29 de gen. 2010
Bailaré sobre tu copyright
Cultura del remix El filme Rip! A remix manifesto explora la naturaleza revolucionaria del mash-up y su principal artista, Girl Talk.
Ha muerto Roy E. Disney, sobrino de Walt; perdonen si no me levanto. Como sucedía con el tío Walt, su cara de honrado tendero escondía una alma negra como un tizón, y su empresa ha simbolizado desde siempre el afán de lucro salvaje. Y es que es imposible hablar de leyes de copyright sin hablar de Disney, su principal lobby de presión. Sí, lectores: las leyes de extensión de copyright de 1998 (por las cuales se extendía el copyright de una obra a 70 años tras el fallecimiento del autor) son un invento tan Disney como Peter Pan o Pinocho.
Pero, un momento... Ustedes ya habrán cazado la patente hipocresía que se agazapa tras estos títulos: ¡Eran obras ajenas! He aquí un inmejorable ejemplo de delirio capitalista: la empresa que ha impuesto las peores leyes de copyright de la historia no hubiese triunfado de haber existido esas mismas leyes hace medio siglo. Walt copió todos sus hits de la tradición popular europea, y luego les metió cerrojazo para que nadie pudiese imitar su vil plan. ¡Viva el mal, viva el capital!
Toda esta diatriba anti-Disney que estoy escribiendo (a escondidas de mi hijo) viene a cuento de un artista llamado Girl Talk, y un documental sobre el mismo titulado Rip! A remix manifesto. Girl Talk es el pseudónimo de Gregg Michael Gillis, un chaval americano de 29 años definido por The New York Times como “un pleito en ciernes”. Girl Talk, a quien amo, es uno de los más célebres representantes del mash-up, de la cultura del remix o, si ustedes son lectores del Babelia, la “recontextualización musical”.
No se me asusten por el palabro: lo que hace GT es fácil de explicar, y el ejemplo más claro de que un claro posicionamiento anti-corporativo no implica jeremiada manuchaera. GT se autodefine como “entertaining avantgarde”, y no para darse aires: su música, felizmente inclusiva, cruelmente bailable, es realmente el arte folk del futuro. Canciones pop de dos minutos y medio hechas a partir de pedazos de otras. Pues sí: Girl Talk agarra por su cara bonita esa línea de bajo de los Jacksons, ese riff soez de Queen y ese verso fino de las Emotions (y 20 cachos más), y los hace una canción suya. Aquellos de ustedes que estén pensando “Pero eso es copiar” es porque (no se ofendan) no se han molestado en investigar la creación del arte a lo largo de la historia.
Cuando el simpático Conde de Lautréamont dijo, en pleno subidón de opio, “el plagiarismo es necesario; el progreso lo exige” no estaba intentando colarnos una flácida excusa para la vagancia intelectual; simplemente efectuaba una deducción basada en hechos históricos. Aunque quizás “plagiarismo” suene feo: mejor decir que el progreso se fundamenta en agarrar ideas previas y transformarlas para mejor. Esto es irrefutable tanto en ciencia como en cultura; campos tan dispares del conocimiento humano como la lucha contra el cáncer o el rock’n’roll están sujetos a la misma ecuación.
El documental Rip! A remix manifesto (Brett Gaylor, 2009) demuestra el teorema sobre la pizarra y con ejemplos pop: el “Whola Lotta Love” de Led Zeppelin es una fusilada nota-a-nota del “You need love”, un blues de Muddy Waters. “The last time” de The Rolling Stones es casi la misma canción que “This may be the last time”, un gospel de 1955 de The Staple Singers. Indudablemente, la versión de Jagger/Richards añade ese patibulario ritmo del garaje que no existía en la original, pero es que de eso se trata: pinzar un X del dominio público y manosearlo para conseguir un mejorado Y.
No deja de ser paradójico que el sector lunático de los detractores del hip hop y el sampleo ponga siempre como ejemplo de música “auténtica” a sonrojantes plagios rock de la música negra y el folk. Uno diría que el acto de imitar un riff de R&B, cambiarle un poco la letra y meter un pedal wah-wah, y llamar al resultado “una canción nueva”, es exactamente lo mismo que hace Girl Talk. Pues no: según los abogados de copyright y el sector corporativo que representan, lo segundo es el refrito ilegal de un delincuente con laptop. Como ven, es la situación Peter Pan-Disney una vez más: Yo sí puedo, tú no puedes, y mi papá le pega al tuyo.
Esta actitud provoca sinsentidos tan jocosos como el del conocido pleito Stones-The Verve de 1997. Los últimos tomaron prestado un arreglo de la versión del “The last time” que hizo The Andrew Loog Oldham Orchestra -un frankestein creado para exprimir aún más la ubre stoniana- y lo adosaron como melodía base de su hit “Bittersweet Symphony”. The Rolling Stones demandaron al grupo por plagio, y el juez dictó sentencia a su favor, obligando a The Verve a pagar un inaudito 100% de los royalties. Poco después, los Stones vendieron la adquirida sinfonía de The Verve para un anuncio de Nike. Y el ojo oscuro de Mordor, entretanto, cada día más poderoso.
Rip! A remix manifesto demuestra, entre muchas otras cosas, que -como tantas otras guerras justas del pasado- la batalla copyright-copyleft tiene los lados bien definidos, y estos se definen también por quién defiende qué. En un momento clave del film se nos muestra un debate televisivo del año 2000 sobre Napster (la ilegalizada red de intercambio peer-to-peer) entre Chuck D (de Public Enemy) y Lars Ulrich (de Metallica). ¿Han visto alguna vez a una mamá tratando de hacerle comprender a un niño especialmente cejijunto por qué hay que compartir, y por qué es malo acaparar todos los juguetes? Pues el debate es algo parecido, pero entre músicos adultos; lo único que falta es el coscorrón final al Ulrich. Que yo le arrearía, como imaginan.
