Telstar La historia del maníaco productor londinense de los 60’s es uno de los pocos biopics dignos de los últimos diez años.
Biopics; tienden a ser chungos, no me digan que no. La primera vez que recuerdo salir vomitando-riendo-llorando de un cine (ese peculiar trío de sensaciones que le acometen a uno tras haber sido estafado de forma grotesca) fue con The Doors, de Oliver Stone, cuando la estrenaron en 1989. Dios, qué invadeable oceano de excremento es esa película. Llega Stone a vivir cerca del Palacio Balañá y le vamos a buscar a su casa con antorchas y horcas, en plan muchedumbre linchadora.
Desde aquel fatídico inicio no he visto casi ningún biopic digno, y he visto muchos. ¿Ray? Estaba psé si uno accedía a creerse que uno de los músicos más drogadictos y jodidos del blues era en realidad Papá Noel. ¿Sid & Nancy? Boba, llena de clichés y encima yanki a traición. ¿Dreamgirls? Más cursi que El Rey León II. Y poco a poco, timo a timo, uno va perdiendo la esperanza.
¡Salvados!
Como siempre, han tenido que venir los ingleses a sacarle las proverbiales castañas del fuego al biopic. El Mesías es un guaperas llamado Nick Moran, a quien ustedes quizás recuerden de actor en Lock & stock (1998). O no. En todo caso, Moran es un tío decente, como demuestra el hecho de que haya escrito y dirigido un biopic deprimente y duro sobre uno de los genio-majaras más colosales del pop, el productor Joe Meek.
Meek no estaba bien, eso está claro; Telstar no ahorra detalles para convencernos del paupérrimo estado mental del protagonista. Junto a su talento autodidacta convivían una latente demencia y un lado oscuro que ríanse ustedes del Barón Ashler. Por un lado (el bueno), Meek grabó en su estudio casero de Holloway Rd. -Londres- a algunos de los artistas pop más importantes del momento, y su hit “Telstar” de The Tornados fue el primer #1 del Top 100 americano conseguido por un inglés. Quizás Meek no fuese un genio (no sabía leer música, y se comunicaba con los músicos mediante ruiditos: “Haz un bum-bom con un pret-zont”), pero sin duda era un manitas de la electrónica con inacabable imaginación y visión sónica. La lista de canciones chulas que produjo con un micro en el inodoro y una batería en el pasillo (literalmente) es demasiado numerosa para nombrarla aquí. Pero digamos sólo que la película empieza con “Crawdaddy Simone” de The Syndicats, ese espitado cachiporrazo de R&B fiera. Y que la siguen las extrañamente inquietantes y pegadizas tonadas de Meek: “Just like eddie”, la macabra “Johnny remember me” o la increible “Jack The Ripper” (para el pillao de Screaming Lord Sutch), sin mencionar las decenas de instrumentales locos, western-cosmonáuticos, que expulsaba de su cabeza como butifarras.
Por el lado malo estaba su interés por Lo Oculto (decía comunicarse ultratumba con Buddy Holly y Eddie Cochran), su consumo de anfetaminas-como-Juanolas y su torturada condición de homosexual cuando aún era ilegal en Inglaterra, lo que le reportaría un dañino caso de chantaje y constante mala prensa. Todo ello le fue sumiendo en un laberíntico estado de psicosis (Decca me ha pinchado el teléfono, Phil Spector me espia, etc), que culminaría en su suicidio el 3 de noviembre de 1967. Meek se pegó un tiro (tras matar a su casera) el día del 8º aniversario de la muerte de Buddy Holly.
Moran podía haber pintado a Meek como una especie de malogrado Willy Wonka, raro-entrañable perdedor con declive lacrimógeno y aureola Ed Wood, pero se niega. Telstar echa fuego a la leyenda, cómo no, sólo que aquí la leyenda es más Hansel y Gretel -todo mal fario y paranoia- que Ricitos de Oro. Joe Meek aparece en ella como un auténtico orate, peligroso la mayoría de las veces, confuso y manipulador las otras, aunque siempre brillante y avanzado. La película puede verse como biopic a secas, y atrapa desde cualquier perspectiva, aunque es innegable que la fascinación por el pop y los 60’s ayuda. Además, esto no son los sesentas reusados de Carnaby St., Mary Quant y los Beatles; la película está centrada en uno de mis periodos favoritos de la historia inglesa, el hiato 1956-1963, esa frontera extraña en que Londres aún no ha hecho bum y lo sobrevuela todo el espectro del blitz y el racionamiento, emergen el rock’n’roll y los coffee bars y toda la pesca. Y se hace la luz. La ambientación y el aire general, en este sentido, son insuperables.
Si les hace falta más, fans del cine digno, sepan que sale Kevin Spacey haciendo de almidonado socio de Meek con convincente acento inglés. Y, fans de la intrascendente trivia britrock, que haciendo el zángano por ahí detrás están el ex-Libertines Carl Barat (como Gene Vincent) y Justin de The Darkness (como Lord Sutch). Pero tranquilos, que no la fastidian; Telstar sigue siendo imprescindible. No se la pierdan.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 9 de septiembre del 2009)