EL TRABAJO O LA GRAN CUCHARADA DE MIERDA
Por: Elorrieta
EL TRABAJO ES SAGRADO
Recogiendo el testigo tendido por Legión en el último número de esta ejemplar publicación, me dispongo a describir los entresijos de la más terrible de las maldiciones bíblicas. Ni las plagas, ni el diluvio, ni, si me apuran, el relato del apocalipsis, producen tan mal rollo como aquel “ganarás el pan con el sudor de tu frente” que les soltaron a Adán y Eva antes de su expulsión del paraíso. Por poco que se comulgue con las sagradas escrituras, hay que admitir que en el tema del trabajo dan de lleno en el clavo: y es que, qué peor castigo se les podía adjudicar a los residentes del Edén que el de tener que levantarse cada mañana a buscarse la vida.
El tema es tan amplio que me he visto desbordado y he tenido que usar la tijera. Tal vez en próximas entregas nuestro amigo Fizz se anime a hacer una descripción de la vendimia en la meseta castellana o Legión haga la crónica de su experiencia como cajera en un supermercado del extrarradio. Pero, por lo pronto, el siguiente texto es una aproximación al mundo laboral para jóvenes urbanitas pues, según el último estudio general de medios, son estos el grueso de lectores de esta publicación.
HI-HO, HI-HO...
Cuántos de ustedes no han experimentado o, peor, lo hacen semanalmente, un insoslayable e incómodo sentimiento de desazón que se apodera de su cuerpo el domingo a partir de las cuatro de la tarde, cuando ya tan sólo unas pocas horas de televisión les separa de la vuelta al tajo. Un síndrome que los sicólogos, muy astutos ellos, no han tardado en clasificar como “prelaboral” e incluso afirman que tiene su correlato entre la comunidad estudiantil, ahondando en la teoría de que la enseñanza no tiene otro objeto que el de irnos adiestrando al calvario en que se convertirá nuestra vida dentro de unos pocos años.
Durante el fin de semana hemos conseguido eludir, a través de cauces más o menos legales, la cruda realidad (que si el cine, los bares, la droga, la novia, el paseo por el parque...) pero el domingo por la tarde, como en la canción de los Kinks, ésta se nos muestra en toda su aterradora dimensión: el “Estudio estadio” es el último clavo ardiendo al que agarrarse para no saltar por la ventana. Y si eres de los pocos que no comparte la pasión del deporte rey, estás realmente jodido y entonces la opción de arrojarte al vacío no resulta tan descabellada.
Porque a la mañana siguiente y con puntualidad británica sonará el despertador y tendrás que componértelas para acudir, lo más presentable posible, a tu otra vida. Pero, no nos engañemos, si coges lápiz y papel y echas cuentas del empleo de tus horas útiles, te darás cuenta que el trabajo es tu verdadera vida. No hay adicción, problema, enfermedad o relación de pareja capaz de absorberte o robarte tantas horas de tiempo como lo hace un curro y todo a cambio de qué: de dinero, naturalmente. Porque descartando a aquellos que tienen la suerte de tener empresas familiares donde colocarse y no dar ni palo, en este triste país (y en todo el orbe terráqueo, para qué engañarnos) nadie disfruta con su trabajo. Desde luego no es lo mismo ser ojeador de una disquera que reponedor en el DIA pero, tal y como están las cosas, ninguno de ellos se dedicarían a esta labor si no fuera por la pasta. El primero porque en realidad es un vago profesional que consiguió el curro merced a sus contactos y el segundo porque si no fuera por el retoño que tiene que alimentar iba a estar apilando latas de tomate. Total, que la felicidad se opone al trabajo como la inteligencia al ascenso.
El lunes por la mañana la desesperación del día anterior cede espacio en nuestro ánimo a cierta resignación, producto de la asunción de lo inevitable. Uno se asea y, en la medida de lo posible, trata de disimular en su aspecto los excesos del fin de semana. Completamente aturdido, debido al cambio horario (pues los días libres uno se ha dedicado a hacer largos en la cama hasta la hora de comer), te introduces en el metro o en el atasco: tanto da, el caso es sentirte atrapado sea entre coches o entre personas. Llegas al centro laboral donde te recibirá algún jovial compañero del que no te explicas su vitalidad, a menos que recurra a alguna ayuda química (cosa probable, pues se suena la nariz con anormal frecuencia). No te explicas cómo pero a las nueve de la mañana ya estás de curro hasta las orejas. Acudes a la maquina a saborear su intragable café en polvo mientras escuchas a los otros realizando el análisis pormenorizado de la jornada liguera o la última barbaridad emitida en “Tómbola”. Lo más triste es que éste es el día de la semana en que la conversación resulta más variada porque el resto oscilará entre el “Has visto como marca hoy fulanita” y el “A ver si llega pronto el viernes...”.
EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES
Centros de trabajo hay muchos, muchísimos. De ahí que, salvo que alguien me contrate para firmar la Enciclopedia Actual del Mundo Laboral, no pueda pararme a detallarles las peculiaridades de todos ellos y haya optado por un esbozo de las últimas tendencias en campos de concentración.
Hace tiempo estaba muy en boga lo del departamento estanco, donde el currela disponía de un espacio aislado que favorecía su concentración en lo que fuera menester. Desgraciadamente la picaresca laboral, aliada con la usura infinita de los empresarios, ha dado al traste con tan civilizada distribución del espacio y hoy la moda es la oficina panóptica, donde el encargado de turno pueda tener continuamente vigilados a sus subordinados y cazar a menganito al primer e-mail que envíe a su parienta. Y es que lo de internet en los trabajos ha sido una revolución más grande que toda la lucha obrera del siglo pasado. Hasta la llegada de la red de redes las únicas vías de distracción y/o escaqueo eran el teléfono y, ya en plan descarado, el paseo a por un café con escala en cuantas más mesas mejor (esta última no muy recomendable debido a los altos grados de ansiedad y subidas de tensión que puede provocar el consumo de 14 cafés en una mañana). Sin embargo, gracias a las nuevas tecnologías puede darse el caso del empleado que pase sus ocho horas perfectamente sentado largando por el chat o viendo jamonas en la red, sin que ello perturbe la apariencia de normalidad. Y es que, en mi dilatada experiencia profesional, he llegado a la conclusión de que no importa tanto trabajar como aparentarlo.
Y ahí entramos en otro tema: el de las apariencias. Ojeen una de esas publicaciones color salmón que engordan los diarios el domingo y contabilicen cuantas candidaturas solicitan buena presencia. Pues las oficinas, como ente abstracto, están sujetas a la misma exigencia. Filas y filas de empleados en perfecto orden, con la expresión del protagonista de “La invasión de los ladrones de cuerpos” y con sus necesidades fisiológicas reducidas al mínimo, pueblan plantas y plantas de oficinas en este triste planeta. Vale, que mucho peor es estar con doce años cosiendo balones en Bangladesh, pues es cierto; pero ya he advertido que el tema es muy extenso y ahí no voy a entrar.
LOS COMPAÑEROS: LOS OTROS
Ya lo dijo Sartre: “El infierno son los demás”. Y salvo en caso de guerra o de cena familiar, esto nunca fue tan cierto como en el mundo laboral. Desde la competencia feroz que se desata, hasta el sopor producto de la convivencia diaria (que si desgasta a las parejas que se supone que se quieren, imagínense lo que no desgastará entre dos seres unidos exclusivamente por el azar laboral). Se despliegan ante nuestros ojos todo un mosaico de personalidades y actitudes dignas de clasificación.
EL PELOTA. Subclase “Trepa”: Esta variante es consciente de su papel y sólo asedia al superior en cuestión. Pese a despertar las iras de la plantilla que, en el fondo, desearían tener el mismo estómago que él, es inofensivo, salvo que contenga un componente “soplón” en cuyo caso procédase a su exterminio inmediato. Subclase “Pardillo”: Caso del pelota ignorante de su condición que puede amargarte unas cañas exponiéndote su teoría sobre cómo optimizar la distribución de tal o cual producto. No suele conservar su empleo mucho tiempo, pues tras intentar trasladar sus ideas a la directiva es fulminantemente despedido por acoso.
EL ESCAQUEADO: Amable grupo en el que se engloban aquellos currantes que tratan de evitar por todos los medios el desempeño de su función. Subclase “Enfermizo”: tipos de salud débil que suelen tener misteriosas recaídas los fines de semana y que el lunes llaman, entre toses, para justificar su ausencia. Subclase “Torpes”: No dan pie con bola, lo cual les vuelve extremadamente lentos (suelen abundar en esta subclase los de la categoría “enchufados”). Subclase “Juan Valdés”: dicesé del escaqueado que se caracteriza por su afición al café y derivados (salvo que pertenezcan a la categoría de los “enchufados”, poseen una gran movilidad laboral). Subclase “Concienciado”: individuo con cierta formación y tendencia al discurso que se siente estafado por un sistema laboral que le hurta la plusvalía, con lo que hace lo posible para reducir la cantidad robada (puede devenir “sindicalista”).
EL ENTERADO: Tipo realmente insufrible que sabe, y está a la última, de todo. Invierte su tiempo en formación y suele emplear coletillas del tipo “¿Y tú a qué aspiras en esta vida?”. Acabará en lo más alto o en lo más bajo del escalafón laboral, según le juzguen sus superiores como una ayuda o una amenaza que haga peligrar su status quo.
CURRITO: Integrante del noventa y cinco por ciento de la población activa. Tipo gris de sueños mediocres que desbarra contra todo en la taberna pero asume su función en esta vida con espíritu estoico. Como usted y como yo, vamos.
