Top Of The Pops La BBC retira de la circulación tras más de cuatro décadas al legendario programa musical televisivo
1. El programa musical de televisión Top Of The Pops acaba de morir, y su muerte ha sido como si cerraran el servicio de mensajería pop más rápido de Inglaterra. Hay que admitir que últimamente ya no funcionaba muy bien, que se perdían paquetes, o su contenido se pudría por el camino, o eran paquetes –en el sentido peyorativo de la palabra- que mejor no mandar. El pop, lo dijimos en estas páginas hablando de la revista inglesa Smash Hits, había ido perdiendo gradualmente purpurina, calcetines, testarudez, inmediatez. En la época que reinó TOTP, la música pop podía ser banal, ruda, ruidosa, a veces ridícula; pero era música para teenagers, vacilona, útil y desafiante, el sonido de la calle. Hoy en día, por el contrario, los programas musicales destinados a un público adolescente se nutren mayormente de música para gente mayor. O dicho de otro modo, un día se marcharon Slade y entraron Snow Patrol (el equivalente cinematográfico sería sustituir a John Cleese por Meryl Streep, para que me entiendan). El último Top Of The Pops del 30 de julio de 2006 reunió a Shakira (discos para divorciadas borrachas), la anciana Kylie, la morcilla aulladora Beyoncé y los infames Snow Patrol. De acuerdo que la primera emisión no había sido un sueño punk (1 de enero de 1964: Dusty Springfield, los Stones tocando “I wanna be your man”, los Hollies con “Stay”, y pasmaos como Cliff Richard & The Shadows, Freddie & The Dreamers, Dave Clark 5...) pero tendrán que reconocer que algo se había perdido por el camino. Algo gordo.
2. Una de las acusaciones más comúnmente vertidas en contra de TOTP es que por sus pantallas se paseó toda la música horrible del planeta. No vamos a negar esto; es cierto que Top Of The Pops fue bastante receptivo a la basuuuuuura (con muchas us). Podría afirmarse incluso que se creó exclusivamente para dar salida a los excedentes de basuuuuura que se acumulan en el pop. Pero basarse en ese argumento, como dicen los ingleses, no sería estar ni aquí ni allí.
Lo importante en este caso es que el programa fue una antena involuntaria del underground. Esa subcultura de catacumbas generalmente permanece invisible para asegurar su propia supervivencia en el capitalismo feroz, circulando a cubierto, esquivando los intentos de ponerle precio. Pero a veces, la subcultura asoma la cabeza al overground. Cuando lo hace, se produce el efecto “pozo de petróleo”: su momentánea visibilidad lo hace reconocible desde una nueva distancia por un nuevo público. Ese asomarse es peligroso, pero indispensable como ocasional torreta de llamada a las armas. TOTP fue un ejemplo de esto: no buscaba horadar en el underground, pero ese igualmente fue el uso que le dió todo cristo. En 1964 saldrían vejestorios como Val Doonican y Matt “Figura de Cera” Monro, pero también Zombies, Georgie Fame y Pretty Things. En 1965 Tom Jones meneó sus pétreos glúteos por el escenario, pero tras él estaban los Who, Them y Small Faces. Y así siempre. En 1978 tocaron (o mimearon, pues TOTP funcionaba a base de playback) Rafaellá Carrá –en serio- o John Travolta, pero les seguirían X-Ray Spex, Adverts o Sham 69. Incluso en momentos de máxima pestilencia mainstream (1971-75 o 1988-89) el show se ocupó de sacar un flujo continuo de dignos soul, reggae y disco. Esto, por cierto, es un error común entre historiadores blanco-rockeros a la hora de analizar el último medio siglo de pop: los llamados “años oscuros” del rock nunca son tales si se mira a la música negra. Cuando Supertramp aparecieron en TOTP en su momento de máximo (ejem) esplendor también lo hacían Jackie Wilson, Betty Wright y Chi-lites. Que no lo tenga que repetir.
