Pop El dúo catalán Astrud vuelve a los escenarios para retocar sus hits eternos junto al Col·lectiu Brossa.
El pop no es como el amor, el fútbol o la política; no se te supone fidelidad por encima de los baches. En el mundo del pop está perfectamente aceptado abandonar a un grupo cuando empieza a dar muestras de senilidad, fariseísmo o fatiga compositiva. A título personal, considero justo haber renegado audiblemente de Los X (empezaron a llevar pantalones de cuero) o Los Y (aparecieron en un anuncio de móviles). El mundo de los fans del pop es una jungla cruel que desconoce la piedad. ¿Así que tus letras se han vuelto cursis, y encima te has pasado al “mestizaje”? Pues si te he visto no me acuerdo, como-te-llames con guitarra. ¡Siguiente!
Siendo así las cosas, hay que admitir que los grupos que no decepcionan van cobrando con los años un cierto estatus augusto en los estantes. Y Astrud son, sin duda, uno de esos grupos. Han pasado muchos años desde aquel 1997 en que entré de sopetón a La Báscula, ellos a medio tocar “La nostalgia es un arma”, y casi me da un soponcio. Ambos hemos cambiado en todo este tiempo, pero sus avances nunca han sido de los que hacen triturar carnets o desgarrar camisetas. Astrud cambian de la manera deseable: llevando a su audiencia a nuevas zonas, pero sin descuidar jamás el eje, el control de calidad. No se dejen engañar por el Apple de Genís Segarra, o las sesiones de fotos irónico-arties: su acercamiento al cancionero es de todo menos posmoderno. Como dijo Jah Wobble en su autobiografía: “Quizás no existan las jerarquías (...) pero hay un proceso a seguir, una determinada parte que jugar, una responsabilidad que cumplir”. Astrud podrían subscribirlo. No se toman a sí mismos muy en serio, pero saben que lo de hacer canciones es una ecuación compleja que no puede resolverse con cuatro ripios mal ensamblados, dos anémicos juegos de palabras y medio riff chamuscado de rock.
Astrud, a la sazón, avanzan con calma, quizás demasiada para algunos; cuatro elepés en trece años es una cifra desazonadora. Manolo Martínez, letrista y compositor del dúo, admite que “hay un problema de pereza ahí”, y tal vez sea verdad. Por otra parte, en sus discos nunca hay rellenos ni parches. Uno, en cuanto a fan, tiene la completa seguridad de que cada pieza cumple un cometido. Aquella desaconsejable prisa creativa que a tantos escritores y músicos ha desfigurado es anatema en su caso.
La razón por la que hablamos de Astrud hoy aquí no es un nuevo disco, lamento decirles. Ya sacaron uno cuando las Guerras Púnicas, y no se prevé otro hasta el definitivo asentamiento de humanos en Marte. Además, el último que sacaron (Tú no existes, Sinnamon 2007) fue ninguneado de forma inaudita por la prensa musical, un hecho que no les debió inundar de plenitud. Desde luego, llega a suceder algo así en Inglaterra (dedicarle un parrafucho al nuevo LP de, digamos, Teenage Fanclub) y la gente sale a la calle con cócteles explosivos. “A mí me resultó extraño, sí”, declara Martínez para Cultura/S. “Pero es que es mi disco; a mí todo lo que no sea que me hagan mucho caso me parece fatal. Pero bueno, me da la impresión de que luego la gente lo ha ido recuperando. Yo estoy muy orgulloso de esas canciones”.
Astrud dejaron de tocar en directo poco después de aquel terrible silencio exterior, pero hace unos meses decidieron regresar. ¿La razón? Una serie de conciertos en colaboración con el Col·lectiu Brossa, una formación “cambiante” de músicos (violines, vibráfonos, acordeones...) que presta al dúo nuevas escalas y arpegios. Sí, Astrud han vuelto. Los que les han visto en directo con esta mini-orquesta detrás hablan de temblores de piernas y ruidosos suspiros en la audiencia, resultado de enfrentarse de nuevo a clásicos de toda la vida como “Tres años harto” o “Esto debería acabarse aquí”. Si uno pincha a Martínez para que hable sobre un posible nuevo LP, sin embargo, su respuesta es escueta: “Cuando haya canciones para un disco -como ves, lo digo así en plan distanciado, como si no dependiera de mí- sacaré un disco”.
De momento, todo parece indicar que tendremos que contentarnos con esto, Astrud tocando sus viejos hits rodeados de mil violas. Y no es que sea poco. Es sólo que, viendo cómo avanzan las fuerzas del Mal Pop en la liga de honor del pop español, uno echa mucho de menos la concisión lírica, belleza tonal y delicadeza instrumental de cada nuevo álbum de Astrud. A la sazón, uno de los únicos ejemplos nacionales de pop inteligente y popular a la vez, de grupo exquisito que, además, gusta a la gente; sin que para conseguirlo haya que recurrir a la mala poesía, la mala copia o la mala traición. Aplaudámosles, siempre.
Kiko Amat
Astrud + Col·lectiu Brossa
L’auditori (Barcelona)
22 de enero del 2010, 21:00h.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 6 de enero del 2010)