JEFES: Aunque todos los jefes pueden incluirse dentro de alguna de las categorías anteriores, merecen un apartado por poseer alguna singularidad propia de su rango, como la de ejercer una autoridad cimentada entre la ignorancia y el miedo. En la mayor parte de los casos un jefe es un tipo igual de estúpido que sus subordinados, sólo que interpreta el papel de jefe y tiene tal pánico a ser desenmascarado que sobreactúa. No es improbable que en una cena de Navidad, animado por los vapores etílicos, se desmorone y acabe confesando, entre lloros y abrazos, que él lo que realmente desea es cultivar setas en el Ampurdán. Si se da el caso puede ser una de las experiencias más divertidas de su vida.
UN EMPLEO: CÓMO CONSEGUIRLO
Tratamos ahora uno de los aspectos más ricos del fenómeno laboral. Porque si bien la estadística demuestra que el ochenta y tantos por ciento de tajos se obtienen por contactos (enchufe), la sociedad ha orquestado una pléyade de cauces que prometen arrojarnos al mundo laboral.
El más común, que no el más efectivo, es la formación: divertida manera de arruinar los mejores años de tu vida, secar tu imaginación e irte adocenando para tu posterior inmersión laboral (amén de esquilmar a la pobre familia que ya no sabe de dónde sacar los euros para terminar de pagar el máster de la niña). Así tenemos esas bibliotecas repletas de empollones torturados por la Tabla Periódica, los coeficientes de desviación o la lista de los reyes Godos, antes de terminar sus días leyendo un guión en un Call Center o de comerciales de cualquier astracanada que no compraría ni su propio padre. Me van a decir de qué les sirve entonces la licenciatura en una materia que, en su mayoría, escogieron al azar coaccionados por la nota de selectividad. Otra cosa muy divertida es la inabarcable oferta de cursos y diplomaturas que abarrotan nuestra prensa y que, como los clásicos CEAC, imparten materias tan variopintas como peluquería canina o gestión de geriátricos. Desde luego, de cara a obtener un empleo, entre un título universitario y uno de pocero yo me quedaría con éste último. Sin embargo, hay gente que guarda tan grato recuerdo de la vida algodonosa de estudiante que quedan enganchados a ella y terminan en uno de los más siniestros callejones del acceso al mundo laboral: la oposición. Para ello es conveniente, amén de una saneada economía familiar, haber demostrado cierta solvencia como estudiante. Si no es así, no se tienen contactos y no quiere uno terminar con los nervios destrozados tras fracasar en la séptima convocatoria, mejor echar el curriculum en el Burguer King.
Del INEM apenas voy a hablar, porque eso sí que es materia para un profundo análisis. Basta decir que, cada vez que se pisa, uno vive una pesadilla kafkiana protagonizada por funcionarios holgazanes y miles de papeles que intentas reunir transitando de cola en cola cual Astérix en una de sus doce pruebas. La incompetencia de dicha institución para gestionar empleo desembocó (para frotamiento de manos de la patronal) en el advenimiento de las ETTs, consultoras o cómo quieran disfrazarnos estos modernos centros de tráfico de esclavos. Por si la explotación y la usura retributiva era poca, ahora tenemos un agente más metiendo mano en el sobre de nuestra nómina. ¿Y van...?
Otra opción muy entretenida es la de decidirse por el “do it yourself” y subscribir todas las publicaciones de ofertas de empleo. Aunque lo moderno es dar de alta nuestro curriculum en algún buscador de internet. De este modo podrás pasar horas muy amenas conversando con las señoritas de las líneas 906 que ofrecen curros-cebo inexistentes y que no colgarán hasta no haber completado una interviú de al menos quince minutos (su contrato así lo exige). Será toda una experiencia acudir a una entrevista atravesando polígonos donde Cristo perdió el gorro y comprobar que no existe tal trabajo “pero, ya que estás aquí, necesitamos cubrir unos puestos de reponedor con inmejorables oportunidades de promoción...”. Y reirá a mandíbula batiente con anuncios del tipo “SE BUSCA ADMINISTRATIVO sin formación, ni experiencia debido a las condiciones del contrato que ofrecemos.” Y no se crean que se les cae la cara de vergüenza.
NACÍ CANSADO
En resumen que, viendo como están las cosas, eviten el trabajo mientras puedan y dedíquense a actividades mucho más provechosas como mirar a las musarañas, pasear por su ciudad, follar, dormir hasta tarde o editar un fanzine. Como medida preventiva les sugiero, antes de iniciarse en el calvario laboral, amueblen su cabeza con las vidas ejemplares de Henry Chinaski o Ignatius Reilly. Y si después de esto no les queda otro remedio, decídanse por una ocupación liberal, provechosa y que no les robe mucho tiempo, como el narcotráfico o la política.