Kiko Amat
Rip! A remix manifesto
Brett Gaylor, 2009
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 27 de enero de 2010)
Casavella: Uno de los nuestros
Ensayo Galaxia Gutenberg recopila en el tomo Elevación, elegancia y entusiasmo veinte años de artículos de Francisco Casavella
Que yo recuerde, siempre quise ser Francisco Casavella. Me encantaría creerme esto que acabo de decir, aunque lo cierto es que ignoraba su existencia hasta hace cuatro años. ¿Cómo? ¡Imposible!, exclamarán estupefactos todos ustedes; pero es la triste realidad. No sabría explicar la razón, aunque intuyo que –conociéndome- se trataba de que no era inglés (cosa que de ningún modo era culpa suya) y de mi natural prejuicio hacia la mayoría de autores españoles veteranos: siempre culpables (de tedio) hasta que no demuestren lo contrario.
La cuestión es que al final le leí, y se abrieron los cielos y emergieron siete ángeles con siete trompetas. Toda la vida pensando que andaba solo (literariamente) por las dunas de la narrativa en castellano, como el polvoriento poor lonesome cowboy de los westerns, y resulta que Casavella siempre había estado allí, a mi lado. Uno de los nuestros: de barrio, fan del pop y la música negra y la cultura popular, anti-cinismo y pro-entusiasmo, anti-advenedizos y pro-pasión. Y sus novelas no hablaban de otros escritores (muertos, rusos), ni se regodeaba en el canon literario de la burguesía, sino que su ficción hablaba de rumberos de su calle, delincuentes, bailarines de bugulú, legiatas, losers errabundos y borrachines.
Por supuesto, cuando digo que andaba a mi lado no estoy sugiriendo que pueda compararme a él. Sólo los memos creen que pueden sentarse así, por las buenas, a la derecha del padre. Casavella, desde mi primera lectura, se convirtió en mi héroe. Ignoren el aforismo pseudo-punk “No more heroes”: no hay que tenerlos cuando son de talento raquítico, aspiraciones fenicias y estilo plúmbeo. Cuando son elevados –como era él- es perfectamente lícito erigirles como inspiración y cima.
Desgraciadamente, casi no llegué a conocer a mi particular héroe narrativo, pero una de las pocas –y, maldita sea, breves- ocasiones en que hablamos me las arreglé para soltarle que me ponía negro que fuera mucho mejor escritor que yo, y que ni siquiera su senioridad me servía de consuelo. Él se tronchó, cómo no; más aún cuando mascullé que podía usar mi patética cita para el fajín de su próxima novela. Su respuesta aún resuena en mis oídos: “Siempre seré mayor que tú, Kiko”. La madre que lo parió. Como diciendo: ya no me pillas, tío.
Elevación, elegancia y entusiasmo es, además del libro con mejor título del año, una selección del Casavella no-narrativo, el que colaboraba con periódicos y columneaba aquí y allá. Pero no teman: es el mismo escritor, y su estilo (que intentaba ser “elástico, duro y hermoso”) está en todos y cada uno de estos ensayos. En algunos de ellos, el estremecimiento dérmico que provoca es parejo al que causaban cimas narrativas como El triunfo o El Secreto de las fiestas (que no es un libro menor, como insisten con miopía crónica algunos popes catódicos). Cojan “El gran momento” (El País, marzo de 1997) cuando habla de aquellos congéneres de su juventud aquejados de ínfulas intelectuales: “No comprendía cómo alargaban tanto sus días cuando la vida era tan corta (...), en lugar de triscar hasta la discoteca más cercana para morrearse a todas las chicas del mundo”. O el vasto universo que exhibe en la definitiva “Prueba del nueve” (El País, septiembre del 2004), una crítica del 31 canciones de Nick Hornby que empieza con la frase “En el principio, fue la música popular”, y añade que él mismo jamás hubiese entendido cierto punto y coma de Stendhal si no hubiese escuchado el parón orquestal de “It’s a man’s man world” de James Brown & The JB’s. En los lectores, bocas abiertas como túneles.
El Casavella más airado, el que odiaba a los apáticos y los fariseos, a los que sacralizan la banalidad y se enriquecen con la ignorancia general, sale a relucir en artículos como “Voltaire era punk, quedan avisados” (El País, enero del 2006), donde sale en defensa de la flaqueza humana y arremete contra Ken Goffman (autor de La contracultura a través de los tiempos) por despreciar el trágico ocaso de los últimos años de Kerouac. “El Kerouac que interesa a Goffman” –dice Casavella- “es el amable y manejable icono beat, no el hombre que se desmorona en casa de su madre. Pero el Kerouac beat atañe a lo espectacular y el Kerouac repugnante atañe a la condición humana. Y lo espectacular, a su vez, atañe a la tiranía, mientras el interés por la condición humana atañe a la libertad. Goffman, que también divide el mundo en buenos y malos, es de los malos”. Gritos y vítores desde el gallinero.
Por todas partes, claro, reluce el humor sobrio e implacable del autor. En una ocasión -“Y los niños pasan página” (El País, octubre del 2006)- Casavella habla de dicho atributo sin darse cuenta de que está describiéndose a sí mismo: “La sabiduría es poseer un excelente sentido del humor, siempre bajo la atenta vigilancia de una lucidez nada presuntuosa”.
En innumerables ocasiones, el autor toca la emoción, el temblor apasionado, como si fuese aquel un fragmento destinado a brillar en su mejor libro. En el artículo que da título a esta selección, y que discute las tres aspiraciones que debe tener un creador (la trilogía es la misma que John Coltrane enumeró en A love supreme), el escritor concluye: “En Coltrane (...) se oye la hipnótica y algo histérica voz de los predicadores como se oyen los trucos de la música de baile y, desde luego, la inseguridad de todo gran creador, que lleva una carga, sin duda, pero la proyecta, fresca y dura como su magnífico arte, con elegancia, elevación y entusiasmo. Con dicha. Ahora”.
