Novela Tres libros de Ginsberg, Burroughs y Neal Cassady vuelven a poner de actualidad a la Beat Generation
El ritmo lo es todo, y toda la música de la América negra es ritmo; ese ritmo sincopado, ese 4/4 infernal, crudo, onomatopéyico. Incluso sus nombres propios son rítmicos: “Hip hop don’t stop”, “bop till you drop”, Rhythm’n’blues, jazz, cool, Art, Babs, Bud, Fats, Bird... Ese ritmo natural bop-bop-bop es el pulso de la vida, ni más ni menos; coloquen ese ritmo en prosa, y obtendrán una literatura tan cargada de VIDA que se les va a incrustar en el gaznate y, hasta que no la saquen a patadas, ahí se va a quedar. Por supuesto, de eso trataba toda la generación beat; de estar consumido por ese ritmo hambriento y expulsarlo en exabruptos automáticos de palabras a mil por hora. “Prosodia de bop espontáneo”, lo llamó Allen Ginsberg al intentar definir el estilo de Kerouac, y eso es exactamente lo que es. Prosodia. De. Bop. Espontáneo.
Los detalles históricos de la Beat Generation son ampliamente conocidos. Una generación parecida a la Lost Generation de Hemingway, Ezra Pound y F. Scott Fitzgerald cuyo trauma fue la segunda guerra mundial en lugar de la primera. Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs: Tres chicos de clase media-alta, profundamente asqueados por los valores de sus clases natales y a la vez fascinados por el submundo, las drogas y, claro, el jazz. Nada en los beats puede explicarse sin el jazz; incluso su nombre –aunque también se asocie con “cansado”, “beatífico” u otros significados de la palabra- suena a ritmo. Es ritmo. Así, al igual que los angry young men ingleses de Wilson y Osborne, los beats desarrollaron un estilo confrontacional, emocionante, lleno de velocidad y rabia. Un estilo que se ejemplifica con Kerouac escribiendo En la carretera en un rollo seguido de telegrafía para no interrumpir el discurso mental, ardiendo en llamas de benzedrina; o con El almuerzo desnudo de Burroughs, todo frases enlazadas, imágenes opiáceo-Blakeanas, angulosidad y ritmo. Siempre ritmo: Beat-beat-beat-beat.
Recientemente, todos sus fans hemos recibido con algarabía la publicación simultánea en Anagrama de tres títulos de la generación beat, de la que también es inmenso fan Jorge Herralde, su editor. Al menos uno de esos títulos (Aullido, de Allen Ginsberg) es imprescindible, y reúne en sus escasas páginas todo lo que tiene de bello y punzante el rollo beat. Aullido es un poema de 1949 que Ginsberg dedica a Carl Solomon, un amigo del psiquiátrico de Bellevue donde ambos estaban internados y cuyo tratamiento de shock instigaría la escritura del mismo (su célebre comienzo “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura” habla por sí solo). Es poesía de lo vivido, llena de palabras atropelladas e imágenes brillantes (“hipsters con cabeza de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con la estrellada dinamo de la maquinaria nocturna”), donde cada frase rezuma bop y anfetamina, cabreo y sexo. Quizás no fuese el primero en hacerlo (los surrealistas llevaban tiempo practicando la escritura automática, después de todo), pero Ginsberg sí fue el que sublimó esta poesía honesta y acelerada, rebelde por definición. ¡Santo el Apocalipsis del bop!, como diría el propio autor.
Los dos libros restantes son apéndices para completistas, y serán más o menos necesarios dependiendo del fanatismo beat del lector. Las cartas de la ayahuasca, publicado originalmente en 1963, es un volumen de correspondencia entre Burroughs y Ginsberg, en su mayor parte crónicas del viaje que realizó diez años atrás el primero en busca del yagué o ayahuasca, la famosa planta alucinatoria. Está magníficamente escrito y es a la vez adictivo e hilarante (empieza con la frase “Querido Allen: Me paré aquí para que me sacaran las almorranas. Me pareció que no procedía volver a instalarse entre los indios con almorranas”). El primer tercio, por otra parte, es el libro que escribió Neal Cassady, aquel forajido parloteador, fornicador y cachas que sería ídolo de los beats (acabaría plasmado en el Dean Moriarty de En la carretera, el NC, “héroe secreto” de Aullido, etc.). Por desgracia, con toda su furia vital y su hemoglobina en ebullición, el bueno de Cassady no podía escribir ni para salvar su vida, que dicen los ingleses. Quizás fuese un genio redactando cartas emocionantes (Kerouac admitió la gran influencia de éstas), pero por una u otra razón al llegar a este libro su estilo se había vuelto encajonado y somnífero, y el tema, aunque interesante (su infancia en la América de la depresión), quedó ofuscado por descripciones demencialmente largas; decididamente, nadie necesita 3 páginas detallando el camino al colegio. Lo que sí consigue El primer tercio es responder a la propuesta que En el camino el Cassady de ficción le hacía a Kerouac. ¿Recuerdan cuando dice “Vengo a pedirte que me enseñes a escribir”? Ahora sabemos que no funcionó.
Kiko Amat
Aullido
Allen Ginsberg
Anagrama, 2006
93 páginas
Las cartas de la ayahuasca
William S. Burroughs, Allen Ginsberg
Anagrama, 2006
107 páginas
El primer tercio
Neal Cassady
Anagrama, 2006
270 páginas
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 18 de agosto de 2006)