3. Todo este análisis excavatorio me recuerda que no les he dado datos de trivia indispensable. Lo haré ahora, si me permiten. Top Of The Pops estuvo en antena en la BBC1 durante 42 años. En su punto más álgido tenía 19 millones de espectadores, e hizo personalidades televisivas de presentadores como Noel Edmonson, Tony Blackburn o Jimmy Savile, el del peinado chocante. Durante muchos años su sintonía inicial era el “Whole lotta love” de Led Zep, pero en la versión danzona de CCS. La troupe que bailaba de fondo durante muchas de las actuaciones se llamaban Pan’s People, y es una pesadilla remitente que sufren aún muchos británicos. En general, el visionado del programa –lo dijo el analista pop Kevin Pearce- “era un ritual religioso del jueves por la noche, como mirar por el ojo de la cerradura a un mundo secreto y glamuroso”. Ya ven. En cuanto a experiencia pop multitudinaria, TOTP es y será siempre uno de los fenómenos más singulares y fascinantes que se han dado en la cultura popular.
4. Para terminar, tres favoritos personales de TOTP:
a) En 1977 los Clash rechazan salir en el programa, en uno de los gestos más hipócritas de la historia del pop. Aludieron motivos políticos, olvidando que su álbum fue el primer disco punk grabado para una multinacional, CBS. Los Jam, sin embargo, no rechazan salir en el programa, y “All around the world” estalla en todas las pantallas del Reino Unido. Cientos de teenagers se unen a su cruzada de desafío con corbatas.
b) Dexys Midnight Runners se pegan unas risas a costa del programa cuando salen a presentar “(Jackie Wilson said) I’m in heaven when you smile” ante una imagen del jugador de dardos escocés Jocky Wilson.
c) Todo el Glam, cuanto más ceporro mejor. No el lado etéreo de Bowie y compañía, sino todos esos “pitbulls con pintalabios” (como los definió Michael Bracewell), pastores de cabras en drag y con una sola ceja: Mud, Sweet, Rubettes... Brutos y bizarros como tractores pintados de rosa.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el 27 de diciembre de 2006)
16 de gen. 2007
Discos en Our Favorite Club
Una lista de los discos espléndidos que puse el día 12 de enero en las catacumbas Wyndhamianas del Our Favorite Club el viernes 12 de enero de 2007, tras el concierto de Le Pianc, y antes de los sets de Miqui O. y Crunch. Y un diploma Hungry Beat para la chica que vino a los platos exigiendo "pop raro" (cuando sonaban Blue Orchids; añadió "aunque sea comercial") y reggae porque, aparentemente, había leido en una publicación internetiana que yo ponía discos para "mover el culo". Sus amenazadoras palabras de despedida fueron: "Confío en vos". Uno sólo puede preguntarse qué le ponen al MDMA en los laboratorios de Silicon Valley, USA, para que la gente se ponga así de estupenda.
DEXYS One of those things
RESTRICTED CODE From the top
THE CLAIM Picking up the bitter little pieces
MARINE Life in reverse
MINUTEMEN The anchor
THE PRIMATES Just my kind
VIC GODARD Johnny Thunders
THE LEAVES Hey Joe
McCARTHY The well of loneliness
THE FLESHTONES Another direction
BLUE ORCHIDS The flood
STONE PONEYS Different drum
HURRAH! Sweet sanity
MARK ERIC Night of the lions
LUDUS My cherry is in sherry
THE BARBARIANS Are you a boy or are you a girl?
KAMENBERT Último grito
BARBARA LYNN This is the thanks I get
THE THREE O’CLOCK Jet fighter
BIKINI La vide de tes nuits
RAZORCUTS I’ll still be there
BRIGHTON 64 No volverán
NEWTOWN NEUROTICS Suzi (was a heartbreaker)
Kiko Amat
DEXYS One of those things
RESTRICTED CODE From the top
THE CLAIM Picking up the bitter little pieces
MARINE Life in reverse
MINUTEMEN The anchor
THE PRIMATES Just my kind
VIC GODARD Johnny Thunders
THE LEAVES Hey Joe
McCARTHY The well of loneliness
THE FLESHTONES Another direction
BLUE ORCHIDS The flood
STONE PONEYS Different drum
HURRAH! Sweet sanity
MARK ERIC Night of the lions
LUDUS My cherry is in sherry
THE BARBARIANS Are you a boy or are you a girl?
