Pau Riba En septiembre se celebran los 35 años del lanzamiento de Dioptria, el mejor álbum de pop catalán de todos los tiempos.
Butifarra. Para usted, usted y también usted. Butifarra para las autoridades, los squares, y butifarra para el establishment en pleno. Butifarra es lo que Pau Riba ha significado desde su primera aparición en la constelación musical ibérica y catalana: un doloroso corte de mangas a la pusilanimidad de la cultura oficial. Se lo digo ahora, subido a una silla, y se lo diré una y otra vez hasta que me escuchen: Pau Riba es uno de nuestros primeros punks. No el punk de masa encefálica deficiente y slogan barato, por supuesto, sino el verdadero punk psicodélico de mazazo orgulloso contra el conformismo. Y del mismo modo en que la revista Bomp! realizó una encuesta en 1976 llamada “Vota por tu punk favorito” que incluía a Little Richard o Jerry Lee Lewis, es hora ya de celebrar a los auténticos punks locales. Y Pau Riba, claro, es nuestro mejor punk ácido, alguien que se arriesgó con monumentales butifarras de pagès en una época en que muchos se miraban los zapatos pretendiendo que “todo iba bien”. Permítanme que, aprovechando el 35 aniversario de su primer LP Dioptria, le rinda homenaje con algo de historia y un par de hip, hip, hurras.
Pau Riba, nieto del poeta Carles Riba, nació en 1948 en Palma de Mallorca. No voy a apuntarles nada de su infancia porque ignoro qué serie de factores forjaron al rebotado Puck, así que saltaré hasta el momento en que no fue aceptado como miembro de Els Setze Jutges, ese conjunto folk de señores envarados que parecían haber engullido escobas vía rectal. La parálisis estilística que sufría el principal grupo de música catalana provocó el nacimiento de El Grup de Folk en 1967 con el propio Riba, Jordi Batiste, Sisa y otros. De él brotarían Pau i Jordi, el dúo que Riba tenía con Jordi Pujol, y paralelamente la carrera en solitario de nuestro chamán preferido. Ya en los dos primeros singles de Pau Riba como tal, Taxista (1967) y L’home estàtic (1969), ambos con portadas diseñadas por él mismo (Riba sería durante años el grafista de Concèntric), se empieza a percibir a un artista folk que no tenía la menor intención de quedarse en el encorsetamiento de Pete Seeger. Riba admite en la contraportada que lo que buscaba no empezó a tomar forma hasta que hubo escuchado “muchas canciones beat, muchas canciones blues, muchas canciones pop, muchas canciones jazz, muchas canciones rock, muchas canciones soul”. Por supuesto, “Taxista” y “L’home estàtic” son dos de los mejores temas pop catalanes ever. Añádanlos a las versiones de Eurogrup, al “Verda” de Quico Pi de la Serra, al Miniatura (Riba aportaría su emocionante y Pentangleana “Al matí just a trenc d’alba”), al primer single de Màquina! y al Ovidi más cabreado y se darán con un canto en los dientes pensando que esa cultura acabó desembocando en la infinita basura de Sau y Sopa de Cabra. Menos mal que al final aparecieron Antònia Font, que si no...
Pero Dioptria. Dioptria es una obra maestra, un álbum conceptual cuyo tema central es -como diría el artista años después en una entrevista- “la ceguera de la gente, no física sino mental por todos los clichés que acaban tapando la realidad”. Dioptria, esa pintada en la pared contra la hipocresía burguesa, es un disco tematizado a la altura del Ogden’s nut gone flake de los Small Faces o el Village Green Appreciation Society de los Kinks (quien mencione el Sgt. Peppers va de cara a la pared). Poco importa que la revista Enderrock lo haya elegido “el mejor disco de rock catalán”; considerando los artistas que suelen salir en ella, esa sería precisamente una buena razón para no escucharlo jamás. Lo realmente importante es la calidad musical y humana del disco, las fenomenales letras, los detalles milimétricos (ese órgano Hammond aquí, esos grillos eléctricos allá, los cristales rotos de “Noia de porcellana”), la belleza de su portada y diseño. Dioptria, digámoslo ya, podría estar entre lo mejor de la tropicalia brasileña (el propio Veloso lo citó elogiosamente en 2005), del acid rock californiano y de la psicodelia inglesa. El desafino celestial de la mencionada “Noia de porcellana” podría pertenecer al Oar de Skip Spence. “Kithou” encajaría de narices en el primero de Buffalo Springfield o Moby Grape. Las armonías vocales de “Helena desenganya’t” no desmerecen de las de Free Design o American Spring. ¿Y las entrañables anécdotas que acompañan al LP? El intento de Riba de que los colores de las hojas interiores formaran una bandera republicana; la aparición como álbum doble en dos entregas (de ahí los dos años de edición, 1970 y 1971); la portada de Otto Runge; la nota que –en un arrebato de alarmante miopía cultural- añadió el dueño de Concèntric intentando explicar las poéticas palabras de Riba (de esto se desquitaría Riba en 1978 añadiendo una contranota en la reedición del álbum); y finalmente las negativas del Liceu y el Palau de permitir que se presentara en sus escenarios, y la butifarra real, adornada con una senyera, que les envió Riba como respuesta. Tras Dioptria, Riba continuaría con una carrera siempre desafiante e inventiva, pero aquel álbum continuará siendo irrepetible como la butifarra gloriosa y ácida que es. En lugar de esperar 35 años más, recomiendo celebrarlo a diario.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 30 de agosto de 2006)