De vez en cuando, muy ocasionalmente, Casavella se equivoca o parece no alcanzar. No saben ustedes qué alivio, ver que también era humano y que, como tal, estaba sometido a imposiciones contractuales y lastrado por la repetición endémica del columnismo. En varias instancias se hace dolorosamente patente la lucha del escritor por sacarle algo de lustre a temas cotidianos que carecían de interés alguno. Hay un artículo llamado “Un día en la vida” en el que habla de un skin nazi y cuyo tono tertuliano es extrañamente apocado. Es un escrito muy poco Casavella que, sin embargo, cumple una función: recordarnos que el destino de todo aquel que escribe compulsivamente es tropezar alguna vez.
Invariablemente, es cuando habla de música que arde el coliseo y todos lanzamos los lepantos al aire. En sus textos sobre discos y canciones trasluce lo inaudito (en España): he aquí un narrador de excepción que a la vez tiene buen gusto musical. Casavella estaba loquito por los discos, el baile (las referencias al mover el esqueleto abundan en sus libros), el pop y la música negra. Amaba la rumba, el bugalú, el soul gentil de Curtis Mayfield y el cabreo frenético del punk, las luces de la nueva ola, el reggae y el ska, adoraba a los Fleshtones con devoción (“American beat 84” era de sus temas preferidos), le pirraban tanto el northern soul (del que dice “Sin esa música y esa gente no hay momento. Y sin una sucesión de momentos, no hay una emoción, ni una época”) como Dr.Feelgood. Nunca dejaba escapar la ocasión de predicar sobre el funk que le enamoró desde su más barbilampiña juventud en las discos del Paralelo, y muchos de estos textos se centran en aquellas canciones de club que, en cierto modo, le hicieron como era. Lean “El diablo en la canción” –donde habla de punk y de nostalgia, sentenciando “esas canciones son yo mismo ahora”- y entenderán la manera en que esos discos fueron su fuelle, el combustible para su pasión y dedicación.
Hace pocos días volví a pensar en Casavella, al acudir a la presentación de una excelente novela de un autor catalán. El corazón se me rompió cuando, comentando el escritor las referencias musicales de su libro, oí repetir los mismos lugares comunes sobre los “grandes” grupos del rock blanco de los 70, y los mismos desprecios paternalistas hacia la música disco (y también el punk) que son moneda común entre el sector rockista-cretácico y los fans de Led Zeppelin. Casavella sabía que aquello –la música de baile- no sólo no era basura efímera, sino una de las más gigantescas manifestaciones del gozo, la promesa, la comunión y la emoción que se han producido en el siglo XX. Allí pensé en Francisco Casavella; en cómo, enfrentado a esa condescendiente cerrazón rockera, se hubiese puesto en pie (con sus intimidatorios casi dos metros de altura) y hubiese cantado “Got to be real” de Cheryl Lynn como si se tratara de un himno. Y hubiese bailado, porque, como él sabía muy bien: ¿Qué es el sentido de la vida sino un ansia de bailar?.
Ah. Allí eché de menos a Casavella, más que nunca. Pero ahora, al menos, puedo abrazar el consuelo y la inspiración constante de Elevación, elegancia y entusiasmo. Una lectura tan didactica como apasionante.
Kiko Amat
Elevación, elegancia y entusiasmo Artículos y ensayos (1984-2008)
Francisco Casavella
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
997 págs
Prólogo de Jordi Costa
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 27 de enero del 2009. La foto muestra a Francisco Casavella y DJ Ragnampiza entrevistando a Gil Scott-Heron en el hotel Calderón de Barcelona, 1985)
Entrevista a Kiko Amat para The Boiler Pt.II
Segunda entrega de la entrevista para los muchachos y muchachas del Boiler Club.
http://theboilerclub.blogspot.com/2010/01/kiko-amat-sigue-haciendo-bum-parte-2.html
http://theboilerclub.blogspot.com/2010/01/kiko-amat-sigue-haciendo-bum-parte-2.html
¡Pioneros! #9: Kevin Pearce
¿En qué momento de tu vida has sido más feliz?
Durante el verano de 1980. La recuerdo como una época de inocencia y excitación.
¿Cuál es tu mayor temor?
El auge de la extrema derecha.
¿Cuál es tu primer recuerdo?
Mi sexto cumpleaños. Nevaba.
¿A qué persona (viva) admiras más y por qué?
Tony Benn. Un hombre de principios y creencias apasionadas, sed de conocimiento y sabiduría.
¿Cuál es el rasgo que menos te gusta de ti mismo?
Impracticalidad.
¿Cuál es el rasgo que menos suele gustarte de los demás?
Falta de curiosidad.
¿Dónde te gustaría vivir?
París.
¿En qué época histórica te gustaría haber vivido?
La era mod de principios de los 60.
¿Cuál sería tu superpoder?
El curativo.
¿Qué te deprime?
Los arribistas egomaníacos.
¿Has estado alguna vez en una pelea?
Sí. Pero hay muchas clases de peleas.
¿Matarías?
Sin duda.
¿Quién haría de ti en el biopic de tu vida?
Jean Paul Belmondo.
Haznos una lista de tus (4 o 5) libros favoritos.
Shena Mackay, Music Upstairs
Victor Serge, The unforgiving years
Geoff Dyer, The colour of memory
Barry Gifford, Out of the past
Patricia Highsmith, This sweet sickness
Si es posible, Haznos una lista de tus (4 o 5) discos/canciones favoritos.
SUBWAY SECT Nobody’s Scared
TUCA Dracula I love you
SISTER NANCY Bam bam
THE FLIRTATIONS Nothing but a heartache
THE SORROWS Take a heart
¿Vinilo, CD o MP3?
Vinilo. Pero la música es más importante que el formato.
Haznos una lista de tus (4 o 5) películas favoritas
Bande a part
Wings of desire
Eva
The rebel (de Tony Hancock)
¿Tienes unos zapatos favoritos?
Sí, unos de ante.
¿Cuál es tu olor favorito?
Fresas.
¿Y tu comida?
Tostada de manteca de cacahuete.
¿Y tu bebida?
Zumo de manzana.
¿Cómo te defines políticamente?
De izquierdas.
