13 de set. 2007

Granta: Loca academia de narrativa

Novela Sale a la calle la segunda entrega de la selección Granta de Los Mejores Jóvenes Novelistas Estadounidenses en su edición de 2006

Al igual que los fenómenos meteorológicos, Granta –la selección de mejores autores de cada década que realiza la revista inglesa del mismo nombre- tiene efectos dispares. Por un lado, la primera recopilación de Mejores Novelistas Jóvenes Británicos (1983) desencadenó en el mundo los azotes de Martin Amis y Salman Rushdie; el primero, ya lo saben, hace tiempo que se cree Dios todopoderoso. Respecto al segundo, ya no me quedan insultos que lanzar porque todos los ha usado la periodista inglesa Julie Burchill; “viejo chocho” y “pijo insufrible” solían ser los más recurrentes. El propio Rushdie, por cierto, sería uno de los jueces de la siguiente edición (1993), que la Burchill definió escuetamente en su columna como “mierda”. El difunto y majestuoso Kingsley Amis también metería baza afirmando que “la gente joven brillante de hoy en día se dedica a otras cosas [que no son escribir novelas)”. Ambos se pasaron, pues en 1993 estaban Tibor Fischer, Jeanette Winterson, y también Kureishi, que... eh, ahora que lo pienso, inmediatamente después de aparecer en Granta, Kureishi interrumpiría su impecable racha y –igualito que Amis- empezaría a ponerse pomposo. ¿Será Granta una especie de beso de la muerte para algunos novelistas?

Desde 1996, Granta también selecciona una lista estadounidense, y eso es lo que nos ocupa. Acaba de salir el nuevo Granta americano, y el mundo aguarda en silencio con el corazón en un puño. No, ahora en serio: al mundo le importa un rábano, pero les suplico que presten atención a esto, porque sociológicamente es vital. Se trata del proceso de selección de este Granta y los anteriores. En su edición de 1996 se basaba en una criba piramidal con comités regionales, pero eso no agradó a su editor Ian Jack, que para el 2006 instauró un comité único que leyera a todos los candidatos. Lo interesante de ello es que, haga lo que haga Granta, la selección final siempre acaba teniendo una acentuada inclinación de clase. La edición del 2003 inglesa mostraba que el 70% de los seleccionados provenían de educación Oxbridge (Oxford o Cambridge, obviamente). En la americana del 2006, más de la mitad son ex-alumnos de alguna universidad Ivy League (las de la élite). Casi todos escogieron la narrativa como carrera universitaria, y todos vienen de educación de Taller Literario. Ustedes me perdonarán, pero hay algo podrido en esto. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un no-universitario pobre y autodidacta publique en Granta. Si Bukowski viviese y tuviese 35 años hoy (la edad tope ha bajado de 40 a 35), su máxima relación con Granta sería limpiar los retretes de la editorial.

¿Qué trae pues el Granta americano del 2006? Trae cantidad de dolor y muerte, un hecho sobre el que incluso su editor declara sentirse perplejo. Que una generación sobrealimentada y mimada escriba sobre miseria y angustia es un rasgo cuanto menos sospechoso. Pero quizás éste sea uno de los resultados de la educación de taller: se empieza con “Escribe una historia desde el punto de vista de una tostada” y se termina así. La implicación de muchos de estos novelistas con su obra desprende un inconfundible olor a asepsia y a narrativa-hecha-con-catalejo que no ensucia manos ni corazones. En bastantes casos, lo que tenemos aquí es el perfecto opuesto de la Escritura Peligrosa de Spanbauer. Cuidado que no mancho. Literatura arremangada.

Esto no es lo mismo que decir que los escritores sean malos. De hecho, algunos son bien buenos. Pero, al igual que en el pop, el contexto es vital, y también lo es la opción que tiene cada lector de creerse más o menos a un narrador. En el extremo “¡Viva, viva!” están, en mi opinión, estos novelistas: Christopher Coake con Aquella primera vez, un nostálgico relato post-divorcio que suena sincero y sufrido. Gary Shtenyngard con Los diarios de Lenny Abramov, un fragmento de novela que es raro y divertido a lo George Saunders o Vonnegut; además, Shtenyngard es el único autor de la selección que se atreve a ser cómico. Respeto para él. Anthony Doerr con Procrear, generar (los problemas para tener hijos de una pareja) y Dana Horn con Pésaj en Nueva Orleans (las entretenidas tribulaciones de un soldado judío en la Guerra Civil americana) también funcionan. Y aún otro: Rattawut Lapcharoensap clava en Los aparcacoches un gran relato de vandalismo y rabia de clase.
En cuanto al extremo “Ay, mi madre” están Nell Freudenberger y su Donde se encuentran el Este y el Oeste, un relato que agradará a los que lloraron con Tomates verdes fritos; Olga Grushin y El exilio, un relato ambientado en 1927 y escrito como si fuera 1870; Karen Russell y El establo al final de nuestro mandato, o como la marktwainesca idea de un establo donde todos los caballos son ex-presidentes americanos puede convertirse en un auténtico tostón; Mi pintora de la reputada Nicole Krauss es un ejercicio de estilo algo anémico, pero por otro lado es el resultado lógico de permitir que los squares escriban libros; ZZ Packer y su Soldados Búfalo, con sus aventurillas de indios y pioneros, es sub-sub-sub-Fenimore Cooper. Hay más, nadando entre dos tierras, pero dejo el veredicto final a su completa discreción.
Aún no he decidido qué hacer con Gabe Hudson y Porno duro. El autor es ex-Marine, y el extracto de novela es fascinante y guarro, pero se percibe una subyacente inmoralidad nihilista a lo Brett Easton Ellis que, personalmente, no comparto. Y es que la sordidez, en el fondo, es pan comido; lo jodido es la empatía. El relato La respuesta de Jess Row, por su parte, es profundo y perceptivo, pero el tema de pánico islamista post 11/09 huele a maniobra efectista. Cuando decida qué pienso de ambos, ustedes serán los primeros en saberlo.
Ah, lo olvidaba: el peor relato de todos es el de Jonathan Safran Foer. Por las pistas, deduzco que se nos presenta un nuevo y acongojante caso de beso letal de Granta.
Kiko Amat

GRANTA #8
Los mejores jóvenes novelistas estadounidenses

Alfaguara, 2007
395 pág.

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 22 de agosto de 2007)