KAMENBERT Último grito
BARBARA LYNN This is the thanks I get
THE THREE O’CLOCK Jet fighter
BIKINI La vide de tes nuits
RAZORCUTS I’ll still be there
BRIGHTON 64 No volverán
NEWTOWN NEUROTICS Suzi (was a heartbreaker)
Kiko Amat
¿Quién ama a un hippie?
Hippies El reconocido freak inglés Barry Miles recopila las cimas y valles de la cultura hippie en un poti-poti de gran riqueza visual.
¿Quién ama a un hippie? A pesar de haber estado dando la lata sobre paz y amor durante años, lo cierto es que el mundo no rezuma cariño hacia ellos. Salgan a la calle con un micrófono, si no me creen, y hagan la sencilla pregunta: “¿Qué opina de los hippies?”; verán como no son obsequiados con palabras de amor, sencillas y tiernas. De hecho, exceptuando al botarate de Gerard Quintana, el resto de la gente sólo utiliza la palabra como preludio al adjetivo “apestoso”. ¿Que un grupo es horrible? Hippies. ¿Que un tipo no aguanta la bebida? Hippie. ¿Que alguien huele como si hubiese cultivado calçots en sus axilas? Hippie, y además apestoso. El término Hippie ha quedado inscrito en la cultura oral como un eficaz sinónimo de varios significados: Apático, deshonesto, infantil, paparra y pesetero. Y, créanme, la única culpa de todo esto la tienen los propios hippies. Y Richard Branson.
Verán, es cierto que las palabras pierden significado, pero también que Hippie nunca significó mucho, ni siquiera en sus inicios. Otras palabras desvirtuadas como “libertad”, “socialismo” o “rock’n’roll”, al menos llevaban en su concepción una importante carga emocional y política. Pero, ¿Hippie? Una cultura de clase media y estudiantil, contemplativa por definición, pacifista para más inri, llena de palabrería inútil y misticismo de saldo y drogas atontecedoras, cuyos grupos insignia basaron su sonido en eternas jams de blues blanqueado y llamadas al “buen karma, tío”... Tienen que reconocer que no había mucho que devaluar. Observen sino la exhibición simbólica por antonomasia de su cultura, el Festival de Rock. “Los festivales” dijo Dick Hebdige, “trataban deliberadamente de evitar el contacto con otras culturas, transcurrían en localizaciones remotas y en una atmósfera complaciente de mutua auto-congratulación, y se basaban en la consumición pasiva de música producida por una élite de superestrellas intocables”. O sea. A ver.
Leyendo Hippie, el voluminoso tomo que acaba de publicar Global Rhythm Press, vemos que el ilustre freak Barry Miles no parece amedrentado por nada de eso. El autor está -sin duda- suficientemente calificado para sentar cátedra: fundador de la librería underground Indica y de la revista contracultural International Times (IT), colaborador en Oz, responsable de la subsidiaría bizarra de Apple (Zapple), primer editor de Allen Ginsberg en el Reino Unido... Está claro que Miles es –como aquella canción de Rick James- el SuperFreak. ¿Y su libro? Es una gozada. Eso sí, tiene truco.
