5 de jul. 2005

Elegancia futbolera

Fútbol y moda. La estética callejera y el deporte rey se influencian mutuamente en Inglaterra desde los tiempos de George Best hasta hoy

Detesto el deporte. Como al protagonista de Decadencia y caída de Evelyn Waugh, “no conozco ninguna diversión que me llene de mayor repugnancia que una competición de atletismo, ninguna..., salvo, quizás, los bailes populares”. Y, a pesar de eso, no encuentro inconveniente en admirar los frecuentes cruces que se realizan entre el deporte (fútbol y básquet, mayormente) y otros segmentos de la cultura popular, desde la estética callejera a la música.
Recuerdo que hace un año, por ejemplo, recorté una noticia del periódico inglés The Guardian que me parece un magnífico ejemplo de ello: A una mujer se le negó la entrada en un pub, alegando normas de la casa, por llevar ropa de la marca Burberry. Cuando el hecho y las quejas llegaron a los medios, el dueño del bar declaró: “Burberry es ahora el sello del gamberrismo”. La articulista de The Guardian siguió la noticia y llegó a la conclusión que, de ser una marca identificada con la clase media madura de la Inglaterra rural, Burberry era ahora una de las prendas identificativas de los hooligans. Existía incluso una banda de seguidores del Portsmouth FC que se autodenominaba The House of Burberry.
Este hecho, incomprensible en nuestro país, sólo puede explicarse con el riquísimo tejido que conforma la cultura de las gradas inglesas. El amor hacia la liturgia tribal de los jóvenes de clase obrera ingleses y su necesidad de desarrollar una estética definitoria, unido a la peculiar relación de intercambio que se mantiene allí entre seguidores y futbolistas (Burberry era entonces una marca de moda entre los segundos), debió provocar en el caso mencionado un efecto copycat de imitación. Además de, por supuesto, la descontextualización de la prenda; como había pasado antes con las botas Martens o los polos Fred Perry de tenista, la ropa Burberry adoptaba ahora una nueva función de vínculo subcultural.

Futbolistas y estilistas
El mencionado intercambio entre subcultura popular inglesa e iconografía mainstream no es patrimonio del fútbol, aunque sí es en ese campo donde se han vivido algunas de las conexiones más obvias. Es indudable que la fértil cultura callejera de Inglaterra es la responsable de algunos de sus más importantes cambios sociales; de ella surgirían grupos musicales, estéticas y cultos que serían el antecedente de muchos de los que lograron ascender a la cultura mayoritaria. En pocas palabras, en Inglaterra muchos futbolistas (y actores, y músicos, y periodistas...) venían del mismo lugar, de las mismas bandas y ritos, que sus seguidores. Me dirán que aquí pasaba lo mismo, y se equivocarán; sencillamente, no es lo mismo. Quizás aquel jugador del Betis, Cardeñosa (¿Por qué habré pensado en él?) surgía del mismo terruño que muchos de los hinchas de su equipo, pero no arrastraba consigo un puñado de referenciales estéticos perfectamente identificables por los estilistas de gang de las gradas. Y, antes de que lo diga alguien, el “Amor de madre” y otras muescas del patíbulo no cuentan, señores.
Un libro que explora con bastante acierto esos campos es Football & Fashion, de Paolo Hewitt y Mark Baxter. Con un subtítulo que reza “De Best a Beckham, de mod a esclavo de las marcas”, el libro excava en la relación fútbol-moda / moda-fútbol que ha impregnado el deporte inglés desde que, a principios de los 60, la FA (Football Association) aprobó la transferencia de jugadores entre clubes y abolió el sueldo máximo. Gracias a ambos sucesos, los jugadores empezaron a vestirse como estrellas del pop y a pasear sus modelitos de uno a otro equipo, influyendo así en la estética de los hinchas y –en más casos de los que imaginan- al revés.
El libro nos habla, por ejemplo, de Gordon Smith, un futbolista del Hibernian escocés de los 50 al que los autores definen como “el primer metrosexual” por su afición a los perfumes y los peinados; de Jim Baxter, otro jugador escocés aficionado a los abrigos de cuero negro con sombreros trilby a juego, como la versión futbolística de un detective pop; del hilarante caso de Steve Perryman, de los Spurs, que se cortaba el cabello en una barbería de boxeadores y al que los skinheads consideraban “uno de los nuestros” (ésta era la época en que todos los jugadores llevaban el cabello largo); de la elegancia legendaria de Alan Hudson, compañero de Terry Venables en el Chelsea, que admite en el libro haber formado parte de la escena mod de su barrio.
También se describen con detalle dos de los iconos del futbolista elegante inglés: Bobby Moore y George Best. Al primero, estrella del West Ham y legendario capitán de la selección inglesa, se le definía a menudo como “inmaculado”, obsesivo con sus camisas e incluso “la única persona del mundo que sale del baño seca”; Moore, con sus trajes a medida y sus jerséis de cachemira, era el epítome de la elegancia formal inglesa e incluso en un momento de su vida tuvo unas cuantas boutiques bajo su nombre. George Best, que también probaría fortuna con marcas y tiendas de ropa, era su cara opuesta; aficionado al color y enemigo de los trajes enteros, Best definía su elegancia con polos y pantalones de cintura baja, cinturones y complementos, hasta tal punto que los periódicos le llamaban El Quinto Beatle. Partiendo de ambos y acabando en Beckham (al que se describe acertadamente como una percha de Versace, pero siempre a la última moda), el libro traza una línea que nos lleva a través de las marcas italianas, los mejores sastres y las estrellas del rock más futboleras, con el viejo Rod Stewart encabezando la lista. Y todo, todito, es obsesividad inglesa tan pura que hace que, por un momento, incluso el fútbol parezca algo genial.
KIKO AMAT

(Artículo aparecido anteriormente en el suplemento Cultura/S de LA VANGUARDIA del miércoles 22 de junio)