1 d’abr. 2009

Withnail y nosotros

Withnail & I Celebramos (con retraso) el XXº aniversario de la película inglesa de culto dirigida y escrita por Bruce Robinson.

1. Un autor trata a la vida como un matarife a un gorrino; la intención es aprovecharlo todo. Ya conocen la ecuación: Humor = Tragedia + Tiempo. Del mismo modo, la juventud del cineasta Bruce Robinson (que él define como “el periodo más deprimente de mi vida”), una lacrimógena epopeya de histriones en paro, borracheras 7-11 y fregaderos atascados de “materia”, tenía el potencial para convertirse con los años en una sublime película de risa y horror. Voy a hablarles de ella en un instante, pero vamos a tener que trabajar rápido. ¡Un par de whiskis cuadruples y otro par de pintas, por favor!

2. Withnail & I se estrenó en 1987, un año nefasto en que la Thatcher ganó su tercer mandato y Guns’n’Roses sacaron primer LP. El karma cósmico se niveló con el inicio de la Intifada, la aparición del Tallulah de The Go-Betweens y la pérdida de mi virginidad, así como el estreno del filme más grande de la década.
Withnail & I cuenta la historia de dos actores desempleados, Withnail (Richard E. Grant) y el “I” anónimo del título (Paul McGann) quienes, para escapar de su mísera existencia en Camden Town (y el acoso de su camello Danny, inventor del maxi-porro “la zanahoria de Camberwell”), deciden pasar unos días en la villa de Monty, el tío marica de Withnail. Ustedes dirán que este argumento parece menos prometedor que El erótico enmascarado, y estarán equivocados. Para empezar, el filme cruza la frontera del culto por su afectuosa mirada al acto de engullir alcohol con entusiasmo, y algunas de las frases más memorables de Withnail están dedicadas a este noble hobby; como es el caso de “Se nos ha acabado el vino; ¿Qué vamos a hacer al respecto?”, “Necesito algo de priba. Exijo algo de priba” y , cómo no, la inolvidable “We want the finest wines available to humanity. And we want them here, and we want them now!” (ni traduzco). Otros Withnailismos que pueden aprender para utilizar en multitud de situaciones cotidianas, y que les harán tornarse odiosos a los ojos de sus amigos, son (apunten):

- “Hemos venido de vacaciones por error; ¿es usted el granjero?”
- “No me amenaces con un pez muerto”.
- “Tengo el corazón débil; si me pegas, será asesinato”
- “Ahí fuera no hay nada, aparte de un huracán”.

Como prueban estos ejemplos, Withnail es una de las creaciones más maravillosas del celuloide. A la hora de describirlo para Richard E. Grant, Robinson lo pintó “mendaz, cobarde, pavo, afectado y completamente encantador”; Grant se tomaría sus palabras al pie de la letra, haciéndole mítico. Y por cierto: Grant es abstemio de toda la vida. Su interpretación del curdas de Withnail, por tanto, es lo que fuera de este país se llama ser un buen actor.
Los antecedentes de este adorable y ficticio imbécil son claros: Robinson se inspiró en un antiguo compañero de piso llamado Vivian Mackerell, un pijo vanidoso, pomposo y malogrado que, a pesar de sus ínfulas de artista genial, no hacía otra cosa que “beber y despotricar”. En cuanto a su nombre, Robinson afirma que es un mal deletreado del apellido Withnell. Jonathan Withnell era una especie de héroe local en el barrio del director, un tío célebre por haber estrellado su Aston Martin contra un coche de policía al tratar de abandonar su pub, tan borracho que había olvidado el funcionamiento de sus piernas. En fin: con este par de ingredientes se entiende mejor por qué Withnail resultó ser esa especie de nihilista neurasténico con hígado de titanio que vimos en el filme y no el estudiante matable que hubiesémos sufrido si llega a filmarse todo este despropósito en Hollywood.
Hay que admitir, con todo, que Withnail funciona particularmente bien por la contraposición con un personaje serio, en este caso “I”; el actor sensible pillado en horas bajas que al final logrará evadir su mala suerte, dejando al autodestructivo flatmate atrapado en su personal tornado de autoengaño y misantropía. Dicho así parece de suicidio, pero les prometo que en Withnail & I se torna cómico. O agri-cómico, al menos.

3. Podríamos pasar todo el día hablando de escenas memorables -el gran Tío Monty buscando borrar el cerito sessual de “I” (“¡Debo tomarte, aunque sea a la fuerza!”), la teoría de Danny sobre los barberos que son empleados gubernamentales (y las melenas, antenas que recogen señales del cosmos) o el resacazo sobre ruedas de Withnail (“Me siento como si un cerdo se me hubiese cagado en la cabeza”)- pero mejor verla. Sólo un aviso: si deciden hacerlo a la vez que ponen en práctica ese clásico de la melopea estudiantil inglesa, el “Withnail & I Drinking game” (los concursantes deben beber al ritmo de Withnail), vayan con cuidado. El bueno de W se mete entre pecho e hígado: 9 vasos de tintorro, media pinta de sidra, 2’5 chupitos de ginebra, 6 de sherry, 1 de gas de mechero, 13 vasos de whisky y media pinta de lager. O sea, morirían en el acto. Yo mismo traté de hacerlo una vez y, tras haber echado gaznate abajo una cuarta parte de lo que Withnail se mete en la película, estaba semidesnudo en mi comedor gritándoles a mis amigos “¿Ge osabosdais ague meomo loarrcedineeeee?” (“¿Qué os apostáis a que me como los calcetines?”).

4. Veo que les he convencido. Dicho así, ¿A quién podría no gustarle Withnail & I? Se lo diré. No le gustó un pelo a Dennis O’Brien, productor ejecutivo de Handmade Productions (los de La vida de Brian), quien dijo que era “tan divertida como un orfanato en llamas” (jo, jo). La película estuvo a punto de no filmarse, y sólo la salvó la testarudez de Robinson. Tampoco gustó en Norteamérica, ese país de filisteos, donde Withnail & I ni siquiera adquirió el estatus de peli-de-culto; como todo el mundo sabe, en los USA son incapaces de apreciar la figura del perdedor, y Withnail es el Dios loser. Para él no hay triunfo final ni victoria, ni siquiera pírrica; sólo amargura e ingratos tragos de gasóleo.
El tercer ente que decididamente odia Withnail & I es mi mujer, que la describe como (cito textualmente) “basura inhumana”, “pretencioso montón de estiercol” y “detritus sobreactuado”, y a Withnail como “histriónico, repelente y mezquino”, sin que sirva de nada mi “se trata precisamente de eso, ceporra” (mascullado entre dientes).
Ustedes sabrán a quién escuchan.

5. Una última cosa. Si están dudando entre veranear en Colliure, Tomelloso, Ultramort o cualquier otra parte, no lo hagan. Un señor rico e inglés llamado Seb Hindley, dueño del pub local, acaba de comprar Sleddale Hall o, como se renombró la casa de campo del Tío Monty en Withnail & I, “Crow Cregg”. Está al laíto de Shap, en Cumbria. Tiene toda la pinta de hacer un frío de tres pares de cojones, pero pasarán las vacaciones-por-error más temáticas de su vida. Eso sí, no olviden cargar el maletero con vinacho; la “fenomenal bodega” de Monty sólo existió en la ficción.

Kiko Amat

http://www.withnailandiforum.com/
http://www.withnail-links.com/index.htm/

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 25 de marzo del 2009)