Hippie abarca del año 1965 a 1971. Aunque el texto es harto delirante, está lleno de anécdotas gigantes: Allen Ginsberg recibiendo a los Beatles con los calzoncillos en la cabeza y un cartel de “No molestar” en la titola, o Country Joe McDonald señalado como el primero en difundir el bulo de que fumar piel de plátano subía. Las fotos no tienen desperdicio, y –considerando el tema- están afortunadamente poco quemadas. El mencionado truco Tamariz de Miles consiste en utilizar lo hippie como cajón de sastre donde meter todo lo que se le antoja. El hombre está en su derecho –cada uno tiene su opinión y además es... ¡SuperFreak!- pero los demás sólo podemos arrugar la nariz cuando se considera hippies a Byrds, Love, Who (esto sí que no) o tangencialmente a la Velvet Underground (el grupo anti-hippie Nº1) aunque, eso sí, admitiendo que no se definían como tales “por lo menos, no como se entendía el término en San Francisco”. Y ahí está el quid del tema: una cosa es el hippie-pesao de SF –ejemplificado en los mortíferos Grateful Dead- y otra los acid freaks politizados, los Yippies (Youth International Party; o, como dijo Richard Neville “hippies a los que la policía ha aporreado en la cabeza”), Mick Farren y sus Deviants, los freaks mosqueados que crearon grupos revolucionarios (de Weathermen a King Mob), los MC5, etc. Miles se pasa esa distinción esencial por el forro, jocosamente, sin mirar atrás. Y al final, incluso eso juega a su favor. Añadiéndolos al potaje de Hippie, el muy nos proporciona la razón definitiva para adquirirlo. Kiko Amat
Hippie
Barry Miles
Global Rhythm Press
384 pág.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 10 de enero de 2007)
¿Quién ama a un hippie? A pesar de haber estado dando la lata sobre paz y amor durante años, lo cierto es que el mundo no rezuma cariño hacia ellos. Salgan a la calle con un micrófono, si no me creen, y hagan la sencilla pregunta: “¿Qué opina de los hippies?”; verán como no son obsequiados con palabras de amor, sencillas y tiernas. De hecho, exceptuando al botarate de Gerard Quintana, el resto de la gente sólo utiliza la palabra como preludio al adjetivo “apestoso”. ¿Que un grupo es horrible? Hippies. ¿Que un tipo no aguanta la bebida? Hippie. ¿Que alguien huele como si hubiese cultivado calçots en sus axilas? Hippie, y además apestoso. El término Hippie ha quedado inscrito en la cultura oral como un eficaz sinónimo de varios significados: Apático, deshonesto, infantil, paparra y pesetero. Y, créanme, la única culpa de todo esto la tienen los propios hippies. Y Richard Branson.
Verán, es cierto que las palabras pierden significado, pero también que Hippie nunca significó mucho, ni siquiera en sus inicios. Otras palabras desvirtuadas como “libertad”, “socialismo” o “rock’n’roll”, al menos llevaban en su concepción una importante carga emocional y política. Pero, ¿Hippie? Una cultura de clase media y estudiantil, contemplativa por definición, pacifista para más inri, llena de palabrería inútil y misticismo de saldo y drogas atontecedoras, cuyos grupos insignia basaron su sonido en eternas jams de blues blanqueado y llamadas al “buen karma, tío”... Tienen que reconocer que no había mucho que devaluar. Observen sino la exhibición simbólica por antonomasia de su cultura, el Festival de Rock. “Los festivales” dijo Dick Hebdige, “trataban deliberadamente de evitar el contacto con otras culturas, transcurrían en localizaciones remotas y en una atmósfera complaciente de mutua auto-congratulación, y se basaban en la consumición pasiva de música producida por una élite de superestrellas intocables”. O sea. A ver.
Leyendo Hippie, el voluminoso tomo que acaba de publicar Global Rhythm Press, vemos que el ilustre freak Barry Miles no parece amedrentado por nada de eso. El autor está -sin duda- suficientemente calificado para sentar cátedra: fundador de la librería underground Indica y de la revista contracultural International Times (IT), colaborador en Oz, responsable de la subsidiaría bizarra de Apple (Zapple), primer editor de Allen Ginsberg en el Reino Unido... Está claro que Miles es –como aquella canción de Rick James- el SuperFreak. ¿Y su libro? Es una gozada. Eso sí, tiene truco.
