El rey negro del rock’n’roll exhibe toda su chocante y purpurinácea realidad en una célebre biografía de 1984, traducida aquí recientemente.
1. Le llamaban marica, aborto, guarro, capullo y monstruo. Tenía una pierna más larga que la otra y andaba como un Goebbels negro, ondeando el cuerpo de un lado a otro a cada paso, a lo trífido. Uno de sus ojos era más grande que el otro, y en su barrio le llamaban cabezón. No, perdón; le llamaban EL Cabezón, como si no hubiese otro. Se hizo gay a una edad record y uno de sus hobbys era defecar en cajas de zapatos para luego regalarlas a ancianitas. A su padre le mataron a tiros en 1952, sus hermanos le maceaban sin compasión por nenaza y feto, y los pervertidos blancos de la zona le buscaban a diario para ponerle mirando hacia Utrera. Con o sin su consentimiento.
Si yo les preguntara ahora cómo evoluciona esta infancia, seguro que la mayoría de ustedes señalaría al Corredor de la Muerte de Sing-Sing o el Bunker de la Cancillería en Berlín, 1945, después de que nuestro héroe se hubiese convertido en Serial Killer o Tirano genocida. Pero olvidan que alguien inventó el rock’n’roll, y de repente hubo un lugar donde canjear fealdad por semi-divinidad. Y ese alguien fue Richard Wayne Penniman (alias Little Richard), para escapar de todas las cosas que que ya dijimos le llamaban por la calle. No me hagan repetirlas, que no es bonito.
2. Lo primero que tengo que decirles es que no vayan a Wikipedia para aprender sobre Little Richard; sería como leer a Leon Degrelle para tener una visión imparcial del Tercer Reich. En su lugar, les recomiendo vivamente que lean La explosiva historia de Little Richard, la biografía autorizada del músico. No teman; es autorizada, pero no a la manera James Brown, que en su libro se describe como una mezcla de Baloo y Ghandi. Aquí, la doble conversión de Richard Penniman a la religión provoca que el artista no alimente ilusiones sobre su declive moral y sea capaz de revivir con candidez sus años como aspirador de polvo blanco, masturbador compulsivo, loca mayor y megalómano peligroso.
Les cuento su vida: Después de la muerte de su padre, aumenta en Richard el fervor por el gospel y pegar alaridos (en su congregación le llaman ya “Grito de Guerra”). La música sacra y el blues, mezclados con el estilo de Esquerita y Billy Wright (tanto musical como capilar: échenles un vistazo y verán de dónde surge el célebre “Penniman pompadour”), mezclados con su peculiar ego, ganas de dar el cante y follarse a cualquier humano que pasara por su perímetro de visión = Little Richard Rock’n’Roll.
En 1955 explota en el mundo “Tutti fruti”, no sin antes pasar por un forzado cambio de letra; el ultra-guarro oríginal de Richard decía, más o menos: “Tutti frutti, peazo de culo / Si no entra, no lo fuerces / Aplícale grasa, hazlo más fácil...”. Le siguen “Long Tall Sall”, “Rip it up”, “Lucille”, “Good Golly Miss Molly”, “Keep-a-Knockin’”... Todo hits mundiales. Aumentan la extravagancia de Richard (esas camisas, que su productor Bumps Blackwell definió como “si alguien hubiese estado bebiendo licor de frambuesa y licor de menta, y luego se hubiera vomitado encima”), las denuncias por escándalo público y el folleteo indiscriminado (“Me la machacaba seis o siete veces al día. La gente decía que tendrían que darme un premio mundial”). Se casa. Le da un soponcio moral y se arrepiente de todo en 1957, castigando desde entonces a sus audiencias con conciertos de gospel puro y sermones en los que clama contra el rock’n’roll, la homosexualidad (“Dios creo a Adán y Eva. A Adán y Eva, que no a Adán y Esteban”) y la coca (“¡Llegó un punto en que mi nariz alcanzó tales dimensiones que podías aparcar en ella un camión y descargarlo!”).
La historia vuelve a empezar en 1963, durante una gira inglesa en la que se da cuenta de que si sigue dando la chapa con el gospel peligrarán tanto su cuenta corriente como su integridad física. Además, poco antes le habían expulsado del colegio religioso Oakwood por pedirle a un chaval que le “enseñara la pilila”. Ignorando el intermedio predicador, Richard se abalanza con renovada pasión a por el polvo de ángel, las orgías animalísticas y el look galáctico (una túnica de espejitos de lo más glam). Su segunda conversión llega en 1977, después de que su amigo Larry Williams esté a punto de pegarle cuatro tiros a raíz de un “malentendido” relacionado con $1000 en cocaína.
Allí nace el Little Richard actual, esa abuela repintada que tanto se marca un dúo con Bon Jovi como escribe la BSO de Casper. Sí, el intérprete más salvaje, original y apasionado de la historia del rock’n’roll terminó convertido en un híbrido camp de Juan Pablo II y Pajares. Pero tras tantos años de estafas y humillaciones racistas, a ver quién es el guapo que le juzga por querer sacarse unas perras.
3. Hay otra queja constante de Little Richard: la forma en que el público negro le dio la espalda a partir de los 60’s. Richard parece no comprender un fenómeno que Bill Drummond expuso en su libro The17, y que todos los artistas negros de hip hop, techno y soul (y sus audiencias negras) han demostrado a lo largo del siglo XX, y es que el revivalismo es una actitud exclusivamente blanca. La cultura negra nunca mira hacia atrás, a no ser que sea para tomar elementos y recalificarlos, remoldearlos y convertirlos en algo nuevo. Eso explica el nulo interés que se dedicó en la black America al rock’n’roll o el blues una vez apareció la Motown, el funk y la música disco. Eso explica que, por mucho bombo interracial que se le diera a la 2-Tone y el ska revival inglés en 1979 (cultos por otra parte adorables), no hay más que ver las fotos para ver que el 90% de las audiencias -y los grupos- eran blancas; la comunidad negra inglesa estaba, por aquel entonces, metida en el dancehall, los DJs, el lovers rock y el soul autóctono. Para ellos, todos aquellos simpáticos y anémicos skinheads con trajes copiados de sus abuelos jamaicanos eran un incomprensible anacronismo. Algo arrancado de tiempos pasados y, como tal, anatema en su cultura. Little Richard nunca vio esto, y por eso diez años después de “Tutti Frutti” aún se preguntaba por qué sólo había blancos con tupé en sus shows ingleses, y cómo podía ser que en las ciudades americanas toda la población negra bailara a James Brown y pasara tanto de él y su cara. Se lo expliquen.
Kiko Amat
La explosiva historia de Little Richard
Charles White
Trad. Antonio Padilla
Penniman Books
322 págs.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 29 de abril de 2009)