Y, en tan sólo una semana de diferencia, otra lista. Esta vez de los discos que puse tras el memorable y emocionante concierto del folkster californiano y dude excepcional Bart Davenport en el amado Heliogábal de Gràcia. Las mejores canciones para uno de los mejores conciertos de la temporada.
Y una de las merluzas más bárbaras de esta generación, debería añadir.
ALEXANDER SPENCE Little hands
JUDEE SILL The lamb ran away with the crown
THE ZOMBIES Care of cell 44
THE 5th DIMENSION Pattern people
DAVID BLUE It ain’t the rain that sweeps the highway clean
DONOVAN Hey gyp (Dig the slowness)
THE TEARDROP EXPLODES Traison
THE LEAVES Hey Joe
THE OUTSIDERS Touch
THE FREE DESIGN 2002 –A hit song
GENE CLARK Try so hard
BUFFALO SPRINGFIELD Pay the price
PAUL SIMON A simple desultory philippic
THE GO-BETWEENS You’ve never lived
STEELY DAN Peg
RED SLEEPING BEAUTY Stupid boy
THE NIPS Gabrielle
THE STARFIRES I never loved her
NAZZ Forget all about it
BMX BANDITS Come clean
TELEPHONE Fait divers
LOOT Baby come closer
TED TAYLOR (Love is like a) Ramblin’ rose
THE CHAMBERS BROTHERS Time has come today
TINA HARVEY Nowhere to run
BROADCAST American boy
BIFF BANG POW! There must be a better life
THE THREE O’CLOCK Jetfighter
THE GUESS WHO It’s my pride
THE UNDERTONES I don’t know
BIJOU Je me demande
CLOSE LOBSTERS Gutache
US69 Yesterday’s folks
ORANGE JUICE Blue boy
PERE UBU Non-alignment pact
WIRE Ex-lion tamer
FISCHER-Z Going deaf for a living
HURRAH! Sad but true
LOS NEGATIVOS No soy yo (la psicoastenia)
SYNDICATE OF SOUND Little girl
BRENDAN BENSON Feel like myself
PAPAS FRITAS Lame to be
THE BUREAU Let him have it
THE CREATION Making time
FLEETWOOD MAC Dreams
Kiko Amat
25 d’oct. 2005
20 d’oct. 2005
Escuchas discofónicas
Uy. Hoy me he dado cuenta de que hace siglos que no os dejo caer una lista de mis escuchas. Qué descuido tan imperdonable.
Esto es lo que más estoy poniendo estas últimas semanas en el tocadiscos.
THE CLIENTELE Strange geometry (LP)
ERIC ANDERSEN 'Bout changes & things (LP)
BIJOU Je me demande (LP track)
THE JOHNSTONS Give a damn (LP track)
LE PIANC A can of worms (EP track)
BROADCAST American boy (7")
HURRAH! The beautiful (LP)
NAZZ Nazz Nazz (LP)
NICO I'm not sayin' (7")
THE WILD SWANS Revolutionary spirit (12")
JUDEE SILL Jesus was a crossmaker (LP track)
JIMMY WEBB El mirage (LP)
ELECTRELANE Axes (LP)
DAVID BLUE s/t (LP)
THE FALL Sulphate popular (mix tape)
RED SLEEPING BEAUTY Stupid boy (7")
MONA RICHARDSON Heartbeat (7")
JOOK Different class (LP track)
VERACRUZ Vantension (LP track)
PORTASTATIC Through with people (EP track)
THE LUCKSMITHS Warmer corner (LP)
KEVIN COYNE Love in your heart (LP track)
TELEPHONE Fait divers (7")
ALEXANDER SPENCE Oar (LP)
BUFFALO SPRINGFIELD Pay the price (LP track)
MÄXIMO PARK The coast is always changing (7")
CLAUDE FRANÇOIS Reste (7")
NUEVA VULCANO Juego entrópico (LP)
COLLEEN The golden morning breaks (LP)
AMERICAN SPRING s/t (LP)
SOE'ZA Why do you do it (LP)
THE BACKDOOR MEN s/t (LP)
TINA HARVEY Nowhere to run (7")
NOISE ANNOYS Watch out (7")
BACK TO ZERO Your side of heaven (7")
Kiko Amat
Esto es lo que más estoy poniendo estas últimas semanas en el tocadiscos.
THE CLIENTELE Strange geometry (LP)
ERIC ANDERSEN 'Bout changes & things (LP)
BIJOU Je me demande (LP track)
THE JOHNSTONS Give a damn (LP track)
LE PIANC A can of worms (EP track)
BROADCAST American boy (7")
HURRAH! The beautiful (LP)
NAZZ Nazz Nazz (LP)
NICO I'm not sayin' (7")
THE WILD SWANS Revolutionary spirit (12")
JUDEE SILL Jesus was a crossmaker (LP track)
JIMMY WEBB El mirage (LP)
ELECTRELANE Axes (LP)
DAVID BLUE s/t (LP)
THE FALL Sulphate popular (mix tape)
RED SLEEPING BEAUTY Stupid boy (7")
MONA RICHARDSON Heartbeat (7")
JOOK Different class (LP track)
VERACRUZ Vantension (LP track)
PORTASTATIC Through with people (EP track)
THE LUCKSMITHS Warmer corner (LP)
KEVIN COYNE Love in your heart (LP track)
TELEPHONE Fait divers (7")
ALEXANDER SPENCE Oar (LP)
BUFFALO SPRINGFIELD Pay the price (LP track)
MÄXIMO PARK The coast is always changing (7")
CLAUDE FRANÇOIS Reste (7")
NUEVA VULCANO Juego entrópico (LP)
COLLEEN The golden morning breaks (LP)
AMERICAN SPRING s/t (LP)
SOE'ZA Why do you do it (LP)
THE BACKDOOR MEN s/t (LP)
TINA HARVEY Nowhere to run (7")
NOISE ANNOYS Watch out (7")
BACK TO ZERO Your side of heaven (7")
Kiko Amat
18 d’oct. 2005
Catorcephenia 14: El Obsesivo
Richard Brautigan dijo que las obsesiones son algo curioso, pero él no sufría la mayor de todas. Una obsesión total que es a la vez parte de mi multipersonalidad y embrión de todas ellas. Una cosa que empieza con O y rige mi catorcephenia con mano de acero. Que Dios nos ayude.
“¿Estás despierta?”, le murmuro a Naranja, tocándola en el hombro.
“¿Mhmmm?”
“Pensaba en Kennedy”, digo, incorporándome y encendiendo la luz. “O sea, ¿Cómo explicas lo de Oswald en Rusia, consiguiendo un visado en plena guerra fría? Es imposible. En esa época...”
“Son las cuatro de la mañana ¿Estás loco? Deja de obsesionarte y apaga la luz”.
A oscuras, miro al techo con los ojos como faros de llamar a Batman y pienso en cómo me gustaría poder hacer lo que me dice Naranja. La envidio. Envidio a la mujer calmada de cabello de whisky y piel escocesa que duerme a mi lado. Porque su mente, al menos, sigue pautas normales.
Lo que me pasa es, me obsesiono por todo. Es el rasgo principal de mi carácter, el anillo que controla todos los anillos. La obsesión, la obsesión soy yo. Y esa obsesión es como un hijo loco y delincuente de la pasión. Esa obsesión que se alimenta de la caza de ideas, la consecución de gestos, la repetición de frases, el detalle atrapado. Incluso me obsesiona la palabra: obsesión. Obsesión. Obsesión.
“Como no te duermas de una vez y dejes de murmurar a oscuras te vas al sofá”.
A pesar de la amenaza, tengo que decirlo una vez más. “¿Obsesión?”.
“Se acabó. Fuera de aquí”.
