La Escuela Moderna quiere manifestar su inquebrantable adhesión al Manifiesto por la lengua común que recientemente han redactado y firmado intelectuales tan honestos, puros y conectados a la calle y al sentir popular como Félix de Azúa, Álvaro Pombo, el reputado izquierdista Mario Vargas Llosa o el valeroso activista Fernando Savater, así como músicos de la talla (¡y el talento! ¡y la actualidad!) de Luz Casal o Plácido Domingo.
La Escuela Moderna se ve obligada a denunciar la situación de persecución del castellano en territorio catalán. Desde hace más de medio siglo, casi desde la época de aquel dictador que conquistó la península ibérica e hizo del catalán lengua oficial en todo el estado (exterminando unos cuantos millones de españoles por el camino), los castellanohablantes viven -especialmente en territorio catalán- una situación de apartheid sólo comparable a la de los cristianos en la era romana. Habitan en catacumbas cavadas bajo el suelo urbano, publicando sus propios samizdat y periódicos de tirada mínima, hablando clandestinamente entre ellos castellano, esa lengua perseguida que jamás ha sido utilizada para someter a otras naciones, esa lengua neutral y gallarda que, al contrario que el catalán, no se usó para doblegar a Moctezuma ni consiguió su predominio y hegemonía brutal mediante un alzamiento militar de carácter fascista y en contra de la voluntad de la población en 1936.
No el castellano. No los castellanohablantes en Cataluña. Esa tribu que está incluso perdiendo su apariencia humana, que se ha visto obligada a desprenderse de su cultura y lengua, y que sobrevive alimentándose de raíces y emitiendo sonidos guturales; sonidos que, una vez, fueron la lengua más hermosa del universo. Ese pueblo que sufre como el pueblo de Israel, ese pueblo que aguanta sin escritores, sin Real Academia, sin libros publicados en su idioma, sin editoriales multinacionales, sólo con el boca a boca y la ocasional nota manuscrita ilegal pasada de hombre a hombre mediante el transporte en la cavidad rectal.
El castellano, lengua de poetas y canciones, hoy desterrada de comisarías, de embajadas, de las instituciones gubernamentales, de Hacienda, de la comunicación mediante telefonía móvil y fija, de televisiones y periódicos (todos ellos espacios que el catalán ha conquistado de manera ilegal, casi profana). El castellano, esa lengua silenciada en la calle, en canciones y festejos, una lengua milenaria que a día de hoy sólo se habla en susurros, con miedo, mirando por encima del hombro. En Barcelona, por ejemplo, se ha conseguido la completa y absoluta erradicación de una lengua antaño imperial: no se habla en bares, ni en taxis, ni en autobuses, no se ve por la televisión y nadie la escucha en salas de baile. Ha desaparecido. De forma salvajemente antinatural y antidemocrática, el gobierno catalán anticonstitucional ha conseguido que todos los habitantes de su territorio hablen un catalán perfecto, no contaminado por ninguna otra lengua, puro en su nefanda omnipresencia. Catalán con acento del empurdán por todas partes, incluso en aquellos bastiones que jamás se sospechó que lograría alcanzar: en la boca de guardias civiles, militares, policía nacional, jueces y en la monarquía. Sólo catalán, la población catalana deleitándose en su ignorancia monolingüe y en su escasa tolerancia al aprendizaje de otras lenguas, otras culturas, otros acentos.
La Escuela Moderna se enorgullece de pertenecer a esta vanguardia defensora del débil, del amenazado, del idioma en visos de desaparecer, del idioma que no es dominante y no recibe ayudas ni se incrusta en la boca de la población contra su voluntad: el castellano, el español. Una lengua minoritaria, anémica, escuálida y perseguida que unos cuantos miles de miserables con barretina y txapela están a punto de consignar al vertedero de la historia.
La Escuela Moderna no ve otro camino que gritar: ¡Dejad en paz al castellano! ¡Levantad el pie de su cuello, catalanes, gallegos y vascos (pueblos nobles en el pasado), sacadlo del olvido y la ilegalidad, dejad que los niños y los ancianos se acerquen a él e incluso lo hablen, cesad de castigar con destierro o muerte a todo aquel que pronuncie con terror una palabra española en suelo catalán!
Damos un paso adelante y nos ponemos al lado de Fernando Savater, ese hombre entero y digno al que un puñado de violentos no ha logrado arrancar completamente su cordura y arrojarlo a la más oscura enajenación mental y manía persecutoria. De Félix de Azúa, ese feroz defensor de la clase obrera y la cultura popular, ese sabio que siempre se ha alineado contra el establishment, que jamás ha sido un vasallo miserable del poder, y que continúa desde su púlpito de prestigio elitista adoctrinando a la desorientada y voluble población. Y qué decir de Luz Casal: ¡Somos tus fans! Siempre te defenderemos, Luz, ante esos desaprensivos que ladran e insinúan que eres una de las personas con menos talento de la península, y que -al igual que Bosé, Ana Belén y Víctor Manuel, dicen- sólo sobrevives (cómodamente) gracias a las subvenciones del gobierno y las continuas reediciones baratas que regalan los periódicos.
Porque: ¡No! ¡Nosotros decimos no! ¡No estáis solos! La Escuela Moderna, también perseguida, os acompaña siempre, a cada paso que dais, en este duro pero heroico camino.
Salid del armario, como nosotros hemos hecho, deshaceros de esas capas eufemísticas que sólo nos estorban y decid ya sin miedo que esto no sólo es por el castellano. Que esto es por España, por su unidad y centralidad eterna, por una idea de nación monolingüe y monocultural que no se vea atacada por primitivos aborígenes periféricos con sombreros divertidos, salvajes que insisten en continuar hablando sus lenguas muertas y conservando sus costumbres atávicas. Que esto, dejemos ya de susurrarlo, es un manifiesto que aspira a la hegemonía del nacionalismo español, y a la completa claudicación de otras ideas de nación y cultura diferentes, inferiores. Decidlo, camaradas, compañeros (¿Podemos osar llamaros compañeros?). Confesad sin miedo que sois del Arriba España y el Una, Grande y Libre, del Viva el Rey y la completa fortificación mental hacia cualquier otra manifestación cultural extraña, peligrosa, independiente incluso.
Por todo ello, solo podemos gritar:
¡Presentes!
La Escuela Moderna, Julio del 2008