Bonito no es. Pero, por otra parte, nunca se ha tratado de eso. El sonido Oi! es feo, malcarado, rebotado y agresivo. Es una cicatriz de boxeador, un dedo amputado de maquinista de fábrica, un gaje del oficio, una verruga del punk rock. En repetidas ocasiones, es ofensivamente bruto. Pero, de nuevo, no se trataba de demostrar gran inteligencia. Era otra cosa. El Oi!, ese punk callejero de barrio marginal que coincide en nacimiento con el mod revival de 1979, es un cabezazo en la nariz. Gary Bushell, un oportunista escriba de la revista Sounds (aunque, por aquel entonces, genuinamente interesado en revivalismo mod y rock’n’roll skinhead) lo bautizó así en la época; la palabra “oi!” es el equivalente inglés de nuestro “¡Eh, tú!”. La interpelación algo faltona con tonos imperativos. Lo que te grita el encargado en la fábrica el segundo día de trabajo. Lo que te dice el matón de pub el minuto antes de que te hayas metido en una pelea. Oi! ¡Eh, Nen!
El Oi! y el que suscribe esto tenemos una relación amor-odio larguísima. Por una parte, claro, considero algunas de sus más extremas manifestaciones despreciables; como hombre de izquierda radical, obviamente, uno no puede sino contener el vómito cuando le hablan de los disturbios racistas de algunos conciertos de la época, o se para a considerar las letras de sus grupos más “sospechosos” (grupos que solo alguien MUY inocente no definiría como derechistas). De esto, por supuesto, ni hablar. Al río con ellos.
Por otro lado, hay algunas cosas en el Oi! y Street Rock’n’Roll primigenio (Cockney Rejects, Angelic Upstarts, Infa-Riot, The Business, Peter & The Test Tube Babies o Sham 69) que son fascinantes. Su parte de verdadero (si bien algo romantizado) grito de clase y comunidad; una parte que, cuando sale de los grupos adecuados, se percibe como una auténtica declaración de resistencia. Sin paternalismos de clase media, ni pretensiones intelectuales. Sin decoración. Una música y una voz que son irrecuperables por los media y la modernez. Su feura, su estridencia, la hacen la única música del mundo que nunca jamás saldrá en anuncios de coches, o se pinchará entre grupos en festivales, o la diseñadora Estoyloca que va al Razz se estampará en camisetas. Los cuatro Cockney Rejects –por ejemplo- son tan pequeños, tan delincuentes, tan simples y están tan enfadados que están más allá de la recuperación por el mainstream y de cualquier comercialización. Hay algo extremadamente hermoso en esta situación de pura intocabilidad de mofeta; es éste un estilo, una forma de vida, un entorno que ni la clase media ni las grandes compañías ni la gente guapa desea tocar. Oi! es completa Lepra pop. Casi puedes imaginar la mueca de asco de la modelo o el ilustrador de turno al enfrentarse al acné y los exabruptos y los tatuajes Bic de aquellos grupos de adolescentes sin estudios. Oi? Ecs.
Porque ésta es la pintada de los gamberros callejeros, hecha disco. Vandalismo público con guitarras; el equivalente de chutar bolsas de basura, con estribillos. Éste es el auténtico rock’n’roll del obrero no-especializado, el canto de la parte mala de la calle, sin flores, ni libros, ni sexo glamuroso, ni esperanza de ningún tipo. Cualquiera que haya vivido en el extrarradio de una gran ciudad lo reconocerá al instante, como a un viejo colega de bar.
