“No hablan de mí ni de mis amigos”, cantaba en 1986 el grupo pop Los Canguros, haciendo referencia a la manera en que la experiencia adolescente suele ser reflejada en los medios oficiales. O sea, mal. Esta situación, la chapuza y cliché que suelen acompañar a los informes sobre “tribus” que aparecen en los medios, es lo que ha forjado a su vez el lugar común “Si se equivocan así con lo que sé, qué no inventarán de lo que ignoro”. Un lugar común que, todo sea dicho, se acerca bastante a la realidad. Ahí, al escuchar hablar de subcultura, es cuando los que pasamos la juventud a su vera vemos que la versión cultural oficial siempre se equivoca. Lo único seguro es que, al final, el tratamiento recibido en los filmes mayoritarios va a apestar colosalmente.
Y es que esto, la mirada mainstream fílmica a los clanes juveniles, es una cosa que casi nunca sale bien; el espectador siempre termina apretando muy fuerte los dientes y cerrando los ojos, esperando angustiado a que esas imágenes de “punkis” con las que el director había sazonado una escena pasen lo más rápido posible. ¿Cuántos de nosotros no estuvimos a punto de echarnos a llorar a gritos cuando en Summer of Sam (de Spike Lee) aparecía Adrien Brody luciendo lo que el director suponía que era un atuendo punk? Los fotogramas en que aquel espantajo de pasarela parisina, ataviado como la versión Jean Paul Gaultier de un roadie de GBH, destrozaba la guitarra a ritmo de “Won’t get fooled again” de los Who son algo que jamás lograremos desincrustarnos de la psique.
Por fortuna, si uno sabe donde buscar al final logrará encontrar un puñado de filmes de ficción que reflejan de manera honesta la experiencia de subcultura teen. Una gran mayoría de estas películas son inglesas, en parte porque lo de las “tribus” en el reino Unido es una cosa casi viral, pero también porque -qué narices- los ingleses son los mejores. Antes de continuar, sin embargo, querría situar el significado de “subcultura” como fenómeno juvenil de posguerra. Aunque existen múltiples ejemplos de pandillerismo pre-rock’n’roll, aquí lo que nos interesa son los cultos marginales ingleses post-50’s: teds, rockers, beatniks, mods, skinheads, freaks, rastafaris, soulboys, casuals, punks... Estas subculturas son grupúsculos más o menos cohesivos de jóvenes de clase obrera que manifiestan su rechazo hacia -o separación de- la cultura dominante mediante su estilo y rituales secretos (algunos de ellos robados de la cultura madre y recodificados, como los pulcros trajes mods). Su insubordinación puede ser más o menos obvia, el resultado de su revuelta puede ser trascendente de cara a la sociedad del momento o tratarse de una rebelión “imaginada”, su culto masíficado o en estado de perpetua subterraneidad. En la mayoría de los casos su estilo es una metáfora, una narrativa, que trata de explicar su situación; las herramientas con la que ésta se explica son el estilo, los discos, los clubs y emisoras, su consumismo y hedonismo. Las subculturas son, en cualquier caso, unidades de rebelión juvenil autosuficiente. Por tanto, sólo alguien con el marco mental adecuado para comprender sus rituales logrará plasmarlas adecuadamente.
De todo esto, los que mejor parados salen en filmes son los mods; básicamente porque Quadrophenia (Frank Roddam, 1979) es uno de las mejores obras sobre subcultura de la historia. Hay unas cuantas pifias, pero da igual; en cuanto a espíritu, repulsión por el mundo adulto, rabia codificada y música apabullante, no tiene igual. Como película rebelde que emociona y convierte, Quadrophenia es infalible; algo que corroboraron los cientos de afiliados automáticos al mod revival que emergieron de las salas donde se proyectó.