¿Qué es lo que menos te gusta de tu aspecto?
No sabría por dónde empezar.
¿Cuál es tu placer culpable?
Un disco de Genesis (Selling England by the pound)
¿Qué les debes a tus padres?
La testarudez.
¿A quien invitarías a tu fiesta ideal?
Joanne Whalley, Peter Ackroyd y Jean-Luc Godard.
¿Qué palabras o muletillas usas más a menudo?
Perdón.
Si pudieses cambiar tu pasado, ¿Qué cambiarías?
Mi timidez.
¿Cuando fue la última vez que lloraste, y por qué?
Leyendo un libro de R.L. Delderfield. Era hermosamente triste, en algunos fragmentos.
¿Cómo te relajas?
Escuchando música y leyendo.
¿Has estado alguna vez a punto de morir?
Una ocasión en que vi a un coche salirse de la carretera y venir directamente hacia mí.
¿Qué consideras tu mayor logro?
Supervivencia.
¿Qué te hace dormir mal?
La injusticia.
¿Qué canción o canciones te gustaría que sonaran en tu funeral?
Louis Armstrong, su versión de “The creator has a masterplan”
¿Dónde te gustaría estar ahora mismo?
Sentado en un café de París, discutiendo sobre jazz y literatura.
¿Cuál es tu posesión más preciada?
Una foto de Jack Kerouac firmada por Kevin Rowland y Big Jimmy.
¿Cómo te describirías a ti mismo?
Un tío decente.
¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como alguien que intentó -como pudo- hacer algo importante.
(Kevin Pearce es el autor de Something beginning with O, el ensayo sobre obsesión y subcultura y discos magníficos que es libro de cabecera para La Escuela Moderna. Discípulo confeso de Nik Cohn, Pearce es uno de los articulistas que mejor han acertado a borrar la barrera entre crítica musical y emoción personal, hablando de sí mismo en sus ensayos sobre grupos y poniéndose como ejemplo para subrayar la manera en que determinadas canciones pueden alterar vidas. Filo-mod letrado, capitán del underground, fanático de la música negra (incluso en sus acepciones más vanguardistas), adorador de lo brasileño, defensor del mod revival, fan acérrimo de Warp, el hip hop y la electrónica, sabio en general, las opiniones del Sr. Pearce tienen mucho peso aquí, en nuestra casa. Un modelo inmejorable del tipo de mobiliario cerebral del que deberían hacer gala tanto los mods contemporáneos como los periodistas musicales. Sus respuestas son exclusivas para La Escuela Moderna)
Durante el verano de 1980. La recuerdo como una época de inocencia y excitación.
¿Cuál es tu mayor temor?
El auge de la extrema derecha.
¿Cuál es tu primer recuerdo?
Mi sexto cumpleaños. Nevaba.
¿A qué persona (viva) admiras más y por qué?
Tony Benn. Un hombre de principios y creencias apasionadas, sed de conocimiento y sabiduría.
¿Cuál es el rasgo que menos te gusta de ti mismo?
Impracticalidad.
¿Cuál es el rasgo que menos suele gustarte de los demás?
Falta de curiosidad.
¿Dónde te gustaría vivir?
París.
¿En qué época histórica te gustaría haber vivido?
La era mod de principios de los 60.
¿Cuál sería tu superpoder?
El curativo.
¿Qué te deprime?
Los arribistas egomaníacos.
¿Has estado alguna vez en una pelea?
Sí. Pero hay muchas clases de peleas.
¿Matarías?
Sin duda.
¿Quién haría de ti en el biopic de tu vida?
Jean Paul Belmondo.
Haznos una lista de tus (4 o 5) libros favoritos.
Shena Mackay, Music Upstairs
Victor Serge, The unforgiving years
Geoff Dyer, The colour of memory
Barry Gifford, Out of the past
Patricia Highsmith, This sweet sickness
Si es posible, Haznos una lista de tus (4 o 5) discos/canciones favoritos.
SUBWAY SECT Nobody’s Scared
TUCA Dracula I love you
SISTER NANCY Bam bam
THE FLIRTATIONS Nothing but a heartache
THE SORROWS Take a heart
¿Vinilo, CD o MP3?
Vinilo. Pero la música es más importante que el formato.
Haznos una lista de tus (4 o 5) películas favoritas
Bande a part
Wings of desire
Eva
The rebel (de Tony Hancock)
¿Tienes unos zapatos favoritos?
Sí, unos de ante.
¿Cuál es tu olor favorito?
Fresas.
¿Y tu comida?
Tostada de manteca de cacahuete.
¿Y tu bebida?
Zumo de manzana.
¿Cómo te defines políticamente?
De izquierdas.
¿Qué es lo que menos te gusta de tu aspecto?
No sabría por dónde empezar.
¿Cuál es tu placer culpable?
Un disco de Genesis (Selling England by the pound)
¿Qué les debes a tus padres?
La testarudez.
¿A quien invitarías a tu fiesta ideal?
Joanne Whalley, Peter Ackroyd y Jean-Luc Godard.
¿Qué palabras o muletillas usas más a menudo?
Perdón.
Si pudieses cambiar tu pasado, ¿Qué cambiarías?
Mi timidez.
¿Cuando fue la última vez que lloraste, y por qué?
Leyendo un libro de R.L. Delderfield. Era hermosamente triste, en algunos fragmentos.
¿Cómo te relajas?
Escuchando música y leyendo.
¿Has estado alguna vez a punto de morir?
Una ocasión en que vi a un coche salirse de la carretera y venir directamente hacia mí.
¿Qué consideras tu mayor logro?
Supervivencia.
¿Qué te hace dormir mal?
La injusticia.
¿Qué canción o canciones te gustaría que sonaran en tu funeral?
Louis Armstrong, su versión de “The creator has a masterplan”
¿Dónde te gustaría estar ahora mismo?
Sentado en un café de París, discutiendo sobre jazz y literatura.
¿Cuál es tu posesión más preciada?
Una foto de Jack Kerouac firmada por Kevin Rowland y Big Jimmy.
