2 de gen. 2006

La librería de los horrores

Black Books. La comedia de la Channel 4 inglesa sobre el propietario de una librería de 2ª mano aúna genialmente escatología y odio al mundo.


1. Párenme si he dicho esto antes pero, ¿de qué se ríen? ¿De que nos reímos? Quizás de alivio, como dijo Stephen Potter, al evitar la catástrofe. Lo confirma Kurt Vonnegut en su último libro A man without a country: “Las completas catástrofes son terriblemente hilarantes (...) Yo vi la destrucción de Dresden. Vi la ciudad antes y luego salí de un refugio antiaéreo y la vi después, y ciertamente una reacción fue la risa. Dios sabe que eso era el alma buscando algún alivio”. Otros se ríen de la escatología. Dios debe saber también que las excreciones y ruidos corporales son para troncharse. Y si no, que se lo pregunten a los creadores del diccionario Roger’s Profanisaurus de la revista de humor inglesa Viz, artífices de verbos como “fasturbate” (masturbarse a gran velocidad) o “pyroflatulate” (eso). Pues bien, si mezclan las dos cosas, les saldrá la serie británica Black Books.

2. Debo insistir, una vez más y a riesgo de incurrir en su ira, en la superioridad de las series inglesas. No huyan, corcho, que es importante. Mi favorita en estos momentos se llama Black Books. Su primera emisión data de otoño del 2000, y desde entonces ha ganado varios premios, entre ellos el Bafta a la mejor sitcom. Pero antes de continuar, debo avisarles: Black Books nunca se emitirá en nuestro país. Es imposible. Sería como si de la noche a la mañana hubiese un buen grupo ibérico de pop en las listas de éxitos. Señalaría el inicio del Apocalipsis.
Así, les emplazo a que usen su imaginación. Al fin y al cabo, es todo lo que van a tener a no ser que pongan a su Emule bajando temporadas hasta que empiece a humear. Black Books, como la mayoría de las sitcoms, parte de premisas harto simples: Bernard Black es el propietario de una librería de 2ª mano, Black Books. Bernard Black es un irlandés malnacido, borracho, excéntrico, entrañablemente misántropo e hijo-de-la-gran, una persona claramente no cualificada para trabajar de cara al público. En ese sentido, Black recuerda a Basil Fawlty, el avinagrado protagonista de la fenomenal Hotel Fawlty; ambos comparten ese sentirse parte de una guerra sin cuartel en la que lo único que cuenta es la humillación del cliente. Del origen del personaje cuenta su creador, el cómico stand-up Dylan Moran: “Hay un tipo en una librería de Dublín que nos proporcionó la imagen de Bernard Black. Tiene pinta de haberse tragado una taza de leche agria mientras se meaba encima. Tiene esa expresión verde biliosa, la cara moldeada por años de amargura. De hecho, se parece a todos los propietarios de tiendas de libros de segunda mano que he visto en mi vida”.
Sí, Bernard Black es un amargado que odia al mundo, y eso lo hace un héroe para todos los amargados que odian al mundo. Black no se esconde tras una sonrisa temblorosa. No quiere que le quieras. Como comentan en la website del programa: “Si eres un ser humano extrovertido, amante de la vida, cálido y lleno de entusiasmo, mantente alejado de Bernard Black. Será malo contigo”. A su lado en la tienda están Manny y Fran; el primero (interpretado por el cómico Bill Bailey) es el asistente zen de Black, patoso hasta lo indecible y gafado en todo su ser. Black, obviamente, se ensaña con él capítulo tras capítulo. Fran (Tansin Greig) es la mejor amiga de Black. Eso, claro, es imposible; Black no tiene amigos. Así que Fran es la neurótica que pasa la mayor parte de su vida en la tienda, buscando novio o odiando al mundo junto a nuestro gran hombre.
Aparte de esto, lo único que tienen en común los tres personajes principales de la serie es: (a) su incapacidad para adaptarse al ritmo moderno, (b) su desprecio por las técnicas de Atención al Cliente y (c) su gran sed. Una sed de vino y cerveza y desinfectante Domestos que les hace vivir en un perpetuo rebote entre la más sangrante resaca y el más eufórico abuso a la clientela. Esto, este constante darle al morapio y la típica glorificación inglesa que lo acompaña, es la razón principal por la que ustedes no van a poder ver Black Books. Porque, en nuestro triste país, los personajes de sitcom no beben. De hecho, no hacen nada que sea siquiera lejanamente divertido. La única manera en que pueden proporcionarnos algo de entretenimiento es muriendo.
En Black Books, además, sus personajes hacen guarradas; a Black le echan de una cena por interpretar encima de la mesa sus famosos detectives Belly Savalas –con un chupa-chups metido en el ombligo- y Colbumbo –implica un puro y sus nalgas, no pregunten. También se masturban, insultan, golpean, vomitan y leen. O sea, hacen todo lo que nunca sale en las teleseries de aquí. No es precisamente El cor de la ciutat, no; en aquella escena en que todos los personajes cantaban a coro en el bar una canción de Sau, Black entraría y defecaría en los zapatos del Peris.

3. Me van a permitir como final un pequeño apunte autobiográfico. Otra de las razones por la que me entusiasma Black Books es por añoranza: yo conocí a Bernard Black. Es decir, no era él, pero también era irlandés y mi jefe en la tienda de discos del Soho en la que trabajé unos años. Y les juro que era como Black. Se pasaba los mediodías en el pub (un acto que definía como “Almuerzo líquido”) y más de una vez se cayó por las escaleras de la planta baja al regresar. Otras veces insuflaba drogas diversas con la tienda llena, parapetado tras una barrera de discos. Múltiples mañanas lo encontré durmiendo bajo una mesa al abrir la tienda. Otras, llegaba seis horas tarde con los ojos llorosos y aliento de Keroseno. Su idea de una “noche tranquila en casa” implicaba dos botellas de vino enteras, varias onzas de marihuana, cine porno y llamadas intempestivo-crípticas a mi teléfono. Etcétera. Como imaginan, fue como vivir dentro de una sitcom durante dos años. Igualito que Black Books.
Kiko Amat

(Artículo publicado anteriormente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del día 28 de diciembre del 2005)