8 de set. 2009
Bacharach: Para cantarlas al viento
Sucede a menudo con el GAS (Great American Songbook); uno lo lleva dentro mucho antes de haber reparado en su presencia. Además de tener un nombre ideal para hacer juegos de palabras excrementicios, el GAS son todas esas canciones de Broadway/Brill Building de los 20’s-50’s que ustedes han cantado sin saber el cómo o el quién. Cole Porter, Gershwin, Irving Berlin, etc. Compositores de canciones cuyas notas les sobrevivirían para siempre. Dejando de lado a los geeks con problemas de retención de información como un servidor, la mayoría de la gente no tiene ni idea de quién escribió Summertime o The way you look tonight; ni falta que hace. Es glorioso cuando algunas creaciones de la cultura popular cobran vida propia así y empiezan a existir en un limbo autosuficiente, cercenadas de quien les dio vida.
Burt Bacharach, prolífico y tardío miembro del GAS (inserten ruido soez aquí), sufre o goza de la misma tesitura. Una vida entera componiendo operetas pop para luego verlas marcharse de su vera como ingratas hijas adolescentes. O es que me dirán que cada vez que danzan beodos en bodas I say a little prayer, con la corbata atada al cráneo e insólitos meneos Austin Powers, se les aparece el careto de Burt. Si acaso, piensan en Aretha Franklin; pero la mayoría de las veces ni eso. Las canciones de Bacharach son cosas que viven por sí mismas y pasan de boca en boca sin mención alguna al autor, como los chistes verdes y los cigarrillos de marihuana. Imagino que llegar a ese punto es como haber coronado la cima más alta de un creador: el haber dado... -griten aquí con voz de Doctor Fronkostin- ¡VIDA! Por supuesto, la vanidad de uno queda aplastada como un gusano repugnante, pero es el precio que hay que pagar por la inmortalidad.
Esta situación no es exclusiva del mainstream, sino que también suele darse en subculturas pop. En el northern soul, por ejemplo, Long after tonight is all over de Jimmy Radcliffe, ese temazo de aureola olímpica que formó parte de las “3 before 8” (las tres que cerraban cada noche del club Wigan Casino hasta su cierre en 1981) existe sin Bacharach, pese a ser de él. Lo mismo sucede con Tower of strength de Gene McDaniels, Any day now de Chuck Jackson o I just don’t know what to do with myself de Tommy Hunt. Tal vez sea porque en ambientes soul se da más importancia a la entrega del cantante -a su sinceridad, pathos y emoción- que a la canción en sí, pero a pocos soulies les importa el autor. Lo mismo sucede con los fans del 60’s punk, devotos de la versión de My little red book que hacían Love; yo mismo no me enteré de que era de Bacharach hasta pasados unos años, e incluso entonces la tierra no tembló.
Por supuesto, con los años -abandonada la búsqueda de trepidancias inmediatas típica del teenager- uno aprende a respetar la faceta del compositor, y luego a serle devoto. Uno se da cuenta de que, por brillante que sea la versión que Isaac Hayes hizo de Walk on by en 1969, no hubiese podido cantarla si no llega a ser porque un judío de dentadura incandescente la escribió en 1964. Alguien colocó ese perfecto “Foolish pride...” donde toca, alguien distribuyó crescendos aquí, alguien sugirió meter esa armada de violines allá. Y ese alguien fue Bacharach, sentado al piano con sus cardigans de tono apastelado. Su existencia es la negación más absoluta de la máxima punk de Todo El Mundo Puede Hacerlo. Porque la verdad es que no todo el mundo puede; hay que ser un genio, para hacer esto.
Eso no quita que a lo largo de todas estas décadas Bacharach no haya dejado caer inadvertidamente alguna boñiga sonora. Lo ha hecho, y de forma letal, aunque no creo que haya que juzgarle duramente. Después de habernos regalado a los humanos The look of love o cualquiera de las mencionadas, qué importa si también se le escapó la viscosa Raindrops keep falling on my head, o What the world needs now is love, que es La Canción más Babosa Jamás Escrita (Coldplay la versionearon post-9/11: búsquenla en You Tube, y lleven bolsa de plástico). Si aprenden a vivir con los inevitables daños colaterales de Bacharach podrán seguir gossando la conga que se ha ensamblado con I say a little prayer. Que está ahí para que ustedes la bailen. Son-son. Para cantarla al viento.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 15 de julio del 2009)