¿Cómo te describirías a ti mismo?
Un tío decente.
¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como alguien que intentó -como pudo- hacer algo importante.
(Kevin Pearce es el autor de Something beginning with O, el ensayo sobre obsesión y subcultura y discos magníficos que es libro de cabecera para La Escuela Moderna. Discípulo confeso de Nik Cohn, Pearce es uno de los articulistas que mejor han acertado a borrar la barrera entre crítica musical y emoción personal, hablando de sí mismo en sus ensayos sobre grupos y poniéndose como ejemplo para subrayar la manera en que determinadas canciones pueden alterar vidas. Filo-mod letrado, capitán del underground, fanático de la música negra (incluso en sus acepciones más vanguardistas), adorador de lo brasileño, defensor del mod revival, fan acérrimo de Warp, el hip hop y la electrónica, sabio en general, las opiniones del Sr. Pearce tienen mucho peso aquí, en nuestra casa. Un modelo inmejorable del tipo de mobiliario cerebral del que deberían hacer gala tanto los mods contemporáneos como los periodistas musicales. Sus respuestas son exclusivas para La Escuela Moderna)
27 de gen. 2010
26 de gen. 2010
Edward Bunker: narrativa a mano armada
En el mundo del pop independiente circula una frase (sin duda apócrifa) pronunciada por una integrante del trío Hello Cuca respecto a la cantautora Russian Red: “Tenemos que seguir existiendo, aunque sólo sea porque existe ella”. Es cierto: la pilastra cósmica se resquebrajaría si se alterara el equilibrio entre ambas formas -antagónicas- de pop. Es como con la cadena alimenticia: si desaparece el depredador del Herbívoro X, Herbívoro X se multiplica y deforesta medio planeta.
En literatura sucede algo parecido. Algunos autores deben existir no sólo por sus visibles méritos, sino porque lo que hacen contrarresta a autores antipódicos. En el caso que nos ocupa, la prosa descarnada, brutalmente honesta, de Edward Bunker impide la definitiva decantación del medio hacia el buñuelo de viento literario de otros autores. Esos mismos autores, a su vez, dudarían muy seriamente si otorgar a Bunker la categoría de escritor. Observen su foto: esa cara no es la del ricachón de apellidos compuestos que expele una sobrepagada ventosidad metaliteraria, sino el rostro de alguien que podría haber apuñalado a otro en una ducha. Cosa que, de hecho, hizo.
Edward Bunker, a quien ustedes quizás recuerdan por su cameo en Reservoir dogs (era Mr.Blue), fue un villano la mayor parte de su vida. La delincuencia en sus formas más imaginativas dirigió su vida hasta los cuarenta años, edad en la que abandonó por última vez la cárcel. Bunker, que había sido el preso más joven de San Quintín, escribió No hay bestia tan feroz en 1973, cuando aún estaba dentro. No hay bestia tan feroz lo cuenta como es. Sin tratar de impresionarnos con sangría gratis, pero a la vez sin excusarse. Y es que quizás esta sea la novela más fidedigna sobre el comportamiento del delincuente incurable.
Les presento a Max Dembo, patente alter ego del autor: un tipo que quizás no sea Pol Pot, y que aún posee algo de humanidad residual, pero a quien las pésimas amistades y la corrupción vírica de las instituciones penitenciarias han transformado en un malandro. Al inicio del libro, Dembo sale libre y está lleno de buenas intenciones y visiones de reforma. Hacia la mitad del libro vemos que Dembo es irredimible, y que tarde o temprano volverá a calzarse el panty en la cabeza para irrumpir dando voces en alguna sucursal bancaria, recortada en mano. No hay bestia tan feroz es vibrante, sobria y dura, como una versión carcelaria de John Fante. Una gran novela, más negra aún que la novela negra, cuya ágil prosa y adictiva trama hacen imposible de olvidar. Ya verán: una cosa única.
Kiko Amat
No hay bestia tan feroz
Edward Bunker
Sajalín Editores
414 págs.
Trad. de Laura Sales Gutiérrez
(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 20 de enero del 2010)
En literatura sucede algo parecido. Algunos autores deben existir no sólo por sus visibles méritos, sino porque lo que hacen contrarresta a autores antipódicos. En el caso que nos ocupa, la prosa descarnada, brutalmente honesta, de Edward Bunker impide la definitiva decantación del medio hacia el buñuelo de viento literario de otros autores. Esos mismos autores, a su vez, dudarían muy seriamente si otorgar a Bunker la categoría de escritor. Observen su foto: esa cara no es la del ricachón de apellidos compuestos que expele una sobrepagada ventosidad metaliteraria, sino el rostro de alguien que podría haber apuñalado a otro en una ducha. Cosa que, de hecho, hizo.
Edward Bunker, a quien ustedes quizás recuerdan por su cameo en Reservoir dogs (era Mr.Blue), fue un villano la mayor parte de su vida. La delincuencia en sus formas más imaginativas dirigió su vida hasta los cuarenta años, edad en la que abandonó por última vez la cárcel. Bunker, que había sido el preso más joven de San Quintín, escribió No hay bestia tan feroz en 1973, cuando aún estaba dentro. No hay bestia tan feroz lo cuenta como es. Sin tratar de impresionarnos con sangría gratis, pero a la vez sin excusarse. Y es que quizás esta sea la novela más fidedigna sobre el comportamiento del delincuente incurable.
Les presento a Max Dembo, patente alter ego del autor: un tipo que quizás no sea Pol Pot, y que aún posee algo de humanidad residual, pero a quien las pésimas amistades y la corrupción vírica de las instituciones penitenciarias han transformado en un malandro. Al inicio del libro, Dembo sale libre y está lleno de buenas intenciones y visiones de reforma. Hacia la mitad del libro vemos que Dembo es irredimible, y que tarde o temprano volverá a calzarse el panty en la cabeza para irrumpir dando voces en alguna sucursal bancaria, recortada en mano. No hay bestia tan feroz es vibrante, sobria y dura, como una versión carcelaria de John Fante. Una gran novela, más negra aún que la novela negra, cuya ágil prosa y adictiva trama hacen imposible de olvidar. Ya verán: una cosa única.