Oi!: Cerveza y gradas y el barrio como única frontera amenazada reconocible. Ruido con botas de ocho agujeros. Desempleo Sound. La anti-intelectualidad del Oi!, su capacidad de supervivencia y su orgullo, esa mano que muerde al periodista y al funcionario de Ayuda Social que llama a la puerta, el “no queremos nada de vosotros” es uno de sus atributos más dignos. Es cierto: Ni es bonito, ni es pacífico. Pero, por otra parte, el mundo en que vivimos tampoco lo es.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el periódico Diagonal#61 del 20 sept-03 oct)
22 d’oct. 2007
Jimmy Jimmy
Novela El debut del angry young man Kingsley Amis pinta las cómicas tribulaciones del antiheróico profesor de una universidad inglesa
Jim Dixon es un rebelde. Sí, como decía la canción de las Crystals: Él es un rebelde. Un angry young man, un joven airado, un marginado de labio torcido, el “hombre no susceptible de contagiarse del entusiasmo general”, como afirmó Colin Wilson en The Outsider. Pero, al contrario que los existencialistas espatarrados en divanes de los ensayos de Wilson, al contrario que los dandis adictos a los enemas de Huysmans o los Roquentines que miran con asco por la ventana mientras escuchan blues y beben absenta, la rebeldía de Dixon se manifiesta de otras maneras. Dixon odia a mucha gente (“Cada uno de vosotros pertenece a una de las dos grandes divisiones del género humano, la gente que me cae bien y la gente que no”), y la sociedad le da cien patadas, y en eso coincide con los nombrados outsiders. Pero Jim lleva una procesión interior que sólo sale a la superficie en incontrolados ataques de muecas (a espaldas de la gente), pequeños actos de vandalismo social y grandes tajadas con desperfectos colaterales.
Jim es el adorable protagonista de La suerte de Jim (1953) de Kingsley Amis. Ojo, esto no quiere decir que sea adorable como un pony o una Barriguitas, sino que es un adorable colgao. Jim Dixon es profesor de Historia Medieval en una universidad privada inglesa, y su historia se desarrolla en algún punto de los primeros años cincuenta. Por su mal encajar en el entorno, Jim se parece un poco a ese otro profesor desplazado, el Paul Pennyfeather de Decadencia y caída de Evelyn Waugh. Por sus ganas de largarse a otra maldita parte y su penosa incapacidad para hacerlo, y en cierto modo también por su bulliciosa vida interior, Jim se parece al Billy Liar de la novela homónima de Keith Waterhouse. Su entrañable patetismo y sus planchas monumentales preceden los de un millón de series inglesas actuales, de The Office a Peep Show. Menudo uno es Jim.
La cómica trama se basa en los siguientes dilemas de Jim: cómo preparar un discurso sobre un tema que desconoce por completo y no ser despedido por su superior, el irritantísimo y odiable profesor Welch; cómo dejar a su semi-novia actual, Margaret (yo la visualizo con la cara de Chus Lampreave y el cerebro de Priscilla Presley, ustedes hagan como gusten), de la que se nos dice: “Cualquier atención medianamente decente que Margaret hubiese recibido de él era el resultado de una victoria temporal del temor sobre la irritación y/o de la pena sobre el aburrimiento”; cómo ligarse a Christine, la actual novia de Bertrand, el repugnante pintor moderno que es –para colmo- el hijo de Welch. Jim detesta a este pintamonas oportunista con tal virulencia que se declara capaz de “dedicar los próximos diez años de su vida a abrirse camino hasta sentar plaza como crítico de arte con el propósito de hacer reseñas desfavorables de la obra de Bertrand”. En otro punto también nos comenta: “Bertrand no puede ser buen pintor; él, Dixon, no lo permitiría”. El odio de Jim surge, en parte, de haber comprendido que todas las mujeres que valen la pena acaban en manos de idiotas. Es un axioma irrefutable que todo humano enamorado y no correspondido ha pensado alguna vez.
Al igual que el protagonista, el autor Kingsley Amis (1922-1995) era también un angry young man. Pero aunque se le incluía en el grupo de escritores ingleses mosqueados de los 50’s del que formaban parte John Osborne, Alan Sillitoe o el mencionado Colin Wilson, Amis prefirió utilizar el humor en lugar del drama para exorcizar su disgusto, algo que volvería a demostrar en posteriores obras como Una chica como tú (1960) o Los viejos demonios (1986). Kingsley Amis, déjenme que les diga, era un tipo tan grande que se le perdona todo; incluso haber engendrado a Martin Amis y pasarse a los Tories. Amis Senior odiaba con furia a los necios, y por ello puede resumirse La suerte de Jim como una constante batalla primordial entre imbéciles y no-imbéciles. La diferencia entre esta novela y una como Billy Liar, sin embargo, es que en ésta ganamos nosotros. Me refiero a los no-imbéciles, por si dudaba algún malintencionado. No voy a adelantarles el final, pero sí les diré que los enclenques con mala dentadura del mundo, cabreados y paupérrimos y mil-veces-rechazados-por-la-guapa-de-la-clase, tenemos en La suerte de Jim nuestra pequeña venganza. Y les puedo asegurar que sabe de lo más dulce. Dulcísima, sabe.
