Alehop! y Siesta Dos sellos discográficos de Madrid que eluden de distintas maneras los caminos trillados del rock formal.
Algo horrible sucedió en el rock. Algo vergonzoso, inconfesable como un embarazo adolescente, lo transformó en lo que es hoy. Ese receptáculo de clichés, ese “justificador de viejas concepciones” (como lo llamó Vic Godard), ese charlatán con el alma en bancarrota. Sorprende pensar que el rock, ese actor desilusionado y gaga, desciende en línea directa del rock’n’roll de los cincuenta. Aquel fenómeno que Nik Cohn describió mejor que nadie: sexual, ruidoso, con un ritmo “más grande y alto que mingún ritmo anterior”, crudo, intenso. Aquel sonido, aquellas sacudidas, cuyos mayores artistas -como señalaría el propio Cohn en I am still the greatest says Johnny Angelo- representaban una sola cosa: fuck you.
Sí, algo horrible debió suceder –algún día les contaré mi teoría- para que el rock dejara de ser una música exultante, apasionada, y se transformara en excusa para la auto-indulgencia y el experimento estéril. Porque, como señaló recientemente Tobi Vail (ex-Bikini Kill), al contrario que en la física o la termodinámica, en el rock se experimenta porque sí, sin resultados. A lo burro.
Como habrán adivinado, odio el rock. Me perdonarán que parafrasee a Goering, pero cada vez que oigo que se menciona la palabra echo mano a mi revolver. Peor es aún en nuestro país, donde su ritmo se ha marchitado siempre a mayor velocidad. Y sin embargo, en Madrid -como irreductibles galos, “como un enemigo dentro de una ciudadela que planea destruir” (Ionesco dixit)- unas pocas discográficas combaten su parálisis. Una (Siesta) lo hace eludiendo por completo su influencia. La otra (Alehop!), cambiando radicalmente sus parámetros. Dos sellos para bailar mientras celebramos el fin del rock.
Alehop! nació el 1994 entre Madrid y Villaviciosa de Odón, y fue fundada por Murky, Eva y Olaf (el primero en Grimorio, los dos segundos en Las Solex). Aunque ellos se pasarán por la rabadilla mis definiciones, debo decir que su actitud entre heroica, jocosa e inflamada me recuerda bastante a la de los surrealistas; ambos poseen lo que Iris Murdoch definía como “esa llama vigorosa, escabrosa, histriónica”. Desinteresados por los devaneos de tanto la cultura mayoritaria como el cool homogeneizado, la discográfica exhibe trabajos de grupos como Ulan Bator Trio (autores del inaudito baile “El Caga-Traga”), Soul Bisontes o Capitán Entresijos, aparte de los dos ya mencionados; además, cuentan con un par de recopilatorios titulados La cagarruta sónica y La legaña sinfónica. Como ven, la ética Alehop! se basa a partes iguales en escatología, estramboticidad punk y cabezazos contra la pared.
Les hablaré de dos de sus grupos: Grimorio es un dúo de guitarra y batería paupérrima, sin bajo ni contacto alguno con la mísera ortodoxia rock. Usan xilófonos y acordeones, y a ratos suenan a Satie y otros a surf pillastre, y otros a rock alemán cabaretesco (a lo Faust) y otras a rockabilly manco y Música Dispersa. Su álbum, que les recomiendo, se llama Mis ácaros favoritos. Es bien bailable y raro, como todas las cosas buenas. Las Solex, por otro lado, se autodefinen como “folk-punk espacial”. Dos chicas y dos chicos (tres guitarras y una trompeta-trombón, sin bajo ni batería) practicando un ruido agudo, primitivo y extraño, como garaje punk de ciencia ficción tocado con ventosidades. Son enormemente idiosincrásicos y raros pero –insisto- también se pueden bailar, si bien algo mongólicamente. Olaf, casi lo olvido, es el autor de la mayoría de los carteles de la casa, recientemente editados en Alehop! en carteles, de la editorial Atiza. Olaf, hombre del renacimiento, también se fabrica sus propios pedales de distorsión guitarrera (los llamados doo-rags) mediante latas de conserva y botes de betún.
Siesta nació en 1992, y fue cuna del llamado “Sonido Donosti”. Su germen fueron unos cuantos grupos que cantaban sobre tomar café e ir en bicicleta (no se rían) y cuyas referencias eran diametralmente opuestas a las del rock convencional: chanson francesa, bossanova y pop escocés 80’s, entre otras cosas. Que todo esto desembocara años después en el más aborrecible bobo-pop no es culpa suya; aquella propuesta fue todo un revulsivo para los que siempre despreciamos la dialéctica cuero-moto-carretera-chica-alcohol-hirsutismo del rock troglodita.
Hoy Siesta continúa basándose en los cuatro axiomas que la empujaron a empezar: “sello pequeño, música pop, portadas bonitas e independencia acérrima”. Su inspiración más obvia en sus inicios eran sellos británicos de pop sofisticado como Él o Sarah, a los que plagiaban con empeño y gusto. Al igual que los mejores magnates del pop de los sesenta, sus responsables hablan en términos de negocio y show business, si bien con un deslumbrante y harto creíble encerado de izquierdismo gentil; yo siempre me los imagino con chaqueta cruzada azul marino y botones dorados, gorra de patrón de barco y un gin-fizz soldado a la mano. El hedonismo de jet set holgazana que inspira a sus responsables se repite también en sus grupos de siempre: Daily Planet, los exportables La Buena Vida y Edwin Moses por el lado ibérico, o Free Design, Beaumont o los injustamente olvidados Holiday y Red Sleeping Beauty (mis superéxitos del verano del 96) por el foráneo. Pero lo mejor del caso es que, cuando los grupos a la altura escasean, en Siesta se los inventan mezclando alquímicamente unos cuantos músicos y cantantes, y plantificándoles luego una biografía y un nombre elegantes. Ustedes dirán: vaya jeta. Y yo les diré: una idea sublime, que en el pasado ha dado excelentes resultados. ¿Pop Frankenstein orquestado por anarquistas de champán? A mí me suena bien.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 28 de junio de 2006)