25 de gen. 2008

Hecho en México


Cinco escritores mexicanos no contagiados del entusiasmo general, outsiders con un pie en lo subterráneo y el otro en lo mayoritario, novelistas esquizofrénicos con ADN de México pero lecturas gringas.

Esto no es un manual de literatura mexicana, porque manual no hay más que uno, y ya lo ha escrito la novelista catalana Lolita Bosch, y se llama Hecho en México (Mondadori, 2007). En él se mezclan vivos y muertos, simpáticos y cabrones, chilangos y satelucos, ancianos clásicos y jóvenes punks, se mezclan muchos escritores mexicanos, pero no todos. Pues la Bosch –que, por mucho que lo niegue, es la embajadora de lo mexicano en nuestro país- ya lo anuncia en la contraportada: “Este libro no es un panorama ni un intento por reunir lo mejor de México. Este libro no lo incluye todo porque-las-antologías-son-inevitablemente-subjetivas. Este libro no quiere ofender a los que no están –e incluso a muchos los echa de menos (...) Este libro, si yo fuera mayor, se llamaría biblioteca personal”. En el presente artículo, pues, celebramos la biblioteca personal de la recopiladora. Incluso nos tomamos la libertad de añadir algún nombre más.
Esto tampoco es un panegírico de la mexicanidad, aunque haya ganas. México es, sin duda, el lugar más extraño y fascinante del planeta. El pedazo de tierra donde se unen de una manera más celebrable la tradición, lo kitsch, la modernidad, la alta cultura, la baja, lo bizarro, la belleza más alta, la feura más extrema. México es una novela; el país más literario que existe, no tanto por la cantidad de escritores que hay sino porque su realidad e historia parecen extraídos de las fantasías de un novelista con delirium tremens. Como sucede a veces con la narrativa, las partes de México que parecen inventadas son las más reales. Como el toloache, la hierba de la sumisión, una raíz que provoca en el que la toma un enamoramiento salvaje en que toda voluntad queda aniquilada. O el pulque, esa bebida alcohólica y casi hipnótica que se fabrica a base de fermentar el jugo del Magüey, y que por la dificultad que entraña su preservación y embotellamiento no se conoce en ningún otro lugar de La Tierra. Y la música. Y la comida. Joroba, incluso los perros son extraños en México. ¿Han visto alguna vez un xoloescuintle? Parece un roedor loco del espacio exterior. Y eso sin hablar del Distrito Federal, la mayor ciudad del planeta, un lugar tan caótico y abrumador que uno sólo puede preguntarse cómo no se desencadena el Apocalipsis urbano día tras día. Pero no. Milagrosamente, extrañamente, el DF sigue funcionando, de una manera surrealista, inconcebible en otros lares, inconfundiblemente mexicana.

Uno, por estas cosas y por otras, se enamora de México de inmediato. ¿Recuerdan lo que dicen los irlandeses? ¿Que en el mundo hay dos clases de personas, los que son irlandeses y los que desearían serlo?
Pues no es cierto. Son mexicanos. Lo mejor que uno puede ser en esta vida es mexicano. Y si se tiene la mala suerte de no haber nacido allí, hay que convertirse en fan fatal de la mexicanidad.
Así pues, esto son cinco tiros, cinco tragos, cinco puntos que aparecen al aplicar una lupa al mapa literario de México, como la primera página de un Astérix. En este artículo seleccionamos a cinco escritores mexicanos actuales que no pertenecen a una generación, pero quizás deberían. Los hemos unido en un grupo por callejeros, por subterráneos, por su deje pop y por su mueca de asco en la cara de la tradición literaria. Será, al igual que sucede en el libro Hecho en México, una selección subjetiva. Dos de ellos (Julián Herbert y José Eugenio Sánchez) compartieron páginas de Hecho en México con el insurrecto Manuel Maples Arce o el grupo norteño Los Tigres del Norte. Los tres restantes -Guillermo Fadanelli, Juan Manuel Servín y Rafa Saavedra- escaparon a aquella selección para caer en ésta. Los cinco se autodenominan islas, dicen estar separados entre ellos, niegan pertenencias y caminan solos. No son un movimiento literario como lo fueron los estridentistas de los años 20, con sus melenas, su “pasión ilógica” (Bosch dixit) y su revuelta poética. No, estos cinco son un puñado de autodidactas sin nombre, una Banda Sin Futuro, y a ver quién se atreve a ponerles uno, marcarlos como reses. Y sin embargo, es inevitable fundar un Supergrupo, aún sin su consentimiento. Ninguno de ellos se siente ligado a la literatura anterior, sea la de Juan Rulfo o Carlos Monsiváis, ninguno transita por los cauces de lo convencional. Tal vez estos cinco sean estridentistas celulares de hoy. Microbios que corroen por libre la tradición mexicana, sin hacer corro, eficaces francotiradores, saboteadores discretos, anónimos, finalmente inmunizados contra vacunas.

COMUNIDADES DE MADRIGUERA

Como en un juego de encontrar las diferencias, pero al revés, hemos buscado los rasgos comunes de los cinco autores mexicanos seleccionados. Tras sus diferencias externas hemos encontrado, como preveíamos, un parecido orden molecular. Similitudes razonables.

