8 de jul. 2008
Star: Contra todo y contra todos
Star Glénat recupera en un álbum portadas y artículos de la mítica revista underground barcelonesa de los 70
Aunque uno se obstine en luchar contra ella, la nostalgia siempre gana. Con los años, ese pasado de angustia teen y burricie automutiladora acaba convirtiéndose en algo entrañable. Y aquellos trapos, en armaduras gloriosas. Y aquellos grupos de mierda que nos gustaban, en el futuro del pop. Y aquellos empujones ebrios en la puerta de un bar, en hazañas bélicas contra Unos Tíos Muy Chungos. Ah, la nostalgia. Qué montón de basura, pero cuanto engancha.
Antes de continuar les diré que no viví la revista Star. No me tocaba por edad y, además, el prejuicio que los adolescentes de los 80 sufríamos respecto a la generación inmediatamente anterior -los carrozones setenteros- parecía entonces insalvable. No, los ochenteros nos saltamos Star. Pero al César lo que es del César: Desde la perspectiva de este opaco nuevo siglo, Star parece el copón de la baraja. Una publicación que, para su momento, situación y medios, fue una completa rara avis. Algo que era poco probable que funcionara pero que, contra todo pronóstico, lo hizo.
Pachanga total
Star se fundó en Junio de 1974, y Glénat celebra hoy 27 años de su aparición editando un libro recopilatorio de textos y portadas. Star era, para empezar, una revista que desafiaba comparación local; porque fuera de aquí estaban la francesa Actuel, las inglesas Oz e IT, las americanas The Digger, Berkeley Barb... ¿Pero aquí? Cero, como siempre. Como afirma el ex-plumilla de la revista Oriol Llopis, “Star no se parecía a nada más, ni de entonces ni de ahora”. Y no me menten el Ajoblanco o El Viejo Topo, mucho más hippies y, por definición, inductoras de la catatonia feromonal. No, en Star lo que imperaba era la pachanga total y el cachondeo integral. Y el meterse con peña e insultar a todo bicho viviente. Y el Ir contra todo y contra todos, como anunciaba chulesca aquella célebre portada del número 26.
No había sido siempre así. Juan José Fernández (su fundador, el mismo colgao que en la mencionada portada aparecía apuntándonos con un revólver) había empezado la revista para publicar cómix underground. Aquella etapa de Freak Brothers, marihuana y buen rrollini terminaría con la erupción del punk, fenómeno del que Star tomaría buena nota. Es entonces cuando Star se pone faltona y buscarraons, y Oriol Llopis escribe artículos de bandas juveniles, y Ramón de España e Ignacio Juliá publican su mítica entrevista con La Banda Trapera del Río, y las autoridades les secuestran unos cuantos números. Y, a pesar de eso, 25.000 ejemplares salen mensualmente a la calle y, gracias al mano-mano y el boca-boca, unas 100.000 personas leen cada uno de sus números. Poca coña.
Sí, en aquella época -como le soltó un día el excéntrico fotógrafo Flowers a Ramón de España- “el underground te lo comprabas en el quiosco”. Y en esa época pre-Pujoliana de acracia follem-follem-que-el-mon-s’acaba, el subsuelo subió a la superficie. Es en esa segunda etapa de farra filopunk cuando Star se hace mítica; son sus años cruciales. Con una plantilla de articulistas semi-amateurs (Diego Manrique, los mencionados España y Llopis, Jaime Gonzalo e Ignacio Juliá, Luis Vigil...) Star se plantificó en mitad de la vida cultural ibérica armada solo de humor, gusto bárbaro y heterogéneo (y nada dogmático), morro y ganas de enseñar el culo. Fue la guía de las cosas buenas y secretas en un momento en que nadie se enteraba de nada; el faro de lo cool y apasionante.
Pero metamos el freno a la nostalgia. No todo de aquella sanfaina hedonista ha envejecido con igual dignidad. De Star es difícil recuperar la información musical anglosajona (puro radio macuto), la fascinación por el sadomasoquismo (menuda cutrada) y, muy especialmente, la idolatración de la heroína y la figura del yonqui, productos de una lectura naïf de los músicos malditos neoyorquinos. Esas cosas dan un poco de vergüenza ajena, como ver la ropa que llevábamos en fotos de la pre-pubertad. Oh, uix.
Pero tres cosas de Star sí son altamente reusables. Una es el tres-veces-nombrado Llopis, Mr.1ª Persona, un escritor para el que todo artículo debía pasar por el prisma de uno mismo. Su prosa biográfica, chapucera y anti-técnica pero totalmente emocional es un ejemplo a recuperar en estos tiempos de crítica “objetiva” (o sea, cobarde) y odiosas revistas de tendencias. Por las mismas razones -además de por su humorismo violento y Jardiel-Poncelesco- conviene revisitar al también tres-veces-mentado Ramón de España. España, hay que decirlo, era grande. El mejor ejemplo autóctono de lo que -en mi opinión- debía ser un periodista cultural: un bocazas altamente divertido, con olfato para los mejores discos y libros y una prosa rítmica, faltona, y que creaba fanatismo inmediato. España, yo era fan tuyo; aquí me confieso.
La tercera cosa es la colección de libros Star Books; aunque traducidos a la brava (Manrique aún se sorprende de cómo tuvo el morro de firmar alguna de ellas, pese a su inglés de preescolar), fueron los primeros jabatos en editar aquí a Kenneth Patchen, Nik Cohn o los beats, y ahí es nada. Una razón más para aplaudir cómo “se lo hacían” (para utilizar jerga de la época) nuestros antepasados de los 70’s. Con un par. Con un par.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 2 de julio de 2008)