Lo que me pasa es como el trastorno compulsivo de los que tienen que cerrar un interruptor cien veces antes de salir de una habitación, pero en otras cosas. De repente pienso en algo y, como dice David Sedaris, “la idea pasa de ser una posibilidad a convertirse en compulsión”.
En este momento, tumbado en el sofá, se arremolinan los pensamientos alrededor de mi cabeza. Desde fuera debo parecer el planeta Saturno.
Pienso como me obsesiona llevarlo todo al extremo del fanatismo. “Tienes que ser frío o caliente, porque si eres templado, el buen Dios te escupirá de su boca”, decía Jerry Lee Lewis, una idea que pongo en práctica en sucesivos ataques de obcecación lunática. Haciendo mudanza hace poco, por ejemplo, descubrí que tenía 52 versiones de la canción “Watermelon man”. Ni yo mismo podía creerlo. ¿Qué clase de constipado intestinal puede necesitar 52 versiones casi iguales, en clave jazz, bossanova, moog y jota? ¿Quién persiguió esos discos con ojos de orate? Yo no, desde luego. Fue la obsesión, la obsesión de urraca por las cosas relucientes, las imágenes efímeras, las conexiones y los contextos. Obsesión por todos los temas de estas catorce columnas. Perpetua obsesión que cansa y vuelve chalupa.
Desde luego, es agotador ser yo.
“Más agotador es ser yo”, me dice Naranja desde el umbral de la puerta, toda supernova capilar y bronceado de colador.
Tiene razón. Como decían en una obra de Joe Orton, “en la locura, como con el vómito, el que está cerca es el que sufre la inconveniencia”.
Naranja se sienta a mi lado. “Venga, cuéntame lo de Oswald”, me dice, “pero sin hacer chirriar los dientes”.
Y yo se lo cuento mientras pienso en la suerte que tengo.
Crrrr. Crrrr.
“Sin hacer chirriar los dientes”.
Sin hacer chirriar los dientes, eso.
Kiko Amat
(Artículo publicado en suplemento Cultura/S de La Vanguardia del día 5 de Octubre del 2005. El artículo cierra la serie Catorcephenia)
“¿Estás despierta?”, le murmuro a Naranja, tocándola en el hombro.
“¿Mhmmm?”
“Pensaba en Kennedy”, digo, incorporándome y encendiendo la luz. “O sea, ¿Cómo explicas lo de Oswald en Rusia, consiguiendo un visado en plena guerra fría? Es imposible. En esa época...”
“Son las cuatro de la mañana ¿Estás loco? Deja de obsesionarte y apaga la luz”.
A oscuras, miro al techo con los ojos como faros de llamar a Batman y pienso en cómo me gustaría poder hacer lo que me dice Naranja. La envidio. Envidio a la mujer calmada de cabello de whisky y piel escocesa que duerme a mi lado. Porque su mente, al menos, sigue pautas normales.
Lo que me pasa es, me obsesiono por todo. Es el rasgo principal de mi carácter, el anillo que controla todos los anillos. La obsesión, la obsesión soy yo. Y esa obsesión es como un hijo loco y delincuente de la pasión. Esa obsesión que se alimenta de la caza de ideas, la consecución de gestos, la repetición de frases, el detalle atrapado. Incluso me obsesiona la palabra: obsesión. Obsesión. Obsesión.
“Como no te duermas de una vez y dejes de murmurar a oscuras te vas al sofá”.
A pesar de la amenaza, tengo que decirlo una vez más. “¿Obsesión?”.
“Se acabó. Fuera de aquí”.
Lo que me pasa es como el trastorno compulsivo de los que tienen que cerrar un interruptor cien veces antes de salir de una habitación, pero en otras cosas. De repente pienso en algo y, como dice David Sedaris, “la idea pasa de ser una posibilidad a convertirse en compulsión”.
En este momento, tumbado en el sofá, se arremolinan los pensamientos alrededor de mi cabeza. Desde fuera debo parecer el planeta Saturno.
