Teen pop Dúos de compositores y grupos de chicas popularizaron en los 60’s uno de los sonidos más optimistas y vivos de la historia musical
¿Quién mató al teen pop? Si se ponen en plan Cluedo, yo creo que fueron los Beatles y Dylan, en la Biblioteca, y el Arma del Crimen una Composición Propia. Con ella, los singer-songwriters les arrearon duro a los compositores clásicos de Tin Pan Alley, que vieron de golpe como el público firmaba papeles para mandarles a balnearios. Pero pre-Beatles, los artistas eran menos pomposos, y estaban la mar de contentos si les dejaban aplicar su talento vocal a composiciones ajenas. En cualquier caso, el teen pop melodramático es el resultado glorioso de aquel sistema cadena-de-montaje del Brill Building. Unos cuantos compositores metidos en cubículos de teleoperador –como cuenta Carole King en el esencial Will you love me tomorrow de Charlotte Greig- con un piano y unos folios y, “si tenías suerte”, una silla. Una canción se escribía por la mañana, se grababa por la tarde y salía al mercado en dos días. Pim-pam. El sonido: aquel pop histérico e ingenuo, heredero del R&B negro lejiado con pop y de la emoción tirolesa del doo-wop. El destinatario: una legión de púberes atontados por el delirio amoroso y el romanticismo más cursi y magnífico. Los artistas: girl-groups e ídolos pop de ascendencia italiana y cara marmórea. Los autores: dúos ya míticos que hacían obras maestras como cucuruchos de máquina. Porque ese era su oficio. Porque el torturado “esperad 7 años que aún no he terminado el disco” de grupos como My Bloody Valentine era aún inimaginable, por fortuna.
El caso de Jerry Leiber y Mike Stoller (los autores de Poison ivy, Yakety yak, Charlie Brown y tantos otros) es curioso porque los fundadores de Red Bird Records, uno de los nidos del teen pop y los grupos de chicas, no le tenían especial aprecio al sonido que les daba de comer. Leiber declaró años después: “Cuando escuché por primera vez Chapel of Love la odié con todas mis fuerzas”. Leiber y Stoller venían de un mundo lírico de cárceles, cuernos y curdas, los temas clásicos del R&B urbano. Y, de repente, la “introspección frágil, el optimismo inocente y los anhelos románticos” (Greig dixit) de los compositores de teen pop estaban en todas partes. Y no sólo gracias a las chicas; como bien apuntó Eddie Holland (compositor de Motown), las políticas sexuales del momento eran tales que sólo mediante el azúcar en rama temático del teen pop podían los hombretones abrir su corazoncito. Porque una cosa era decirles a los amigotes que ansiabas entrar a una “capilla del amor” (si tu mote era El Rompehuevos o Jack Bolas-de-Acero, mejor que desde ahora te acostumbraras a llamarte Nenúfar Johnson) y otra muy distinta cantarlo. Dubidu-bidu, capilla del amor, dubida-bidum. ¿Qué pasa? Estoy cantando, machos; ahora vamos a atracar esa licorería.
Esencial fue también el matrimonio Ellie Greenwich y Jeff Barry. A la primera la llamaron “la compositora reina del teen pop” y, al que dude, que cante: Da doo ron ron y Then he kissed me para las Crystals, Leader of the pack para Shangri-Las, Chapel of love para Dixie Cups, y muchas más. Greenwich definiría su arte así: “Muchos de nosotros conseguimos pequeños pedazos de felicidad, pero no podemos hacerla durar; creo que todas aquellas canciones van de desear que esa felicidad permanezca”. Tomen esto y esto otro, fans de Radiohead.
Pero si de todos los pueblos de la Galia, los belgas eran los más valientes, de todos los compositores teen pop fue el matrimonio Goffin-King el que mejor penetró en la psique adolescente, con melodías Loctite y unas letras que abarcaban un colorido arco temático: catástrofe teen, frustración amorosa, filo-masoquismo juvenil (He hit me (and it felt like a kiss), para The Crystals) y el qué-felices-seremos-los-dos histriónico que les caracterizaba. Carole King y Gerry Goffin eran una pareja de origen judío que firmaría las canciones más exitosas y perennes de la época. Pete Waterman sostiene que es precisamente esa combinación de tradición judía y doo-wop negro la que creó el teen pop. Pruebas las hay: El Will you love me tomorrow para las Shirelles, Chains para las Cookies (y los Beatles), The Locomotion para Little Eva o One fine day para las Crystals. Ésta ilustra lo que era el epítome Goffin-King: ingenua, viva, demencialmente optimista, un “completo rechazo de la pena adulta”, como dijo Charlotte Greig, una auténtica borrachera espiritual de felicidad y expectativas.
Tras años de hacer las mejores canciones de la historia para Aldon Publishing, el matrimonio Goffin-King se divorció en 1968, y ustedes ya conocen la mitad de lo que sigue. Carole King se reinventó en 1970 como compositora-para-adultos con su bombazo mundial Tapestry, sentando el patrón para todas las mujeres cantautoras que habían de venir. Goffin, el inseguro Goffin (en 1967 declaró que la aparición de Dylan le hizo sentirse “como un enano”) fue diagnosticado bipolar, pero continuó ganándose la vida ampliamente como compositor de canciones. Que una de ellas fuese la abyecta Nothing’s gonna change my love for you de Glen Medeiros es tan sólo otra ironía más de este mundo cruel.
Kiko Amat
Will you love me tomorrow
Charlotte Greig
Virago Press, 1989
VV.AA.
Goffin and King; a Gerry Goffin and Carole King Song Collection 1961-1967
Ace Records, 2007
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 27 de febrero de 2008)