19 de març 2008

¡Japorock Tora!


No se llegó al pop electrónico japonés por la cara y sin maletas. Antes tuvo que fermentar una escena de freak-rock 70’s basada en cola industrial, discos de Led Zeppelin, rebelión beatnik y... ¿el musical Hair?

Cuando El Pelos cantó en La grifa aquello de “Yo vengo de una isla, de una isla del Japón / De fumarme unos porritos que mi novia me invitó”, la perplejidad se apoderó de sus fans. ¿Hablaba el rumbero en sentido literal? Desde luego, irse a uno de los países más sobrios del mundo a ponerse “siego” de grifa parecía la decisión turística más inconsciente jamás tomada. Ha tenido que ser Julian Cope (el ex-ídolo de The Teardrop Explodes, ahora rocker psicodélico) el que nos lo explique en su libro Japrocksampler. Japón –argumenta- tuvo en los 70’s una escena freak vibrante, y por tanto –deducimos- es muy razonable que El Pelos y señora escogieran la isla como escenario para su colapso de porros.
Cómo un sistema feudal basado en el más robótico respeto a la autoridad acabó siendo el escenario del Gran Japodesmadre Hippie’76 es algo que ahora les contaremos. Pero sepan que no se pasa en dos días de un orden jerárquico más descendente que la caligrafía japonesa al vivalavirgen sistematizado de grupos como Les Rallizes Denudés, uno de cuyos greñudos miembros secuestraría un avión en Tokyo en 1970 al grito de “¡Somos Ashitano Jeo!” (un personaje de Manga japonés). El equivalente aquí sería secuestrar un avión gritando “¡Somos Mortadelo y Filemón!”, para que se hagan una idea.

Según Julian Cope, el baile empieza el 8 de julio de 1853 con cuatro barcos de la armada norteamericana apostados en la Bahía de Tokyo, repartiendo democratización a cañonazos. Algunos críticos, como Simon Reynolds, le han afeado a Cope que en su afán para establecer contexto haya tenido que remontarse hasta 1853. “El equivalente”, diría Reynolds en The Guardian, “sería haber empezado su libro Krautrocksampler (sobre el rock alemán) en la guerra Franco-Prusiana”. Con aquel chuleo yanki terminaban 250 años de aislamiento y odio al gaijin (forastero), pero sucedió lo impensable: Japón agarró la modernización tecnológica sin entregar a cambio su imperialismo loco. Eso prendería una traca fatal que culminaría en el arrase de la guerra con China de 1937 y, por supuesto, la IIº Guerra Mundial. Al final, el matón americano tuvo que volver y quitarle el tirachinas al empollón subidito de Japón. A cambio del arma, los Estados Unidos ocuparon el país de 1945 a 1951, estableciendo una nueva constitución y colonizando culturalmente la isla.

Ahí empieza la historia del underground japonés, y empieza de pena; eso que vaya por delante. El rock’n’roll se afianzaba en el país en 1956, pero en 1957 moría el r’n’r USA. Su reemplazo, los chicletosos niños del Highschool (Bobby Vee, Frankie Avalon...) serían el primer contacto multitudinario del Japón con la cultura pop norteamericana. Allí, el equivalente del cantante cursi yanki sería el Idoru (ídolo), igual de bueno para un roto que un descosido: TV, baladas o películas teen. De cara a la juventud japonesa, todo aquello era como entrar a una fiesta casera quitándose los pantalones para descubrir que las madres estaban presentes.

Tres frentes representaron la alternativa a la papilla de la radio. Uno, el Japón Experimental: Toshi Ichiyanagi –primer marido de Yoko Ono- y todos los antisociales artistas fluxus del grupo Hi Red Center, que imprimieron billetes falsos de 1000 yen y celebraron el aniversario de la derrota en la IIº Guerra Mundial. Otro, las hordas del jazz japonés. Y tercero, la avalancha del Eleki Buunu (el “boom de la guitarra eléctrica”). Los japoneses cool reconocieron en todos los punteos reverberados y casi orientales del rock instrumental de The Shadows y The Ventures a un primo lejano. “Al enfrentarse con la avalancha de canciones MOR (ni chicha ni limoná) de los Idoru, con letras que no hablaban de nada”, nos dice Julian Cope, “la única manera de permanecer cool era escuchar música que no tuviese letras de ningún tipo”. Cope sugiere también que la fascinación japonesa por los Ventures viene de lo similar de su sonido con la melancólica balada japonesa enka. Sea como sea, de la noche a la mañana aparecieron un millón de músicos de eleki: Terry & The Bluejeans, Sharp Five, Blue Comets, Spacemen...