Ni canon ni tradición.
Ni perro que les ladre. Se han saltado el canon como si fuese un plinton. Estos son mexicanos sin folklore, ramas podadas del gran arbol de la literatura nacional, colas de lagartija que bailan un pogo tras su cercenación. Vivos sin permiso.
JM Servín: “No me siento parte de ninguna tradición, ni siquiera me interesa pensar en ello porque no identifico dónde podría estar su aporte en mi formación como escritor. Mis guías parten de una búsqueda personal completamente anárquica y desinteresada en la glorificación del canon.”.
Rafa Saavedra: “Soy tijuanense -por definición, un bárbaro del norte-, y eso es ya estar en contra de la tradición cultural mexicana. Aunque quiera escapar hay ciertos elementos que son omnipresentes e inevitables, así que simplemente he aprendido a seleccionar los que más me apetece explorar y hago un mix con los referentes ajenos a ella.”
Guillermo Fadanelli: “Formar parte de una tradición es como ingresar en el ejército, y eso no lo haré por mi propio pie”.
Julián Herbert: “No me siento parte de una tradición representada por Carlos Fuentes, Juan Rulfo u Octavio Paz (...) Me siento parte de una tradición que mira hacia otro lado, hacia cualquier lado que no sea su propio ombligo o el ombligo de Occidente”.

Libros sí, pop también
Sus influencias son literarias y extraliterarias. Ésta es una generación nacida al amparo de las canciones pop de tres minutos, el punk rock, el cine americano, los videos, el hip hop, las revistas musicales, los fanzines y las series de TV. Ese universo les ha dado de mamar.
José Eugenio Sánchez: “Mi formación básicamente proviene de la música, el cine, la pintura, la danza, las revistas, las matemáticas, el álgebra, los viajes y las listas de supermercado. Soy fan del concepto musical del r´n´r y de los géneros subsecuentes y antagónicos que suceden en el mismo momento (jazz, soul, disco, rap, etc). Creo en la obra literaria como canción pop de cuatro estribillos y un coro”.
Rafa Saavedra: “Llegué tarde a la “Literatura” como para que me influyera gran cosa. ¿Influencias extraliterarias? Tijuana y su vida nocturna, la cultura pop, la Movida Madrileña (Aviador Dro, Décima Víctima, Derribos Arias), los cómics de Fantomás, internet life, Viva Familia, el punk 77, la prensa musical, la música electrónica y la cultura de club, Morrisey, el noise pop, The Simpsons, el cine juvenil de los ‘70...”
Por su parte, Herbert menciona tanto a la actriz porno Lanny Barbie, The Smiths y Tarantino como a Coleridge o Steiner. Lo mismo con Servín, que va de Melville, Celine, Steinbeck y Jack London a “los situacionistas, la nota roja y el amarillismo, el funk, el punk y el hip hop”. Fadanelli, místico, aduce que “las influencias no pueden precisarse ni mucho menos dominarse, las piernas de la vecina o la carta de un amigo pueden influirte de manera tan intensa como la lectura de un libro”.

¿Quién le teme al inglés feroz?
Nadie. Los cinco escritores aquí expuestos no tienen complejos respecto al universo anglófono. Algunos viven geográficamente más cercanos a Los Angeles que al DF. Todos han devorado literatura gringa.
JM Servín: “Me abandono a la literatura gringa gustoso, sin mapa ni ruta. Estoy convencido de que es la más importante y vital del siglo XX y creo que para muchos escritores mexicanos de mi generación su influencia es decisiva”.
José Eugenio Sánchez: “He vivido la mayor parte de mi vida a una hora por carretera de Estados Unidos, pronuncio palabras en inglés desde niño, la televisión que he visto es americana con lenguaje doblado (...) Siento que mi poesía tiene más afinidad con la de Sam Sheppard que con la de Jaime Sabines, quizá porque Sheppard vive a 150 kilómetros de mi casa y Sabines a 3000”
Guillermo Fadanelli: “Lo mejor de los Estados Unidos son sus artistas y escritores. Ellos sí que han creado una tradición, empresa difícil en el país de la sonrisa perfecta y la barbarie civil y tecnológica. Desde Fitzgerald hasta Mailer, desde John dos Passos hasta Roth y la literatura sureña incluyendo a Carver y a los impresentables como Fante o Bukowski, todos ellos me han hecho la vida menos difícil”.
Rafa Saavedra: “Tuve una adolescencia hiperamericanizada y al vivir a tope la condición fronteriza comparto más referentes con alguien de California que con una persona del interior de México”.
Julián Herbert: “Un escritor mexicano abandonado a la literatura gringa es como un esquizofrénico que toma puntualmente sus medicamentos: tenemos una academia sofocante, un respeto pueril a la tradición nacional y, por el tercer flanco, un insistente tic de imitar a Robert Musil o Ernst Jünger. No está de más un poquito de Woodstock para contrarrestar tantos campos Elíseos”.

