Lo sabía. Hay más gente con trabajos de mierda de los que podemos abarcar. Pero aquí seguimos, erre que erre, documentando lo que hay. Esta vez nos llega de un conocido vía telemática, Paco Reyes, a.k.a. Velvetpac. Y ya nos explicarás que has hecho para encontrar curro de masover. Ese sería mi sueño.
Hace tiempo que llegué a la conclusión de que trabajar, el trabajo asalariado, es una mierda. Da igual que trabajes en una oficina delante del ordenador o estés en el tajo bajo el sol; el puto jefe siempre anda detrás tuyo, comprobando la producción, la disposición y las ganas.
Habiendo pasado por mas de una docena larga de trabajos, de terapeuta a encuestador, os hablaré del más extraño, por las circunstancias que lo rodearon y por el trabajo mismo, que he sufrido. Aunque podría ser cualquier otro, pues la lista es larga, y como ya dije antes todos son jodidos. Desde los 16 años en que empecé a trabajar de “aspirante a aprendiz” (esta categoría existía) en el departamento de ventas de una multinacional, a “masover” que es el qué realizo en la actualidad, sin duda el que recuerdo con más extrañeza es el que os relataré a continuación.
Esto sucedió a mediados de los 90, en Barcelona. Después de pasar 12 meses batallando contra un hábito, vicio o adicción en una masía las afueras de la ciudad, pude compartir un piso en Sarria con unos compañeros: J.C., madrileño y más chulo que un ocho y Tafol, un buen chaval valenciano, pero de reacciones violentas. Como es normal, al acabar el año de comunidad, tenías que buscar un trabajo y ganarte, con el sudor de la frente, las habichuelas. Por otra compañera de tratamiento, Raquel, una punk tinerfeña, nos enteramos que en su curro necesitaban repartidores. Hasta aquí todo normal, lo extraño del caso es lo que repartíamos...nada más y nada menos que tabaco de contrabando. La empresa estaba formada por un padre y su hijo que compraban tabaco americano en Andorra, y luego se dedicaban, mediante tele venta a venderlo a empresas, despachos, oficinas... El negocio, os puedo asegurar, tenía éxito. A las 9 de la mañana nos acercábamos J.C. y yo a casa del “capo”; vivía en Tres Torres en la zona alta de Barcelona. Allí recogíamos una lista con los lugares donde debíamos hacer el reparto y los cartones de tabaco en bolsas de basura negras . Recorríamos Barna de punta a punta, incluso íbamos a Hospitalet, Molins, Granollers... Normalmente nos recibía la telefonista de la empresa con la mayor normalidad. Nunca tuve la sensación de que ellos pensaran que lo que hacían era ilegal. En cambio, algo en mi interior me decía que lo mejor era buscar otra faena más acorde con mi “nueva vida”. También influyó el hecho de que la justicia reclamase mi presencia por asuntos del pasado. O sea, dejé el trabajo. A los pocos días de mi abandono J.C. fue detenido por la Guardia Civil con el cargamento. En comisaria le dejaron claro que sabían para quien trabajaba, que era un viejo conocido que se dedicaba al estraperlo, y que querían trincarlo. J.C., ante la evidencia, cantó de plano. No se si estuvo bien, pero es lo que hizo. Durante días recibimos amenazas telefónicas. La verdad es que era como una fiesta. Por la tarde nos reuníamos los tres alrededor del teléfono y esperábamos la llamada. Lo típico: con nosotros no se juega, nos decían. Tafol, el valenciano agresivo, se ponía como una moto, esperando con impaciencia el día de la verdad. Día que nunca llegó.