Kiko Amat
No hay bestia tan feroz
Edward Bunker
Sajalín Editores
414 págs.
Trad. de Laura Sales Gutiérrez
(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 20 de enero del 2010)
Entrevista a Kiko Amat para The Boiler
Una entrevista a Kiko Amat en dos partes para los amigos de The Boiler, el exitoso club de R&B y soul de Barcelona. Esta es la parte 1.
http://theboilerclub.blogspot.com/2010/01/kiko-amat-sigue-haciendo-bum-parte-1.html
http://theboilerclub.blogspot.com/2010/01/kiko-amat-sigue-haciendo-bum-parte-1.html
13 de gen. 2010
Entrevista a Kiko Amat en Standdart
Una entrevista realizada oralmente para la revista Standdart en la que el autor reflexiona sobre discurso de clase, extrarradio, Rompepistas, la generación Nocilla, Babelia y la alta cultura, punk rock, skinheads, emoción y su próxima novela.
Hay que entrar aquí:
http://standdart.com/
Y parar en la página 52, al llegar a la Gran Nariz.
Hay que entrar aquí:
http://standdart.com/
Y parar en la página 52, al llegar a la Gran Nariz.
Grandes éxitos, riqueza orquestal
Pop El dúo catalán Astrud vuelve a los escenarios para retocar sus hits eternos junto al Col·lectiu Brossa.
El pop no es como el amor, el fútbol o la política; no se te supone fidelidad por encima de los baches. En el mundo del pop está perfectamente aceptado abandonar a un grupo cuando empieza a dar muestras de senilidad, fariseísmo o fatiga compositiva. A título personal, considero justo haber renegado audiblemente de Los X (empezaron a llevar pantalones de cuero) o Los Y (aparecieron en un anuncio de móviles). El mundo de los fans del pop es una jungla cruel que desconoce la piedad. ¿Así que tus letras se han vuelto cursis, y encima te has pasado al “mestizaje”? Pues si te he visto no me acuerdo, como-te-llames con guitarra. ¡Siguiente!
Siendo así las cosas, hay que admitir que los grupos que no decepcionan van cobrando con los años un cierto estatus augusto en los estantes. Y Astrud son, sin duda, uno de esos grupos. Han pasado muchos años desde aquel 1997 en que entré de sopetón a La Báscula, ellos a medio tocar “La nostalgia es un arma”, y casi me da un soponcio. Ambos hemos cambiado en todo este tiempo, pero sus avances nunca han sido de los que hacen triturar carnets o desgarrar camisetas. Astrud cambian de la manera deseable: llevando a su audiencia a nuevas zonas, pero sin descuidar jamás el eje, el control de calidad. No se dejen engañar por el Apple de Genís Segarra, o las sesiones de fotos irónico-arties: su acercamiento al cancionero es de todo menos posmoderno. Como dijo Jah Wobble en su autobiografía: “Quizás no existan las jerarquías (...) pero hay un proceso a seguir, una determinada parte que jugar, una responsabilidad que cumplir”. Astrud podrían subscribirlo. No se toman a sí mismos muy en serio, pero saben que lo de hacer canciones es una ecuación compleja que no puede resolverse con cuatro ripios mal ensamblados, dos anémicos juegos de palabras y medio riff chamuscado de rock.
Astrud, a la sazón, avanzan con calma, quizás demasiada para algunos; cuatro elepés en trece años es una cifra desazonadora. Manolo Martínez, letrista y compositor del dúo, admite que “hay un problema de pereza ahí”, y tal vez sea verdad. Por otra parte, en sus discos nunca hay rellenos ni parches. Uno, en cuanto a fan, tiene la completa seguridad de que cada pieza cumple un cometido. Aquella desaconsejable prisa creativa que a tantos escritores y músicos ha desfigurado es anatema en su caso.
La razón por la que hablamos de Astrud hoy aquí no es un nuevo disco, lamento decirles. Ya sacaron uno cuando las Guerras Púnicas, y no se prevé otro hasta el definitivo asentamiento de humanos en Marte. Además, el último que sacaron (Tú no existes, Sinnamon 2007) fue ninguneado de forma inaudita por la prensa musical, un hecho que no les debió inundar de plenitud. Desde luego, llega a suceder algo así en Inglaterra (dedicarle un parrafucho al nuevo LP de, digamos, Teenage Fanclub) y la gente sale a la calle con cócteles explosivos. “A mí me resultó extraño, sí”, declara Martínez para Cultura/S. “Pero es que es mi disco; a mí todo lo que no sea que me hagan mucho caso me parece fatal. Pero bueno, me da la impresión de que luego la gente lo ha ido recuperando. Yo estoy muy orgulloso de esas canciones”.
Astrud dejaron de tocar en directo poco después de aquel terrible silencio exterior, pero hace unos meses decidieron regresar. ¿La razón? Una serie de conciertos en colaboración con el Col·lectiu Brossa, una formación “cambiante” de músicos (violines, vibráfonos, acordeones...) que presta al dúo nuevas escalas y arpegios. Sí, Astrud han vuelto. Los que les han visto en directo con esta mini-orquesta detrás hablan de temblores de piernas y ruidosos suspiros en la audiencia, resultado de enfrentarse de nuevo a clásicos de toda la vida como “Tres años harto” o “Esto debería acabarse aquí”. Si uno pincha a Martínez para que hable sobre un posible nuevo LP, sin embargo, su respuesta es escueta: “Cuando haya canciones para un disco -como ves, lo digo así en plan distanciado, como si no dependiera de mí- sacaré un disco”.