Pienso como me obsesiona llevarlo todo al extremo del fanatismo. “Tienes que ser frío o caliente, porque si eres templado, el buen Dios te escupirá de su boca”, decía Jerry Lee Lewis, una idea que pongo en práctica en sucesivos ataques de obcecación lunática. Haciendo mudanza hace poco, por ejemplo, descubrí que tenía 52 versiones de la canción “Watermelon man”. Ni yo mismo podía creerlo. ¿Qué clase de constipado intestinal puede necesitar 52 versiones casi iguales, en clave jazz, bossanova, moog y jota? ¿Quién persiguió esos discos con ojos de orate? Yo no, desde luego. Fue la obsesión, la obsesión de urraca por las cosas relucientes, las imágenes efímeras, las conexiones y los contextos. Obsesión por todos los temas de estas catorce columnas. Perpetua obsesión que cansa y vuelve chalupa.
Desde luego, es agotador ser yo.
“Más agotador es ser yo”, me dice Naranja desde el umbral de la puerta, toda supernova capilar y bronceado de colador.
Tiene razón. Como decían en una obra de Joe Orton, “en la locura, como con el vómito, el que está cerca es el que sufre la inconveniencia”.
Naranja se sienta a mi lado. “Venga, cuéntame lo de Oswald”, me dice, “pero sin hacer chirriar los dientes”.
Y yo se lo cuento mientras pienso en la suerte que tengo.
Crrrr. Crrrr.
“Sin hacer chirriar los dientes”.
Sin hacer chirriar los dientes, eso.
Kiko Amat
(Artículo publicado en suplemento Cultura/S de La Vanguardia del día 5 de Octubre del 2005. El artículo cierra la serie Catorcephenia)
Catorcephenia 13: El Triste
Siguiendo un ciclo estacional, mi personalidad trece me agarra como a un bebé espartano y me lanza al barranco de la morriña. Con los lacrimales a todo gas y la garganta atascada me pongo a compadecerme sin freno, como un pequeño animal atrapado en la ratonera del ‘spleen’. Y eso me deprime lo indecible.
Ha llegado el otoño de mi descontento. Con la nariz pegada a la ventana, siento como me atraviesa la nostalgia por el pasado, por el futuro, por mi niñez, por las decisiones equivocadas, por las opciones que descuidé. Observo a un grupo de jóvenes riéndose con afectación, terrorífica y alienadamente felices; la gente así me da ganas de llorar. Igual que la gente que no es así. De hecho, cuando me deslizo culo abajo por los toboganes de Port Depresión todo me da ganas de llorar.
Sin ir más lejos, Naranja ha llegado a casa esta tarde y me ha encontrado con la nariz metida en un bote de sirope inglés, los ojos empantanados.
“¿Se puede saber qué haces?”, me ha preguntado.
“Be esdaba agordando de aguellos pancakes gue nos cobibos en 1999”, le digo, sin sacar la nariz del bote.
Naranja me observa asustada, y con esa pirotecnia capilar y ese salpicado de motas faciales parece un petirrojo a punto de volar. Ella sabe que he entrado en uno de mis accesos de melancolía histérica. Sabe que durante dos días voy a estar echando leña a las llamas de mi añoranza, escuchando discos de soul lacrimógeno y country desolador, leyendo cuentos de la Rodoreda, poniéndolo todo perdido de mocos. Como el Yossarian de ‘Catch 22’, estoy atrapado en un bucle del que me cuesta horrores salir: estoy triste / por tanto, sólo me apetece escuchar música triste / eso me entristece aún más. Hay algo de sadismo en esa actitud estúpida.
Pero qué le voy a hacer, me siento blando. Y quizás esa palabra no es la adecuada. “Blando” implica una cierta consistencia de la que carezco cuando me tuesto en los infiernos de la remembranza. Mejor estoy licuado, incluso cristalizado, como en aquella canción de Jimmy Webb. Soy una caja de vidrios finos, llena de pegatinas de ‘Frágil’ y ‘No agitar’. Soy rompible.
