Revistas musicales Rolling Stone celebra su número 1000 y Smash Hits se despide tras 30 años de frescales artículos pop
Este pasado marzo la revista Rolling Stone llegó a su número 1000; disculpen si no me emociono. Para celebrar el aniversario, sus editores decidieron lanzar una edición especial con los artistas más representativos que habían sido portada unidos en una pompo-lujosa cubierta en 3-D (“a lo Sgt. Peppers”). O sea, un quién-es-quién de los personajes más engreídos y dañinos del rock, como premio a estos por haber deformado su concepto hasta la total irreconocibilidad. He de admitir que la noticia me hizo recordar la existencia misma de Rolling Stone; durante toda mi vida, la visión de un ejemplar en el quiosco me había creado sensaciones parecidas a las que tendría viendo a un dodo o un arqueopterix -o cualquier otro animal extinto- en el escaparate de una pajarería: Ah, ¿pero éstos aún...? Y a continuación: ¿Por qué?
Dejen que –conteniendo la irritación que me invade- les cuente su historia, y así quizás comprenderán mi natural rechazo a esa revista. Su legendario editor Jan Wenner (cuya edad mental situaba The Observer cercana a los 11 años) fundó el magazín en 1967. Desde sus más blandurrios inicios, RS fue el espejo de las ideas políticas de Wenner, al que podríamos definir sin temor como el arquetípico “american liberal”; es decir, el pusilánime estadounidense medio, defensor a ultranza de la ley de mercado y el capital, pero con algo de izquierdismo cosmético de buen rollo. Así, RS fue decididamente anti-guerra de Vietnam, pero a la vez las mujeres no pudieron acudir durante años a las reuniones editoriales y el tema de la América negra era tabú (Wenner declaró una vez célebremente que la muerte del Reverendo King “significaba poco o nada para la mayoría del pueblo americano”).
Vomiten ahora, por favor.
En cuanto a música, Wenner y Rolling Stone eran igualmente cerriles. En sus páginas se loaba a Eagles, Grateful Dead, Lennon, Rolling Stones y otros caraduras del paleo-rock, a la vez que se ignoraban por completo el punk, la escena de Seattle y –cómo no- el hip hop. Hacia la década de los 90, su orientación era descaradamente pro-rock licuado MTV y pro-Reagan, y hacia el final de la misma década no podían venderlo ni como envoltorio de bocatas de atún. ¿Cómo es posible entonces que Rolling Stone haya sobrevivido hasta hoy?, se preguntarán. Alguien –Wenner, posiblemente- se dio cuenta de que el punto máximo de ventas a finales de los 60’s fue el que coincidía con el conflicto de Vietnam. De ahí se pasó a la ecuación: Guerra + politización = $$$$$. En efecto, el actual posicionamiento anti-guerra de Irak le ha reportado ya a RS 250.000 nuevos lectores. Apuesto a que Wenner está rezando por el estallido de la IIIª Guerra Mundial.
Smash Hits
Al lado de los fastos imperiales del Rolling Stone #1000, la desaparición de la revista inglesa Smash Hits este pasado 13 de febrero ha sido tomada por el público como una simpática nota al pie. Su muerte se ha tomado como durante 30 años se percibió la propia revista en ambientes rockistas e intelectuales: en cachondeo. Pero dejen que les cuente un par de cosas, que tengo excedente de lanzas para romper. Smash Hits –que una explicación apresurada y blasfema podría llegar a comparar con nuestro SuperPop- era mucho más que una revista de pop tontaina para adolescentes cursis. Desde sus inicios –y mientras las publicaciones teen de aquí hablaban del monigote de Bosé, de ABBA o de italianos con jerséis rosa pastel- la revista inglesa abrazó el punk (entrevistaron a Sex Pistols, Clash e Ian Dury, y dejen que aquí ponga !!!), tuvo una sección de indie (en su estado primigenio y rebelde: su Top 10 de entonces incluía a Orange Juice y Swell Maps) y, en un momento en que revistas musicales “serias” como New Musical Express y Rolling Stone eran obstinadamente anti-sonidos negros, una sección de música disco. Permítanme un inciso fugaz: la disco music es algo mucho más revolucionario que lo que se suele creer. Les remito a los formidables trabajos Last night a DJ saved my life de Bill Brewster y Frank Broughton o el ensayo “1979: In defence of disco” de Richard Dyer para lecturas distintas de su inherente faceta anti-ídolos y pro-comunidad.
Ya en los 80, la política de Smash Hits se enfocó hacia los teen idols, los nuevos románticos o la factoría Stock/Waterman/Aitken de Kylie Minogue, Jason Donovan y compañía. Pero incluso así, Smash Hits supo alejarse de la norma. Como señaló Alexis Petridis en un artículo para The Guardian, mientras la prensa musical tradicional se volvía cada vez más pretenciosa (“en NME no podían criticar el nuevo single de Shakin’ Stevens sin mencionar a Roland Barthes, Wyndham Lewis e Ingmar Bergman”, apunta jocosamente Petridis), Smash Hits aún comprendía lo que significaba el pop. Su tono era siempre irreverente, mofándose -mediante la ironía y las bromas privadas- de cualquier afectación en sus artistas: a Chesney Hawkes le hicieron aparecer con una cacerola en la cabeza, in-joke con el que se representaba a los cantantes desesperados y algo patéticos, el Let’s dance de Bowie recibió la crítica “Bien... aburrido. ABURRIDO ABURRIDO ABURRIDO”, Paul Weller era humillado número sí, número no. La revista buscaba, resumiendo, una celebración del pop como formato instantáneo, excitante y completamente opuesto al arte serio. Que Smash Hits haya desaparecido (coincidiendo con el envaramiento de una época en que incluso el más lerdo de los cantantes hace un curso de relaciones públicas) confirma definitivamente la muerte del pop comercial como lo conocimos. Espontáneo, chapucero, insolente y plagado de calcetines coloridos. R.I.P.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 6 de septiembre de 2006)