4 d’abr. 2008

Un (avieso) dandy entre basura

Novela Las andanzas de un marchante de arte archi-snob, hedonista e inmoral implicado en una conspiración internacional JamesBondiana

Esto de tener un alter-ego literario es un jaleo. Aquí acaba éste, allí empieza aquel, pero no está tan claro, todo el mundo me confunde con mi protagonista, y al final uno termina como Johnny Weissmuller o el Antoniu de Poble Nou. Identificación total con El Otro. El caso de Kyril Bonfiglioli, autor de No me apuntes con eso, y su protagonista Charlie Mortdecai tiene también visos de alarmante intercambiabilidad.

Bonfiglioli (1929-1985) era un marchante de arte de Oxford mutado en novelista, un excéntrico señor con ojo finísimo para el arte, el morapio, las chicas frescas y la ropa linda. Charlie Mordecai es, a su vez, un amoral marchante de arte con más prejuicios de clase que Luis XIV, un gentilhombre sin honor que sólo vive para la belleza, el vino caro y los trajes de buen corte. O sea, que son el mismo tipo, por mucho que Bonfiglioli se quejara sin mucho convencimiento de esa confusión (por ejemplo cuando su editor utilizaba los nombres de autor y protagonista indistintamente), y por mucho que su novela empiece con el aviso: “Ésta no es una novela autobiográfica, es una novela acerca de otro marchante de arte de mediana edad, mundano, disoluto e inmoral”. Sí, seguro. Tanto Bonfiglioli como Mortdecai son english eccentrics, raros y altivos y encaminados fatalmente hacia una majestuosa auto-inmolación. Con todo, las diferencias existen: Bonfiglioli se casó dos veces, tuvo cinco hijos y acabó hecho un guiñapo alcoholizado y paupérrimo, mientras que el hijoputa-con-batín de Mortdecai aguantaría haciendo dandiescas piruetas vivenciales durante tres novelas.

No me apuntes con eso, la primera de ellas (de 1973), es una novela negra no muy negra de argumento confuso (Mortdecai organiza el robo de un Goya para un magnate americano involucrado en el chantaje a un diplomático inglés; los servicios secretos de ambos países se empeñan en mandar al protagonista a criar malvas) y secundario. Pues éste es sólo un trampolín para que Mortdecai humille al mediocre mundo en un salto de esnobismo mortal tras otro. Aunque comparado con el Bertie Wooster de PG Wodehouse, esencialmente porque es un aristócrata con mayordomo (el de nuestro héroe es un tarugo rompo-nueces-con-el-culo llamado Jock que no se parece en nada a Jeeves), Mortdecai es una creación única. En puro estilo mod-repelente, se deleita siempre en terminar un escalón de conocimiento por encima de sus interlocutores (el autor inglés Stephen Potter llamaba a esto One-Upmanship: si tu sabes tal, yo sé cien cosas más), cosa que lo hace entrañabilísimo a pesar de su latente mezquindad.

Además, Mortdecai es un dipsómano implacable. Sus mañanas empiezan con espantosas resacas (su única queja del Alka Seltzer es que hace demasiado ruido), y sus noches terminan... Bueno, la mitad de las veces ni recuerda cómo (“Sé que me acosté, pero los detalles me resultan algo vagos” o “Supongo que me acosté en algún momento”). Eso descubre una nueva diferencia con Bonfiglioli. Mientras que éste mostraría cierta preocupación por su “debilidad” (no sin razón, pues murió de cirrosis a los 56), Mortdecai se mantiene firme en su amor al vaso. Cuando alguien le espeta que “Jamás bebo alcohol; no me gusta embotar mis sentidos”, su respuesta es: “Dios. Qué desgracia. Que no beba, quiero decir. Vamos, imagine lo que supone levantarse por la mañana sabiendo que no va a sentirse mejor en todo el día”. Vengativo, timador, elegante como un pincel y listo como un zorro, Mortdecai es uno de los personajes de novela más atractivos –y más divertidos- de los últimos treinta años. No se lo pierdan.

Kiko Amat

No me apuntes con eso
Kyril Bonfiglioli
Barataria
254 pág.

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el 2 de abril de 2008)