“¿No estás exagerando un poco?”, me pregunta, con la sensibilidad de un tapir. Naranja no puede entender lo que me pasa porque ella nunca llora. La última vez que tuvo algo parecido a humedad en sus retinas fue porque le metí un dedo en el ojo bailando en un club.
La siguiente vez que me mira, estoy observando una foto mía de cuando tenía 3 años en la que estoy disfrazado de Mickey Mouse. En realidad sólo parezco un niño gordito con pajarita, porque me había quitado la careta. Pero lo que me rompe el corazón de esa foto es mi expresión de añoranza, como si ya estuviese echando de menos el pasado. El primer niño nostálgico del mundo.
“¿Sabes en qué pensaba?”, le pregunto a Naranja, cambiando a un nuevo tema deprimente.
“Pues no”.
“Pensaba en cuando te conocí en aquella tienda de discos, en 1995”. Me vuelve loco la mitología de años. Como en las letras de Go-Betweens o Dexys, me paso la vida rememorando sensaciones de algunos años: 1988, 1992, 1995, 2000.
“¿Por qué?”, contesta. “Te he contado mil veces que me pareciste un cretino petulante. No entiendo cómo puedes sentir nostalgia de un día así”.
“Yo damboco. ¿Me basas los Gleenex?”
Kiko Amat
(Artículo publicado en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del día 29 de septiembre del 2005)
Ha llegado el otoño de mi descontento. Con la nariz pegada a la ventana, siento como me atraviesa la nostalgia por el pasado, por el futuro, por mi niñez, por las decisiones equivocadas, por las opciones que descuidé. Observo a un grupo de jóvenes riéndose con afectación, terrorífica y alienadamente felices; la gente así me da ganas de llorar. Igual que la gente que no es así. De hecho, cuando me deslizo culo abajo por los toboganes de Port Depresión todo me da ganas de llorar.
Sin ir más lejos, Naranja ha llegado a casa esta tarde y me ha encontrado con la nariz metida en un bote de sirope inglés, los ojos empantanados.
“¿Se puede saber qué haces?”, me ha preguntado.
“Be esdaba agordando de aguellos pancakes gue nos cobibos en 1999”, le digo, sin sacar la nariz del bote.
Naranja me observa asustada, y con esa pirotecnia capilar y ese salpicado de motas faciales parece un petirrojo a punto de volar. Ella sabe que he entrado en uno de mis accesos de melancolía histérica. Sabe que durante dos días voy a estar echando leña a las llamas de mi añoranza, escuchando discos de soul lacrimógeno y country desolador, leyendo cuentos de la Rodoreda, poniéndolo todo perdido de mocos. Como el Yossarian de ‘Catch 22’, estoy atrapado en un bucle del que me cuesta horrores salir: estoy triste / por tanto, sólo me apetece escuchar música triste / eso me entristece aún más. Hay algo de sadismo en esa actitud estúpida.
Pero qué le voy a hacer, me siento blando. Y quizás esa palabra no es la adecuada. “Blando” implica una cierta consistencia de la que carezco cuando me tuesto en los infiernos de la remembranza. Mejor estoy licuado, incluso cristalizado, como en aquella canción de Jimmy Webb. Soy una caja de vidrios finos, llena de pegatinas de ‘Frágil’ y ‘No agitar’. Soy rompible.
“¿No estás exagerando un poco?”, me pregunta, con la sensibilidad de un tapir. Naranja no puede entender lo que me pasa porque ella nunca llora. La última vez que tuvo algo parecido a humedad en sus retinas fue porque le metí un dedo en el ojo bailando en un club.
La siguiente vez que me mira, estoy observando una foto mía de cuando tenía 3 años en la que estoy disfrazado de Mickey Mouse. En realidad sólo parezco un niño gordito con pajarita, porque me había quitado la careta. Pero lo que me rompe el corazón de esa foto es mi expresión de añoranza, como si ya estuviese echando de menos el pasado. El primer niño nostálgico del mundo.