Otros cultos han sufrido lo indecible en cuanto a tratamiento fílmico, pero la talla de las redenciones compensa. Los skinheads tienen Bronco Bullfrog (Barney Pratt Mills, 1970), cómo no: una película sobre desencanto y caída improvisada por miembros de un club de teatro de barrio, skinheads en la vida real. Crimen a pequeña escala, amor, conflicto de clase, trifulcas y botas: si la experiencia skinhead de los últimos 60’s se pareció a algo, es a esta especie de artefacto medio nouvelle vague obrero, medio lumpen Cassavettes. No esperen, sin embargo, encontrar aquí explicaciones sobre el culto o racionalizaciones de la revuelta; esto son skinheads como chicos callejeros que no se hacen demasiadas preguntas (ni tienen demasiadas respuestas).
Para una óptica de lo skinhead más inclusiva está, claro, la laureada This is England de Shane Meadows. Mucha gente manifestó decepción al verla, pues se vendió como una especie de Quadrophenia para skins (incluso el cartel era un tributo a aquella) cuando en realidad era un filme de realismo working class a lo Mike Leigh, sólo que con chavales rapados. No hay demasiada exultación en This is England, y desde luego el par de clichés sobre skinheads nazis casi consiguen defenestrar todo el metraje (esa imagen del niño lanzando la bandera al mar era puro video de Alanis Morrissette). Si lo que buscan, sin embargo, es una obra que aúne durísima crítica social y skinheads incorregibles, vayan a por Made in Britain de Alan Clarke. El protagonista (Tim Roth) es un maléfico pelao anti-establishment que no pueden explicar ni sociólogos ni agentes sociales. Un ente auténticamente antitodo y amoral, por decreto y herencia.
Alan Clarke fue también el artífice de la primera mirada auténtica al fenómeno del hooliganismo inglés, The Firm (1989). El reciente remake de la película, resituada en ambiente casual (los hooligans más elegantes, en quien algunos ven una derivación no-musical de los mods), se une a Awaydays y The Football Factory en la tríada de filmes dignos sobre Adidas y puñetazos.
En cuanto a la comunidad afrobritánica, ésta siempre tuvo la suerte de que ninguna corporación mainstream blanca mostrara el menor interés en sus dinámicas; es decir, puesto que ni Sam Mendes ni James Cameron parecían estar interesados en filmar historias de Sound Systems, DJs, rude boys ni radios piratas, todos los trabajos que han narrado sus interioridades se han hecho desde dentro. De ahí surgen las fantásticas Babylon (Franco Rosso, 1980), que relata las experiencias de un sound system del oeste de Londres, o la grandiosa Pressure (Horace Ové, 1975): una mirada a la radicalización de un sector de la comunidad negra inglesa co-escrita por Samuel Selvon (el autor de la genial The lonely londoners) y basada en el lider del Black Power británico en los 60’s y 70’s, Michael X.
El submundo negro/gay de radios piratas de funk y clubes oscuros también había sufrido unos parecidos síntomas de apestación fílmica, hasta que Isaac Julien realizó la adecuadamente titulada Young Soul Rebels (1991). Ambientada en el jubileo de la reina en 1977, YSR narra una historia secreta de aquel año que no corresponde con la versión oficial de los periodistas blancos del NME: pues en 1977 el punk rock no reinaba en todas partes, y un amplio sector de la capital inglesa seguía vibrando a ritmo de Philly soul y lovers rock. Young Soul rebels cumple, a la sazón, una función compartida por todos los filmes mencionados: narrar historias no contadas, fragmentos del siglo XX que habían sido marginados de la versión académica. Al visionarlos, uno adquiere una nueva perspectiva respecto a los tiempos que vivimos: En la calle se vivieron así; es sólo que aquellas guerras pequeñas no salían nunca en los periódicos. Por fortuna, algunas veces alguien decidió filmarlo.
Kiko Amat
(Artículo originalmente publicado en la revista Cahiers du Cinema de noviembre. Fue un encargo para el especial This is England, centrado en el ciclo del mismo título del Festival de Cine de Xixón de este mismo año)