Hippie abarca del año 1965 a 1971. Aunque el texto es harto delirante, está lleno de anécdotas gigantes: Allen Ginsberg recibiendo a los Beatles con los calzoncillos en la cabeza y un cartel de “No molestar” en la titola, o Country Joe McDonald señalado como el primero en difundir el bulo de que fumar piel de plátano subía. Las fotos no tienen desperdicio, y –considerando el tema- están afortunadamente poco quemadas. El mencionado truco Tamariz de Miles consiste en utilizar lo hippie como cajón de sastre donde meter todo lo que se le antoja. El hombre está en su derecho –cada uno tiene su opinión y además es... ¡SuperFreak!- pero los demás sólo podemos arrugar la nariz cuando se considera hippies a Byrds, Love, Who (esto sí que no) o tangencialmente a la Velvet Underground (el grupo anti-hippie Nº1) aunque, eso sí, admitiendo que no se definían como tales “por lo menos, no como se entendía el término en San Francisco”. Y ahí está el quid del tema: una cosa es el hippie-pesao de SF –ejemplificado en los mortíferos Grateful Dead- y otra los acid freaks politizados, los Yippies (Youth International Party; o, como dijo Richard Neville “hippies a los que la policía ha aporreado en la cabeza”), Mick Farren y sus Deviants, los freaks mosqueados que crearon grupos revolucionarios (de Weathermen a King Mob), los MC5, etc. Miles se pasa esa distinción esencial por el forro, jocosamente, sin mirar atrás. Y al final, incluso eso juega a su favor. Añadiéndolos al potaje de Hippie, el muy nos proporciona la razón definitiva para adquirirlo. Kiko Amat
Hippie
Barry Miles
Global Rhythm Press
384 pág.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el día 10 de enero de 2007)
Til I believed in my soul
DEXY’S MIDNIGHT RUNNERS
Don’t stand me down
Mercury, 1985
És una senzilla equació matemàtica: Kevin Rowland és el personatge més important del pop. Dexy’s Midnight Runners, el seu grup, son –en conseqüencia- el grup MÉS important del pop. El pop és la cosa més important del món. De tot això es dedueix que Kevin Rowland és la persona més important del món. Una senzilla equació matemàtica que, se m’oblidava dir-ho, no admet rèplica. Em sap greu. Estem entrant en el territori de l’estalinisme pop, un sistema que Rowland va aplicar amb excelents resultats creatius al llarg de quinze anys, i en aquest sistema no hi ha veus dissidents. Em sap greu.
Molt contexte
Kevin Rowland és un personatge únic. Un geni, en la època en que la paraula geni s’aplica a sobre de qualsevol (Thom Yorke ho és, i Noel Gallagher, i ahir vaig comprar una patata que també, ves per on, era un geni). Kevin Rowland venia de la primera cultura mod-skinhead de Birmingham; al llibre The look hi ha unes fotos d’ell vestit d’autèntic peanut 1972-73, sheepskin i rebeca i cabell curt. Kevin Rowland a 1978 va formar el grup de punk The Killjoys (comprin el single “Johnny won’t get to heaven” de Raw Records si volen sentir la seva veu soterrada sota un Niagara de guitarres molt distorsionades). Fart de l’estancament en que havia caigut el punk, Rowland va tenir una visió, la seva personal New Soul Vision: formar un grup de soul rebel. A partir d’aquí, TOT és inspirador: Els primers Dexy’s Midnight Runners van vestits de estibadors portuaris, durs italoamericans de On the waterfront, tot donkey jackets i tabardos i capells de llana. Dexys son un gang, una banda en el sentit més territorial del terme. Dexys refusen donar entrevistes a qui anomenen “la premsa hippie deshonesta” i posen anuncis als diaris explicant la seva postura. Rowland apallissa a un crític que s’havia fotut d’ells. Rowland refusa formar part de res: de la 2-Tone, del mod revival, del punk... Dexys caminen sols, s’aguanten sols. Gràcies a Rowland, Dexys canvien constantment: de look, d’orientació, de tot i confonent a tothom. Dexys treuen un disc, Searching for the young soul