De momento, todo parece indicar que tendremos que contentarnos con esto, Astrud tocando sus viejos hits rodeados de mil violas. Y no es que sea poco. Es sólo que, viendo cómo avanzan las fuerzas del Mal Pop en la liga de honor del pop español, uno echa mucho de menos la concisión lírica, belleza tonal y delicadeza instrumental de cada nuevo álbum de Astrud. A la sazón, uno de los únicos ejemplos nacionales de pop inteligente y popular a la vez, de grupo exquisito que, además, gusta a la gente; sin que para conseguirlo haya que recurrir a la mala poesía, la mala copia o la mala traición. Aplaudámosles, siempre.
Kiko Amat
Astrud + Col·lectiu Brossa
L’auditori (Barcelona)
22 de enero del 2010, 21:00h.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 6 de enero del 2010)
El pop no es como el amor, el fútbol o la política; no se te supone fidelidad por encima de los baches. En el mundo del pop está perfectamente aceptado abandonar a un grupo cuando empieza a dar muestras de senilidad, fariseísmo o fatiga compositiva. A título personal, considero justo haber renegado audiblemente de Los X (empezaron a llevar pantalones de cuero) o Los Y (aparecieron en un anuncio de móviles). El mundo de los fans del pop es una jungla cruel que desconoce la piedad. ¿Así que tus letras se han vuelto cursis, y encima te has pasado al “mestizaje”? Pues si te he visto no me acuerdo, como-te-llames con guitarra. ¡Siguiente!
Siendo así las cosas, hay que admitir que los grupos que no decepcionan van cobrando con los años un cierto estatus augusto en los estantes. Y Astrud son, sin duda, uno de esos grupos. Han pasado muchos años desde aquel 1997 en que entré de sopetón a La Báscula, ellos a medio tocar “La nostalgia es un arma”, y casi me da un soponcio. Ambos hemos cambiado en todo este tiempo, pero sus avances nunca han sido de los que hacen triturar carnets o desgarrar camisetas. Astrud cambian de la manera deseable: llevando a su audiencia a nuevas zonas, pero sin descuidar jamás el eje, el control de calidad. No se dejen engañar por el Apple de Genís Segarra, o las sesiones de fotos irónico-arties: su acercamiento al cancionero es de todo menos posmoderno. Como dijo Jah Wobble en su autobiografía: “Quizás no existan las jerarquías (...) pero hay un proceso a seguir, una determinada parte que jugar, una responsabilidad que cumplir”. Astrud podrían subscribirlo. No se toman a sí mismos muy en serio, pero saben que lo de hacer canciones es una ecuación compleja que no puede resolverse con cuatro ripios mal ensamblados, dos anémicos juegos de palabras y medio riff chamuscado de rock.
Astrud, a la sazón, avanzan con calma, quizás demasiada para algunos; cuatro elepés en trece años es una cifra desazonadora. Manolo Martínez, letrista y compositor del dúo, admite que “hay un problema de pereza ahí”, y tal vez sea verdad. Por otra parte, en sus discos nunca hay rellenos ni parches. Uno, en cuanto a fan, tiene la completa seguridad de que cada pieza cumple un cometido. Aquella desaconsejable prisa creativa que a tantos escritores y músicos ha desfigurado es anatema en su caso.
La razón por la que hablamos de Astrud hoy aquí no es un nuevo disco, lamento decirles. Ya sacaron uno cuando las Guerras Púnicas, y no se prevé otro hasta el definitivo asentamiento de humanos en Marte. Además, el último que sacaron (Tú no existes, Sinnamon 2007) fue ninguneado de forma inaudita por la prensa musical, un hecho que no les debió inundar de plenitud. Desde luego, llega a suceder algo así en Inglaterra (dedicarle un parrafucho al nuevo LP de, digamos, Teenage Fanclub) y la gente sale a la calle con cócteles explosivos. “A mí me resultó extraño, sí”, declara Martínez para Cultura/S. “Pero es que es mi disco; a mí todo lo que no sea que me hagan mucho caso me parece fatal. Pero bueno, me da la impresión de que luego la gente lo ha ido recuperando. Yo estoy muy orgulloso de esas canciones”.
Astrud dejaron de tocar en directo poco después de aquel terrible silencio exterior, pero hace unos meses decidieron regresar. ¿La razón? Una serie de conciertos en colaboración con el Col·lectiu Brossa, una formación “cambiante” de músicos (violines, vibráfonos, acordeones...) que presta al dúo nuevas escalas y arpegios. Sí, Astrud han vuelto. Los que les han visto en directo con esta mini-orquesta detrás hablan de temblores de piernas y ruidosos suspiros en la audiencia, resultado de enfrentarse de nuevo a clásicos de toda la vida como “Tres años harto” o “Esto debería acabarse aquí”. Si uno pincha a Martínez para que hable sobre un posible nuevo LP, sin embargo, su respuesta es escueta: “Cuando haya canciones para un disco -como ves, lo digo así en plan distanciado, como si no dependiera de mí- sacaré un disco”.
De momento, todo parece indicar que tendremos que contentarnos con esto, Astrud tocando sus viejos hits rodeados de mil violas. Y no es que sea poco. Es sólo que, viendo cómo avanzan las fuerzas del Mal Pop en la liga de honor del pop español, uno echa mucho de menos la concisión lírica, belleza tonal y delicadeza instrumental de cada nuevo álbum de Astrud. A la sazón, uno de los únicos ejemplos nacionales de pop inteligente y popular a la vez, de grupo exquisito que, además, gusta a la gente; sin que para conseguirlo haya que recurrir a la mala poesía, la mala copia o la mala traición. Aplaudámosles, siempre.
Kiko Amat
Astrud + Col·lectiu Brossa
L’auditori (Barcelona)
22 de enero del 2010, 21:00h.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 6 de enero del 2010)
¡Pioneros! #8: Vic Godard
¿En qué momento de tu vida has sido más feliz?
Ahora mismo.
¿Cuál es tu mayor temor?
Las serpientes.
¿Cuál es tu primer recuerdo?
Estar en la cuna.
¿A qué persona (viva) admiras más y por qué?
A mi padre.
¿Cuál es el rasgo que más te desagrada de ti mismo?
Ninguno.
¿Cuál es el rasgo que más te desagrada de los demás?
Ninguno. Nada suele “desagradarme”.
