5 de jul. 2007

Cantautores de ceniza


Cantantes angustiosos De Jimmy Webb a Townes Van Zandt, varios cantautores que dejan el corazón hecho cachos.

Me duele arruinarles el desayuno, pero hoy vamos a ser tristes. Una tristeza de primer gatillazo, cuando nadie te ha contado aún que “eso le pasa a todo el mundo”. Tristeza de amistad que se parte en dos a lo cracker navideño americano, con un pif sordo. No, peor: Tristeza de amistad adolescente erosionada durante años, que se aguanta sólo por miedo a lo ajeno, como la que cuenta Jonathan Ames en su I pass like the night. Cuando entra esa tristeza, solo hay dos maneras de domeñarla: La primera es atontecerla con el pie de empezar la conga del jalisco, que ahí viene arreando, y adiós lágrimas. La segunda es ponerle cojines, acotxar-la bien y regodearse en ella, mirando por la ventana con una afectada muestra de spleenazo opiáceo. Para esta modalidad precisarán de un combustible adecuado, y para eso precisamente están los cantantes tristes. Algunos –ya lo verán- eran gente trágica que hacía canción feliz, así que lo que les apenará será su vida, su descenso en caída libre. Otros ponían el lamento en verso para que todos picáramos de él y nos lo lleváramos a nuestras habitaciones vacías.
En cualquier caso, pónganse cómodos y tengan los Kleenex a mano. No, para eso no; para lo otro.

Nababs del sollozo
El rey de la histeria llorona es Johnnie Ray, por supuesto. Dexys lo inmortalizaron en su Come on Eileen (“Pobre Johnnie Ray, sonaba triste en la radio, rompió millones de corazones en mono”) y Morrissey le lanzó un guiño cuando salió en el Top Of The Pops con un Sonotone en la oreja (Ray era parcialmente sordo). El Ray se emocionaba tanto con su propio sufrimiento que rompía a llorar en medio de sus canciones, desconsoladamente, catapultando el furor maternal-uterino de su audiencia a niveles estratosféricos. Nik Cohn argumentaba en Awopbopaloobop alopbamboom que Ray empezó todo el fenómeno de histeria fan en el pop. Se hizo millonario con sus contorsiones de agonía y, a pesar de eso, siempre fue infeliz. “No tengo ningún talento, y desafino como una grulla”, fue una de sus muchas declaraciones de autosatisfacción. Ray lloró, lloró, lloró hasta el final.
Al contrario que Ray, Jimmy Webb empezó optimista. Quiero decir: empezó pésimo (su madre murió cuando él tenía 16 años), pero por un tiempo parecía que se había repuesto. Todas esas canciones emocionantes de los 60’s, la mitad son suyas: Up, up and away para los 5th Dimension. MacArthur park para Richard Harris. Wichita Lineman para Glenn Campbell. Webb era un churrero de éxitos pop, y entonces, se nos apenó. Sus brillantes cinco LPs de los 70 son de mear y no echar gota, y luego trasvasar todo ese líquido a los lacrimales. Cada canción peor. Met her on a plane? Gilette en muñeca. If ships were made to sail? Horno de gas. Moon is a harsh mistress? Judy Collins dijo que era “la canción perfecta para tirarse por la ventana”. Cuando ya levantaba cabeza, una mujer le partió el corazón de tal forma que, en una entrevista reciente para la revista Mojo (¡30 años después!) aún se le llenaban los ojos de lágrimas, al pobre.
Townes Van Zandt era el cenizo que dijo que el “estar solo” de la gente y la “soledad” que él sufría eran dos situaciones tan distintas como “el estar sin un duro o el ser pobre”. Y que dijo: “No me veo teniendo una larga vida”. Y también: “No todas mis canciones son tristes; algunas son desesperadas”. Su vida lo explica: Caída de un balcón. Terapia de shock. Recuerdos de infancia borrados. Maníaco Depresivo. Sesiones de ruleta rusa. Borrachez perpetua. Éste es el hombre, al fin y al cabo, que resumió su filosofía de la vida en la canción Waitin’ around to die, que no hace falta traducir. Country-folk para no volver a reír.
El nombre de P.F. Sloan, como el de Webb, también aparece en cientos de éxitos pop de otros: el anti-guerra Eve of destruction de Barry McGuire, You baby para los Turtles, Secret agent man para Johnny Rivers... Sloan era el puente entre la tradición pop del Brill Building y el cantautor intimista de Laurel Canyon, y fabricaría temas para Jan & Dean, The Rip Chords, The Grassroots y más. Pero lo peor vino luego: Dunhill, su sello, mosqueado por el poco éxito comercial de sus dos álbumes de 1965 y 1966, inició una campaña de terror (él clama que le pusieron una bomba en el coche y una pistola en la nuca para que les regalara los derechos de sus canciones) que obligaría al trovador a retirarse. Ya se imaginan el resto: un tobogán de violencia capitalista del tipo “vivir con padres/lavar coches/teleoperador/homeless”. Y, de guinda, enfermedad (una deficiencia de glucosa en la sangre), catatonia, y paso final por tres psiquiátricos. La gran ironía llegó en 1970, cuando fregaba mesas en un bar y por la radio pusieron P.F. Sloan, la canción que le había dedicado Jimmy Webb. Gracias por nada, Dios; gracias por nada.
Y hay muchos más: Ya conocen a Nick Drake, el introvertido niño-rico que no estuvo contento un solo día de su vida, y acabó suicidándose. La vida de la heroinómana folkie californiana Judee Sill es más catastrófica que el libro del Apocalipsis. Lo de Chris Bell, ex-Big Star, es para no creerlo; después de pasar años en el mejor y menos exitoso grupo del planeta, Bell acabó (claro) heroinómano, se metió en una secta, se volvió MUY loco, grabó otro de los mejores discos de la historia (I am the Cosmos, que nadie escuchó hasta su reedición) y luego estrelló su coche contra un poste telefónico a unos metros de su casa, matándose. En cuanto a modernos, dos señores perpetuamente apenados son Damien Jurado (porque sufre de esquizofrenia y es católico de la rama “Dios vengativo”) y Mark Kozelek ex-Red House Painters (porque le da la gana, la verdad sea dicha). O sea que ya ven: Alegren la cara, que lo suyo –lo que sea- tiene solución.

Kiko Amat


(Este artículo apareció publicado en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia de 27 de junio de 2007 en un formato distinto y con menos cantautores; esta versión es, por tanto, inédita)