Jim es el adorable protagonista de La suerte de Jim (1953) de Kingsley Amis. Ojo, esto no quiere decir que sea adorable como un pony o una Barriguitas, sino que es un adorable colgao. Jim Dixon es profesor de Historia Medieval en una universidad privada inglesa, y su historia se desarrolla en algún punto de los primeros años cincuenta. Por su mal encajar en el entorno, Jim se parece un poco a ese otro profesor desplazado, el Paul Pennyfeather de Decadencia y caída de Evelyn Waugh. Por sus ganas de largarse a otra maldita parte y su penosa incapacidad para hacerlo, y en cierto modo también por su bulliciosa vida interior, Jim se parece al Billy Liar de la novela homónima de Keith Waterhouse. Su entrañable patetismo y sus planchas monumentales preceden los de un millón de series inglesas actuales, de The Office a Peep Show. Menudo uno es Jim.
La cómica trama se basa en los siguientes dilemas de Jim: cómo preparar un discurso sobre un tema que desconoce por completo y no ser despedido por su superior, el irritantísimo y odiable profesor Welch; cómo dejar a su semi-novia actual, Margaret (yo la visualizo con la cara de Chus Lampreave y el cerebro de Priscilla Presley, ustedes hagan como gusten), de la que se nos dice: “Cualquier atención medianamente decente que Margaret hubiese recibido de él era el resultado de una victoria temporal del temor sobre la irritación y/o de la pena sobre el aburrimiento”; cómo ligarse a Christine, la actual novia de Bertrand, el repugnante pintor moderno que es –para colmo- el hijo de Welch. Jim detesta a este pintamonas oportunista con tal virulencia que se declara capaz de “dedicar los próximos diez años de su vida a abrirse camino hasta sentar plaza como crítico de arte con el propósito de hacer reseñas desfavorables de la obra de Bertrand”. En otro punto también nos comenta: “Bertrand no puede ser buen pintor; él, Dixon, no lo permitiría”. El odio de Jim surge, en parte, de haber comprendido que todas las mujeres que valen la pena acaban en manos de idiotas. Es un axioma irrefutable que todo humano enamorado y no correspondido ha pensado alguna vez.
Al igual que el protagonista, el autor Kingsley Amis (1922-1995) era también un angry young man. Pero aunque se le incluía en el grupo de escritores ingleses mosqueados de los 50’s del que formaban parte John Osborne, Alan Sillitoe o el mencionado Colin Wilson, Amis prefirió utilizar el humor en lugar del drama para exorcizar su disgusto, algo que volvería a demostrar en posteriores obras como Una chica como tú (1960) o Los viejos demonios (1986). Kingsley Amis, déjenme que les diga, era un tipo tan grande que se le perdona todo; incluso haber engendrado a Martin Amis y pasarse a los Tories. Amis Senior odiaba con furia a los necios, y por ello puede resumirse La suerte de Jim como una constante batalla primordial entre imbéciles y no-imbéciles. La diferencia entre esta novela y una como Billy Liar, sin embargo, es que en ésta ganamos nosotros. Me refiero a los no-imbéciles, por si dudaba algún malintencionado. No voy a adelantarles el final, pero sí les diré que los enclenques con mala dentadura del mundo, cabreados y paupérrimos y mil-veces-rechazados-por-la-guapa-de-la-clase, tenemos en La suerte de Jim nuestra pequeña venganza. Y les puedo asegurar que sabe de lo más dulce. Dulcísima, sabe.
