En el mundo del pop independiente circula una frase (sin duda apócrifa) pronunciada por una integrante del trío Hello Cuca respecto a la cantautora Russian Red: “Tenemos que seguir existiendo, aunque sólo sea porque existe ella”. Es cierto: la pilastra cósmica se resquebrajaría si se alterara el equilibrio entre ambas formas -antagónicas- de pop. Es como con la cadena alimenticia: si desaparece el depredador del Herbívoro X, Herbívoro X se multiplica y deforesta medio planeta.
En literatura sucede algo parecido. Algunos autores deben existir no sólo por sus visibles méritos, sino porque lo que hacen contrarresta a autores antipódicos. En el caso que nos ocupa, la prosa descarnada, brutalmente honesta, de Edward Bunker impide la definitiva decantación del medio hacia el buñuelo de viento literario de otros autores. Esos mismos autores, a su vez, dudarían muy seriamente si otorgar a Bunker la categoría de escritor. Observen su foto: esa cara no es la del ricachón de apellidos compuestos que expele una sobrepagada ventosidad metaliteraria, sino el rostro de alguien que podría haber apuñalado a otro en una ducha. Cosa que, de hecho, hizo.
Edward Bunker, a quien ustedes quizás recuerdan por su cameo en Reservoir dogs (era Mr.Blue), fue un villano la mayor parte de su vida. La delincuencia en sus formas más imaginativas dirigió su vida hasta los cuarenta años, edad en la que abandonó por última vez la cárcel. Bunker, que había sido el preso más joven de San Quintín, escribió No hay bestia tan feroz en 1973, cuando aún estaba dentro. No hay bestia tan feroz lo cuenta como es. Sin tratar de impresionarnos con sangría gratis, pero a la vez sin excusarse. Y es que quizás esta sea la novela más fidedigna sobre el comportamiento del delincuente incurable.
Les presento a Max Dembo, patente alter ego del autor: un tipo que quizás no sea Pol Pot, y que aún posee algo de humanidad residual, pero a quien las pésimas amistades y la corrupción vírica de las instituciones penitenciarias han transformado en un malandro. Al inicio del libro, Dembo sale libre y está lleno de buenas intenciones y visiones de reforma. Hacia la mitad del libro vemos que Dembo es irredimible, y que tarde o temprano volverá a calzarse el panty en la cabeza para irrumpir dando voces en alguna sucursal bancaria, recortada en mano. No hay bestia tan feroz es vibrante, sobria y dura, como una versión carcelaria de John Fante. Una gran novela, más negra aún que la novela negra, cuya ágil prosa y adictiva trama hacen imposible de olvidar. Ya verán: una cosa única.
Kiko Amat
No hay bestia tan feroz
Edward Bunker
Sajalín Editores
414 págs.
Trad. de Laura Sales Gutiérrez
(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 20 de enero del 2010)