“¿Sabes en qué pensaba?”, le pregunto a Naranja, cambiando a un nuevo tema deprimente.
“Pues no”.
“Pensaba en cuando te conocí en aquella tienda de discos, en 1995”. Me vuelve loco la mitología de años. Como en las letras de Go-Betweens o Dexys, me paso la vida rememorando sensaciones de algunos años: 1988, 1992, 1995, 2000.
“¿Por qué?”, contesta. “Te he contado mil veces que me pareciste un cretino petulante. No entiendo cómo puedes sentir nostalgia de un día así”.
“Yo damboco. ¿Me basas los Gleenex?”
Kiko Amat
(Artículo publicado en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del día 29 de septiembre del 2005)
Catorcephenia 12: El Mentiroso
Dicen que me pillarán antes que a un cojo, pero eso está por verse. Mentira a mentira escurro el bulto y cimiento la leyenda, y un departamento de los catorce se dedica sólo a inventar historias que me dejen bien lindo para la posteridad. Al final, los enredos desplazan al rigor. Y es mejor así.
“¿Ya estás otra vez escribiendo esa columna?” me dice Naranja. De reojo puedo ver los rayos rojizos que aparecen sobre mi hombro, como si amaneciera en mi espalda.
“No”, respondo sin volverme.
“No mientas. Lo estoy viendo desde aquí. Es esa columna estúpida en la que yo quedo siempre como una cascarrabias”.
Me doy la vuelta y la miro. Como siempre, Naranja tiene una de sus cejas en paréntesis, fogatas en la cabeza y escarlatina perenne. Naranja es mi novia, y pertenece a otra raza refulgente de seres colorados. Me pregunto cómo serán nuestros hijos.
“¿Vas a contar la verdad esta vez?”, añade.
Me vuelvo hacia la mesa, dándole la espalda. “Claro, claro. No te preocupes”.
Plonk. Colleja.
“Eso por mentir”, dice, largándose.
Y es cierto, soy un mentiroso sensacional. Cuando Holden Caulfield decía en ‘El guardián entre el centeno’ que era el mentiroso más fantástico que podía imaginarse no sabía que el tiempo le traería un competidor de peso. Un campeón, dedicado a su arte con la convicción de los obcecados. Un über-embustero armado de dos trucos letales.
Primero, la Mentira de Salvación. Es el traductor internacional que transforma en “una cerveza más y vengo” verdades más complejas como “voy a llegar hecho unos zorros a las seis de la mañana”. Es el túnel de escape del cadalso. Es genial. Desgraciadamente, Naranja interceptó la clave del codificador Enigma, por eso me va preguntando nuevos detalles, buscando pescar alguna incongruencia en mis verdades por entregas. Mi serial de realidad a medias.
La última vez que me lo ha preguntado ha sido hace dos minutos. “¿Cuánto dijiste que te habías gastado este mes?”
Un montón. Me he comprado cientos de discos. He invitado a copas a señores desconocidos. Incluso me estoy haciendo un traje a medida. Pero ésa no es la respuesta.
“No me acuerdo. No mucho”, digo.
La segunda es mi favorita. La Mentira de Romantización. Dado que cuento siempre las mismas historias, se trata de cambiar de audiencia constantemente -como Quentin Crisp- o transformarlas cada vez que las cuento. Creo firmemente en alterar la realidad. Creo que la normalidad y el pasado están demasiado llenos de hechos banales y rutinas deprimentes para contar las cosas con realismo. Así que aumento las catástrofes, multiplico los triunfos, exagero lo hilarante, hincho lo grotesco. Al final, lo que sale de mi boca no se parece en nada a lo que en verdad sucedió. Y lo que es peor, mi versión me gusta más.
“Eso no pasó”, me dice Naranja en público cuando lo hago. Le encanta delatarme así. “Yo estaba aquella vez y no le contestaste nada al policía’.
