¡A que te meto, neng!
-Salga inmediatamente de mis tierras o me pongo a disparar.
O dicho de otra manera y a ocho mil kilómetros de Texas:
-Por favor, retírense, abandonen las Ramblas que vamos a cargar.
La interpretación de la advertencia difundida por los megáfonos de las lecheras policiales es una pieza clave para hacerse una idea de los hechos que acontecieron la sobrecogedora Noche del Triplete. La advertencia es clara: si no te vas, disparo. El mensaje: finca privada, defensa de la propiedad, respuesta armada.
Como es lógico, no podemos estar de acuerdo ni con la advertencia ni con la actuación posterior. Pero sí lo estamos con la justificación que subyace: realmente, el centro de Barcelona ya no nos pertenece. En el Centro de Barcelona, pocas bromas. Porque es ajeno: es del consistorio, de los turistas, de los arrendadores de pisos por días y hasta por horas. Toda esa parte de la ciudad, toda esa “finca”, es definitivamente suya. Se gestiona como un terreno cercado, y toda intrusión en sus lindes tiene “armed response”.
Los vecinos, tal y como nos advierte en la Calle Hospital un curioso stencil que representa a una mujer con un moño y un carrito de la compra, son ya una especie en peligro de extinción. Es en parte por ello, aunque reconozco que esta no es toda la razón, que sentimos mitad indiferencia mitad placer morboso cuando contemplamos las famosas escenas televisadas del milenarismo futbolero: paradas de autobús abatidas, semáforos en vibración, pira de esqueletos bicing, una letra A de Zara volando por los aires… Realmente, todo eso nos importa todo un rábano, y si acaso tuviese que despertarnos un sentimiento algo más trascendente, sólo sería risa. El motivo está claro: una marabunta celebrante, a altas horas de la noche y en Las Ramblas ¡sólo puede molestar a los restauradores y a los turistas! Los que nos han robado la ciudad.
Y sí, tal vez sería más coherente que las cargas policiales las hiciesen los de prosegur y las pagase Burguer King, el Corte Inglés y la Sastrería Modelo, por aquello de mantener la separación de lo público y lo privado, pero el caso es que aquí no hay en realidad ninguna contradicción: quienes cargan son los Mossos, que trabajan para la Marca-que-agrupa-todas-las-marcas: la letra B!
Esta ofensiva contra la fealdad se ha completado en los días siguientes con una furibunda actuación de represión de la economía paralela, que también ofende estética y económicamente al sector turístico y a la puta letra B!. En concreto, se ha realizado una gran operación con el siguiente saldo: 824 denuncias entre el litoral, la Plaza de Catalunya, la Rambla del Raval, el Paseo de Gràcia, la Calle Aragó, el Port Vell y el Olímpic. De los más de 10.000 objetos confiscados, 3.995 son latas y bebidas, 6.250 eran artículos de vestir y complementos y 52 bocadillos.
Pues sí, las cifras hay que enmarcarlas en su contexto: el saldo de las operaciones de higiene urbana son tres globos oculares y también 52 bocadillos. Es un planteamiento sencillo: si el mundo ahí afuera es feo, lo cuadraremos a porrazos. Nada de borrachos patrios con los bolsillos vacíos y nada de bocadillos baratos. ¡A comer al restaurante, cacho pobre! Para poner a trabajar a La Ciudad, primero tiene que estar dispuesta, limpia de gente fea, sin marabunta ebria celebrante, sin negros casi azules vendiendo imitaciones de vuitton, sin estudiantes enclaustrados contra la mercantilización de la enseñanza, sin skaters tocapelotas, sin masajistas chinas…
Y sí, también sin vecinos.