rebels (EMI, 1980), que és potser el més pur, hermós, sincer i emocionant primer disc del món, cada cançó – “Dance Stance”, “Geno”, “There there my dear”- un himne al orgull personal, al Vencerem finalment, d’alguna manera. Si acluquem els ulls, ara Dexys vesteixen amb jaquetes de caputxa, bambes de boxejador, cues de cavall, com gimnastes retirats, posant enfasi en l’esforç, la unió d’equip; d’aquesta època és el seu single “Plan B”, potser el millor càntic d’ajuda a un amic en problemes que s’ha escrit mai. Si obrim els ulls, Dexys van de rodamóns de llibre del Steinbeck, beats autosuficients i desmanegats: petos, sandalies, barrets de palla... Tot això és clàssic Rowland: sempre movent-se, mai conformant-se amb res, sempre exigint-se més a ell mateix i a tots els demés. Se m’oblidava: El grup ha canviat de formació dos cops. Poca gent pot seguir el nivell d’intensitat i completa dedicació que exigeix el seu lider; els que no hi arriben, reben un cop de porta als nassos (inclús la seva ànima bessona, Kevin Archer, acaba fugint). És la tercera encarnació del grup la que grava Too-Rye-Ay (Mercury, 82), una sublimació de la seva rabiosa idea de soul pop en flames. Cap album d’aquell any s’acosta a aquest, i aquest àlbum ridiculitza qualsevol cosa que li acosten: Rowland s’ha despullat tant, hi ha posat tanta honestedat, tanta emoció, que cada tema és un incendi: gloriosa “Let’s make this precious”, “Until I believe in my soul”, la meva eterna favorita “All in all (this one last wild waltz)”... Gràcies a l’exit massiu de “Come on Eileen”, sembla que Dexys no puguin anar enlloc més, arribar més lluny, acomplir més fites. Llavors arriba Don’t Stand me down (Mercury, 85) i tothom deixa de respirar.
Molt disc
Don’t stand me down casi mata Kevin Rowland. La única paraula que li fa justicia és catarsi. Després de Too-Rye-Ay, Rowland només pot fer una cosa: posar-ho TOT. Ell mateix ha admès que tot el que volia dir està allà, en aquelles cançons. La seva arrogància, la seva perpetua recerca de redemció i coneixement, el seu orgull irlandès, la seva bellesa, la seva feblesa. Com deia Kevin Pearce, quan tanta gent evita parlar dels seus propis sentiments, Kevin dona un pas endevant i ho diu tot. Amb la barbeta aixecada, sense por. Don’t stand me down és possiblement el disc més important del món. Molt poca gent s’ha apropat de la manera que ho fa Rowland a l’ànima humana, a la emoció més sincera. Molt poca gent va entendre el disc. El look era ara Ivy League, el look perdut, la elegància americana total: camises Brooks Brothers, trajos, brogues... Preppie chic. Les idees son més confrontacionals que mai: contra la esquerra hippie i els nou-rics, contra la hipocresia, contra aquell i aquell, contra tots. Kevin no te por. Com afirma a “The occasional flicker”: “No it’s definitely not heartburn / It’s just a little matter of burning / A little matter of burning nature”. I mentre crema, Rowland fabrica algunes de les millors cançons de la seva carrera: “This is what she’s like”, “Knowledge of beauty”, la esplèndida “One of those things” (un favorit personal i una lletra que recrimina als suposats socialistes que parlin de Palestina i Cuba, però mai d’Irlanda; els hi sona, això?). El disc, però, és destrossat pels crítics. Matxaquen l’us de diàlegs entre cançó i cançó (un recurs Oscar-Wildeà que Rowland sempre havia fet en directe: la conversa com a medi per exposar idees), matxaquen el fet que Rowland es negui a extreure’n cap single (quins ous), matxaquen la nova imatge... Un cop més, Rowland és el rebel, l’incomprés, el que fa el seu camí. Després de Don’t stand me down, Kevin entra en una depressió aguditzada per les drogues que durarà anys. Però el disc, malgrat el mal personal i aliè d’on surt, es manté avui en dia com una de les obres mestres del pop pur. I és que la puresa ho té, aixó: et crema.
