Lleida ye-yé Un nuevo libro desvela la olvidada escena musical de Ponent durante la década de los sesenta.
1. Las ideas de las madres son emergencias. Hace escasos minutos acaba de llamar la mía, bendita sea, para preguntarme sobre la letra original del “San Carlos Club” de los Sirex. No es precisamente lo que se define como “urgencia”, no. Pero, saben, es mi madre. Así que le respondo que es una trascripción libre (¡Qué digo! Totalmente inventada) del “Route 66” que popularizaron los Rolling Stones. En la versión Sirex se habla del local barcelonés que el grupo frecuentaba (“Es un club muy pequeño, pero bien / Y la gente se divierte con el chek” –querían decir shake, pero da igual), la rutina de citarse con chicas, los bailes, cosas así. El valor de todo ello, le cuento a mi ya aburridísima madre, es la localización a la que “Route 66” es sometida. De repente, ya no es un mondongo ininteligible sobre jaiweis y cadillacs foráneos; al mutar en “San Carlos Club” se convierte en un trozo de vida del fan condal. O sea, no importa lo humilde que sea un artista; si no habla de la existencia de uno, sus letras se vuelven lejanas, ajenas. Por eso en su oda a las escenas locales “History lesson Pt.2”, el grupo punk Minutemen menciona a sus amigos por el nombre, y al hablar de sus grupos favoritos dice: “Esto es Bob Dylan para mí”. Para mucha gente de Barcelona, Salvajes y Cheyenes fueron sus Beatles y Stones. Y para mucha gente de Lleida, ¡Click! Mi madre ha colgado.
2. Como decía, Lleida tuvo una vibrante escena pop en los sesenta, aunque nadie se acuerde de ello. A esta amnesia contribuye el hecho de que escasos de sus grupos llegaron a grabar, lo que da una idea del nivel de sacrificio y animosidad general del que estamos hablando. En esta década en que cualquier insignificancia-con-bambas saca discos y tiene instrumentos caros, es difícil imaginar lo que representaba imitar a los Kinks en Balaguer, por decir un lugar inhóspito; mil imágenes de máquinas de rapar cabezas acuden a mi mente. Pero ustedes no se preocupen, que gracias al enciclopédico y lujosamente editado librazo Quan Lleida era ye-yé todas nuestras dudas van a solventarse.
Quién: En un principio, como pasó en toda España, el pop tuvo que pasar por los ya conocidos estadios de canción ligera franco-italiana, instrumentales a lo Shadows y rock’n’roll tímido, hasta llegar a los Beatles, que es cuando la gente pierde definitivamente la calma y aparecen grupos mil. Si los tuviésemos que separar por ropas relucientes, en un lado estarían The Crows (los más elegantes, nada que envidiar a grupos de beat-mod europeo como Motions o Smoke), PJ4 (medio Star Trek, medio cool garajero), Inwers (con capas de Drácula a lo Count 5), Balar’s (según el libro, pioneros de la camisa de paramecios) y Joan i Jordi (a pesar de su nombre kumbayá, avanzadísimos en lo estético-musical). En el opuesto estarían las orquestinas que se apuntaron a lo ye-yé, como los Linces (grotescos; uno de sus miembros parece el difunto padre de Julio Iglesias), Balar’s (traje de cuero integral, no digo más), Juvent’s (toscos agricultores de mejillas rosadas), Ramos (otro Julio Iglesias Senior; ¿sería el mismo?) o los hilarantes Conjunto Mendelmort. En medio de ambos bandos están grupos como Sajart’s, que intentaron lo primero y sólo consiguieron que pareciera que les habían lanzado a una Humana de cabeza y habían salido por la puerta trasera, después de colisionar con todos los percheros. Con esto me he reído horrores, pero el artículo no iba por ahí.
Cómo: Mal, muy mal. Con instrumentos de broma, guitarras españolas con la legendaria “pastilla eléctrica” adosada para que hiciesen más ruido, utilizando radios como amplificadores y latas de sardinas como baterías. Pero, ¿qué quieren que les diga? Para esto soy un romántico, y creo que cosas así curten el carácter y separan al obsesivo del diletante. Desde luego, no es lo mismo que comprarse una Fender con dinero paterno. No implica la misma dedicación, ¿verdad?
Dónde: En innumerables lugares, desde patios de colegio y concursos católicos a salas de baile y clubs precursores del agro-pop. Entre los últimos, la ilustre Discotheque Mannigan (“The number one of worl”, como reza su anuncio), Joker’s, The Cavern y 007 (sólo música enlatada), Praxis (copia de Bocaccio) o Musicland de Mollerussa. En ésta llegó a actuar el soulmen Arthur Conley, y si no se lo quieren creer no se lo crean.
Qué: En Lleida se tocaron todos los palos, en la sucesión antes mencionada. Joan i Jordi y The Crows parecen ser de nuevo los más avanzados (letras propias, inusuales menciones a los Who o la Tamla Motown), otros imitaron a los Canarios en su evolución hacia el soul agreste (Odin Grup o Lord’s, ambos con sección de viento), otros cientos se quedaron en lo Beatles-Celentano, otros hicieron folk, otros deberían haber sido azotados sólo aparecer (Les Lunettes Noires y Spanish Cachondis Boys, ambos –¿qué si no?- universitarios). Pero merece la pena recalcar que, a causa de la confusión reinante y la hostilidad popular, todos los grupos estuvieron obligados a hacer concesiones. El libro nos muestra el repertorio de un grupo anónimo que mezcla el “Hey Joe” y el “Black Magic Woman” con “Los ejes de mi carreta”, “Zompe zompe” o “El ciruelo”. Y eso no es lo peor. Algunos grupos se veían obligados a hacer –por el mismo precio- pasacalles matinales. Lo que oyen. Cercavilas de charanga por todo el pueblo. Una idea que modestamente propongo se aplique hoy como selección natural a todos los grupos de pop estudiantil; a ver cuantos duran.
Kiko Amat
Quan Lleida era ye-yé; música “moderna” i societat (1960-1975)
Javier de Castro, Àlex Oró i Josep M. Ruiz
Pagès editors, 2005
377 páginas
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 19 de julio de 2006)