“¿Qué más da? Queda mejor así”, le susurro al oído.
“No se trata de eso. Se trata de que no es la verdad”.
“¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto calvinista? La verdad es irrelevante”.
“La verdad es lo que diferencia a las personas de los Pinochos como tú”
“Yo no miento como Pinocho”, le digo, en voz más alta.
Naranja señala con su dedo al centro de mi cara. “Pero tienes su misma narizota”.
Kiko Amat
(Artículo publicado en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del dia 21 de Septiembre del 2005)
“¿Ya estás otra vez escribiendo esa columna?” me dice Naranja. De reojo puedo ver los rayos rojizos que aparecen sobre mi hombro, como si amaneciera en mi espalda.
“No”, respondo sin volverme.
“No mientas. Lo estoy viendo desde aquí. Es esa columna estúpida en la que yo quedo siempre como una cascarrabias”.
Me doy la vuelta y la miro. Como siempre, Naranja tiene una de sus cejas en paréntesis, fogatas en la cabeza y escarlatina perenne. Naranja es mi novia, y pertenece a otra raza refulgente de seres colorados. Me pregunto cómo serán nuestros hijos.
“¿Vas a contar la verdad esta vez?”, añade.
Me vuelvo hacia la mesa, dándole la espalda. “Claro, claro. No te preocupes”.
Plonk. Colleja.
“Eso por mentir”, dice, largándose.
Y es cierto, soy un mentiroso sensacional. Cuando Holden Caulfield decía en ‘El guardián entre el centeno’ que era el mentiroso más fantástico que podía imaginarse no sabía que el tiempo le traería un competidor de peso. Un campeón, dedicado a su arte con la convicción de los obcecados. Un über-embustero armado de dos trucos letales.
Primero, la Mentira de Salvación. Es el traductor internacional que transforma en “una cerveza más y vengo” verdades más complejas como “voy a llegar hecho unos zorros a las seis de la mañana”. Es el túnel de escape del cadalso. Es genial. Desgraciadamente, Naranja interceptó la clave del codificador Enigma, por eso me va preguntando nuevos detalles, buscando pescar alguna incongruencia en mis verdades por entregas. Mi serial de realidad a medias.
La última vez que me lo ha preguntado ha sido hace dos minutos. “¿Cuánto dijiste que te habías gastado este mes?”
Un montón. Me he comprado cientos de discos. He invitado a copas a señores desconocidos. Incluso me estoy haciendo un traje a medida. Pero ésa no es la respuesta.
“No me acuerdo. No mucho”, digo.
La segunda es mi favorita. La Mentira de Romantización. Dado que cuento siempre las mismas historias, se trata de cambiar de audiencia constantemente -como Quentin Crisp- o transformarlas cada vez que las cuento. Creo firmemente en alterar la realidad. Creo que la normalidad y el pasado están demasiado llenos de hechos banales y rutinas deprimentes para contar las cosas con realismo. Así que aumento las catástrofes, multiplico los triunfos, exagero lo hilarante, hincho lo grotesco. Al final, lo que sale de mi boca no se parece en nada a lo que en verdad sucedió. Y lo que es peor, mi versión me gusta más.
“Eso no pasó”, me dice Naranja en público cuando lo hago. Le encanta delatarme así. “Yo estaba aquella vez y no le contestaste nada al policía’.
“¿Qué más da? Queda mejor así”, le susurro al oído.
“No se trata de eso. Se trata de que no es la verdad”.
“¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto calvinista? La verdad es irrelevante”.
“La verdad es lo que diferencia a las personas de los Pinochos como tú”
“Yo no miento como Pinocho”, le digo, en voz más alta.
Naranja señala con su dedo al centro de mi cara. “Pero tienes su misma narizota”.
Kiko Amat
(Artículo publicado en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del dia 21 de Septiembre del 2005)
Subscriure's a:
Missatges (Atom)