Snobismo rock El esnop –o esnob del pop- vive una dolorosa existencia de acumulación de información rara y notas musicales inauditas
1. ‘No lo soy’, les dirá. Da igual que chillen. El esnob del pop (o esnop) nunca admite padecer su peculiar patología. Y sin embargo, mediante un curioso efecto de refracción dialectal, cuánto más trata el paciente de negar su snobismo pop, más lo parece. Es un caso parecido a negar que has bebido y que cada palabra despida una nueva molécula de aliento etílico. Más hablas, menos convences. Es la cinta de Moebius en discusión, la Trampa 22 de los esnops; sólo pueden ganar perdiendo. Imagino que la única forma útil de refutar la acusación es hacer el abecedario eructando, o bizquear mientras se rascan el culo.
2. Pero, ¿qué es un esnop?, se preguntarán. ¿Se mueven en jaurías? ¿Cómo se aparean? (a esto puedo contestarles yo mismo: generalmente no se aparean en absoluto). Verán, el esnop sufre de lo que Jonathan Lethem llama “esa fiebre empollona por la autenticidad”. En su hábitat natural, y si discuten con él de pop-ología, podrán observar cómo éste practica el salto de pértiga sobre los gustos de sus interlocutores, el superar por superar porque puede. Lo que Richard Barnes describe en su libro Mods! como “topping up”; literalmente, recargar, suplementar. Echar en la taza de conocimiento del contrincante unos centímetros más, más antiguo, más raro, más ruidoso, más esotérico. Y más irritante, me atrevería a añadir.
3. Los autores del The Rock Snob’s dictionary (subtitulado “Un léxico esencial del saber rockológico”) les contarán mejor que yo los síntomas de este risible transtorno. Ya en la portada describen al esnop como “el tipo de connoisseur del pop para el cual el disfrute real de la música es sólo guarnición de la acumulación de conocimiento arcano sobre la misma”. Su prólogo los describe como el que describiría a un depredador peligroso, desde la postura violenta hacia los que desconocen a determinados artistas hasta la incapacidad de aceptar que alguien conozca un sólo detalle que el esnob del pop ignora. Los autores David Kamp y Steven Daly -el segundo, irónicamente, ex-miembro de un grupo reverenciado por los esnops, Orange Juice- saben de qué hablan, y uno se da cuenta de que la única manera de haber escrito el diccionario es en primera persona. Sólo alguien sumergido hasta las amígdalas en sabiduría pop podría saber qué es y como funciona un órgano Hammond modelo B-3; qué significan definiciones como lo-fi, dub plate, tropicalia o roots; por qué ninguna vida vale nada sin Jimmy Webb, Laura Nyro, David Axelrod o el rocksteady. Qué mareo, por Dios; que alguien me acerque una Biodramina.
A pesar de todo, la verdadera bengala señalizadora que marca al esnop no es conocer lo que sale en el libro, claro. Lo peor es haber subrayado los errores y haber redactado una lista en las páginas de cortesía con muchos de los nombres que faltan. Al darse uno cuenta de que acaba de hacer eso, la imagen es la misma que cuando, en las películas, el vampiro (o hombre lobo, o bodysnatcher) descubre su condición por vez primera: una mueca de horror, un “soy uno de ellos”, que crioniza la sangre. No se lo deseo ni a mis peores enemigos.
4. Pero mal de muchos... ya saben. Como el mismo diccionario señala, varias figuras de las artes merecerían el epíteto de esnop. El grupo de hip hop Beastie Boys, por ejemplo, sería uno. La enorme lagarta e inmunda actriz Courtney Love también, dudosamente. Nick Hornby, Elvis Costello, David Chase (el creador de Los Sopranos) y Martin Scorsese se han ganado el adjetivo a pulso. Incomprensiblemente, en la lista falta Wes Anderson, posiblemente el super-esnop cinematográfico actual. Los autores del diccionario deben haber olvidado que Academia Rushmore empezaba con los acordes de “Making time”, del catacúmbico grupo mod de los sesenta The Creation. Si eso no es ser esnop, señores, nada lo es.
El libro, siempre voluntarioso, también nos señala quienes son “los padrinos” (del punk, por ejemplo: Richard Hell, MC5, los Monks, New York Dolls, la Velvet Underground), la correcta nomenclatura del esnop (Bob Dylan siempre ha de ser llamado “Zimmy”, Iggy Pop “Jim”, Maureen Tucker “Mo”...), la lista del quinto Beatle (de Brian Epstein a Klaus Voorman) y una guía para evitar confusiones (Nick Kent no es Nik Cohn, Soft Machine no son los Soft Boys). Todo bien afilado.
5. Pese a los ejemplos nombrados antes, sin embargo, la intersección entre submundo esnop y cultura mayoritaria no es frecuente. Por eso las dos últimas y más importantes apariciones ficcionalizadas de la figura del esnop en Hollywood han sido aplaudidas como si fuesen la primera filmación del Yeti. Una, seguro que lo recuerdan, fue el Seymour que interpretaba Steve Buscemi en Ghost World; aquel infraser masturbatorio que cogía los discos con guantes, sólo escuchaba blues del delta en discos de grafito de 78 rpm y catalogaba la condición de éstos mediante términos de laboratorio como Mint o Near Mint. El otro, me duele decirlo, era el Rob Gordon de Alta Fidelidad. Aquel siempre electrocutable John Cusack en chaqueta de cuero holgada, reorganizando su colección cada vez que sufría un batacazo sentimental y teorizando sobre discos en un tono progromático que recordaba vagamente a los discursos de Nuremberg. Ambos eran, como siempre sucede con Hollywood, burdas simplificaciones, personajes planos y clicheados que reunían inimaginativamente todos los tics horrendos que la mayoría silenciosa atribuye al esnob del pop. Nada que ver con la realidad. Puro prejuicio. Lo único que me escama de todo esto es por qué en ambas ocasiones mi anaranjada acompañante celebró sus apariciones con un sonoro, carcajeador y señalatorio: “¡Mira, eres tú!”
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 3 de mayo del 2006)