El bombardero que ha despegado…
Todo esto se complica con un problema algo más filosófico: el de la confusión entre problema y función. Razonemos según la lógica burocrática: cuando surge un problema, y supongamos para lo que nos ocupa que la inseguridad lo es, se crea una función para resolverlo, en este caso el cuerpo policial. ¿Pero qué sucede cuando el problema (la inseguridad) desciende año tras año y la función que le corresponde crece? ¿Liquidado el problema, qué hacemos con la función que hemos creado? Esto lleva sucediendo cerca de una década. El índice de criminalidad (de los mejor medidos por el estado puesto que parte de las denuncias presentadas) ha bajado año tras año mientras que la dotación policial no ha dejado de aumentar. Ello ha provocado que los cuerpos policiales se hayan visto en el brete de tener que inventarse el trabajo. De este nodo se ha invertido la lógica burocrática, y ya no es el problema el que motiva una función sino esta la que genera el problema para poder seguir siendo. O eso o el Paro: el fantasma de la inactividad. De esta paradoja surge la diversificación y especialización reciente de la actividad policial y judicial, y a la tradicional inutilidad de la función antinarcóticos, se añade la inclusión de los asuntos de tráfico automovilístico en el código penal, la separación de la violencia sexista en brigadas y juzgados específicos, la criminalización de las actividades cibernéticas, el control político de la esfera abertzale, el aumento de la dotación para la vigilancia de fronteras, la creación de divisiones para el control del Terrorismo Internacional y toda una serie de actividades, a cual más inútil e improductiva, destinadas a poco más que crear Puestos de Trabajo de Policía. Como último de todos estos ejemplos, y ya hemos regresado al tema central, tenemos el incesante refuerzo de las brigadas de pastoreo de masas o antidisturbios. Tantas tanquetas, tantos uniformados, tantas escopetas, tantas lecheras, tantas balas de goma: para algo deben utilizarse. Y si la realidad no da pie a ello, si ya no hay revoluciones sociales, huelgas salvajes ni peleas multitudinarias entre tribus urbanas, tendremos que inventarnos los enemigos. Altermundistas, supporters, okupas… Cualquier colectivo, estigmatizado o no, sirve para justificar la función. Cualquier cosa menos dormitar en comisaría. Rafael Sánchez-Ferlosio lo dice de forma más metafórica y mucho más clara al anunciar que “cuando el bombardero ha despegado, alguna bomba ha de tirar”.
Está claro: si no, no sería un bombardero…
Nuestra repulsa
Pero ya hemos hablado demasiado: no vamos a quedarnos satisfechos con una observación cabal del conflicto. En otras palabras, ni estamos aquí para hacernos los intelectuales ni somos unos cabrones equidistantes. Si una stormtruppe recorre amenazante nuestras calles apaleando a los universitarios, reventando globos oculares en las celebraciones futbolísticas o se infiltra en los movimientos sociales para reventarlos desde abajo, no vamos a limitarnos a emitir un maldito rebufo sociológico. Cuando se provoca tanto sufrimiento y se rompen tantas ilusiones a porrazos, cuando se señalan tantas vistas judiciales y se llenan tantas camas de hospital, hay que hablar claro y no ponerse cínico-plomizo. En La Escuela Moderna queremos declarar solemnemente nuestro hartazgo y subrayar la extrema gravedad del problema. Un problema que tiene un recorrido bastante preciso y unos responsables aún más concretos. La brutalidad de los Mossos d’Esquadra no ha dejado de crecer en los últimos tres años y se ha vuelto ya incontenible. En sus primeros años, “sólo” fueron algunas palizas a borrachos e inmigrantes (ya saben: del género disciplinable) pero su saña pronto alcanzó también a manifestaciones pacifistas (¿recuerdan los kubotanes?), a las protestas estudiantiles (donde se hizo tabula rasa y se fue también a por niños, turistas y periodistas) y, finalmente, al grueso de la población que salió en masa a celebrar el bendito triplete. No basta con las recientes condenas por brutalidad policial, ni con la difusión de imágenes de palizas en comisaría. Porque la cosa va mucho más allá: a las recientes agresiones post-champions league, se han añadido visitas intimidatorias a los agredidos en los hospitales y declaraciones bravuconas de los responsables de los sindicatos policiales. Perlas como esta: "Quien se queda en el lugar cuando los Mossos ya han avisado y ve que sigue el lanzamiento de objetos contra los agentes y que se han disparado las salvas ya sabe lo que pasará, y si se queda, es su responsabilidad. Si se lesionan, no pueden pedir responsabilidades a nadie más que a ellos mismos". Aunque no tengamos más autoridad más que la que nos da vivir por aquí, en los márgenes de la letra B!, exigimos la dimisión de todo el mundo. Todos aquellos con alguna responsabilidad en los sucesos recientes: Alcalde Hereu, Conseller Saura, mandos de la policía autonómica y policías antidisturbios implicados. También exigimos que se vincule la dotación policial a la verdadera conflictividad social: que, en la medida en que se reducen los crímenes violentos y la conflictividad grave, se desmantele al mismo ritmo la función policial. Por último, solicitamos el fin inmediato las políticas securitarias que acompañan al modelo de ciudad que padecemos. Ya no aguantamos más.
Carlos Alonso y La Escuela Moderna