Kiko Amat
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 10 de octubre de 2007)
La suerte de Jim
Kingsley Amis
Destino
334 pág.
5 d’oct. 2007
Soul gitano (y vengo a tu casamiento)
Rumba funk Un nuevo recopilatorio ahonda en el cruce autóctono de la música negra con la rumba catalano-flamenca
¿Orgullo nacional? En el caso del que escribe, algo tan raro como un cólico miserere. Y, antes de que empiecen a bastonear a un muñeco de paja que me simbolice, déjenme que les recuerde algo. Por cada Pau Riba, Francesc Pujols, Enric Casasses o Andreu Nin (por nombrar cuatro catalanes inspiradores) tenemos muchos otros nombres que, por trágico que nos parezca, sí simbolizan la cultura catalana oficial, de Sau a El cor de la ciutat. No me digan que no es como para echarse a llorar y enterrar barretinas como si no hubiese un mañana, joder.
Por eso, cuando aparece una razón para el júbilo y el agitar de banderas, no es cuestión de dejarla pasar. Esa razón se llama Rumba Catalana. Sí, amigos, la rumba catalana es solo nuestra. Podemos agarrarla y ponernos en desafiantes jarras en La Jonquera, mil altavoces enfocando a la Galia y ahogando el plañido de sus chanteuses con el palmear victorioso de nuestros rumberos. Pero lo mejor viene ahora. Una parte de esa rumba estuvo influida por el soul, creando lo que sin duda es una combinación celestial. O sea: sonido bailongo autóctono + la música más bella creada por el hombre + gitanos. Si esto –el soul caló- no es una granada de mano emocional que lanzar a la jeta de la cultura burguesa catalana, no sé lo que es.
Calófonk
Han oído bien: GITANOS. Y al que responda Tu Padre, ahí está la puerta, y detrás de ella unos amigos míos con bates de béisbol que le enseñarán el significado de las palabras “respeto racial”. Gitanos haciendo rumba con funk, como demuestra la mayoría de cortes del recopilatorio Achilifunk; gipsy soul 1969-1979. El rescate nos viene de mano del reconocido excavador discográfico barcelonés Txarly Brown, un hombre de mirada limpia que empezó como fan del ska y se ha convertido en uno de los más importantes conocedores vinílicos de música negra de aquí. En Achilifunk, Brown desentierra “con fundamento, pasión y credibilidad” una selección de canciones calófonk de lujo -algunas catalanas, otras no- y encima lo nutre de contexto en el completo libreto que acompaña al CD. La historia, se la resumo yo: Primero está el son cubano (que, como todo, viene de África vía-esclavos), transformado al llegar a España en rumba flamenca (un “palo chico” del flamenco, ya estamos faltando) y que sufre su final mutación mística en Catalunya al hacerse rumba catalana. Ésta, con una lírica “adaptada del tango, del guaguancó y la guaracha” y un sonido cercano al de la música orquestal afrocubana, fermenta aislada del entorno payo en bodas gitanas durante 1957-63 y acaba dominando el mundo en la época 1965-75, sostenida por su triunvirato Peret- Chacho-El Pescaílla.
Por eso, cuando aparece una razón para el júbilo y el agitar de banderas, no es cuestión de dejarla pasar. Esa razón se llama Rumba Catalana. Sí, amigos, la rumba catalana es solo nuestra. Podemos agarrarla y ponernos en desafiantes jarras en La Jonquera, mil altavoces enfocando a la Galia y ahogando el plañido de sus chanteuses con el palmear victorioso de nuestros rumberos. Pero lo mejor viene ahora. Una parte de esa rumba estuvo influida por el soul, creando lo que sin duda es una combinación celestial. O sea: sonido bailongo autóctono + la música más bella creada por el hombre + gitanos. Si esto –el soul caló- no es una granada de mano emocional que lanzar a la jeta de la cultura burguesa catalana, no sé lo que es.
