28 de gen. 2005

Hippies subterráneos

Este es un artículo sobre el underground 70's que saldrá en el Reciclajes del Culturas en unas semanas. La semana que viene publicaremos también aquí el artículo de Lethem que algunos no llegásteis a ver en el mismo suplemento .

El libro Nosotros los malditos de Pau Malvido y el documental Underground de Gervasio Iglesias dan dos visiones parecidas de la contracultura local de los 70.

Los hippies subterráneos

KIKO AMAT

Malditos
Hace escasos meses Anagrama sacó el libro Nosotros los malditos, una recopilación de artículos de Pau Malvido que el difunto teórico de la contracultura publicó en su día en la revista Star. En un momento concreto del libro su autor se sube por las paredes por culpa de unas declaraciones del entonces director de la revista AjoBlanco, Ribas, en las que éste comentaba como el hippismo era “un invento de snobs americanos ricos”. Malvido, comprensiblemente irritado desde su condición de freakie urbano, le espeta que la situación ibérica es completamente distinta, que la masa hippie de Barcelona es una mezcla de “izquierdistas desengañados o agotados, pequeñoburgueses más bien pobretones, mezclados con grifotas de la línea tradicional (...) y extranjeros peregrinantes”, y que, caramba, si los del Ajoblanco lo ven de otro modo es porque ellos mismos son hippies snobs y intelectuales elitistas. Lo que está Malvido diciéndoles, en pocas palabras, es el viejo refrán: “Cree el ladrón que todos son de su condición”. Chincha y rabia.

Lo paradójico de todo esto es que ambos implicados en el choque de opiniones tenían igual razón. Los hippies, sin duda alguna, eran un concepto de clase media-alta por definición, una subcultura de origen estudiantil que, aunque vagamente contestataria en su superficie, era en extremo pasiva y conformista. Como dice el sociólogo de Birmingham Dick Hebdigge, sus festivales “transcurrían en lugares remotos y en una atmósfera de auto-congratulación, y se centraban en la consumición pasiva de música producida por una élite de artistas intocables”. Bingo. Hebdigge concluye su elaborado ataque al hippismo con un recuerdo a Altamont (el festival donde unas pocas decenas de Ángeles del Infierno asesinaron a un espectador ante la mirada abúlica de varios miles de hippies) y la incontestable ecuación: “Clase Media + hippie + marihuana = Pasividad”. Ése, en el fondo (aunque sin autoinculparse), es parte del argumento de Ribas; y es bastante cierto.

Por otro lado, es irrefutable que la situación en la España Franquista era para darle de comer aparte. Primero: Los hippies y freaks patrios, como bien apunta Malvido, tenían mayor relación con la resistencia política que en los Estados Unidos (allí se hacían Maoístas, sí, pero de broma) y aquí la implicación con círculos anarquistas era habitual. Segundo: Así como los hippies de Hight-Ashbury y King’s Road se paseaban por una atmósfera que les toleraba (aunque mofándose), los bravos primeros hippies hispanos se enfrentaban a un entorno beligerante que entrañaba gran peligro para sus integritudes físicas. Eso ya les diferenciaba radicalmente de los bobalicones hippies californianos, y el distinto origen social que les adjudica Malvido termina de cortar casi todo vínculo. Los hippies peninsulares, en pocas palabras, no eran hippies: eran proto-punks airados. Y es que ser hippie en Catalunya en 1968 requería bastantes bemoles. Y en Sevilla aún más.

Subterráneos
Underground es una palabra que se dice pronto, y que no siempre significa lo que significa. Underground; la ciudad del arco iris es el nombre de un documental de Gervasio Iglesias sobre la contracultura sevillana de los 70 que han coproducido Canal Sur y TV3, y que pudo verse en el pasado festival de documentales In-Edit 2004. Decía lo que decía al inicio del párrafo porque generalmente se le llama underground a cosas que son obviamente overground (o sea, que comparten parámetros con la cultura mayoritaria de la superficie) y sólo ocasionalmente surge algo verdaderamente subterráneo, que debe esconderse de los ataques del establishment para conservar su pureza. Las sociedades secretas socialistas del siglo XIX son un ejemplo obvio, y también lo es el movimiento Underground de Sevilla.

En este momento les pintaría un contexto adecuado de manera extensa, pero imagino que no hará falta; ya saben ustedes lo que había allí en 1968. Procesiones religiosas, conmemoraciones del cumpleaños del Caudillo, Día del Alzamiento, sindicatos verticales, policía gris y una situación cultural paupérrima y lamentable. En efecto, en España sobrevivía aún una dictadura homicida, cabestra y sanguinaria (por mucho que Garzón escurra el bulto, algunas de las aberraciones más gordas del siglo XX en Europa pasaron al lado de su casa, no al otro lado del Atlántico), y que penalizaba con brutalidad cualquier comportamiento individualista, hedonista o izquierdista.

El underground sevillano, por fortuna, tenía de sobras de las tres cosas, como bien nos muestra el documental de Iglesias. Lo formaba un dispar y desorganizado batallón de visionarios, hippies primigenios, músicos arriesgados, poetas tranquilos y Marines afroamericanos con afición al hachís. Mientras en la calle la situación era de a Dios rogando y con el mazo dando, en las catacumbas del underground se organizaban clubs, lecturas, exposiciones y debates; y conciertos, claro. Por algo uno de los grandes aglutinadores de la escena era la música, y especialmente las actividades del grupo Smash.
Aunque este no es el lugar para biografiarles, sí debemos apuntar algo antes de terminar: Smash eran uno de los grupos más excepcionales de aquí, y el exponente hecho carne del malditismo del que hablaba Malvido en su artículo. A diferencia de los integrantes de la repipi Gauche Divine, los sevillanos eran currantes, fans del blues y lo progresivo, extravagantes hombres de las praderas –como ellos mismos se definían- que no encajaban en el esquema de las cosas. Llamémosles hippies si se tercia, claro, pero no olvidemos el factor diferencial del hippismo hispano y lo lejano que éste vivía de la apatía de sus primos americanos. Hacer otra cosa estaría feo.