En su nueva novela, Jonathan Coe (1961) deja de lado a nerds de los 70’s y tories de los 80’s, olvida luchas sindicales y aparca el humor de sus anteriores libros. La lluvia antes de caer, con su trama construida a partir de fotografías antiguas, su ambientación en la Inglaterra rural de los ‘50 y su sólida carga de melancolía, puede parecer un cambio de rumbo. Pero si se la mira de cerca sigue tejida con clásicos temas Coe: el pasado y cómo nos explica, la conciencia de la propia historia... Y la música, claro.
Jonathan Coe es un comedido, pulcro, culto e ingenioso narrador middle class que ni es callejero como Irvine Welsh ni -por fortuna- pretende aparentarlo; su artesanía y modales le asemejan más a narradores de los 50 como Kingsley Amis (el de Lucky Jim) o Keith Waterhouse que a otros ex-jóvenes del “dream team” británico de los 80’s como Kureishi o Nick Hornby. Coe es un narrador finísimo, versado en cultura pop y elegante domeñador del lenguaje y el diálogo, a quien yo había aparcado en el cajón de “Grandes tramas / Novelas Devorables” pero también “Poco Subrayables”. Esto quería decir que lo importante de sus trabajos era lo que sucedía y cómo estaba construido, no la expresión memorable de las emociones. Hasta hoy.
Si uno logra superar la falta de ironía y wit inglés de la novela -marca de fábrica de anteriores trabajos- se dará cuenta que está ante el que quizás sea el mejor trabajo de Coe. Una impresionante y poética pieza hecha de todo aquello que es importante: el deja vú, la coincidencia, los amigos perdidos, la familia, el pasado amenazante, las historias familiares ocultas y las películas de Michael Powell.
Coe, por razones que no alcanzo a explicar, aún no es muy conocido en nuestro país; y eso que Anagrama ha publicado fiel y puntualmente casi toda su producción narrativa. Aunque duela admitirlo, lo cierto es que un escritor excepcional como Coe es mucho menos leído aquí que célebres (e intocables) brasas ingleses como Salman Rushdie o Martin “Creo que soy Dios” Amis. Por eso confío en que, tras leer esta entrevista, todos ustedes hagan algo para paliar esta situación y pongan a Coe en el lugar que siempre ha merecido. Lean su libro y lloren; porque, no se engañen, van a llorar.
Uno de los temas del libro es el pasado y cómo nos moldea. Cómo las “fuerzas que nos hicieron” son más poderosas que el ADN que acarreamos.
Escribo tanto sobre el pasado porque en todas mis novelas busco desentrañar los enigmas del libre albedrío y la predestinación. Está claro que controlamos las decisiones que tomamos en nuestras vidas, pero esas decisiones tienen que realizarse en un contexto sobre el que no tenemos control. Trato de mirar a individuos en momentos muy específicos -a menudo cruciales- de sus vidas, y preguntarme: “¿Cómo llegaron aquí? ¿Podrían haber salido las cosas de otro modo?”. Al final te das cuenta de que ambos, el ADN que acarreamos y las demás “fuerzas (históricas) que nos hicieron”, son responsables en igual medida; incluso si la relación entre ellas es contradictoria.
Existen lugares que, como el Shropshire de la novela, poseen una “resonancia sobrenatural”. Y que imágenes que estaban “enterradas en nuestra conciencia” nos llevan directamente al pasado. La importancia de los lugares físicos: algunos no cambian jamás, otros sí. Otros poseen el contradictorio atributo de resultar a la vez familiares y de otro mundo. Hay algo casi místico en todo esto.
Sí, quise escribir sobre Shropshire porque, a pesar de ser uno de los lugares más mágicos, extraños y hermosos del Reino Unido, no es muy conocido. Mis abuelos vivían allí, y mis recuerdos del lugar son particularmente poderosos. La palabra “místico” es peligrosa, pero es innegable que, según envejezco, la vida parece cada vez más misteriosa e inexplicable; y son esos misterios los que trato de capturar en mis libros. Esta tendencia me está alejando del tipo de literatura que hacía en libros como ¡Menudo reparto!, por ejemplo, donde el modo imperante era la sátira y la novela entera estaba basada en certezas juveniles sobre asuntos políticos. Ya no tengo acceso a esa certeza.
Siempre te ha interesado el poder de la imaginería: de las fotografías, o de los fotogramas (como en ¡Menudo reparto!). Pero aquí dices “Qué cosa más engañosa es una foto”. Parece que hayas llegado a la conclusión de que uno no puede fiarse de las imágenes.
Creo que tenemos que establecer una distinción muy importante entre una fotografía -que es sobre lo que se basa La lluvia...- y una película. Un filme es una construcción narrativa, el producto de la interacción entre varios temperamentos creativos, y por tanto puede considerarse honesta o deshonesta dependiendo de si, debajo de todos sus trucos de ficción, dice algo emocionalmente verdadero o no. Una foto, por el contrario, es algo esencialmente engañoso porque pretende capturar algo (un momento) basándose en el cual el espectador será capaz de deducir todo tipo de hechos que pueden ser falsos. El ejemplo más obvio es cuando alguien concluye que, porque la gente sonríe en las fotografías, hay que suponer que eran felices en aquel momento.
