A todos nos gusta la justicia poética, y quien diga lo contrario, miente. Todos queremos ver cómo se le da su merecido al abusón, todos queremos ser el tipo que le planta cara pugilística al taja agresivo en el autobús. Nos encanta que se le dé su merecido al malo, quizás porque vivimos en un mundo injusto donde lo normal es que el villano se vaya de rositas. Es por eso que nos chiflan las películas y libros que culminan con una severa lección de justicia poética en el culo del rufián, y nos deprimen aquellas en que el usurero y chantajista se salen con la suya. Quizás el mundo se parezca más a Dancer in the dark que a El hombre que mató a Liberty Valance, pero yo prefiero la segunda. ¿Ustedes no?
Si están conmigo, entonces con La oreja de Murdock le aullarán a la luna y se sorprenderán dando puñetazos al aire y exclamando: ¡SI!. La novela cuenta la historia de una chica de Vermont que vive amenazada por un malo muy malo llamado Blackway (un abusaniños peligroso y grande que daña por dañar). Cuando ella va a buscar la ayuda de la ley, el abúlico sheriff del pueblo se marca un Poncio Pilatos y le recomienda llamar a Scotty, en la Sillería Dead River. Una vez allí, los cuatro gañanes de rabadilla enseñante y panza cervecera que matan las horas en el aserradero (Whizzer, Coop, Conrad y DB) le confiesan que en lugar del ausente Scotty quizás sería mejor que fuera junto a Lester Speed (un yayo estilo Edadepiedrix, solo que con bastante más mala leche) y Nate The Great (una mole de dos metros, escasas luces y mirada limpia). El libro transcurre desde allí por dos vías paralelas: por un lado, el trío maravillas marcha a buscar a Blackway, con la idea de pedirle de la manera más drástica posible que deje en paz a la chica; por el otro, los cuatro cantamañanas de la serrería ofician de coro a lo Bar de Mo, comentando la jugada a distancia y ofreciendo contexto sobre la naturaleza de los caballeros andantes.
La oreja de Murdock es, como ven, una novela de gestas. Artúricas, como admite Freeman, pero también de western: Tres acabados y un destino. El destino de Les y Nate es cantarle la caña violentamente a Blackway, y hacia esa noble meta se encamina toda la trama. Y, aunque uno de los dos tiene un pie en la tumba y el otro menos sesos que un tapir, el lector intuye (como sucedía en El Dorado) que tienen lo que hay que tener. Y ustedes se preguntarán: ¿Cobra Blackway? ¿Acaba pidiendo perdón como una mujerzuela? Mis labios están sellados, pero les aseguro que averiguarlo vale la pena.
Kiko Amat
La oreja de Murdock
Castle Freeman Jr.
Mondadori
159 págs.
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 2 de diciembre de 2009)