Til I believed in my soul I kept burning and searching.
I've caused damage everywhere, I caused chaos everywhere,
til I believed in my soul.
(Article publicat originalment a la revista Benzina #10, desembre de 2006)
Don’t stand me down
Mercury, 1985
És una senzilla equació matemàtica: Kevin Rowland és el personatge més important del pop. Dexy’s Midnight Runners, el seu grup, son –en conseqüencia- el grup MÉS important del pop. El pop és la cosa més important del món. De tot això es dedueix que Kevin Rowland és la persona més important del món. Una senzilla equació matemàtica que, se m’oblidava dir-ho, no admet rèplica. Em sap greu. Estem entrant en el territori de l’estalinisme pop, un sistema que Rowland va aplicar amb excelents resultats creatius al llarg de quinze anys, i en aquest sistema no hi ha veus dissidents. Em sap greu.
Molt contexte
Kevin Rowland és un personatge únic. Un geni, en la època en que la paraula geni s’aplica a sobre de qualsevol (Thom Yorke ho és, i Noel Gallagher, i ahir vaig comprar una patata que també, ves per on, era un geni). Kevin Rowland venia de la primera cultura mod-skinhead de Birmingham; al llibre The look hi ha unes fotos d’ell vestit d’autèntic peanut 1972-73, sheepskin i rebeca i cabell curt. Kevin Rowland a 1978 va formar el grup de punk The Killjoys (comprin el single “Johnny won’t get to heaven” de Raw Records si volen sentir la seva veu soterrada sota un Niagara de guitarres molt distorsionades). Fart de l’estancament en que havia caigut el punk, Rowland va tenir una visió, la seva personal New Soul Vision: formar un grup de soul rebel. A partir d’aquí, TOT és inspirador: Els primers Dexy’s Midnight Runners van vestits de estibadors portuaris, durs italoamericans de On the waterfront, tot donkey jackets i tabardos i capells de llana. Dexys son un gang, una banda en el sentit més territorial del terme. Dexys refusen donar entrevistes a qui anomenen “la premsa hippie deshonesta” i posen anuncis als diaris explicant la seva postura. Rowland apallissa a un crític que s’havia fotut d’ells. Rowland refusa formar part de res: de la 2-Tone, del mod revival, del punk... Dexys caminen sols, s’aguanten sols. Gràcies a Rowland, Dexys canvien constantment: de look, d’orientació, de tot i confonent a tothom. Dexys treuen un disc, Searching for the young soul rebels (EMI, 1980), que és potser el més pur, hermós, sincer i emocionant primer disc del món, cada cançó – “Dance Stance”, “Geno”, “There there my dear”- un himne al orgull personal, al Vencerem finalment, d’alguna manera. Si acluquem els ulls, ara Dexys vesteixen amb jaquetes de caputxa, bambes de boxejador, cues de cavall, com gimnastes retirats, posant enfasi en l’esforç, la unió d’equip; d’aquesta època és el seu single “Plan B”, potser el millor càntic d’ajuda a un amic en problemes que s’ha escrit mai. Si obrim els ulls, Dexys van de rodamóns de llibre del Steinbeck, beats autosuficients i desmanegats: petos, sandalies, barrets de palla... Tot això és clàssic Rowland: sempre movent-se, mai conformant-se amb res, sempre exigint-se més a ell mateix i a tots els demés. Se m’oblidava: El grup ha canviat de formació dos cops. Poca gent pot seguir el nivell d’intensitat i completa dedicació que exigeix el seu lider; els que no hi arriben, reben un cop de porta als nassos (inclús la seva ànima bessona, Kevin Archer, acaba fugint). És la tercera encarnació del grup la que grava Too-Rye-Ay (Mercury, 82), una sublimació de la seva rabiosa idea de soul pop en flames. Cap album d’aquell any s’acosta a aquest, i aquest àlbum ridiculitza qualsevol cosa que li acosten: Rowland s’ha despullat tant, hi ha posat tanta honestedat, tanta emoció, que cada tema és un incendi: gloriosa “Let’s make this precious”, “Until I believe in my soul”, la meva eterna favorita “All in all (this one last wild waltz)”... Gràcies a l’exit massiu de “Come on Eileen”, sembla que Dexys no puguin anar enlloc més, arribar més lluny, acomplir més fites. Llavors arriba Don’t Stand me down (Mercury, 85) i tothom deixa de respirar.
Molt disc
Don’t stand me down casi mata Kevin Rowland. La única paraula que li fa justicia és catarsi. Després de Too-Rye-Ay, Rowland només pot fer una cosa: posar-ho TOT. Ell mateix ha admès que tot el que volia dir està allà, en aquelles cançons. La seva arrogància, la seva perpetua recerca de redemció i coneixement, el seu orgull irlandès, la seva bellesa, la seva feblesa. Com deia Kevin Pearce, quan tanta gent evita parlar dels seus propis sentiments, Kevin dona un pas endevant i ho diu tot. Amb la barbeta aixecada, sense por. Don’t stand me down és possiblement el disc més important del món. Molt poca gent s’ha apropat de la manera que ho fa Rowland a l’ànima humana, a la emoció més sincera. Molt poca gent va entendre el disc. El look era ara Ivy League, el look perdut, la elegància americana total: camises Brooks Brothers, trajos, brogues... Preppie chic. Les idees son més confrontacionals que mai: contra la esquerra hippie i els nou-rics, contra la hipocresia, contra aquell i aquell, contra tots. Kevin no te por. Com afirma a “The occasional flicker”: “No it’s definitely not heartburn / It’s just a little matter of burning / A little matter of burning nature”. I mentre crema, Rowland fabrica algunes de les millors cançons de la seva carrera: “This is what she’s like”, “Knowledge of beauty”, la esplèndida “One of those things” (un favorit personal i una lletra que recrimina als suposats socialistes que parlin de Palestina i Cuba, però mai d’Irlanda; els hi sona, això?). El disc, però, és destrossat pels crítics. Matxaquen l’us de diàlegs entre cançó i cançó (un recurs Oscar-Wildeà que Rowland sempre havia fet en directe: la conversa com a medi per exposar idees), matxaquen el fet que Rowland es negui a extreure’n cap single (quins ous), matxaquen la nova imatge... Un cop més, Rowland és el rebel, l’incomprés, el que fa el seu camí. Després de Don’t stand me down, Kevin entra en una depressió aguditzada per les drogues que durarà anys. Però el disc, malgrat el mal personal i aliè d’on surt, es manté avui en dia com una de les obres mestres del pop pur. I és que la puresa ho té, aixó: et crema.
Til I believed in my soul I kept burning and searching.
I've caused damage everywhere, I caused chaos everywhere,
til I believed in my soul.
(Article publicat originalment a la revista Benzina #10, desembre de 2006)
10 de gen. 2007
Una bona causa + una bona merda
Aqui teniu el flyer del concert de reunió que els Aina faran el 3 de febrer a l'Apolo, per recollir eurus per un nen petit molt malaltó. Es una bona causa per fer un reunion show molt més enllà del filthy lucre. Més info aquí: http://www.desotorecords.com/cal/index.shtml
http://www.bcoredisc.com
I un missatge de la nostra bona amiga Marina Espasa, la que els hi va fotre un bon "rapapolvo" als dirigents de BTV i el putu Ajuntament Botiguer:
"Nins i nines,
No us perdeu el Telemonegal d'aquesta nit (23h00, btv), amb declaracions en exclusiva de l'Il·lustríssim Alcalde Jordi Hereu sobre la meva modesta i per vosaltres coneguda al·locució final del "saló de lectura". Si en diu alguna de grossa, serà penjat immediatament i espontània per un internauta desconegut al "youtube", clar...!"
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