Life on Mars / La chica de ayer Comparamos los dos remakes de la serie de la BBC que produjeron ABC (Estados Unidos) y Antena 3
Como aquellos personajes de HP Lovecraft que envejecían al presenciar un fenómeno espeluznante, me siento más anciano que ayer. La cara se me ha quedado petrificada en un chocante rictus de horror y mi cabello ha encanecido por completo. Ayer vi finalmente el último capítulo de La chica de ayer, la serie que Antena 3 ha estado emitiendo los domingos a lo largo de estos últimos dos meses, y por poco no lo cuento. Ustedes dirán: Pero, ¡insensato! Si te interesan menos las series españolas que la reflexología podal o el voleibol. ¿Se puede saber qué narices hacías mirando eso, inconsciente?
Créanme, inconsciente es lo que hubiese deseado estar durante la hora que duraba cada capítulo, porque les aseguro que hace tiempo que no veía algo así de malo. Una hora al día echada a la basura, una hora que hubiese podido emplear viendo If... o aprendiendo italiano. Pero, tonto de mí, no hice nada de esto. Vi La chica de ayer y lo menos que puedo hacer ahora es prevenirles, por si vuelven a emitirla.
Aceptable
La chica de ayer es un remake de un remake; o sea, el equivalente en TV de freir algo con aceite que ya ha sido utilizado antes para churros y musclos. Un refritazo poco recomendable y, muy posiblemente, indigesto. La versión española está basada plano-por-plano en el remake americano de Life on Mars, una serie policíaco-futurista de la BBC que -sin ser The Wire- no estaba tan mal. La Mars de la ABC de donde se ha sacado nuestro churro local cuenta la historia de Sam Tyler, un policía neoyorquino del 2008 quien, tras sufrir un atropello, despierta en 1973. Durante el primer capítulo, Tyler resuelve el caso que había dejado a medias en el 2008 (y salva a su novia) en un tirabuzón guionístico calcado al de Regreso al futuro: voy al pasado y cambio el presente, y por el camino os enchufo un trip de nostalgia retro de no te menees.
Al principio no se sabe qué ha causado el viaje al pasado de Tyler, aunque -por los flashes “verdad o sueño”- se intuye que es lo mismo que en aquel clásico inglés, A matter of life and death: es decir, que el protagonista está en coma en el presente pero el pasado -aunque forme parte de su imaginación- influye en su cuadro clínico. Intenten no pensar que esta idea ya la tuvieron Powell-Pressburger en 1946, de otro modo el visionado es imposible. Además, en Life on Mars el argumento carece de la lógica racional de aquella: ¿Cómo es posible que no se suspenda de empleo y sueldo a un pasma que va por el mundo con ojos de haber visto pasar por la ventana al fantasma de su padre, y que no deja de vocear histéricamente que viene del 2008? De acuerdo que en la policía se acepta a todo el mundo, pero esto es demasiado.
Life on mars es semi-redimible por más cosas. Está ambientada decentemente, si bien de esa manera hollywoodiana por la que tienen que aparecer jipis y afros a lo Huggy Bear cada cinco minutos, nos sea que se nos olvide que es 1973. La jerga también está más o menos bien conseguida (de nuevo, de manera churrigueresca: todo el mundo habla como Cheech & Chong) pero ustedes no se habrán dado cuenta porque han visto la versión doblada en la que todos los personajes hablan con acento de pijo madrileño.
¿Qué más tiene Life on Mars? Joder, el comisario es Harvey Keitel, un actor que resultaría creíble como hijo-de-puta-malo incluso vestido de marsupilami. Otro de los polis mostachudos con exageradísimo look de chulo 70’s (se pasan con esto, en serio) es Michael Imperioli, el Christopher de Los Sopranos; otro pedazo de actor que haría visionable cualquier detrito.
Dos cosas más: a) Aunque el subtexto socialdemócrata del guión es para troncharse de risa (en el 2008 ya se han superado el racismo y el machismo de 1973, qué lindísimo), da un poco igual porque b) Suena el “Baba O’Riley” de los Who, el “Out of Time” stoniano y Bowie. O sea, que estás demasiado ocupado tocando la guitarra aérea para elucubrar sobre los agujeros sociopolíticos del guión. Todas estas referencias pop, por supuesto, hacen que a ratos Life on Mars sea entrañable. Por ejemplo cuando el protagonista entra en una Tienda de discos y exclama: “¡Eh! Aquí me compré mi primer disco de Hall & Oat... Ejem. Quiero decir, de Led Zeppelin”.
Lamentable
Y al otro lado del cuadrilátero tenemos a La chica de ayer, que es auténticamente atroz. Lo sabes en el justo instante en que suena esa superflua voz-en-off (ni en la serie inglesa ni en la americana existía), y que recita con la convicción y el arte de una representación de Els Pastorets de 6º de básica. Luego empieza una música a lo Starsky & Hutch, sólo que horrenda, y vemos papel de pared hortera, y cuellazos de camisa, y... ¡Son los 70! Aunque, eso sí, puestos en escena con las peores interpretaciones del siglo XXI.
No es aquí el lugar para señalar actores culpables, ni tampoco nos corresponde a nosotros dudar del talento dramático de ninguno de los protagonistas. Ernesto Alterio (“Samuel Santos”) o Antonio Garrido (“Comisario Gallardo”) pueden haber bordado excelentes papeles en otros lugares. Pero aquí, tanto ellos como el resto del cast actúan como señores que acabasen de subir al estrado para dar una presentación en Powerpoint, y a quien en el último minuto les hubiesen pegado el cambiazo por un guión de TV. En completo shock por el diálogo que les corresponde repetir, los actores ponen todo el rato caras de ciervos paralizados delante de los faros de un camión, y no porque estén “en el pasado”. Sus expresiones acarrean la mueca de poquísimo convencimiento de alguien a quien ha tocado la desagradable tarea de defender lo indefendible, como el abogado de un criminal de guerra.
Pero no lancen el televisor por la ventana aún; hay más. Para empezar, el viaje en el tiempo de La chica de ayer no es a 1973; es a 1977. ¿Por qué? Con esto los productores evitan ambientar la serie durante el Franquismo, un contexto peliagudo que podría antagonizar a la audiencia. Es ésta una precaución absurda, pues Cuéntame ha demostrado que se puede pintar la dictadura con espíritu Walt Disney y salir ileso de ello. En cualquier caso, La chica de ayer vuelve a ser inconscientemente humorística, presentándonos a la policía de la época como un ente neutral que siente la misma inquina por los falangistas que por los hippies. Qué guasa.
En cuanto a la música... Sólo digamos que -sea por la SGAE, sea por mera torpeza- no aparece ni una sola canción española de 1977. Surrealista, considerando el título. Eso sí, Queen suenan dos veces a los cinco minutos de empezar el primer capítulo; “Bohemian rapsody”, sin que venga a cuento y sin la menor conexión acción-canción.
Al final, hay que admitir que La chica de ayer sí nos remite a otra época. Pero no es por el guión o el atrezzo, sino porque la chapuza y el mal gusto son igualitos a los de las españoladas del destape 70’s. Qué país, Dios mío.
Kiko Amat
(Artículo inédito de octubre del 2009)