Calófonk
Han oído bien: GITANOS. Y al que responda Tu Padre, ahí está la puerta, y detrás de ella unos amigos míos con bates de béisbol que le enseñarán el significado de las palabras “respeto racial”. Gitanos haciendo rumba con funk, como demuestra la mayoría de cortes del recopilatorio Achilifunk; gipsy soul 1969-1979. El rescate nos viene de mano del reconocido excavador discográfico barcelonés Txarly Brown, un hombre de mirada limpia que empezó como fan del ska y se ha convertido en uno de los más importantes conocedores vinílicos de música negra de aquí. En Achilifunk, Brown desentierra “con fundamento, pasión y credibilidad” una selección de canciones calófonk de lujo -algunas catalanas, otras no- y encima lo nutre de contexto en el completo libreto que acompaña al CD. La historia, se la resumo yo: Primero está el son cubano (que, como todo, viene de África vía-esclavos), transformado al llegar a España en rumba flamenca (un “palo chico” del flamenco, ya estamos faltando) y que sufre su final mutación mística en Catalunya al hacerse rumba catalana. Ésta, con una lírica “adaptada del tango, del guaguancó y la guaracha” y un sonido cercano al de la música orquestal afrocubana, fermenta aislada del entorno payo en bodas gitanas durante 1957-63 y acaba dominando el mundo en la época 1965-75, sostenida por su triunvirato Peret- Chacho-El Pescaílla.
Cuando esta rumba se orienta hacia el sonido de club en 1969, le surgen foruncularmente las primeras fusiones. Primero con el llamado “flamenco pop”: Las Grecas, Encarnita Polo, el mencionado Chacho y, en su vertiente rock-psicodélica, hasta los grandiosos Smash con su El garrotín, todos ellos –excepto Grecas- representados en Achilifunk. Pero el grueso de las tropas y lo que justifica el subtítulo Gipsy soul son los artistas que –gracias sobre todo a la faena de productores y músicos de estudio, ojo, y no tanto por los propios artistas- orientan su rumba hacia el jazz-funk, la música disco, el funkarrón e incluso el soul. Sí, soul. Y aún les diré más: northern soul. Como mínimo dos temas del recopilatorio podrían pasar por rompepistas northern del Wigan Casino inglés: Bum bum del tres-veces-mencionado Chacho, y una especie de exitazo 70’s soul proto-disco con parones llamado Pares o nones de Los Marismeños. Pínchenlo después del Hung up on your love de los Skull Snaps en un club foráneo y observen triunfantes como la pista se inmoviliza y la gente saca las carteras para pagar lo que sea por ese hit inaudito.
Hay muchos más, algunos de ellos emocionantes. Los Amaya aparecen con Qué mala suerte la mía, para mí el cenit de este disco. Descrito por Brown como “el punto intermedio entre La Habana y Barcelona”, la canción desencadena en el oyente tal alegría de estar vivo –gracias a sus cadencias medio pop de Costa Oeste, medio mexicanas- que van a sorprenderse corriendo desnudos por la calle como si fuesen un Hermano del Espíritu Libre o cualquier profeta milenarista de la Edad Media. O sea, es así de buena. Cerca de ella hay otras negritudes que parecen imposibles. Tanto Los Chunguitos con su Baila mi ritmo (cara B del ultraconocido Dame veneno) como Rumba Tres con Rumbita tru, la, la como Los Chorbos con su instrumental Sones del chicharro hacen algo que solo puede definirse como Rumba Funk: guitarras wah-wah, trompetas Stax y ecos de Isaac Hayes, junto a palmas y fraseos inconfundiblemente rumberos. Increíble.
Por supuesto, Dios aquí es Peret, descrito por Brown como “el amo” y “rey de reyes”. La prueba es Chaví, una mezcla en clave rumba del Shaft con algo del She’s not there de The Zombies, cantada en caló y apuntalada con un contagioso ritmo que hará que se paseen con el tumbao de un proxeneta. En las notas de Brown sobre Peret, de hecho, se menciona un programa televisivo de TVE de 1974 llamado A su aire. Yo he visto ese programa, y se quedó fundido en mi retina como si me hubiesen marcado con el sable candente de Miguel Strogoff. En él aparece Peret con un look que el entendedor no puede sino reconocer como el de haber pasado una larga noche tomando bebidas espirituosas con señoras de mala fama. Viéndole irrumpir de aquella manera por entre las sillas del cine de su barrio con la camisa desabrochada, sin afeitar, tocando la guitarra como si fuese una trompeta del Apocalipsis, enjoyado a lo Mr.T y escudado por su gang, uno solo puede murmurar: Qué tío más grande. Y es que ya se lo he dicho antes: Puestos a buscar iconos de la cultura catalana, ¿a quién prefieren ustedes? ¿Tàpies o Peret? Vamos, hombre.
