotros os habéis vuelto feos! Yo gritaba los eslóganes correctos, y ahora soy un cuarentón espléndido”. La historia se la suelen llevar al zurrón los necios, y por eso conviene que de vez en cuando aparezca un liberador-con-bemoles que devuelva los recuerdos a su justo lugar. Porque en algunos ochenta no había Madonna ni Sau ni Relax, pero sí Return of Django, You’re Wondering now, The Specials y un montón de skins.


El liberador del que les hablaba se llama Shane Meadows, y su última película es This is England (2007). El director de cine inglés sufre de una sulfurosidad exacta a la que les contaba: “La mayoría de gente basa sus recuerdos”, declara en el libreto que acompaña al DVD pack de sus películas (This is Shane Meadows), “en las cosas que ve en esos programas de I love the 80’s. Pero para mí, un niño que creció en Uttoxeter, Staffordshire, fue una época de gran música, ropa increíble y una cultura juvenil vibrante que hace que todos los adolescentes de hoy parezcan poco imaginativos y aburridos en comparación”. Con This is England, Meadows está arrancando sus 80’s, su pasado, la historia de su pandilla, del secuestro innoble de los cursis.


Así, This is England va de skinheads. Oh, sí, los terribles skinheads. El coco malo, que vendrá por la noche a patearle la cara al Ratoncito Pérez. Los supuestos responsables de todo lo malo que pasa en el mundo, incluyendo huracanes y hambrunas. Antes de que se inventaran los pitbulls y el éxtasis, el cabeza de turco de todo lo que pasaba eran los skins. Para la prensa y el gobierno ingleses, siempre ávidos de cualquier demonio popular y pánico moral que utilizar de efectiva cortina de humo en momentos tensos, los skins eran el pagador-de-pato ideal: chulos, de clase obrera y propensos a soltar el ocasional guantazo. Pero, en realidad, los skins son como usted y yo cuando teníamos 17 años: Niños arrogantes, niños que no quieren ser como nadie más, niños que ansían marcar territorio e impresionar a las nenas. Un culto juvenil territorial y orgulloso derivado de los mods –digamos que eran el hermano pequeño brutote de éstos- enamorado de la música jamaicana y esa maravillosa ropa de inspiración Ivy League, masculina y regimentada y pulcra. Por supuesto, todo Cristo sabe que una parte limítrofe del culto fue captado por la ultraderecha, perdiendo de este modo la conexión con el estilo original. Como ocurre con los Jedis, hay un lado oscuro de la fuerza; pero eso no invalida a Obi-Wan y Yoda y la peña buena, ¿verdad?


El realismo de Meadows es aplaudible en grado sumo (compárenles con las fotos originales del libro de Gavin Watson, Skins), y sus skinheads son tal y como los que yo vi de joven. No son ángeles –en sus barrios uno se endurece rápido- pero tienen buen corazón, y sólo quieren reírse, defender a sus amigos, escuchar discos chulos, emborracharse, ver a su equipo ganar. Y punto. Como dice el director: “Esto va de dar la cara por colegas y creencias”. El filme relata la historia de Shaun (Thomas Gurgoose), un chaval de 12 años acercándose a la pubertad en el norte de Inglaterra en 1983: un sitio feo para hacerlo, ciertamente. Las guerra de las Malvinas está en su apogeo, hay medio millón de parados, la huelga de los mineros ha paralizado el país, Thatcher La Empaladora está en el poder y, lo que es peor, Shaun lleva pantalones de campana. El colegio entero le toma el pelo hasta que conoce a un gang de skinheads liderados por el afable Woody (Joseph Gilgun); éstos le incluyen en la panda y le regalan la confortable sensación de pertenecer, mientras Shaun desarrolla –a través de discos de ska y botas Martens- una autoestima e identidad propia abonada por el pandilleo. Las cosas se tuercen cuando aparece Combo (Stephen Graham), un antiguo miembro del grupo que ha estado en la cárcel. Tantos años recogiendo pastillas de jabón en las duchas han provocado deterioros irreversibles en la submente de Combo, que ha pasado a engrosar las filas del National Front en el papel habitual de sanguinario tarugo racista. Su erupción gangrenosa en el seno de la panda divide las filas, y Combo se convierte una suerte de figura paterna para el inocente Shaun, que ha perdido a su padre en las Falklands. Violencia, experiencia y final revelación marcarán la madurez de Shaun en esa tesitura. No les cuento más. Ah: La banda sonora es altamente molante. Pressure drop. 54-46 was my number. Do the dog.
A Shane Meadows se le compara a Ken Loach y Mike Leigh, los dos pilares del realismo social británico 70’s, y por supuesto entronca con el 60’s kitchen sink inglés de Karel Reisz y Tony Richardson, pero Meadows es mucho más brutal, y su visión es más la del insider que la del observador simpatético. La comparación adecuada, así, sería Alan Clarke (próximamente en un Reciclajes). El director dirigió The Firm (1988) -la historia de una banda de hooligans liderada por Gary Oldman- Scum (1977), un drama de revuelta carcelaria y enorme crudeza (Ray Winstone hace de líder del submundo presidiario con gran perjuicio físico ajeno) y, especialmente, Made in Britain (1982), la historia de un antisocial skinhead nazi –interpretado magistralmente por Tim Roth- que no escucha ni a funcionarios de Ayuda Social ni a su santo padre, y sólo quiere una cosa: c-a-o-s. Clarke es la inspiración reconocida de Meadows, y sólo han de añadirle algo del rocanroleo-con-hostias de Scorsese –Clarke nunca utilizaba bandas sonoras en sus filmes- para dar con la fórmula del autor de This is England. Una fórmula, se me olvidaba decirles, que el director ha utilizado con parecida fortuna en trabajos previos. Pues el avanzado Meadows, con sus 35 años, tiene ya en su haber cinco largometrajes. El más desafortunado es Once upon a time in the midlands (2002), una parodia de spaghetti western ambientado en el Nottingham actual, pero los tres restantes sí incluidos en el DVD son agudas y fidedignas miradas internas a la realidad de la working class inglesa. En algún caso son salvajes y sangrientas, como el ajuste de cuentas que es Dead Man’s Shoes (2004), en otras entrañables y tiernas, como la historia de amistad infantil que se cuenta en A room for Romeo Brass (1999), algunas relatan fielmente los sueños rotos y la esperanza truncada de esa clase obrera, como el fallido club de boxeo de Twentyfourseven (1997). Pero todas son duras, reales y en-tu-cara-te-guste-o-no: como, mismamente, los skinheads que protagonizan ahora This is England.
Kiko Amat


This is England (2007)
Shane Meadows
Film Four / Warp Films

Skins
Gavin Watson
Independent Music Press
12.99 libras

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 2 de enero de 2008)