Cómic Daniel Clowes vuelve en Ice Haven a observar por el microscopio la soledad y la falta de rumbo del americano medio
No lean esto si están optimistas. No lean esto si su bebé acaba de descubrirse la mano, si la revolución ha empezado al fin o están pasmados ante una puesta de sol pensando que la vida es fundamentalmente algo hermoso. Daniel Clowes arruinará todo eso para ustedes, y lo hará de aquella forma quieta y discreta que tienen sus cómics de hundirle a uno. Porque a pesar de que nunca hay grandes tragedias en sus historias, a pesar de esa falta de envenenamientos masivos, psicoasesinos y enfermedades muy gordas, el final siempre es el mismo para nosotros, sus lectores: el abatimiento. El suspiro. El pensar, como en aquella canción de Biff Bang Pow!, que “tiene que haber una vida mejor que ésta”. Sí, Ice Haven es deprimente, y lo es porque la vida es deprimente también. O al menos lo es ahora, al terminar el libro. Si no recuerdo mal, esta mañana yo era William Morris, y la raza humana solo iba a depararme sorpresas felices, y yo silbaba desnudo por los campos de trigo cogido de la mano de una campesina rubicunda; todo iba bien. Y entonces, algo cambió.
Ice Haven es el último trabajo de Daniel Clowes publicado en nuestro país. Clowes (Chicago, 1961) es actualmente el mejor autor de comic books para adultos –esto es, aquellos en los que no aparecen americanos con mallas lanzando rayos. Digo mejor, y quiero decir mejor. Porque aunque está Adrian Tomine, y está el Blankets de Craig Thompson, y está Chester Brown y tantos otros, nadie se acerca a Clowes en cuanto a fecundidad, profundidad y coherencia. David Thompson (de Pere Ubu) dijo que su propia carrera musical estaba hecha de múltiples puntos cuyo sentido aparecía al observar el todo, y lo mismo puede aplicarse a Clowes: la serie Eightball, David Boring, la hollywoodizada Ghost World, Dan Pussey... Todos comparten esa atmósfera Clowesiana de desesperación muda, de personajes sin rumbo que deambulan por el mundo como hormigas en un terrario transparente, aparentemente desconcertados, preguntándose ante nuestros ojos (o no preguntándoselo, en la mayoría de los casos) cuándo se resquebrajaron todas las aspiraciones y sueños. Ice Haven es sombrío, ya dije, como lo son todos los previos trabajos gráficos del autor, y les voy a contar ahora mismo por qué creo que lo es.
Con su estilo engañosamente pulcro, ese estilo que parece beber de todas las fuentes clásicas de todas las eras del cómic americano (del Gasoline Alley a Li’l Abner al Love & Rockets de los Hernández Bros o la escudería Mad), Clowes logra un resultado altamente perturbador. Es el contraste entre la inocencia del dibujo y lo traumático de la historia (en este caso, las vidas interconectadas de los habitantes del pueblo que da título a la obra) lo que crea esa sensación opresiva de irrespirabilidad y peso-del-mundo-en-las-espaldas. Y sin embargo, recuerden, en Ice Haven no pasa nada terrible; el hilo conductor de la historia es la desaparición de un niño, pero lo que nos agrieta el alma son los fracasos enanos, las esperanzas truncadas, las infidelidades patéticas de cada uno de los personajes que se cruzan en sus páginas. Poco importa si se trata del poeta fracasado Random Wilder, el crítico de cómics Harry Naybors, la adolescente confusa Violet Vanderplatz o Charles, el niño prodigio. Es el choque entre lo gráfico de la miseria cotidiana y el trazo elegante de Clowes lo que produce infaliblemente aquel efecto chocante de tibio desespero; es lo mismo que consiguió Peter Jackson en Meet the Feebles, cuando filmó a marionetas estilo Teleñecos inyectándose heroína. O la sensación bicolor que dejan las canciones de Motown; bailables y alegres, pero con letras que hablan de cuernos y rumores feos. En todos estos casos alguien está acariciándonos la cara, pero en la palma de su mano hay salfumán del bueno. Clowes podría ser sucio, soez o sangriento si quisiera, pero decide ser todo lo contrario: nítido, Hanna-Barbérico, clasicón, fifties incluso. Y, como sucede con las películas de Todd Solondz, esa elegancia lo empeora (o sea, mejora) todo. Ice Haven es sensacional, cierto, pero ahora quién nos extirpa este peso del pecho. ¿Eh? Kiko Amat
Ice Haven
Daniel Clowes
Reservoir Books / Mondadori
91 pág.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia)