El reclusivo autor americano se publica al fin en nuestro país. En sus libros hay rock’n’roll, speed, obsesiones, revuelta y redención. Más ritmo y emoción que en un disco de bop. Les presento a su nuevo escritor favorito: Jim Dodge.
Voy a empezar una religión. Si les cuento esto no es para pegarles el sablazo, ni con la intención de fundar una “familia” mansoniana con sus hijas de 14 años; mis intenciones son serias, que diría Elvis Costello. Voy a empezar una religión porque he encontrado al fin un profeta y ¿qué otra cosa se puede hacer con uno? Invitarle a una cerveza no, claro. Mejor reconocer su profunda percepción del mundo, celebrar su mensaje, compartir su visión. Mi profeta se llama Jim Dodge. Eso nos pone en un aprieto a la hora de escoger nombre para la religión (¿Dodgitas? ¿Jimianos?), pero bueno.
Jim Dodge era mi escritor favorito. Eso era antes de que se me apareciera un arcángel con guitarra y cara de Buddy Holly y me confiase que Dodge era El Salvador. Vaya. Al ser Dodge un autor ninguneado por nuestros editores, yo ya me había acostumbrado a predicar en el desierto. Por fortuna, El Aleph se ha decidido a sacar El Cadillac del Big Bopper, y Alpha Decay ha hecho lo mismo con Introitus Lapidis. El primero habla de una peregrinación para hacer entrega de un regalo nunca regalado, un viaje de conocimiento atizado por las anfetas y los singles de rock’n’roll. El segundo va de desafío al poder, de sustancias alucinógenas, de magia y de una sociedad secreta que va en busca de la piedra filosofal. Otros temas de sus novelas son la pasión y la obsesión, la amistad y la hermandad, la posibilidad de redención y la celebración del estar vivo. “Ése es un buen resumen”, nos dice desde Arcata, CA. “Sólo añadiría que muchos de mis personajes luchan por aprender cómo amar, cómo aplicar su pasión en el mundo, cómo sobrevivir al sufrimiento que el amor inevitablemente engendra. Contar historias siempre ha tenido para mí ese elemento de cómo. Hace veinte años tuve la suerte de trabajar con Aliza Jones, una mujer Atabascana cuyo pueblo aún posee tradición oral, y le pregunté cómo funcionaban las historias en su cultura. “Oh, ya sabes”, me dijo, “van de cómo te metes en problemas y cómo sales de ellos”.
Voy a empezar una religión. Si les cuento esto no es para pegarles el sablazo, ni con la intención de fundar una “familia” mansoniana con sus hijas de 14 años; mis intenciones son serias, que diría Elvis Costello. Voy a empezar una religión porque he encontrado al fin un profeta y ¿qué otra cosa se puede hacer con uno? Invitarle a una cerveza no, claro. Mejor reconocer su profunda percepción del mundo, celebrar su mensaje, compartir su visión. Mi profeta se llama Jim Dodge. Eso nos pone en un aprieto a la hora de escoger nombre para la religión (¿Dodgitas? ¿Jimianos?), pero bueno.
Jim Dodge era mi escritor favorito. Eso era antes de que se me apareciera un arcángel con guitarra y cara de Buddy Holly y me confiase que Dodge era El Salvador. Vaya. Al ser Dodge un autor ninguneado por nuestros editores, yo ya me había acostumbrado a predicar en el desierto. Por fortuna, El Aleph se ha decidido a sacar El Cadillac del Big Bopper, y Alpha Decay ha hecho lo mismo con Introitus Lapidis. El primero habla de una peregrinación para hacer entrega de un regalo nunca regalado, un viaje de conocimiento atizado por las anfetas y los singles de rock’n’roll. El segundo va de desafío al poder, de sustancias alucinógenas, de magia y de una sociedad secreta que va en busca de la piedra filosofal. Otros temas de sus novelas son la pasión y la obsesión, la amistad y la hermandad, la posibilidad de redención y la celebración del estar vivo. “Ése es un buen resumen”, nos dice desde Arcata, CA. “Sólo añadiría que muchos de mis personajes luchan por aprender cómo amar, cómo aplicar su pasión en el mundo, cómo sobrevivir al sufrimiento que el amor inevitablemente engendra. Contar historias siempre ha tenido para mí ese elemento de cómo. Hace veinte años tuve la suerte de trabajar con Aliza Jones, una mujer Atabascana cuyo pueblo aún posee tradición oral, y le pregunté cómo funcionaban las historias en su cultura. “Oh, ya sabes”, me dijo, “van de cómo te metes en problemas y cómo sales de ellos”.
Jim Dodge (1945), un autor de intensa trayectoria y talento, no es famoso; y además le da igual. Pero igual de verdad: “Si algo distorsiona peligrosamente la psique de los jóvenes escritores”, comenta, “es la presión por publicar, por agarrar algo de fama. Como siempre les digo a mis estudiantes, los dos grandes obstáculos que existen para los nuevos autores americanos son el fracaso y el éxito. La celebridad, como la lujuria, es un gasto de espíritu y un desperdicio de vergüenza: quedaos en casa y trabajad”. En efecto, Dodge no publicó hasta los 38, así que ya pueden sacar la cabeza del horno de gas todos los veinteañeros que acaban de recibir su manuscrito devuelto por una editorial.
Como habrán deducido por lo de “estudiantes”, Dodge es profe. También es anarquista (“Por supuesto que la acción directa está justificada: América está construida sobre la premisa éticamente defendible de que los humanos están moralmente obligados a luchar contra la opresión y la explotación de la vida humana y más-que-humana”), bioregionalista, apologista de los estupefacientes, Gran Comendador de las Canciones Buenas y un escritor tan vital que la mayoría de las novelas de otros parecen a su lado libros técnicos de patentes alemanas. Thomas Pynchon –que prologa Introitus Lapidis- dijo que leerlo era como estar en una fiesta donde se celebrara sin parar todo lo que importa. Y, ¿saben qué? Es cierto. Sus obras (incluyendo Fup, su debut, inédito aún en castellano) son un carnaval, una “locura grandiosa”, como se dice en El Cadillac... Y el autor, el tipo de hombre apasionado y sabio que todos hemos deseado como mentor. Pregunten, pregúntenle lo que quieran: ¿Escribir como terapia para superar la pena? “Al contrario, creo que pasar cinco horas al día en una habitación llena de lenguaje pensando en tus pequeñeces, culpa y errores solo contribuye al daño”. ¿Cibercomunidades? “Como Kurt Vonnegut, creo que las cibercomunidades no son comunidades de la manera en que éstas me emocionan; máximo, son grupos intelectuales. Virtual significa “en efecto pero de hecho no” y a mí las cosas que más me gustan de la vida son los hechos sensoriales, no las aproximaciones”. ¿El dolor del desamor? “El sufrimiento surge de apegos muy profundos, como el amor. Si no quieres sufrir, no ames, porque el amor va a perderse tarde o temprano. Pero si crees que el amor aún vale la pena, ama con todo tu corazón, y cuando termine, y duela, sufre en consecuencia. Pero no gimotees, te quejes ni lloriquees: la decisión era tuya; vive con ella. Como dicen los boxeadores: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. No escojas sufrir. No te regodees en tu pena”. Prometido, Jim.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento EP3 de El País el 7 de diciembre de 2007. La entrevista íntegra -14 paginazas de word- será publicada próximanente en La Escuela Moderna #4, de próxima aparición)