Hijos de la contracultura, primos del underground
Los virus que les infectaron eran contraculturales, pero sin hippismo. Padres putativos fueron los beats, pero sin reverencias. Estos cinco viven con un pie en el subsuelo y el otro en la superficie. Todos ven la marginalidad como un subproducto, nunca como un fin. Pero a la vez, como afirma Fadanelli, los cinco son “auténticos, es decir honrados. No corren tras el reconocimiento ni están en las jodidas cenas de los escritores de mundo”.
José Eugenio Sánchez: “Aunque he sido contestatario, irreverente, inadaptado, utilizo formas no tradicionales para interpretar mis poemas, y mis libros no se venden en racimos, no me siento underground. It´s hard to be hard. Creo que me encasillaría como un underclown”.
Guillermo Fadanelli: “Como los espías en las novelas de Vonnegut, sufro de esquizofrenia. Se me conoce en la cultura subterránea mexicana por libros como Terlenka, Barracuda, Para ella todo suena a Frank Pourcel, por mis videos y también por la editorial y revista Moho. En contraparte he publicado mis libros recientes en Anagrama, por lo que soy ligeramente conocido más allá de la madriguera”.
Rafa Saavedra: “La literatura underground es, desde hace mucho tiempo, más una etiqueta en el mercado editorial que una propuesta de contenido y forma. Lo mainstream es también otro nicho cómodo y conformista que dura lo que debe durar el sabor del mes. Ni uno ni otro me atrae.”.
Julián Herbert: “No, no soy underground (tampoco lo contrario: en un país donde los escritores emigran a los grandes centros culturales en busca de reconocimiento, yo decidí quedarme en mi pueblo). Me interesa, eso sí, producir una literatura que no sea complaciente; ni conmigo ni con el lector. Dicho de otro modo, creo que no estoy completamente separado del mainstream, pero tampoco estoy buscando aceptación o popularidad: mi chica me trata como a un ídolo pop, y eso me basta”.

EL FICHERO DE LOS CINCO

Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963) es el fundador del fanzine y la editorial Moho, además de novelista y cuentista y fabulador del underground. Anagrama le ha publicado en nuestro país las novelas La otra cara de Rock Hudson (2004), Educar a los topos (2006), Malacara (2007) y la colección de cuentos Compraré un rifle (2004). Se define como “un solitario, una isla, un escritor sin patria que no está limitado a fronteras precisas. Soy consciente de que se trata de una utopía, pero la orfandad es el único proyecto digno al que uno puede entregarse en estos días”. Fadanelli es un tipo muy alto y tiene manos de guante de béisbol y es ex-boxeador, o sea que cuidado con él.
José Eugenio Sánchez (Guadalajara, 1965) es poeta, performancero y recitador con bailarinas. Autor de dos libros de poemas, Physical graffiti (Visor 1998) y La felicidad es una pistola caliente (Visor 2004). Lleva el cabello largo y le gusta David Sylvian más de lo recomendable. Una frase memorable suya es: “Algunos escritores escriben como si nunca se la hubiesen chupado”. De su estilo, dice: “He adquirido algo de habilidad de la tergiversación, el chantaje, el vericueto linguístico y otras características del mexicano como el malinchismo, y los he usado para conformar el lenguaje que uso”. Su próximo libro en Lumen se llamará Galaxy Limited Café.
Julián Herbert (Tijuana, 1967) es novelista y poeta, además de cantante en el grupo de funk-rock Madrastras y aficionado al nudismo espontáneo. En su haber están la novela Un mundo infiel (Joaquín Mortiz, 2004) y la colección de cuentos Cocaína (manual de usuario) (Almuzara, 2006), ganadora del V Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola. De su amigo José Eugenio Sánchez, dice que “ambos somos norteños, vivimos en ciudades vecinas, nos conocemos desde hace unos 18 años y, a pesar de su peinado y el hecho de que últimamente gruñe más de lo que platica, lo considero mi bróder”.
Juan Manuel Servín (Ciudad de México, 1962) es periodista gonzo, cronista del hombre común y novelista bukowskiano. Ha escrito, entre otras cosas, Cuartos para gente sola (Planeta, 2004), definida por algunos como predecesora del filme Amores perros y que daba comienzo con la insuperable cita del Doctor húngaro Felipe Ignacio Semmelweiss: “Todavía me faltan algunos odios. Tengo la certeza que existen”. También son suyos Por amor al dólar (Planeta, 2006), crónica de su estancia en los Estados Unidos como trabajador ilegal, y Al final del vacío (Random House Mondadori, 2007).
Rafa Saavedra (Tijuana, 1967) alias Rafa Dro es escritor, fanzinero, bloguero empedernido, conductor de programas radiofónicos, enciclopedia andante de pop, catedrático y periodista musical. Se conoce al dedillo cualquier grupo español del periodo 81-89. Ha visto a The Smiths en directo unas tres veces, y ha escrito tres libros de relatos: Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio (La Espina Dorsal, 1996), Buten Smileys (Yoremito, 1997) y Lejos del Noise (Moho, 2003).


Kiko Amat


(Artículo publicado originalmente en el suplemento EP3 de El País del 11 de enero de 2008)