Coincidencias y pautas: ¿Existe una estructura predefinida en las cosas que suceden, como tu personaje Gill está a punto de descubrir (y olvidar inmediatamente después)? ¿O es todo cuestión de puro azar?
No lo sé. Escribo novelas para descubrir lo que pienso sobre cuestiones como ésta. El día que lo averigüe, dejaré de escribir novelas.
Explícanos, si no te importa, cómo te vino la idea del argumento. No me refiero a los grandes conceptos subyacentes sino a los detalles prácticos: la historia de la familia, la estructura en fotografías, el ángulo lésbico, el tema del maltrato...
Lo de mirar fotografías me vino por mis hijas. Hace unos cuatro años, cuando mi hija mayor tenía siete, pasamos por una larga fase de mirar viejos álbumes familiares en casa de mis padres. Mi hija estaba completamente fascinada por esas fotos, y quería saberlo todo: dónde se tomaron, quién era toda esa gente, cual era la ocasión que se celebraba, etcétera. Me di cuenta de que, cuando le intentaba explicar todo aquello, no estaba únicamente describiendo fotografías; estaba empezando a contar historias. Las dos actividades -descripción visual y narración- se convirtieron en una sola. Allí me di cuenta de que podría escribirse una novela de este modo. Hice lesbiana a Rosamond porque quería que fuese una marginada respecto a la familia nuclear convencional; alguien que es una mera espectadora, anhelante y ansiosa, excluida por su propia sexualidad y por la moral de la época (los 50’s). El “maltrato” (que en la novela es casi por completo emocional, aunque no por ello menos dañino) se convirtió en uno de los pilares de la acción porque conozco a gente que lo ha sufrido a manos de sus padres -creo que es algo muy común- y quería dar a conocer su experiencia.
A mitad del libro pensé que ésta sería tu primera novela sin música, y justo entonces aparece “Bailero”. Y además están las dos notas iniciales sobre Michael Gibbs y Theo Travis.
Al principio no quería que apareciese nada de música. Quería que fuese distinta de las otras en ese sentido. Pero muchas de las ideas para el libro me vinieron hace años, a mediados de los 80’s, cuando acababa de descubrir “Bailero”; esa canción significa mucho para mí, así que decidí incluirla. La canción de Michael Gibbs (“The rain before it falls”) es deliciosa, pero he que admitir que fue su título lo que me inspiró (¡y que robé!) más que la melodía. Mientras estaba escribiendo el libro escuché mucho el disco Slow life del flautista Theo Travis, así que si los lectores desean escuchar la “banda sonora” del libro, ese es el álbum que tienen que conseguir.
Te dejo con una coincidencia. Las referencias a un pasado perdido y la idea de que una imagen puede trasportarte allí se parecen mucho a las de la canción “Losing Haringay” de The Clientele. ¿La conoces?
Sí, conozco bien a The Clientele porque mi buen amigo Louis Philippe escribió los arreglos de cuerda para el disco God save The Clientele. La letra de ese monólogo, tienes razón, posee un curioso parecido con los temas de La lluvia... y con mi trabajo en general.
EL NUEVO
La lluvia antes de caer (2009) Anagrama
¿Cómo puede ser bueno un libro de tan mal recomendar? “Es una saga familiar contada con la voz de una anciana que va mirando fotos, la mayoría de ellas de la Inglaterra rural de los años cincuen... ¡Eh, vuelvan aquí!”. Se lo cuento: con una carga de emoción tan potente y profunda, con una voz tan serena, que le llega a uno al alma. Esta es la historia de la familia de Rosamund, grabada en un cassette para sus herederos. En ella hay misterios, traiciones, lesbianismo encubierto, familiares desaparecidos y, sobretodo, pureza emocional. Una novela, en estilo e intención, insuperable.
UNO DE LOS PRIMEROS
Los enanos de la muerte (1990) Zoela / Fundación José Manuel Lara
Ya se intuía madera, ahí. Definido justamente como “thriller musical”, Los enanos de la muerte gira entorno a un músico de jazz que presencia un asesinato, así que ya se imaginan. Está plagado de referencias pop (citas de Morrissey al inicio de cada capítulo, sin ir más lejos), asuntos de drogas y un single rarísimo del grupo minusválido-punk The Dwarves of Death. Fresco, breve (no pasa de las 190 páginas) y casi un manual para escritores noveles.
MI HIT
El club de los canallas (2001) Anagrama
Mucha gente considera a ¡Menudo reparto! la cima de Coe, pero yo siempre he preferido éste. Los libros sobre ritos de pasaje de niños ingleses nunca fallan, y éste es uno de los mejores. Y está ambientado en los 70’s, con todo lo que ello conlleva (punk, prog, National Front, sindicalismo combativo y otras convulsiones de la época). Y el protagonista, Benjamin Trotter, es un lerdo emocional adolescente que les enamorará y exasperará a partes iguales
Kiko Amat
(Entrevista publicada anteriormente en el número de octubre de la revista Rockdelux)