Kiko Amat
VV.AA
Achilifunk; Gipsy soul 1969-1979
Lovemonk, 2007
Achilifunk; Gipsy soul 1969-1979
Lovemonk, 2007
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el 18 de septiembre de 2007)
En Las Guindas
Los discos que pinché en Las Guindas el jueves 20 de setembre 2007, en excelente compañía, durante lo que tiene pinta de haber sido mucho rato.
DEXYS There there my dear
MARCOS VALLE Mustang côr de sangue
MOSE ALLISON I’m smashed
GEORGIE FAME In the meantime
VIC GODARD T.R.O.U.B.L.E.
MEMPHIS Aprés ski
MARINE GIRLS That fink, jazz-me-blues boy
THE SEA AND CAKE Too strong
THE BEAT Doors to your heart
WEEKEND A life in the day of... Pt.2
CAETANO VELOSO Tropicália
LIZZY MERCIER DESCLOUX Room mate
THE CLIENTELE The dance of the hours
DONOVAN Sunny south Kensington
JOYCE Aldeia de Ogum
MONA RICHARDSON Heartbeat
THE ORCHIDS Everything about you
EVERYTHING BUT THE GIRL When all’s well
LUDUS My cherry is in sherry
MAXIMUM JOY White and green place
JOSEF K Heads watch
THE SHAMEN Something about you
THE STANDELLS Riot on sunset strip
THE DENTISTS Pallino
13th FLOOR ELEVATORS You’re gonna miss me
McCARTHY Well of loneliness
THE SMOKE Have some more tea
THE FALL Fantastic life
THE BIRDS No good without you
LiLiPUT Die matrosen
THE LAUGHING APPLE Wouldn’t you?
THE ELECTRIC PRUNES I had too much to dream (last night)
DELTA 5 Mind your own business
THE MUSIC MACHINE Masculine intuition
COMET GAIN Tighten up
SCENE CREAMERS AK47
THE BUFF MEDWAYS Troubled mind
ELS XOCS Més enllà (Milk cow blues)
THE SINNERS Good & evil
ESSENTIAL LOGIC Music is a better noise
THE WOLFHOUNDS Ex-Cable street
THE STYLE COUNCIL Walls come tumbling down
VIC GODARD Holiday Hymn
TELEVISION PERSONALITIES Favorite films
THE CHILLS I love my leather jacket
THE CICHLIDS Did you ever
LOS APSON Voy por tí (Seventh son)
MOSE ALLISON Seventh son
THE V.I.P.’s Don’t let it go
BID Love
ZUMPANO Wraparound shades
HURRAH This boy
THE BONGOS Telephoto lens
THE NEW PORNOGRAPHERS Mutiny, I give you
THE VASELINES Son of a gun
THE DONKEYS Don’t go
ART BRUT Good weekend
FIRE ENGINES Hungry beat
Kiko Amat
DEXYS There there my dear
MARCOS VALLE Mustang côr de sangue
MOSE ALLISON I’m smashed
GEORGIE FAME In the meantime
VIC GODARD T.R.O.U.B.L.E.
MEMPHIS Aprés ski
MARINE GIRLS That fink, jazz-me-blues boy
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JOYCE Aldeia de Ogum
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LUDUS My cherry is in sherry
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THE SHAMEN Something about you
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McCARTHY Well of loneliness
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LiLiPUT Die matrosen
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THE BUFF MEDWAYS Troubled mind
ELS XOCS Més enllà (Milk cow blues)
THE SINNERS Good & evil
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MOSE ALLISON Seventh son
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