Querido Uri,
Yo también he tenido un trabajo horrible. Uno monstruosamente horrible. El mejor --el más feliz, te lo adelanto-- fue cuando me disfracé de oso panda como parte de una campaña publicitaria de Telefónica. Y así, en los pasillos de un supermercado, yo iba repartiendo dulces mientras los niños me pegaban patadas en las canillas. Es que aunque la conexión a internet de Telefónica sea horrenda, no hay como las sonrisas.
Pero el peor de los peores --a fin de cuentas de eso se trata esto-- fue en un diario. En Chile. En Santiago. En las páginas de espectáculos. Horrendo. Sencillamente horrendo. Como que te pille la policía en China. Pero pongamos ejemplos: viernes, once de la noche y uno tomando un taxi para ir a la sala de conferencias de un hotel. El motivo: un desfile de modas. Muy bien. Y a las doce y algo de esa misma noche, otro taxi para volver a la redacción. Entonces, en ese lugar, entremedio de cubículos bicolores, estaba ella, una jefa sicopática y sólo compasiva con las lesbianas obesas, una mujer obsesionada con las luces que me preguntaba cosas como: "¿y desfiló Xxx? ¿o Ppp? ¿Fue Nnn con Zzz? Todas esas letras, claro, las pueden cambiar por nombres de gente famosa --ok, modelos y actrices de tevé-- que yo debía conocer y que, por supuesto, no había visto en mi vida.
Todo esto resulta muy aburrido, querido Uri --a todo esto, saluda a Kiko, por favor, dile que con mi novia amamos sus libros--, básicamente porque los personajes de la revista Hola en España y Chile no son los mismos. Pero podemos intentarlo. Digo, hacer una convalidación. Entonces mi día --que empezaba a las 10 AM y terminaba a las 2 AM, saquen las cuentas-- se limitaba a seguir, durante una tarde, a Nuria Bermúdez y después, en la noche, a ir a pararse afuera de la casa de Yola Berrocal mientras uno veía desfilar a los futbolistas. Y yo, claro, tampoco los conocía y, para peor, al final del día estaba ella, la lesbiana que odiaba --esto es real, peligroso, de otro mundo-- al mundo. Hubo noches en que el manager de, no sé, Marta Sánchez se me acercaba y me invitaba a visitarla al camarín. O tardes eternas en que un humorista jubilado y adicto a la cocaína se me acercaba y me conversaba mientras yo, claro, sólo pensaba en mi chica y en llegar a casa.
Ese era un curro horrible, Uri.
Pero el horror de verdad, ya sabes, a veces es incomunicable y escribiéndolo se gana poco.
Ahora, para ser fiel a la verdad, todos los trabajos terminan siendo iguales.
Pero no tanto.
Ojalá que no haya tenido muchas faltas de ortografía.
Saludos modernos,
g. maier