Pero los Beatles mataron a la estrella de eleki. Cuando pusieron pies en polvorosa el 3 de Julio de 1966 tras cinco shows en suelo japonés, los japoneses les despidieron como a alienígenas salvadores, pese a que el sonido que inspiraron (los Group Sounds) no era más que beat boom algo japonesizado. Y encima, las bandas de Group Sounds –en su mayor parte las mismas del eleki, con nuevos nombres- no tuvieron tiempo para evolucionar. El salvaje management (recordemos que Japón había abrazado el capitalismo con entusiasmo) comercializó a todos aquellos grupos más allá de su reconocibilidad. Si en otros países el sonido beat había evolucionado hacia el rock pétreo y el ruidote punk, en Japón se le aplicó el disfraz y la sonrisa. The Tigers, The Tempters, The Jaguars, The Carnabeats y tantos otros acabaron como bromas de exploitation para adolescentes tontos, pop aprobado por papás.

Tuvo que venir Hair a salvar el rock japonés. No, en serio. En Japón, aquel musical relamido que intentaba sacar tajada del flower power se tomó al pie de la letra. Y es que en una sociedad encorsetada como la japonesa (un lugar donde era de mala educación mirarse en escaparates, por ejemplo), un espectáculo de jipis fornicadores y melenudos era un auténtico desafío al sistema. Precisamente por ello, Hair se canceló en enero de 1970 tras solo dos meses en cartel, con una espectacular redada en la que se pilló a todo el cast fumando –cómo no- marihuana. Quizás en compañía de El Pelos.
Pero el daño ya estaba hecho, y Hair fue el catalizador. En los pasillos, en los alrededores del teatro, en el foso de la orquesta, se habían congregado todas las corrientes contraculturales japonesas. Aquella mezcla de free-jazzers, experimentalistas, actores en paro, antiguos Group Sounds y un montón de futen (el beatnik fumeta y desarraigado), sería terreno abonado para un nuevo underground. Grupos como la Flower Travelling Band, Speed, Glue & Shinki, Les Rallizes Denudés, Zuno Keisatsu, Murahatchibu, los Taj Mahal Travellers, la Far East Family Band o J.A.Caesar tomaron ejemplo del desparrame occidental (de Blue Cheer a Stooges y Led Zeppelin) para crear su versión autóctona, el New Rock. A espaldas del resto del planeta, hasta 1979 florecería en Japón un “delicioso caos” (Cope dixit) hecho de liberación, distorsión y creatividad freak. Los jóvenes del japón de posguerra abrieron sus mentes al rock’n’roll y ni leyes, ni padres, ni bofetadas pudieron evitarlo. Hermoso, ¿no?

Una selección de japrock

- The Jacks: Siempre de negro y liderados por Yoshio Hayakawa (y sus perennes Rayban negras), este grupo de existencialistas del subterráneo boom folk-rock de 1967-8 se hizo famoso contra su voluntad con el nihilista álbum Vacant World. Como una Velvet Underground japonesa, en folkie.
- Les Rallizes Denudés: Futens comunistas, vestidos de negro riguroso, ultra-fans de Blue Cheer (el grupo americano “más ruidoso del planeta”) y bautizados con un nombre en francés macarrónico. Eran tan punkis que su bajista Moriyasu Wakabayashi acabó en Corea del Norte tras secuestrar un Boeing 727 junto a la Japanese Red Army.
- Zuno Keisatsu: Su nombre (Policía Cerebral) ya les delata como futens cabreados. Miembros de la Foku Gerira (Guerrilla Folk), un colectivo activista callejero mezcla de Black Panthers y situacionistas. ¿Sus canciones? “Ju O Tore” (Coge el fusil), “Kanojo Wa Kakumeika” (Ella es una revolucionaria) o “Iiwake Nanka Iraneyo” (No queremos tus putas excusas).
- Flower Travellin’ Band: Antes conocidos como Flowers. Son los cinco mimbres que aparecieron conduciendo motos en pelotas en la portada de su primer LP, Anywhere. El grupo más grupo de toda esta historia, hasta sonaban medio bien (si a uno le gustan Black Sabbath).
- Speed, Glue & Shinki: Los entrañables “Speed, Cola y Shinki” eran un caótico trío blues power liderado por un filipino anfetoso con peinado afro (Speed). Como dice Cope, “su inconsistencia se convirtió en el sinónimo de la banda, su modus operandi, su raison d’etre”. La lírica del grupo se basa casi por completo en odas a la droga: “Sniffin’ and Snortin” (Aspirando y esnifando) o la mítica “Mr. Walking Drugstore Man” (Señor Farmacia Andante), que termina con las frases “Eh, tío, ¿Quieres comprar speed”.

Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento EP3 de El País del 14 de marzo de 2008)