6 de març 2007

Somos los Neoístas, no nos escuchen


Neoísmo Una red de excéntricos trabajadores anti-arte colaborando con intensidad extremista son el -ismo que faltaba para el duro

1. La institución del arte es el brazo cultural de la burguesía. Memoricen esta premisa, porque si no esto va a ser como la caótica explicación de la “guerra psicológica” en La Cizaña de Astérix y Obélix. El arte, lo dijo Stewart Home, “es una religión secular que proporciona una justificación universal a la estratificación social, que proporciona a la clase dirigente el cemento social de una cultura común, mientras que simultáneamente excluye a la mayoría de hombres y mujeres de la participación en este territorio superior”. El arte es definido conceptualmente por una élite que se auto-perpetúa, y convertido en mercancía-comodidad por la misma élite. Hasta el estudiante de Historia del Arte más pusilánime y espinazo-de-gelatina sabe que el arte es un invento burgués y que justifica una jerarquía. ¿Grandes palabras? Se lo diré de otra manera: esto del arte se lo inventaron los ricos pa’ poder vivir del cuento. La negación más radical de la idea del artista genial (o sea, el mito del “genio” utilizado como diferenciador social; o sea, la racionalización moral de que algunos hagan arte mientras otros se pudren en cadenas de montaje), es el pilar básico de la mayoría de grupos de vanguardia subcultural, y los neoístas no son una excepción. Por cierto: estoy disponible para fiestas infantiles y debates televisivos.

2. Los neoístas fueron una subcultura internacional influenciada por los futuristas, fluxus, dada y el punk. Como los primeros, estaban obsesionados por la tecnología –en su caso, ordenadores y video- pero resultan aún más difíciles de categorizar en la tradición de revuelta anti-arte que los precede. Sus preceptos tenían que ver con lo enunciado antes, pero tanto su negación de la identidad como su negación del neoísmo les hacen más viscosos que todos ellos. El neoísmo nace hacia 1979, y surge del Mail Art, un exitoso proyecto de democratización/supresión del arte basado en el intercambio del mismo por correo. Aunque ahora no toca centrarnos en ellos, sí conviene apuntar que el Mail Art es uno de los pocos movimientos que casi alcanza sus objetivos; eran su naturaleza radicalmente democrática –en oposición al elitismo del arte burgués- y la cantidad de gente implicada los que impedían su etiquetaje como “alta cultura”. Esta militancia abierta era tan numerosa que ponía la categoría de genio en duda, al fin. ¡Yup-pi!

Pero sigamos. Los neoístas, pues, surgen del entorno Mail Art y extraen de él uno de sus mayores logros: la identidad múltiple. La utilización común de un nombre público (Monty Cantsin al principio, hacia los 80-90 Karen Elliot, Luther Blissett, Wu Ming...) era un acto de subversión política y el rechazo definitivo de la originalidad. Incluso sus fanzines (todos llamados Smile) y sus grupos de música pop (White Colours) debían seguir este precepto. ¿Qué más hacían los neoístas para alcanzar lo que ellos llamaban “la gran confusión” y “el juego radical”? Festivales de Apartamento, eventos en casa de alguno de ellos donde se juntaban para realizar performances, pases de video y otras acciones destinadas a cuestionar la identidad y la unicidad. Aunque, como sucedía con el fluxus menos politizado, a veces uno tiene la sensación de que más bien era gente mayor haciendo bajanades de manicomio. Con muy buenas intenciones, eso sí. ¿Ejemplos? Istvan Kantor enmarranando cuadros con su propia sangre. Kiki Bonbon con su corto Flying cats: dos hombres en pasamontañas sacan gatos de una bolsa, uno a uno, y los lanzan al vacío desde un ático. A lo largo del filme, el protagonista repite: “El gato no tiene opción”. El llamado tENTATIVELY a cONVENIENCE, viajando en autobús a cuatro patas y atado con un collar a una mujer ciega, en su pieza Lazarillo neoísta. De hecho, el bueno de tENTATIVELY a cONVENIENCE se hizo medio famoso en 1983 cuando, ya metido en la Iglesia de los Subgenios, fue detenido por la policía en mitad de su representación Pee dog / poo dog copyright violation; estaba desnudo, cubierto de pintura blanca, golpeando dos cadáveres de perro en descomposición que colgaban del techo de un túnel, mientras 35 miembros de la “iglesia” bailaban al compás. La madre que lo parió...

3. Una escisión importante del grupo sería la Alianza Neoísta de Stewart Home. Home había sido, en mi opinión, el más interesante de los neoístas, y el único que había comprendido que destruir el arte es una pérdida de tiempo mientras siga existiendo la burguesía. Home fundó la Alianza Neoísta como una especie de bromazo ocultista, una orden secreta que le tenía a él de Gran Mago. Puesto que una de las únicas ideas que los académicos de la cultura seria encuentran aún repulsiva es la del ocultismo, razonaba, apliquémoslo a la vanguardia para que sea intocable.

Dos acciones resaltan de las practicadas por la Alianza Neoísta: Una es el piquete Anti-Stockhausen que realizaron en el Pavillion Theatre de Brighton en 1993. Stockhausen (el más elitista de los representantes del “arte elevado”, y el mismo malnacido que dijo que el jazz era “ritmo primitivo y bárbaro”) ya había sido piqueteado por el gran fluxus Henry Flynt en su Acción Contra el Imperialismo Cultural de 1964. Home lo repitió (es un plagiarista nato) treinta años después, intentando hacer levitar el teatro junto a sus secuaces. La otra acción es la que realizaron el mismo año contra la industria literaria. Los muy desalmados celebraron el suicidio del escritor Richard Burns (a la vez que invitaban a Martin Amis, Rushdie y Barnes a imitarle) distribuyendo entre los homeless invitaciones falsas –que prometían “Priba gratis, papeo y strippers”- para el Booker Prize. Un ataque salvaje contra la literatura establecida que, imagino, les daría mejores resultados prácticos que lanzar felinos desde grandes alturas. Kiko Amat

Neoism, plagiarism and praxis
Stewart Home
AK Press
207 pág.

El asalto a la cultura
Stewart Home
Virus Editorial
232 pág.

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 7 de febrero de 2007)