¿Dónde te gustaría vivir?
Donde estoy ahora, en el suroeste de Londres.
¿En qué época histórica te gustaría haber vivido?
Siglo XIX.
¿Cuál sería tu superpoder?
Telepatía, para poder comunicarles a los miembros de mi grupo las canciones nuevas sin tener que ensayar.
¿Qué te deprime?
Que mi mujer se enfade conmigo.
¿Has estado alguna vez en una pelea?
Cuando estaba en EGB, pero no desde entonces.
¿Matarías?
No, no me imagino haciéndolo.
¿Quién haría de ti en el biopic de tu vida?
Norman Wisdom.
Haznos una lista de tus (4 o 5) libros favoritos.
Prosper Merinee, Colomba
Alan Fournier, Le Grand Meaulnes
JK Huysmans, La Bas
Leo Tolstoy, War and Peace
Gautier, The mummy’s romance
Si es posible, Haznos una lista de tus (4 o 5) discos/canciones favoritos.
“Love is all right” JESSE JAMES
“What does it take” JUNIOR WALKER & THE ALLSTARS
“Let’s hang on” THE FOUR SEASONS
“Guess I’m falling in love” VELVET UNDERGROUND
“It’s not enough” JOHNNY THUNDERS & THE HEARTBREAKERS
¿Vinilo, CD o MP3?
Me da igual.
Haznos una lista de tus (4 o 5) películas favoritas
Sweet smell of success
Les 400 coups
Le souffle au coeur
Diva
¿Tienes unos zapatos favoritos?
No.
¿Cuál es tu olor favorito?
Jazmín.
¿Y tu comida?
Risotto de cangrejo.
¿Y tu bebida?
Té.
¿Cómo te defines políticamente?
Izquierda.
¿Qué es lo que más te disgusta de tu aspecto?
Nada.
¿Cuál es tu placer culpable?
Estoy libre de culpa.
¿Qué les debes a tus padres?
El interés por la música y que me mandaran a una buena escuela.
¿A quien invitarías a tu fiesta ideal?
No organizo fiestas.
¿Qué palabras o muletillas usas más a menudo?
He perdido... / No encuentro...
Si pudieses cambiar tu pasado, ¿Qué cambiarías?
No me hubiera subido a una mesa para cantar “Tower of Strength” de Frankie Vaughn (tenía 5 años).
¿Cuándo fue la última vez que lloraste, y por qué?
Algo que vi en la tele, seguramente.
¿Cómo te relajas?
Ordenando y repartiendo el correo.
¿Has estado alguna vez a punto de morir?
Una vez, en un accidente de coche en 1977, cuando íbamos con el grupo a tocar a Cardiff.
¿Qué consideras tu mayor logro?
Influenciar a otra gente.
¿Qué te hace dormir mal?
Nada.
¿Qué canción o canciones te gustaría que sonaran en tu funeral?
“New York New York”
¿Dónde te gustaría estar ahora mismo?
Sentado en un sofá.
¿Cuál es tu posesión más preciada?
No existe una posesión que me preocupe tanto perder.
¿Cómo te describirías a ti mismo?
Creo que paso de intentarlo.
¿Cómo te gustaría ser recordado?
Me conformo con ser recordado.
(Vic Godard es otro de nuestros más estimados y admirados -y cambiantes- héroes. Con Subway Sect fue el más avanzado de los punk rockers, todo geometría y ángulos y discordancias y ruido velvetiano y anti-rock leído. Cuando el punk tiraba hacia GBH, Godard ya llevaba Gabiccis y versioneaba northern soul, y hacía alarde en What's the matter boy? de un talento para la composición de pop glorioso que no tenía igual. Cuando la gente se dio cuenta, él ya había mutado en crooner, echado -a la Rowland- a todo su grupo y mutado al swing en las noches del Club Left. Y justo cuando parecía que estaba a punto de ser famoso, lo abandonó ejemplarmente todo para ser cartero. Gracias a él y su espíritu (y fenomenales canciones) existieron Orange Juice, que le deben media carrera. Todos sus álbumes son piezas capitales en la cultura emocional de La Escuela Moderna. Por todo ello le rendimos tributo. Sus respuestas son exclusivas para nosotros)
12 de gen. 2010
Entrevista Daniel Higgs
Entrevista: Uri Amat
Video: Kenneth Santos
(Si ho vols veure més gran clicka a la pentalla per veure-ho a Youtube)
Subtítols en català
7 de gen. 2010
Fiesta Doble Vida Discos
Ya tenemos en marcha el segundo disco del sello Doble Vida, con el que colabora una parte de La Escuela Moderna. Esta vez el tándem del split single lo formaran Hello Cuca y Comet Gain, con dos canciones grabadas para la ocasión: "El camión de la basura" y "The weekend dreams".
Esperamos tener el disco en nuestras manos a principios de febrero, pero para que eso sea posible, 4 grupos amigos se han prestado para tocar unas canciones en una pre-presentación que ayudará con los gastos del prensaje y mandangas. De momento, y hasta que el sello sea una cosa autárquica, los benefits son el empujón que hace existir esas canciones en vinilo.
Para la fiesta de éste sábado 9 de enero del 2010, en el Clandestino tocarán
Nueva Vulcano, Biscuit, Fred i Son y No Band In Berlin.
Tocarán un repertorio más corto de lo habitual, todo cariño, intensidad y diversión. Habrá volumen y también intimidad. Entre grupo y grupo, y hasta que aguanten los zapatos (o hasta el cierre del lugar, o la llegada de las autoridades desalojadoras), los de Doble Vida pondremos canciones, nos quedaremos afónicos y sudaremos la gota gorda con campechanía y desenfado existencial.
Y cuesta sólo 5 euros, que no irán destinados a la drogodependencia de ningún miembro del sello, ni engordarán las arcas de ninguna corporación de telecomunicaciones, sino que se utilizarán únicamente para producir un single de COMET GAIN y HELLO CUCA. O, sea, una buena obra y un paso gigante para la humanidad.
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